Sábado, 02 de noviembre de 2024

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Cuando los hombres eran buenos

por Guillermo Urbizu


Hay títulos que justifican un texto. El que sea (bueno, el que sea no, algo que vaya acorde). Y este es uno de ellos. Cuando los hombres eran buenos. Tomé nota y guardé el papel en el bolsillo. E iba pensando qué podría decir. Cuando en las películas había bondad, cuando en la vida había gente que no estaba dispuesta a vender su alma por un puñado de naderías. Sí, tomé nota. Cuando los hombres eran buenos, y no sentían vergüenza de su alma y de dar la cara por la verdad y respetaban la belleza y el valor de la pureza. Parecen sólo grandes palabras, pero creo que nos entendemos. Llueve. No tiene mucho que ver con lo que hablamos, lo sé, pero quiero dejar constancia. Porque la sola idea de la lluvia hace que en las frases, no sé, haya como un brillo, como una infancia de las cosas. Yo creo que cuando los hombres eran buenos hasta la literatura era mejor. Incluso el cine, y no importaba que fuera en blanco y negro. Puede que sea un ingenuo o quiera sacar partido de cierta nostalgia. Pero en los ojos de la bondad siempre la mirada es algo ingenua (que no tonta) y algo nostálgica. El mundo necesita que cuando uno descuelga el teléfono en esa voz que suena haya un timbre de bondad, una frecuencia donde haya alma. Cuando los hombres eran buenos no había tanta angustia ni estrés, ni el pesimismo era tan afligido. ¿Ustedes qué creen? Y los matrimonios eran para siempre, con más empeño en la paciencia y más tiempo para la ternura. Ternura: se ha convertido en una de mis palabras predilectas. Sólo de nombrarla estoy cautivo. Y me adentro en ella todo lo que puedo. La ternura es asunto de hombres buenos. Por eso anda escasa y vacilamos a la hora de acariciarla o de pronunciarla. Ay, cuando los hombres eran buenos -voy a seguir con las grandes palabras, que yo escribo lo que me da la gana- parecía todo más infinito y más claro, y la felicidad era más accesible. Y había una educación y una elegancia. Y un esfuerzo por hacer las cosas bien. Sin tanto pavoneo. Seguro, es seguro que la realidad no era tan idílica. Nunca lo ha sido. Pero eran contados los hombres que presumían de canallas. Ahora es al contrario. Lo infame da prestigio, cotiza al alza. De ahí el empobrecimiento de las almas, la mezcolanza, el ocaso de toda una sensibilidad. 
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