Miércoles, 11 de diciembre de 2024

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Carta a una amiga recién casada

por Guillermo Urbizu


Querida Mariana:

Amiga mía, querida amiga. Por fin. Tantas y tantas consideraciones sobre el amor, tanta inquietud del corazón. Y las dilaciones imprevistas. Y esas manos de Ulises en tus manos, y esas miradas juntas, y esas lágrimas puestas en común. Por fin, ya está. Ya te has casado. Y bailasteis con vuestras almas una danza que participa de la divina gloria; y no dejareis de bailar así durante toda vuestra vida. Juntos, pendientes uno del otro, amantes ante Dios y ante los hombres. Juntos. ¡Qué danza tan extraordinaria la santidad del matrimonio! Enamorados, juntos, una sola cosa. Mariana, tu felicidad, su felicidad: el gozo de abrazaros, de besaros los ojos y los sueños y el más mínimo pensamiento. Mariana, amiga mía, mi enhorabuena. Mi bendición de amigo que te quiere, de cristiano que reza por tu santidad y fidelidad y fortaleza. Imagino tu alegría y -conociéndote un poco- ese legítimo y hasta necesario poso de romanticismo.
 
Amiga mía. Mariana. Ahora estás viviendo unos momentos de ensueño. Que nadie te los toque, ni estorbe tu alegría: vuestra alegría. Guárdalos bien dentro, en esa intimidad donde está lo que más quieres, donde pones a buen recaudo los detalles y las caricias. Juntos, ya digo. Juntos. En esa unidad de cuerpos y en esa efusión de almas. Juntos (ese es el estribillo por el que hay que luchar día a día). Vuestro amor, que participa del amor de Dios, y que por lo tanto tiene un fundamento infinito, una gracia que viene del cielo. Mariana, acostúmbrate a mirar esa luz… No, mejor no te acostumbres nunca. No te acostumbres al resplandor sobrenatural que empapa tu vida, a la providencia ordinaria que te llena el corazón de Su certeza.

Mi enamorada amiga. ¡Qué prodigio el del amor! ¡Cuánta su fuerza! Dios, que os necesita. Juntos. ¡Qué vocación y qué embeleso! El tacto de las horas, juntos. La demora de los dos en Dios. ¿Te das cuenta Mariana? ¿Te das cuenta de lo que significa vuestro sí? La entrega, el servicio, la ternura. Y el perdón siempre. La confianza, la aurora, la sinceridad más desnuda. Y la sonrisa. Y la mansedumbre, y los regalos, y la sorpresa constante de las mañanas. Y el llorar y el reír juntos. Y el rezar juntos. Y el fregar juntos los platos o el suelo, y el contemplar más juntos aún las estrellas o una película de Hitchcock. Y esas manos de Ulises vislumbrando tu rostro, o tu pelo en pleno suspense sobre tu espalda.
 
Juntos. Mariana, más juntos todavía, hasta que respires con su alma y no puedas ya vivir de otra forma. En vuestra casa de Sevilla, o en la de Guadalajara de México. La casa, el hogar, el refugio, la decoración llena de colores, los libros a borbotones, esos cuadros sencillos, las imagenes de la Virgen y unas plantas (muchas plantas). Y la cocina donde haréis cuentas y pondréis a buen recaudo los inevitables desasosiegos. La casa encendida del poeta, el hogar luminoso y alegre que predicaba un santo. El fundamento de vuestra familia. Y los dos, muy juntos, fundidos. Y Dios, dentro. Dios conviviendo con vosotros. Cada vez más íntimo. Y la vida que irá fructificando. A base de amor y de cuidado, de confianza y de pureza.

Mariana, amiga mía, poco más puedo decirte. Lo único que quiero es que seas feliz y santa. Y otro tanto mi querido Ulises. Brindo por ello. Y rezo.

Un beso enorme.
 
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