La Invención de la Santa Cruz
De una invención, nunca mejor dicho.
La Invención de la Santa Cruz. 3 de mayo.
Esta festividad conmemoraba el hecho del hallazgo de la verdadera cruz en la que habría sido crucificado el Señor. Es decir, que trata del supuesto hecho histórico, más allá de las implicaciones litúrgicas y teológicas de esta festividad. Ha sido eliminada del Calendario Universal, aunque puede celebrarse allí donde haya arraigada devoción. Para hablar de esta memoria apropiadamente habría que diferenciar dos cosas: la leyenda comúnmente conocida de la Invención, y los datos que nos da la historia. Y entre ambas, además sucesos poco fiables y fechas incorrectas, hay varias contradicciones.
I. El rastro documental.
Sobre la Cruz del Señor, la referencia más antigua que tenemos la hallamos en San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo), el cual siendo sacerdote, tenía entre sus deberes instruir a los catecúmenos de la ciudad. En algunas de estas enseñanzas, Cirilo menciona "el madero de la cruz verdadera, que se ve entre nosotros en el día de hoy". Más tarde, en 351, siendo ya patriarca de Jerusalén, escribe al emperador Constancio, afirmando claramente que "el madero de la salvación, fue encontrado en Jerusalén". Sobre la misma época San Juan Crisóstomo (27 de enero, traslación de las reliquias a Constantinopla; 30 de enero, Synaxis de los Tres patriarcas: Juan, Gregorio y Basilio; 13 de septiembre, muerte; 13 de noviembre, Iglesia oriental; 15 de diciembre consagración episcopal) hace referencia en su homilía 58 al hallazgo de la Cruz, y que fue identificada por el "títulum", pero ni hace referencia a los clavos, ni mucho menos a que fuera hallada por Santa Helena (13 y 18 de agosto).
Rufino, que vivió en Jerusalén entre el 374 y el 397, amplió en el año 400 la “Historia Eclesiástica” de Eusebio. En los capítulos 7 y 8 es donde se menciona por primera vez que dicha Invención o hallazgo habría ocurrido de tal manera: Sobre el Calvario se había construido un templo a Venus, para borrar la veneración a aquel sitio por los cristianos. Así que el sitio era conocido por todos como el del Calvario. Dice que Helena destruyó el templo, cavó entre las ruinas y encontró tres cruces, junto con el "títulum", pero que este estaba aparte de las cruces, y no se podía identificar la del Salvador. Entonces, por consejo de San Macario, patriarca de Jerusalén, se tocó a un enfermo con las tres cruces, y al ser sanada con el contacto de una, se decidió que era la cruz de Cristo. También se encontraron los clavos, de los que dio dos a su hijo Constantino, el cual puso uno en la brida de su caballo, y otro en su corona. También relata que Elena envió una parte de la cruz a su hijo, mientras el resto se conservó en un cofre de plata en Jerusalén.
Esta leyenda sería ampliada en 488 por el presbítero Sócrates, en su ampliación de la “Historia Eclesiástica” (I, capítulo 13): agrega que Constantino colocó el fragmento de la cruz que le dio su madre en un pilar de pórfido en el foro en Constantinopla (o sea, que NO lo llevó a Roma). Y se añade el detalle de que, durante el viaje por mar de regreso a Roma, se levantó una tempestad, Helena ató un clavo con una cuerda, lo lanzó al mar y este se calmó. Sozomeno, sobre la misma fecha, añade algunos detalles más, como que el lugar del Sepulcro del Señor fue descubierto por medio de un judío, cuyo padre le había dicho dónde estaba, y que la verdadera cruz fue distinguida de las otras dos la curación de una mujer enferma (ya no es un hombre), sino también por la vuelta a la vida de un muerto. La más solemne referencia al hallazgo de la cruz por Santa Helena, la hace San Ambrosio de Milán (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración episcopal) en el sermón fúnebre por el emperador San Teodosio I (17 de enero), dando el hecho por histórico sin dudar.
