Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«Civiltà Cattolica» repasa la enseñanza ecológica de Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI

ReL

Benedicto XVI y Francisco se saludan - a Benedicto XVI se le llamó el Primer Papa verde, y habló mucho de ecología
Benedicto XVI y Francisco se saludan - a Benedicto XVI se le llamó el Primer Papa verde, y habló mucho de ecología

La revista católica italiana de la Compañía de Jesús, fundada en 1850 en Nápoles La Civiltà Cattolica, publica el Editorial que reproducimos [ReL lo toma de la edición española de Radio Vaticana] ante la nueva Encíclica del Papa Francisco, Lautado si, sobre el cuidado de la casa común.

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En 1971, en su carta apostólica escrita por el 80 aniversario de la publicación de la Rerum Novarum, el Beato Papa Pablo VI, dirigió a los fieles una invitación profética relacionada con "nuevas perspectivas" hacia donde «tiene que volverse el hombre o la mujer cristiana para hacerse responsable, en unión con las demás personas, de un destino en realidad ya común».

Las nuevas perspectivas indicadas por el Papa eran las de un «problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera» y fueron tratadas en el apartado titulado El medio ambiente.

¿Cómo ha entendido la Iglesia, al menos en los últimos 50 años la preocupación ecológica y el tema del medio ambiente? ¿Cuál es el mensaje del Magisterio sobre un tema que se ha ido imponiendo cada vez más y que ahora se convierte, a través de la Encíclica de Papa Francisco, en un capítulo importante de la Doctrina Social de la Iglesia?

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La responsabilidad de un destino común.
En un lenguaje áulico, que parece hasta antiguo, Pablo VI había escrito hace casi medio siglo, con la previsión y la sabiduría contemporáneas y abiertas al futuro: «Mientras el horizonte de hombres y mujeres se va así modificando, partiendo de las imágenes que para ellos se seleccionan, se hace sentir otra transformación, consecuencia tan dramática como inesperada de la actividad humana. Bruscamente, la persona adquiere conciencia de ella; debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación. No sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que la persona no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable» (Octogesima Adveniens, 21).

La explotación irracional de la naturaleza, no sólo daña gravemente el medio ambiente, sino que plantea también un grave problema social y humano. El mensaje esencial de Pablo VI, pasó desapercibido por los líderes económicos y políticos durante décadas, hoy en día necesita incluso ser reiterado y resaltado.

Entre los años 70 y principios de los años 90, en muchas sociedades la conciencia de las amenazas ecológicas ha crecido de forma constante y progresiva. San Juan Pablo II fue el primer Papa que habló de las consecuencias del crecimiento industrial, de las concentraciones urbanas masivas y del aumento significativo de las necesidades de energía.

Muchos años después, quien habló del crecimiento de esta conciencia ecológica de aquellos tiempos fue el Papa Benedicto XVI, cuando el 22 de septiembre de 2011, durante su viaje apostólico a Alemania, frente al Parlamento Federal de Alemania, dijo: «la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni rechazar porque se perciba en él demasiada irracionalidad. Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones».

Y continuó, confirmando la actualidad de aquellas afirmaciones: «Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión de los fundamentos de nuestra propia cultura».



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San Juan Pablo II: la ecología del medio ambiente y la ecología humana.
San Juan Pablo II - receptivo a los signos de los tiempos - ha expresado este sentimiento en su encíclica Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987) afirmando que «conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos».

Asimismo, ha especificado las raíces bíblicas de la cuestión ecológica poniendo de relieve cómo «La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de «comer del fruto del árbol» (cf. Gen 2, 16 s.), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune». (SRS 34).

A finales de los años ochenta, el Pontífice advirtió de la utilización de los recursos naturales, algunos de los cuales no eran renovables, como si fueran inagotables. También vio la industrialización como un riesgo para la contaminación del medio ambiente y de la calidad de vida (cf. ibíd.). En particular, su Mensaje para la XXIII Jornada Mundial de la Paz estuvo totalmente centrado en el tema de la Paz con Dios Creador. Paz con toda la Creación (1 de enero 1990).

Expresó su pensamiento claramente: «La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente «efecto invernadero» han alcanzado ya dimensiones críticas debido a la creciente difusión de las industrias, de las grandes concentraciones urbanas y del consumo energético. Los residuos industriales, los gases producidos por la combustión de carburantes fósiles, la deforestación incontrolada, el uso de algunos tipos de herbicidas, de refrigerantes y propulsores; todo esto, como es bien sabido, deteriora la atmósfera y el medio ambiente».

