Uñas rapaces y cíngulos flojos
por Marcelo González
A partir de la denuncia (privada primero y pública luego) del obispo Mons. Joaquín Sucunza, y luego con el caso de la Orden de la Madre Antula, nuestro sitio web ha recibido múltiples presiones, no solo políticas sino además morales. Queremos, tras unos días de reflexión, señalar aspectos de estos casos para la mejor comprensión de nuestras decisiones.
Cíngulos flojos
Reiteradamente se nos ha hecho saber, de cien formas distintas, que en la historia de la Iglesia ha habido siempre clero que ha renqueado por el lado de la castidad. ¿Cómo hacerles entender a los comedidos comentaristas que es algo que ya sabemos? No nos hemos despertado de pronto a la cruda realidad desde un vaporoso sueño angelista.
Por otra parte, y esto deben reconocerlo al menos los sensatos, que de la “cruda realidad teórica” al caso concreto media un impacto emocional. Sin embargo no fue lo emocional que predominó sobre un conocimiento “teórico”. Conozco casos de curas pedófilos desde hace más de 30 años. Podría dar los nombres, pero no tiene objeto. Muchos ya han muerto.
Tampoco me he despertado de la especulación teórica al rigor de la prueba. Sí, he sufrido la pesada carga de ser portador de una prueba. Prueba que pocos tienen y que todos callan. Se sabía por rumores (que muchas veces son ciertos) que Sucunza era aficionado a las damas. Y lo sigue siendo, según parece. Pero nadie había sacado un arma tan contundente para exponerlo a la luz pública tal como lo que es, una desgracia para la Iglesia.
Exposición que no solo lo involucra a él, sino a miembros de un sistema de mutuos ocultamientos y favores. Una asociación ilícita ligada por la “omertá”. Más grave aún si podemos presumir con elementos bien fundados que en la Arquidiócesis se ha promovido a los peores para que pudieran ser fieles instrumentos de maniobras non sanctas, porque su propia situación personal no les deja demasiado margen para la denuncia. Ni tampoco su condición espiritual permite abrigar muchas esperanzas de tan virtuosa reacción.
A los que dicen ¿por qué Sucunza? Respondo: porque de Sucunza no solo “se sabía” sino que de pronto me llegó la prueba. Y la prueba de que tengo la prueba es el silencio presionado sobre los medios de un modo directo o indirecto.
Y a los que dicen: ¿quién es Ud. para tomar tal decisión? Les respondo: soy alguien que ha dedicado una extensa parte de su vida a militar por la pureza doctrinal y moral en la Iglesia. Que tiene un medio bastante leído (105.000 visitas el último mes) y, sobre todo, alguien que al asumir esta denuncia no se compraba ni la gloria ni la riqueza.
Para mis habituales críticos seguidores de Tolkien, les digo que he sido de alguna manera un Frodo criollo. Yo no busqué esta carga, pero tampoco la pude evitar sin se infiel a mi vocación.
Pero, esto es importante, no estoy jugando a Frodo. Por eso, cuando puse día y hora para denunciar públicamente si no se me garantizaba que alguien de cierta jerarquía tomaría cartas en el asunto, y se me garantizó, yo accedí a esperar (si no hubiera esperado, mis visitas hubiesen sido 150.000 o más...)
La promesa era difícil de cumplir, pero no podía descartar esa vía, tal vez providencial. Por eso pedí un garantía, un gesto de poder de parte de quien ocupaba el cargo (el cargo no siempre tiene anejo el poder). Por eso pedí las Misas Tridentinas. Si se lograban estas misas, podía confiarse en el poder efectivo de quien prometía actuar en el otro asunto. Menos de cuatro días me llevó tener en mi mano la prueba de la falta de poder. La tengo y alguna vez la mostraré, si es necesario.
Bien, con mis manos libres hice la denuncia pública, porque la privada ya había sido hecha.
Nunca creí tener tantos enemigos entre mis amigos como en esos días. Porque bogas y porque no bogas... Pocos parecen haber considerado prudente suspender el juicio por un tiempo frente a un asunto de tal trascendencia, conceder el beneficio de la duda. Así somos.
Pero a causa de esta primera denuncia, me llegó una segunda, que estoy investigando. Es el caso de las Hermanas del Divino Salvador. He estado trabajando mucho en este tema y mis conclusiones preliminares son:
1) No puedo afirmar ni negar si había motivos para la visita apostólica (Mons. Salaberry) y luego para la intervención del Comisario Apostólico (Mons. García). Esto excede mis posibilidades de hacer un juicio.
2) Sí, creo evidente que tanto Mons. Salaberry, obispo de Azul, como Mons. García, Pro-Vicario de la Arquidiócesis de Buenos Aires, respectivos visitador y comisario, han tenido con una conducta alarmante en el cumplimiento de sus funciones. Ambos han logrado, particularmente el segundo, desanimar las vocaciones, dividir a la comunidad, expulsar a religiosas con largo tiempo de vida comunitaria. He recopilado sus testimonios y resulta difícil de creer la crueldad y la bajeza con que han sido tratadas.
