Lo infinito me trae al fresco
por Guillermo Urbizu
Lo infinito me trae al fresco. O esa sensación da. Voy a lo concreto: Guillermo. Siempre dando vueltas alrededor de Urbizu. Yo. Y yo. Paso de largo ante Dios. Me centro en asuntos más terrenos. Es importante esto que estoy haciendo. Ni un pensamiento de amor mientras escribo nostalgias sobre la lluvia o esgrimo algún libro. Estoy que no estoy. No detecto lo sobrenatural durante un buen trecho del día. La mayoría del tiempo voy y vengo, leo y fantaseo, y me conformo con dar cuenta del horario laboral y de las comidas y de algún que otro ocurrente comentario en Facebook, o de un suplemento cultural de hace meses. Incluso escribo. ¿Y? ¿Dónde he metido a Dios? ¿Dónde Lo he escondido? Tiene que estar entre este montón de libros. O quizá me Lo haya dejado en las pocas ganas del alma. Ahí, en esa esquina, se está realizando un gran milagro. Pero paso de largo, he quedado conmigo mismo. Rezo una avemaría en latín. Pensando en vete tú a saber. En el bolsillo derecho de la gabardina hay un rosario. Alguien me lo trajo desde Jerusalén. Aunque voy más pendiente de los charcos, y de las nubes. Me arrastra la inercia y una mendaz medianía. Me estoy acostumbrando a este egoísmo. Guillermo Urbizu tiene preferencia sobre Cristo. Por cierto, sin mala idea (que resulta un ridículo consuelo, sea escrito de paso). Guillermo Urbizu no se toma la molestia de pararse un rato y decirle a Dios una mirada. O lo que de verdad siente. No sé, decirle: “Oye, Dios mío, no tengo ganas de nada, espero que sea algo pasajero, cuida de lo mío y vigílame de cerca, que no me fío”. Son esas temporadas en las que uno anda mohíno y se pregunta el para qué de todo lo que hace y de todo lo que no hace. Pero sin mucha intensidad ni convicción. Pasan los días, su amalgama de tiempo y desidia. La realidad no te apetece. Al menos la que te toca. Ensueños, nostalgias, deseos, quimeras, novelas. Trasegar las horas sin mucho entusiasmo. Recordar constantemente la infancia. Dios mío, no me dejes de tu mano, o soy capaz de no dejar de escribir de mi mismo y para mí mismo. Vanidad y pereza. Y esta desgana, y este fastidio. Y este corazón tan yermo. Cristo, por lo que más quieras, ayúdame a amar, ayúdame a salir de mí, que ando tedioso y mustio. Tú eres mi brío, mi familia: la única Palabra plena y de completo sentido, y la Belleza con la que sueño y me identifico.
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