Por ende, en este mensaje se habla del calentamiento global y de los efectos del cambio climático, incluso antes de que estos términos entraran en el uso común.

Se afirma un verdadero "derecho a un ambiente seguro, como una ley que tendrá que incluirse en una Carta actualizada de los Derechos Humanos" (cursiva añadida por nosotros).

Pero sobre todo se habla de «la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los Países en vías de desarrollo y los Países altamente industrializados» (cursiva añadida por nosotros). Juan Pablo II observa cómo los Estados deben mostrar su solidaridad y ser también «complementarios» entre ellos en la promoción del desarrollo de un entorno natural y social pacífico y saludable.

De hecho, a los países recientemente industrializados «no se puede pedir que apliquen a sus incipientes industrias ciertas normas ambientales restrictivas si los Estados industrializados no se las aplican primero a sí mismos». No se puede pensar en la ecología fuera de los términos de la justicia.

En su Carta Encíclica Centesimus Annus (1 de mayo de 1991), Juan Pablo II ha, por consiguiente, especificado la «cuestión ecológica» vinculándola estrechamente con el problema del consumismo y a lo que él llamó un «error antropológico»: «El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de «crear» el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él».

El Pontífice puso entonces una clara oposición entre la «mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las cosas» y su justa distribución en el mundo, «aquella actitud desinteresada, gratuita, estética que nace del asombro por el ser y por la belleza que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado» (CA, 37). 

El problema ecológico ya había sido expuesto por Juan Pablo II en una perspectiva más amplia y ligada a un ambiente humano más completo. Su objetivo era salvaguardar las condiciones morales de una auténtica «ecología humana» (CA, 38).

La atención a la conservación de los hábitats naturales de las diversas especies de animales en peligro de extinción debe ir al unísono con el respeto a la estructura natural y moral, de la que el hombre ha sido dotado. De ahí la atención a los «graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una «ecología social» del trabajo».

El Papa habló de la necesidad de tener el valor y la paciencia necesarios para «demoler» las estructuras contrarias a la humanidad del ambiente para «sustituirlas con formas más auténticas de convivencia» (ibídem).

La encíclica Evangelium vitae de 25 de marzo 1995 aseveró con firmeza que nosotros los hombres «ante la naturaleza visible, estamos sometidos a las leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune». (EV, 42).

La crisis ecológica se entiende como un reflejo de una crisis moral. Posteriormente, en 1997, hablando a los participantes en una conferencia sobre el medio ambiente y la salud, el Papa reiteró el llamamiento a «conjugar las nuevas capacidades científicas con una fuerte dimensión ética» a fin de promover el medio ambiente no sólo como un «recurso», sino fundamentalmente como «casa» para vivir.

De forma muy resumida: San Juan Pablo II estableció los parámetros de la reflexión de la Iglesia con respecto a este preocupante desafío entonces relativamente nuevo. Destruir la armonía del medio ambiente es una pena, ya que aleja a los seres humanos de sí mismos y de la tierra. Cardinal es la «relación» entre la humanidad y el resto de la creación, que debe ser alimentada con amor y sabiduría. La crisis ambiental no es sólo científica y tecnológica; es fundamentalmente moral.

Desde el Mensaje de Paz con Dios Creador, Paz con toda la creación de 1990 y de la Cumbre de Río en 1992, el debate echó a andar y se ha mantenido por 25 años.

Es cierto que los argumentos en juego son complejos: en primer lugar, a nivel científico, luego político, y, finalmente, a nivel económico y comercial.
Recordemos que una etapa importante de esta reflexión es constituida por las numerosas intervenciones del patriarca ecuménico Bartolomé I.

En 1997, por ejemplo, él también, de forma clara y convincente, hizo explícitas las implicaciones del tema ecológico en términos de pecado: «Cometer un crimen contra la naturaleza es un pecado. Para los seres humano que hacen que las especies se extingan y destruir la diversidad biológica de la creación de Dios; para los seres humanos que degradan la integridad de la Tierra, causando cambios en el clima y despojando a la tierra de sus bosques naturales y de sus humedales; para los seres humanos… que contaminan las aguas de la Tierra, su terreno, aire, y en definitiva, su vida, con sustancias venenosas – todos estos (actos) – son pecados». (Patriarca Bartolomé I, Discurso en el Simposio sobre el medio ambiente, Santa Bárbara, EE.UU., 08 de noviembre de 1997).

