Por qué cantar en Misa y no quedarse en silencio: la clave, transmitir la belleza del Señor
Cantar: ¿por qué?, ¿para qué?
El primer modo en que nos introducimos en la celebración es con el canto de entrada, que acompaña la larga o corta procesión del sacerdote y los ministros al altar.
¿Por qué cantamos en la Misa?
¿No sería mejor, en algunos casos —seguro lo has pensado ante algún cantor desentonado— hacer silencio?
¿O reemplazar las voces de los fieles, no siempre tan agradables, por alguna grabación?
Pero es que el canto y la música no tienen en la Misa una función sólo estética o decorativa. No se “pone música” para ambientar, como en un acto de graduación mientras se leen las palabras a los egresados. Es cierto que en las Misas puede sonar la música instrumental —no grabada, sino ejecutada— pero el modo principal en que se hace presente es como canto del Pueblo.
¿Por qué, entonces, cantamos? Porque cuando las palabras de la Escritura o las palabras que nosotros queremos decirle a Dios son revestidas por una melodía adecuada, adquieren una expresión mucho más intensa y eficaz. No sólo manifiestan externamente sentimientos que hay en el corazón, sino que también los suscitan.
Por ejemplo, ¿quién no ha ido a una Misa un poco frío, y cuando, en el canto de comunión, han entonado “Tú has venido a la orilla”, ha sentido nuevamente los ojos del Señor posados sobre los suyos?
Y, ¿a quién no le pasó una vez de experimentar una gran paz oyendo cantar, o cantando: “el Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”?
Es muy bueno, entonces, que trates de comprender la letra de lo que se canta. A veces los cantos tienen una teología muy profunda en cuatro versos, o todo un programa de vida en su estribillo. Quizá nunca lo pensaste, pero es probable que le hayas dicho a Dios, decenas de veces: “estoy dispuesto a lo que quieras, no importa lo que sea, Tú llámame a servir”. O bien, que hayas expresado algo así: “confunde nuestra vida con tu divinidad lo mismo que se mezcla en esta ofrenda pura el agua que es figura de nuestra humanidad”. Teología de alto vuelo, en un canto sencillo.
Además, es bueno que cantes. No importa que no seas Pavarotti. Cantar es propio del que ama, decía San Agustín. Si amas, canta.
Pero San Agustín decía también: “el que canta bien, reza dos veces”.
¿Qué es cantar bien? En primer lugar, cantar con la voz, la mente y el corazón. Que haya una coherencia en todo tu ser.
Pero también significa intentar cantar cada día mejor: a tiempo, afinado, pronunciando correctamente las palabras. Alguien dijo por ahí que la armonía entre los que celebran se expresa en la armonía de su canto.
Por último, San Agustín dice también, en un memorable texto citado por el Catecismo: “¡Cuánto lloré al oír las voces de vuestra iglesia, que suavemente cantaba!”.
Parece que en su camino hacia Jesucristo, la belleza del canto de la Iglesia de Milán —en la que era obispo San Ambrosio, un padre de la Iglesia que dio mucho énfasis al canto en la Misa— tuvo un lugar importante.
Procura, entonces, cantar de tal manera que quienes vienen a Misa de modo eventual puedan percibir, a través de la belleza, la intensidad y la espiritualidad de tu canto, la Belleza de Aquél a quien se dirige.
El primer modo en que nos introducimos en la celebración es con el canto de entrada, que acompaña la larga o corta procesión del sacerdote y los ministros al altar.
¿Por qué cantamos en la Misa?
¿No sería mejor, en algunos casos —seguro lo has pensado ante algún cantor desentonado— hacer silencio?
¿O reemplazar las voces de los fieles, no siempre tan agradables, por alguna grabación?
Pero es que el canto y la música no tienen en la Misa una función sólo estética o decorativa. No se “pone música” para ambientar, como en un acto de graduación mientras se leen las palabras a los egresados. Es cierto que en las Misas puede sonar la música instrumental —no grabada, sino ejecutada— pero el modo principal en que se hace presente es como canto del Pueblo.
¿Por qué, entonces, cantamos? Porque cuando las palabras de la Escritura o las palabras que nosotros queremos decirle a Dios son revestidas por una melodía adecuada, adquieren una expresión mucho más intensa y eficaz. No sólo manifiestan externamente sentimientos que hay en el corazón, sino que también los suscitan.
Por ejemplo, ¿quién no ha ido a una Misa un poco frío, y cuando, en el canto de comunión, han entonado “Tú has venido a la orilla”, ha sentido nuevamente los ojos del Señor posados sobre los suyos?
Y, ¿a quién no le pasó una vez de experimentar una gran paz oyendo cantar, o cantando: “el Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”?
Es muy bueno, entonces, que trates de comprender la letra de lo que se canta. A veces los cantos tienen una teología muy profunda en cuatro versos, o todo un programa de vida en su estribillo. Quizá nunca lo pensaste, pero es probable que le hayas dicho a Dios, decenas de veces: “estoy dispuesto a lo que quieras, no importa lo que sea, Tú llámame a servir”. O bien, que hayas expresado algo así: “confunde nuestra vida con tu divinidad lo mismo que se mezcla en esta ofrenda pura el agua que es figura de nuestra humanidad”. Teología de alto vuelo, en un canto sencillo.
Además, es bueno que cantes. No importa que no seas Pavarotti. Cantar es propio del que ama, decía San Agustín. Si amas, canta.
Pero San Agustín decía también: “el que canta bien, reza dos veces”.
¿Qué es cantar bien? En primer lugar, cantar con la voz, la mente y el corazón. Que haya una coherencia en todo tu ser.
Pero también significa intentar cantar cada día mejor: a tiempo, afinado, pronunciando correctamente las palabras. Alguien dijo por ahí que la armonía entre los que celebran se expresa en la armonía de su canto.
Por último, San Agustín dice también, en un memorable texto citado por el Catecismo: “¡Cuánto lloré al oír las voces de vuestra iglesia, que suavemente cantaba!”.
Parece que en su camino hacia Jesucristo, la belleza del canto de la Iglesia de Milán —en la que era obispo San Ambrosio, un padre de la Iglesia que dio mucho énfasis al canto en la Misa— tuvo un lugar importante.
Procura, entonces, cantar de tal manera que quienes vienen a Misa de modo eventual puedan percibir, a través de la belleza, la intensidad y la espiritualidad de tu canto, la Belleza de Aquél a quien se dirige.
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