Y desde ahí hasta hoy. Como suele suceder, a una referencia sencilla en origen, se van añadiendo detalles minuciosos, que convierten el hecho en una leyenda estrafalaria y llena de sin sentidos. Así nacieron las “Actas de Ciriaco”, un judío llamado Judas y asistente al hallazgo, que se convirtió (y se puso de nombre Ciriaco) al ver los prodigios de la Santa Cruz. También se inventó una carta apócrifa del papa San Eusebio (26 de septiembre) a los obispos de Campania y Toscana, que dice: "La cruz de nuestro Señor Jesucristo, ha sido descubierta recientemente (…) el 4 de mayo. Mando a todos celebrar solemnemente el día mencionado la fiesta de la Invención de la Cruz". Anastasio el Bibliotecario, en su "Vidas de los Papas", al relatar la vida de San Eusebio, dice: "En su tiempo se descubrió la cruz de nuestro Señor Jesucristo el 4 de mayo, y Judas fue bautizado, que es el mismo es Ciriaco."
En el siglo V, el historiador armenio Moisés de Khorene dice que "Constantino envió a su madre, Elena, a Jerusalén, a fin de que pudiera buscar la cruz; Elena encontró el madero salvador, junto con cinco clavos". En el siglo VIII, San Andrés de Creta dice que todo ocurrió en el 303, y da una versión interesante: Santa Elena arrojó al judío Judas a un pozo, y lo mantuvo allí ayunando hasta que confesó cual cruz era la verdadera. Ya convertido a la fe cristiana, Judas (aquí no cambia de nombre) fue sacerdote y obispo de Jerusalén.
Hay que decir que en el siglo V ya se sospecha de esta leyenda en el decreto "Recipiendis de Libris", atribuido al papa San Gelasio I (20 de noviembre). Se dice claramente que aunque se pueden leer "los escritos sobre el hallazgo de la cruz y otras novelas sobre el hallazgo de la cabeza de Juan el Bautista, que son romances y algunos de ellos son leídos por católicos; pero cuando éstos lleguen a las manos de católicos, debe considerarse primero lo que dijo el Apóstol Pablo: ‘Examinad todas las cosas, reteniendo lo que sea bueno’". Pero sin embargo, el "Corpus Iuris Canonici", una falsificación atribuida a San Isidoro, en un apartado llamado "De inventione Crucis", tilda estos relatos de apócrifos y modernos; y manda que no deben ser leídos por los católicos. Pero en vano llega la prohibición, pues ya gustaban del pueblo, eran leídos en la liturgia que ya desde antiguo conmemoraba el “hecho” del hallazgo. Las antífonas de Laudes en la fiesta de la Invención de la Cruz, en el Breviario de Tréveris, son un ejemplo. Toman datos de las obras apócrifas llamadas "romances" en el "Recipiendis de Libris", siendo esta es la única reliquia literiaria que permanece en un oficio litúrgico.
Y ya entramos en plena Edad Media, cuando estas leyendas fueron aceptadas y aumentadas por muchos de los cronistas medievales, como Regino de Priim (siglo X), quien dice “La cruz de nuestro Señor fue encontrada por Judas, pero, como se lee en los Hechos de los Romanos Pontífices, fue en virtud de Constancio, el padre de Constantino, y se descubrió mientras que Eusebio fue el Papa de Roma. Este Judas era el hijo de Simón, hermano de San Esteban, el primer mártir, y nieto de Zacarías. Judas había oído de su padre Simón el sitio de en que se hallaban la cruz y la tumba, y fueron y lo revelaron a Santa Helena. Judas fue bautizado con el nombre de Ciriaco, por el papa Eusebio, o como algunos dicen, por el Papa Silvestre”. O sea, que un sobrino de San Esteban aún vive ¡trescientos años después de Cristo, cuando supuestamente fue hallada la cruz!
II. Objeciones a la leyenda de la Invención.
La primera y más importante dificultad con que se enfrenta la “invención” es que Eusebio, que vivió en el momento en que se dice fue hallada la cruz y que, ciertamente, narra la expedición de Helena a Tierra Santa en su “Vida de Constantino”, ¡no menciona para nada el hallazgo de la cruz! Es impensable que un suceso como ese no fuera registrado por él, habiendo narrado la construcción de una iglesia en Belén y otra en el monte de la Ascensión por obra de Helena. Y más aún: en el año 335, Eusebio que está presente en la dedicación de la iglesia de la Anástasis (la Resurrección), narra toda la ceremonia y describe el lugar, pero no hace una sola mención de la Cruz.