3) Es más, aunque algunas religiosas hubiesen sido culpables de delitos que nunca fueron formulados en detalle y con pruebas según la documentación que obra en mi poder, no procedía en modo alguno el destrato al que fueron sometidas, en atención a distintas circunstancias, comenzando por la condición de caballeros cristianos que deben revestir los obispos, y la de religiosas de las víctimas. Se castiga con la pena canónica, no con la brutalidad inhumana.
4) Dos cosas resultan evidentes: la angurria por los bienes de la orden, y el deseo de desarticularla a fin de declarar extinta la obra de la madre Antula.
Vamos a las pruebas
Bueno, aquí tengo un problema. Esto es muy difícil de probar desde un medio periodístico, porque hay muchas cuestiones que están en la órbita de los discrecional o prudencial. No es el caso Sucunza, donde la prueba se resume en unas pocas páginas de sentencia. Aquí hay un cúmulo de hechos, ocultamientos, mentiras, temores, confusiones, imprudencias, abusos de poder... calumnias.
El caso de la Hermanas requiere una entera revisión de la Santa Sede, bajo la autoridad de una persona que no reporte de un modo directo al Card. Rodé, sino al Papa mismo. De otra manera nunca podrá relucir la verdad, sea cual fuere. Lo actuado es parece, a los ojos de alguien que lo ve como periodista católico, escandaloso.
Puedo decir que Mons. Salaberry tiene fama de “picarón” con las damas desde mucho antes, y varios indicios de ello encontré en las entrevistas. Pruebas contundentes... no tengo, salvo que alguna hermana quiera decir de un modo más claro lo que insinúa hasta ahora. Y esto sería un testimonio, pero no una prueba legal definitiva. Lo que las hermanas que han hablado atestiguan es una rara obsesión del Visitador por conocer detalles sobre su “vida sexual” previa al ingreso al convento, sobre la ropa íntima de las religiosas y cosas por el estilo, lo que no parece conducir a ningún objetivo de investigación canónica que nosotros podamos discernir.
De Mons. García, los testimonios hasta ahora reunidos apuntan más a su avidez por los bienes de la Orden, el destrato brutal a las monjas que cayeron en desgracia, el confuso asunto de las imágenes religiosas antiquísimas que trató de llevarse (o en parte se ha llevado, según testimonio de feligreses de la Casa de Retiros). Hay otras sospechas más graves.
Crisis de doctrina, crisis de fe, crisis de moral...
Resulta evidente que el origen de todos estos sucios asuntos está en la crisis de la Fe, cuyo origen es la mala doctrina en la que han sido formados los sacerdotes argentinos desde hace décadas. Con más el agravante de la degradación litúrgica espantosa que campea en la Argentina (y en buena parte del mundo). La pérdida de la identidad sacerdotal, el entrar a la Iglesia para “hacer carrera”, el entremezclarse en el manejo innecesario de dinero y negocios, la vida mundana... el resultado está a la vista.
Que el objetivo que se persigue, ya bajo apariencia de “bien”, ya por pura malicia, es destruir la orden, resulta evidente apenas uno se interioriza en la documentación. Los motivos puedesn ser varios: ya porque se la considere inútil, o porque tiene muchos bienes que podrían pasar a la Arquidiócesis, ya por potenciales negocios millonarios... no lo podemos saber con certeza. Solo sabemos que se usa la brutalidad para expulsar a las remisas a la “nueva espiritualidad” impuesta por la intervención.
Como para muestra basta un botón, publicamos un video de 10 minutos con testimonios (parciales, porque su declaración fue mucho más extensa) de la ex hermana Mirna Correa Benítez, a quien se le negó, a los 21 años, la posibilidad de seguir en la vida religiosa, algo que deseaba ardientemente. Adjuntamos copias del decreto de expulsión, y las cartas dirigidas al Card. Rodé, ninguna de las cuales obtuvo respuesta.
Fue puesta en la calle, a los 21 años, sin trabajo, sin dinero, sin ropa civil, negándosele refugiarse aún como laica por un tiempo en alguna de las casas religiosas de la orden. Tampoco se avisó a su familia en Paraguay. Esto lo hizo el Comisario Pontificio, Mons. García, según ella relata, porque ella participó en el ocultamiento de las imágenes que dicho Comisario quería incautarse para “fundar un museo”.
Finalmente, y ante la objeción de que el acto de ocultamiento de las imágenes haya sido una desobediencia grave al Comisario Pontificio, cabe aclarar que entre las atribuciones que le otorga el decreto de nombramiento, el Comisario Pontificio tiene expresamente limitados los actos de disposición de bienes de la orden, como sería retirar las imágenes de las casa general para “fundar un museo”.
Así reza el decreto: “ El Comisario Pontificio gozará, durante su servicio, de los derechos y facultades propias del Moderador Supremo, tanto en las cuestiones de observancia como para la economía. Con el presente Decreto se atribuyen al Comisario Pontificio las facultades de Representante Legal del Instituto, que ejercitará a fin de formalizar prácticas civiles necesarias para la vida del Instituto. Procurará informar periódicamente a este Dicasterio sobre su proceder y pedir el consentimiento antes de tomar cualquier decisión en materia patrimonial.
22 de Septiembre de 2008”.
Vale la pena escuchar el testimonio de la ex hemana Mirna.