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Benedicto XVI: el discernir y proyectar de un modo nuevo.
Papa Ratzinger ha sido a menudo definido como «el primer Papa verde» (véase, por ejemplo, el National Geographic, 28 de Febrero de 2013), haciendo suyas muchas cuestiones ambientales y ecológicas heredadas de su predecesor, y desarrollándolas posteriormente.

En su mensaje para la XL Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2007) Benedicto XVI retoma y consolida el trinomio inseparable entre la «ecología de la naturaleza», la «ecología humana» y la «ecología social». En su mensaje, es muy fuerte el vínculo entre el problema ecológico y el hecho de que en algunas regiones del planeta se vive todavía en condiciones de gran retraso, donde el desarrollo está prácticamente bloqueado, en parte también por el aumento de los precios de la energía.

El Papa se pregunta: « ¿Qué va a pasar con esas poblaciones? ¿Qué tipo de desarrollo o no desarrollo se les impondrá por la escasez de suministros de energía? ¿Qué injusticias y conflictos serán provocados debido a las carreras por las fuentes de energía? ¿Y cómo reaccionarán los excluidos de esta carrera?» (Ibídem).

En el mismo tono interrogativo habló Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010: « ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven - y con frecuencia también sus bienes - a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales?».

Estas preguntas del "Papa verde" - que podrían de por sí mismas representar una lista de temas para abordar - tienen un profundo impacto en el ejercicio de los derechos humanos, como el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.

Es evidente que la encíclica Caritas in Veritate (29 de junio de 2009) fue un hito fundamental en su pensamiento «verde» que aglutinó múltiples ámbitos: el ecológico, el jurídico, el económico, la política, la cultura (véase la sección 48).

De hecho, «La naturaleza, especialmente en nuestra época, está tan integrada en la dinámica social y cultural que prácticamente ya no constituye una variable independiente» (ibídem, 51). Benedicto XVI advirtió acerca de la apropiación de los recursos energéticos no renovables y recordó la urgencia de una solidaridad renovada que conduzca a «redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos» (ibídem, 49). He aquí su llamamiento: «hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza misma, don de Dios a sus hijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva» (ibídem, 50).

En vista de lo cual, en la Audiencia General del 26 de agosto de 2009, Benedicto XVI reiteró que «La protección del ambiente y la salvaguardia de los recursos y del clima requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente, en el respeto de la ley y la solidaridad sobre todo con las regiones más débiles del planeta».

Por lo tanto «es indispensable convertir el actual modelo de desarrollo global hacia una toma de responsabilidad mayor y compartida respecto a la creación: no sólo lo requieren las emergencias ambientales, sino también el escándalo del hambre y de la miseria».

La propuesta del Papa es hacer, de alguna forma, que la crisis actual se convierta en «una ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo». La misma técnica se puede considerar como un aliado ya que manifiesta las aspiraciones humanas hacia el desarrollo y hacia la superación gradual de ciertas limitaciones materiales, introduciéndose en el mandato de «guardar y cultivar la tierra» que Dios ha confiado a la humanidad (ibídem, 10).

Benedicto XVI reiteró que la cuestión ecológica concierne a los cristianos justamente por ser gente de fe, y la Iglesia como tal: "La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo."(Caritas in Veritate, 51).

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Francisco: custodia e integración.
Desde el inicio de su pontificado, hace dos años, el Papa Francisco sumó su voz, la voz de la Iglesia universal, al debate mundial más reciente. Con su lenguaje eficaz y directo no dudó en afirmar, «es el hombre el que maltrata la naturaleza continuamente. Nos hemos adueñado un poco de la naturaleza, de la hermana tierra, de la madre tierra.

Recuerdo – ustedes me han oído contar esto – que un viejo campesino me dijo una vez: “Dios perdona siempre, nosotros – los hombres – perdonamos algunas veces, la naturaleza no perdona nunca”. Si la maltratas, ella te maltrata». (Conferencia de prensa en el vuelo hacia Manila durante su viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, 15 de enero de 2015).

En su enseñanza se ve claramente desde el inicio una visión global, holística, en continuidad con sus predecesores. Los seres humanos, la naturaleza y el medio ambiente, la creación y la sociedad están interconectados: «Ecología humana y ecología medioambiental caminan juntas». (Audiencia General del 5 de junio de 2013).

