Miércoles, 04 de diciembre de 2024

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Todo lo posee quien nada desea

por Guillermo Urbizu



“Que todo lo consigue quien a sí mismo se vence: todo lo posee quien nada desea: todo lo puede quien tiene a Dios consigo: todo lo pierde quien de Dios se aparta”. (De un devocionario de 1832).
No desear nada. Es fácil decirlo, o escribirlo. Pero quién es el guapo (o guapa) que no desea nada, que se pone a ello, que le trae al fresco las mil cosas que nos rodean o que se nos ocurren a cada momento. Austeridad absoluta, vida frugal, pasar con lo imprescindible, sin crearse rocambolescas necesidades. Con la de objetos tan apetecibles que se prodigan, y el dinero, y esa chica (o ese chico). Y esa ropa y esas vacaciones. Parece que va contra natura. ¿Cómo no voy a desear nada? ¿Cómo voy a vivir sin hacer realidad las fantasías más apetecibles? El mundo es un escaparate de coruscantes deseos. “Todo lo posee quien nada desea”. Esos juegos de palabras serán muy profundos, pero no está la vida de la gente para muchos jeroglíficos. ¿Quién entiende este galimatías tan místico? Pero se puede pensar un poco, considerarlo con un poco de silencio. Veamos. El asunto está en la sobriedad de hábitos y costumbres. Que predomine el alma. Que la inteligencia y la voluntad opten por lo que más conviene a la felicidad del sujeto, sin dejarnos llevar por la apetencia, por la concupiscencia de los sentidos o de la imaginación, siempre tan floreciente. Optar por llevarnos la contraria de cuando en cuando, por hacernos fuerza. Un poquito de sacrificio enrecia. Por aquí se asoma la virtud -¡oh, sí, las virtudes!- de la templanza, sin ir más lejos, que nos puede venir muy bien para un mejor gobierno del alma, para una visión más plena de nuestro propio ser, de su existencia. Puede que haya muchos que digan que no quieren poseerlo todo, que se limitan a desear lo que se tercia para una vida lo más agradable posible. Placentera, matizarán otros. Que bastante penas, etcétera, etcétera. Que tampoco es para tanto. Pero me fijo en la palabra “todo” y en la palabra “nada”. “Todo lo posee quien nada desea”. ¿A que “todo” se refiere la frase? ¿Y a qué “nada”? “Todo lo posee…”. ¿Qué significa ese “todo”? No hacen falta muchas luces -o quizá sí- para darse cuenta que el autor se refiere a una plenitud de estirpe espiritual. Ese “todo” es el colmo del gozo, de una alegría que no está en la frivolidad, en el consumo o en todas esas elucubraciones y ensoñaciones y escaparates. El personal -cada uno- instintivamente huimos de la exigencia que conlleva dominar los más variados apetitos. La tensión es fuerte, dura es la victoria sobre tan prolífica tentación. El corazón pesa a base de tanto acopio de cosas. Sólo se vuela, y se encuentra verdadera satisfacción de la vida, si se está desprendido de uno mismo, y de lo que se nos antoja. Esos caprichos vagos, esa vanidad, esas florituras. “Todo”. “Nada”. “Todo”. ¿De qué se trata? ¿De quién se trata? Dios, el alma. El alma en Dios. El vuelo, la felicidad, la gracia. Y vamos profundizando un poco. ¿Conformarnos? No, no. Amar. De eso se trata. Amar a Dios y tener señorío sobre uno mismo. Pureza, mansedumbre, mesura. Sin fraudulentos arrebatos. El contento no es asunto de dinero, de patrimonio, o de colmar cualquier apetencia. Ese “todo” está en la forma de afrontar la vida -la nuestra, la de los otros- y la conciencia. Ese “todo” está en saber afrontar los desplantes de los días; en saber poner buena cara al asco, a la privación o a la desgracia. Ese “todo” está en considerar la “nada” que somos, aunque pueda parecer que no nos falta de nada, o que somos algo. Y podemos seguir ahondando otro poco más. No desear “nada” es desearlo “todo”. Y no es una fácil paradoja o un mero juego de palabras. Es aspirar a la esencia, al alma de todo, al amor donde germina “todo” y donde todos podemos llegar a encontrar la felicidad que anhelamos desde cualquier perspectiva. Sin cortapisas ni plomos que lastren el corazón, su vuelo.
 
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