Misa de 9
por Guillermo Urbizu
Para mi sobrino Antonio
Nunca apetece. O apetece poco. O si apetece cuesta mantener el tono. El sobrenatural y el humano. Demasiados despistes. El frío y un vistazo a la demás gente. Y sobre qué escribo luego, qué hago. Misa de 9. Con mi mujer. Me ha dolido llegar cinco minutos tarde. Y hasta después de otros cinco minutos no se me ha ocurrido decirle al Señor “buenos días”. De reojo miraba al sagrario, en un rincón, a la izquierda. Soy consciente de mi escaso amor, ahí, en los últimos bancos. De repente te entra el sueño, bostezas, y te entretienes con la bufanda. Es bonito ese color naranja. En un resto de lucidez he acudido a los ángeles, a mi ángel. Y he seguido bostezando. La misa, el milagro: el pan hecho Cristo. La liturgia, cada palabra. “Dios, vela por mis hijos, cuida de los sacerdotes y del Papa Benedicto”… Pero tengo la intuición de que saco más en limpio si pongo mi corazón sobre el altar y me dejo llevar por el amor de Dios. Sin pensar tanto, sin centrarme en las palabras. Así, con la mirada mejor, con el alma callada. Con la mirada interior. No quiero comprender nada, sólo quiero amarle del todo. O a pesar de todo. Ofrecerme, acompañarle en el Calvario. Ofrecerle lo que soy y tengo. Aunque sólo sea un nuevo bostezo, o un hondo suspiro. Lo que soy. Menudo despojo. Lo que quiero ser: otro Cristo. Con gozo. Y para eso debo estar aquí, en misa de 9. Con mi mujer, que me da la paz con un beso que me sabe a gloria. Aquí, con toda la Iglesia alrededor de Su Esposo. Y yo que no veo nada, que apenas siento un poco de amor en el alma. Veo a un cura sin casulla y una liturgia seca y un tanto desvaída. Pero es lo mismo, ese cura es Cristo, y yo he venido. He vencido al que me tienta con la pereza o con todos esos libros que me fascinan. Estoy donde debo estar. El amor no defrauda y cubre nuestras faltas. Y es lo único que cotiza en el Sagrado Corazón de Jesús. Lo único que saca mi vida adelante, que tira de ella hacia arriba. Y recuerdo cuando san Pablo le escribe a Tito y le pide cuan necesario es alcanzar “una vida sobria, honrada y religiosa”. Pero para ello debo comulgar en gracia a Cristo. ¿Qué sería del mundo sin Dios, sin la Misa? ¿Qué es del mundo cuando relega a Dios, o abomina de Él con saña? Eso sí que salta a la vista. “Habitaban tierra de sombras”, dice Isaías. Pero también dice a continuación que “una luz les brilló”. Esa luz encarnada en María. Esa luz que se anonada por cada uno. Esa Misa que no termina cuando salimos a la calle.
Comentarios