Esta amplia visión se interroga sobre el impacto que el progreso económico, las nuevas tecnologías y el sistema financiero tienen sobre los seres humanos y el medio ambiente: «Y el peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología. La Iglesia lo ha subrayado varias veces; y muchos dicen: sí, es justo, es verdad... Pero el sistema sigue como antes, pues lo que domina son las dinámicas de una economía y de unas finanzas carentes de ética. Lo que manda hoy no es el hombre: es el dinero, el dinero; la moneda manda. Y la tarea de custodiar la tierra, Dios Nuestro Padre la ha dado no al dinero, sino a nosotros: a los hombres y a las mujeres, ¡nosotros tenemos este deber! En cambio hombres y mujeres son sacrificados a los ídolos del beneficio y del consumo: es la «cultura del descarte»». (Papa Francisco, Audiencia General, Plaza de San Pedro, miércoles 5 de junio de 2013).

Un concepto clave de Papa Francisco, repetido en múltiples ocasiones desde la misa de inauguración de su ministerio petrino, es el concepto de «custodia» de la tierra, por una parte tomando como referencia el «Así sea» creativo de Dios y por otra la alabanza a la creación por Francisco de Asís. De hecho, es exactamente con estas palabras que el Papa comenzó su pontificado el 19 de marzo de 2013: «la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos».

De ahí la invitación: «seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro». El «dominio» de la tierra que Dios garantiza al hombre no es el de ser dueño, que es sólo Dios, Señor del cielo y de la tierra, sino el de la custodia y administración. Los buenos administradores tratan a la naturaleza con respeto, proporcionando un estilo de vida sencillo y sobrio, lo que contribuirá a preservar el medio ambiente a las generaciones futuras.

El Papa Francisco retomó estas primeras palabras como Pontífice en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: «Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones». (EG 215). La condena del sistema «que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta». (EG 56). Consecuentemente, «ésta es la primera respuesta a la primera Creación: custodiar la Creación, hacerla crecer». (Homilía, Santa Marta 9 de febrero de 2015).

Sumando su voz a la de sus predecesores – y siguiendo el modelo de la encíclica – el Papa Francisco plantea preguntas y reflexiones. Confiamos en que muchos, aceptando el reto en términos de fe y de decisiones operativas, están profundamente agradecidos por el hecho de que un líder mundial ha tenido la osadía de señalar un futuro más sostenible e integrador. Y el reclamo no es para nada endeble, más bien penetrante como la Conferencia de Lima (27 de noviembre de 2014): «El tiempo para encontrar soluciones globales se está agotando. Solamente podremos hallar soluciones adecuadas si actuamos juntos y concordes. Existe, por tanto, un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de actuar».

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La Iglesia no es una «ONG verde».
Algunos sostienen que la Iglesia en general, y el Papa en particular, no deben entrar en el debate. Aquellos que más se oponen a determinados hallazgos científicos sobre el cambio climático parecen ser también los más favorables a la continua explotación de los combustibles fósiles.

Se podría aducir que el Papa tiene cosas más importantes de las que preocuparse que el medio ambiente. Su tarea de pastor debería ser – alegan – la salvación de las almas. Algunos podrían pensar que la fe sea una opción no esencial al compromiso ecológico, argumento en realidad desmentido por todos los recientes Pontífices: sería como decir que los cimientos de un edificio son un adjunto opcional. De hecho, es por la fe que sabemos que somos «criaturas» y no productos accidentales o fortuitos de fuerzas ciegas o coincidencias aleatorias.

Esta preocupación no transforma la Iglesia en una «ONG verde». En cambio, debemos repetir junto al Concilio que en nuestros días el género humano se formula «preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad».

Esto requiere «dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar». (Gaudium et spes, 3).

La preocupación por la ecología humana y ambiental muestra una dimensión fundamental de la fe tal como se vive hoy en día para la salvación del hombre y para la construcción de la vida social. Por ende, se perfila como parte de la doctrina social de la Iglesia. Es por todo ello que hoy ha llegado el momento de tener una carta encíclica completa – y no sólo ciertas secciones de la misma – sobre el tema ecológico.

Hoy sabemos muchas cosas acerca del medio ambiente. Se han realizado numerosas investigaciones. Y aunque no estemos de acuerdo con algunos de los resultados, la contaminación de ríos y lagos, los monocultivos que destruyen la tierra y los medios de vida, la muerte de tantas especies causada ​​por el desarrollo humano, son todas cosas obvias, que necesitan una atención específica de los fieles.

Todos estos análisis deben ser vistos por el creyente desde una perspectiva cristiana. De hecho, después del mensaje de 1990 de San Juan Pablo II, la cuestión ya no es si los católicos deben abordar temas de la ecología en una perspectiva de fe. La verdadera pregunta a la que se enfrentan todas las sociedades, incluidas las comunidades cristianas, es acerca de cómo debemos hacerlo.