Por si fuera poco, se conserva el manuscrito original de un peregrino anónimo de Burdeos, que visita los Santos Lugares en el año 333. Describe las reliquias veneradas, como la mancha de sangre de San Zacarías (5 de noviembre) en el sitio de su martirio, la Columna de la Flagelación, y hasta una palma de la que se arrancaron ramos el Domingo en que Cristo entró a Jerusalén, pero no dice una palabra sobre la Santa Cruz, por lo que hay que deducir en este año, aún no se conocía dicha reliquia. Si Constantino murió en 337, el descubrimiento tenía que haber ocurrido entre el 335 (fecha de la visita de Eusebio) y el 337, pero sucede que el viaje de Helena a Jerusalén ocurrió entre el 326 y el 327. Por tanto, fue posterior a ellos (Helena, Constantino y Eusebio) cuando dicha Cruz fue inventada y venerada. Ya lo era en 345, como leímos antes el testimonio de San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo) que menciona en sus catequesis la presencia de la Cruz, sin nombrar a Santa Helena. Sólo confirma la existencia y conocimiento de la Vera Cruz, que no es poco. Así que si dicha cruz hubiera sido llevada inventada y llevada a Roma por Helena y Constantino, no tendría sentido que Cirilo mencionara, casi 30 años después, la presencia de la cruz en Jerusalén al hijo de Constantino, pues Constancio y Roma entera lo habrían negado. Ya en el siglo IV, Egeria, la gran peregrina, narra la liturgia de la Basílica del Santo Sepulcro, y los oficios en torno a “la cruz”, teniéndola todos allí por la Vera Cruz.
III. Breves consideraciones sobre la Cruz:
Conociendo un poco de historia y costumbres, tanto romanas como judías, se puede aseverar con bastante certeza que la cruz de Cristo nos es totalmente desconocida. Las cruces eran instrumentos usados una y otra vez, hasta que fueran inservibles, y aun así, hasta de leña servirían. Cristo fue crucificado en una cruz usada muchas veces antes y después de él. Una más. Es impensable que los apóstoles o discípulos la recogieran y escondieran, sabiendo como sabemos la aversión de los judíos a la sangre y a todo lo que tocara la sangre. Los apóstoles provenían del mundo judío y no hay que presuponer una veneración especial hacia el instrumento del martirio de su Maestro.
Por otro lado, el madero vertical solía estar clavado, por razones prácticas en el sitio del tormento, el reo solo llevaba el madero transversal. Así que sería más difícil aún que ambos maderos permanecieran juntos, cuando debieron usarse en múltiples ocasiones y no siempre formando ambos una misma cruz, sino que en ocasiones un madero formaría parte de una cruz, y otra vez de otra. Los clavos, como cualquier instrumento, eran muy preciados, por lo que también se usaban repetidas veces, afilándolos cuantas veces fuera necesario y se pudieran usar. Y siendo de hierro, es de pensar que sería muchas veces.
IV. La Veneración a la Cruz y sus reliquias.
Hasta hace unos años, como dije al inicio, existían las dos fiestas en el Calendario Universal. El 3 de mayo, se celebraba esta Invención de la Santa Cruz, y el 14 de septiembre se recordaba la Exaltación de la Santa Cruz, a partir de su recuperación de manos persas y su entrada triunfante en Jerusalén, en manos del emperador Heraclio, en 628. Pero curiosamente, el emperador eligió este día para entrar la Cruz por una memoria a la Santa Cruz que ya se celebraba previamente. Supuestamente se le fundió con la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre), aunque hallamos el caso de México, donde es la fiesta del 14 de septiembre la que pasa desapercibida, por el profundo arraigo de la fiesta de la Invención. Actualmente, más que al hecho histórico del hallazgo o la recuperación de la cruz material, la fiesta del 14 de septiembre hace referencia (con sus oraciones y lecturas), a la necesidad del sacrificio redentor de Cristo, y no tanto a la cruz, como instrumento, sino mas bien como signo. Aparte, existían otras fiestas de las iglesias particulares, como la Vera Cruz de Liébana, la de Caravaca, o la que celebraba la victoria de las Navas de Tolosa, a 17 de julio.