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El peso de la encíclica en el proceso global actual. La ciencia ha dado lo mejor de sí, recogiendo la mayor cantidad de datos posibles, encauzando colaboraciones entre muchos conocimientos especializados, aunando las competencias recíprocas, llegando a una opinión unánime y aportando sugerencias.

Las preguntas son numerosas. ¿Es el cambio climático antropogénico, es decir debido al hombre? ¿O es un proceso cíclico de la naturaleza? ¿O tal vez es causado por ambos? Y, sea cual sea la causa, ¿se puede hacer algo?

Lo que es indiscutible es que nuestro planeta se está calentando. De hecho, el informe de síntesis de noviembre de 2014 del Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, fue muy riguroso. Thomas Stocker, copresidente del Grupo de Trabajo 1 del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), comentó: «la atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto invernadero han alcanzado niveles sin precedentes en los últimos 800.000 años» (http://www.un.org). Esta es la opinión unánime de más de 800 científicos del IPCC, y representa un enorme desafío. Ahora les toca a todos, aunque la mayoría no son científicos, sacar conclusiones y actuar.

Papa Francisco, preparando su encíclica, se enfrenta al reto de reconocer adecuadamente la perspectiva científica sobre el cambio climático, sus causas y consecuencias y las soluciones necesarias. El líder de la principal religión del mundo se valdrá de su fe, de la doctrina de la Iglesia, y de las mejores informaciones y mejores consejos disponibles, demostrando que es nuestra la tarea de recoger y depurar la información, juzgar, tomar decisiones, actuar.

Éste es su objetivo: no sólo especular ni comprometerse con una u otra teoría, sino invitar a las personas de buena voluntad a tomar conciencia de sus responsabilidades con las generaciones futuras, y actuar en consecuencia. Los creyentes tienen una razón más de ser buenos administradores del don de la creación puesto que saben que es un don de Dios.

No es preciso ser científicos del clima para cumplir con sus responsabilidades ambientales, como creyentes que habitan la tierra. El debate luego será bienvenido.

No se trata de hacer campañas para salvar a unas raras especies animales o vegetales – algo de por sí importante – sino de asegurarse de que cientos de millones de personas tengan agua limpia para beber y aire limpio para respirar. Esta es una seria responsabilidad moral a la que no se puede escapar. La falta de respuesta sería un pecado de omisión.

El oportuno momento de la nueva encíclica es significativo: el 2015 es un año crucial para la humanidad. En julio, las naciones se reunirán en Addis Abeba en ocasión de la Tercera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo. En septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas debería encontrar un acuerdo acerca de un nuevo conjunto de objetivos para el desarrollo sostenible, que deberían ser válidos hasta el 2030. En diciembre, la Conferencia sobre el Cambio Climático en París alcanzará los planes y los compromisos de cada gobierno para frenar o reducir el calentamiento global.

Por lo tanto, los meses del 2015 son cruciales, por las decisiones relacionadas con la custodia o la gestión de la tierra y el compromiso real con el desarrollo internacional y el bienestar humano. Es por eso que, durante su vuelo a Manila, el Papa Francisco dijo: «Lo importante es que haya un poco de tiempo entre la aparición de la Encíclica y el encuentro de París, para que sea una contribución. El encuentro de Perú no ha sido un gran qué. Me ha defraudado la falta de coraje: se han quedado a medias. Esperemos que en París sean más decididos los representantes para avanzar en este tema».

Debemos preguntarnos entonces: ¿en qué condiciones nos posicionamos frente a estos desafíos de la ecología y el cambio climático? Un momento negativo, alguien podría decir, la avaricia, la estupidez, el descuido y el orgullo del hombre han causado tanto daño irreversible, hasta el punto de que estamos en el umbral de la autodestrucción. La humanidad destruye el planeta, su único hogar.

Pero tal vez haya otra forma de ver la época actual. Hasta hace poco, la naturaleza con sus poderosas fuerzas y sus procesos misteriosos, parecía estar completamente al mando de la merced de una familia humana, que luchaba por sobrevivir y ganarse la vida. No obstante, aunque esto sigue siendo cierto para la mayoría, los más vulnerables, en su conjunto la familia humana es impulsada por la crisis climática a crecer y asumir un nuevo tipo y un nuevo grado de responsabilidad. Benedicto XVI había hablado de una buena ocasión para discernir y proyectar de un modo nuevo. Por primera vez, de un modo juicioso, tenemos que ejercer una responsabilidad común para la tierra, nuestro hogar común.