Sobre las reliquias relacionadas con la cruz y su veneración, me gustaría comenzar con este texto, que aclara muy bien el origen y desenlace de la excesiva devoción por las reliquias, que sin duda fue lo que movió a crear la leyenda del hallazgo de la Cruz:
(...) El deseo, pues, de los fieles por las santas reliquias, les hacía no aplicarse a examinar su autenticidad, atendiendo más que a ella a contentar su devoción. La Historia Eclesiástica nos da muchos ejemplos de esta desarreglada devoción: un soldado deseando vivamente tener algunas reliquias de Santo Tomas de Canterbury, las iba buscando por todas partes: un presbítero embustero le dio el freno de un caballo, haciéndole creer que era el mismo de que se servía el Santo; este soldado lo recibió con mucha devoción, e hizo edificar una Iglesia, y en ella puso por reliquias el freno que este mal sacerdote le había dado. (...) A vista de estos fraudes, y de una multitud que se omiten (...) no solo resultaba que un particular fuese engañado , recibiendo una reliquia falsa por verdadera, sino que este error pudo extenderse a otros muchos, los cuales en adelante darían culto á aquella misma reliquia supuesta o falsa que había recibido el primero sin discernimiento alguno. (...) Hemos relacionado hasta aquí algunas de las causas por las que han llegado a hacerse inciertas o dudosas algunas de las reliquias; pero no faltan otras. Las desgracias de los tiempos, las sediciones domésticas y guerras extranjeras, el furor de los paganos y herejes, enemigos de la Iglesia, los incendios y otros estragos semejantes, han sido causa de que las Iglesias pierdan las reliquias verdaderas o su memoria, y se hayan supuesto por el tráfico y comercio de otras falsas. (...) Cualquiera puede reflexionar, si a vista de todo lo expuesto, será juicio temerario el decir que en algunas Iglesias habrá de estas reliquias supuestas o falsas, a las que a título de su antigüedad se les da culto religioso, (...) y aunque la Iglesia nuestra Madre ha tomado serias y acertadas providencias para evitar el que se de culto religioso a reliquia alguna antes de constar con certeza moral de su identidad; por lo que hace a las antiguas, no ha prohibido el que si se descubren prudentes fundamentos que las hagan inciertas o dudosas, o apócrifas; o se suspenda su culto, o que cada uno siga la opinión que le parezca más conforme á la verdad de las reliquias". ("Disertación Teológico-Canónica, en la que se trata de las reliquias de los santos y de las condiciones necesarias para que puedan exponerse a la pública veneración" Pbro. Francisco Couque, Capítulo XVIII)
Y ahora así vamos a las reliquias de la Pasión:
1. Los clavos: Hallados los clavos por Santa Helena, pues le dio uno a Constantino, y este lo habría fundido y puesto en los arreos de su caballo, como protección, y del que por una parte se dice que se encontraba inserto en la corona del rey de Lombardía, pero no hay documentos anteriores al siglo XVI que avalen esto. Por otra parte, se dice que es el que se venera en la catedral de Carpentras, Francia, donde tuvo fama de milagroso, dedicándole una fiesta propia "El Santo Clavo", el 2 de mayo. Es un estribo de caballo del siglo IV, que se habría venerado en Santa Sofía, Constantinopla, se perdió y fue "inventado" en el siglo XIII, y llevado a Carpentras por Isnard, su obispo. Y, por si fuera poco, esto mismo se dice del venerado en Aix, que también habría pertenecido a Carlomagno. Y exactamente se repite del de Hofborg, Austria. El segundo lo habría llevado consigo Helena a Roma, y durante ese viaje, para librarse de una tormenta, lo habría arrojado al mar Adriático atado de una cuerda. Apenas tocó el agua, la tormenta se calmó. Sería el venerado en Roma, pero desde la Edad Media se venera en Viena uno del que se dice es este arrojado y rescatado de las aguas. El tercero se habría quedado en Jerusalén, y se venera en la actual iglesia de la Santa Cruz.