Intentamos repetir hoy lo que Civiltà Cattolica escribió hace un cuarto de siglo: «Por último, sólo buscando con humildad dentro de nosotros para combatir con el lado oscuro de nuestro ser, encontraremos la valentía y los recursos para tener misericordia hacia los demás, hacia las generaciones futuras, hacia la tierra y todas sus criaturas. Sólo mediante el reconocimiento y la aceptación de nuestras contradicciones y heridas, nuestro deseo aparentemente incontestable por el poder, la riqueza y el dominio perderá poco a poco fuerza. Desde esta perspectiva, el problema ambiental se revela fundamentalmente un problema humano, un problema de la conversión continua y de la auténtica humanización» (J. McCARTHY, «La Conferenza Mondiale di Rio su ambiente e sviluppo» (La Conferencia Mundial de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo) en Civ. Catt. 1992 IV, 560-577).

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En busca de las implicaciones ecológicas de nuestra fe.
Nunca antes en la historia, el Santo Padre y la Iglesia han tenido un rol tan relevante en un amplio proceso global en curso. Más en general es cierto que hoy en día «La religión - como dijo el Patriarca Bartolomé entrevistado por nuestra revista - es probablemente la fuerza más dominante y poderosa de la tierra. De hecho, no sólo la fe juega un papel clave en la vida personal de cada uno de nosotros, sino que también desempeña un papel vital como fuerza de movilización social e institucional» (A. SPADARO, «Intervista al Patriarca Ecumenico Bartolomeo I» (Entrevista con el Patriarca Ecuménico Bartolomé I), en Civ. Catt. 2015 II 3-16,7). Es por ello que la ecología es un tema profundamente ecuménico (ibídem, 11s) y también interreligioso, como el mismo Pontífice ha reconocido durante el vuelo a Manila el 15 de enero 2015.

Ya al final de la Cumbre de Río en 1992, nuestra revista afirmó la importancia espiritual y religiosa del tema ecológico: «Los recursos espirituales de la humanidad son multíplices y profundamente arraigados. Sólo sondeando con valentía la riqueza de las tradiciones religiosas de cada sociedad, la humanidad puede aspirar a lograr el entendimiento y la visión moral para avanzar realmente juntos en el camino común de la salvación de la Tierra y de la humanidad. Será una empresa conjunta, mientras damos nuestros primeros pasos hacia la dura tarea de preguntarnos críticamente en busca de las implicaciones ecológicas de nuestra fe (McCARTHY, «La Conferencia Mundial de Río...», ibídem).

Este enfoque espiritual y religioso (véase G. SALVINI, «Scienza e religioni di fronte all’ambiente» (La ciencia y las religiones de cara al medio ambiente), en Civ. Catt. 2002 III 151-163) se aplica radicalmente a los cristianos.

En el momento de la ofrenda de la Eucaristía, el celebrante dice siempre: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros Pan de vida».

Esta oración familiar expresa las relaciones dinámicas en la que vivimos y actuamos, recibimos y damos, oramos y trabajamos. En estas palabras encontramos todo el universo, la tierra fértil y un poco de pan, la generosidad de Dios y el trabajo del hombre y nuestra oferta.

Para el creyente, el nuestro es un «ambiente divino» – según la famosa definición del antropólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin – es decir un mundo interpretado como un lugar de unión con Dios, entendido crísticamente y vivido en el plano de la fe. Debemos redescubrir una «visión eucarística del mundo» en la forma en la que nos propone, por ejemplo, el Metropolitano de Pérgamo (Véase I. ZIZIOULAS, Il creato come eucaristia. Approccio teologico al problema dell’ecologia (La creación como Eucaristía. Enfoque teológico al problema de la ecología), Magnano (Vc), Qiqajon, 1994), lo que no deja lugar a una dicotomía rígida entre lo natural y lo sobrenatural.

En espera de la Carta Encíclica del Papa Francisco nos sustenta saber que «El Espíritu actúa en cada uno de los elementos del universo, llena todo el Universo con la gloria y el poder de Dios, y anima nuestros corazones de entusiasmo por todo lo que es creativo, bueno, justo y noble» (The Churches Responsibility (La Responsabilidad de las Iglesias), Carta del Consejo Mundial de las Iglesias, 1992).
La Civiltà Cattolica

En el vídeo, el cántico Laudato si´ de San Francisco de Asís

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