Pero, como suele suceder con las reliquias lejanas en el tiempo, los clavos se han multiplicado hasta contarse más de 50, dispersos por el orbe cristiano. Es muy importante decir que a partir del siglo XI sugió la costumbre de hacer copias de los tenidos por originales (a saber, el de Roma, de Jerusalén, de Viena o de Milán) y a distribuirse por diversas iglesias y catedrales. Incluso es factible que contuvieran limaduras de los "verdaderos". Se veneraban como como réplicas de los “verdaderos”, y así constaba, hasta que el tiempo, la devoción y el interés por poseer reliquias auténticas los convirtieron en los auténticos. San Carlos Borromeo (4 de noviembre), en cuya catedral de Milán, reposaba uno de los clavos verídicos (?), hizo réplicas exactas para donarlos a algunas iglesias. Por ejemplo, constan como réplicas emanadas de Milán el de los carmelitas de Clermont, el de las clarisas de Venecia o el de la iglesia de San Antonio de Torricelli.
Otros clavos tenidos por los verdaderos son los de Torno, junto al lago Como; la capilla ducal de Venecia; la capilla palatina de Madrid (que salió ileso en el incendio de 1734, según Croisset. Cosa nada rara, siendo de hierro), la iglesia de San Patricio de Nápoles; la iglesia del Santísimo Redentor de Spoleto; el monasterio de San Lorenzo del Escorial (que en realidad se supone sea uno de los copiados por San Carlos), la catedral de Bruselas. Se veneraban en cuatro sitios de Colonia: una réplica en la Cartuja y tres porciones de uno "verdadero" en tres iglesias; ninguno está al culto hoy en día. En la catedral de Notre Dame de París se veneraban públicamente nada menos que ¡los tres clavos auténticos! hasta el siglo XIX, pues al regresar de la Exposición Universal de Londres en 1862 fueron guardados. Otros más se hallan en Siena, Colle, Jerez, Catania, Andechs, Tréveris, Toul, Cracovia y otros sitios. En la "Sainte Chapelle" de París, sobre la que regresaremos luego, se guarda uno que, según su leyenda propia, es el que Helena tiró al mar, pero regresó solo, flotando sobre las aguas.
2. La Corona de Espinas: Su Invención no aparece en la leyenda de Helena, hay que decir que su rastro se tiene desde el siglo VI, pero se pierde en la historia, para reaparecer en el siglo XIII, cuando el rey San Luis IX (25 de agosto) la obtiene de manos unos venecianos, que a su vez, la habían obtenido del emperador de Constantinopla, luego que este la empeñara por unas deudas. San Luis la introdujo en Francia en 1239, y le construyó una maravillosa iglesia gótica, la "Sainte Chapelle", consagrada en 1248, y donde pasaba largos ratos venerando la preciada reliquia. Tanto, que ha pasado a ser parte de su iconografía. Esta corona, actualmente en Notre Dame, tiene su festividad propia el 11 de agosto, mientras que en Colonia se celebra a 4 de mayo, por influencia de la Orden Teutónica. Otra corona, casi completa, se veneraba en Santa Cruz de Roma, pero también tienen trozos Santa Praxédes, San Marcos, el Vaticano, San Juan de Letrán, y otras iglesias. Otro pedazo, junto a algunas espinas, se conserva en Notre Dame en París.
Espinas sueltas (de las que de casi todas se dice vienen de la de San Luis) pues tenemos para sembrar un zarzal: Solo en España: Una en Santa María del Pi de Barcelona, con capilla propia del siglo XVI; una en las clarisas de Zaragoza, y otra en la abadía de Husillos. El monasterio de Nuestra Señora de Montserrat tiene dos, y el Escorial once. En Basilea se veneraban cinco, a las que para probar su veracidad, fueron echadas al fuego, ardiendo tres de ellas y quedando intactas las otras dos, que fueron veneradas por verdaderas. Una en la colegiata jesuita de Stonyhurst, Inglaterra. Y otras más por ahí.
3. El "titulum": Se venera en Santa Cruz de Roma. Pero hay otros en Austria, Alemania y otras zonas de Italia.
A 3 de mayo además se celebra a
Santos Timoteo y Maura, esposos mártires.
Santos Alejandro y Antonina, mártires.