Las cifras españolas han causado estupor
En el colapso demográfico pesan más los factores culturales que los económicos: dos casos chocantes
Ha causado conmoción el dato frío de que en España el número de nacimientos ha caído un 40% en una década. No es nada nuevo: en todo Occidente los signos de un hundimiento demográfico acelerado llevan detectándose desde hace años. Suelen alegarse razones económicas (la crisis) o laborales (precariedad), pero cada vez es más evidente que las razones de fondo son culturales, esto es, afectan a las motivaciones profundas de nuestras decisiones tal como son socialmente alentadas o reprobadas.
En un reciente artículo en The Public Discourse, el economista especializado en demografía Lyman Stone demuestra, con un ejemplo histórico sorprendente, la importancia crucial de ese factor.
¿Qué hace que la gente tenga bebés? El vínculo entre valores culturales e índices de natalidad
A lo largo de los siglos XIX y XX sucedió algo increíble: la gente empezó a tener menos hijos. Muchos menos. País tras país, las mujeres pasaron de tener de cuatro a ocho hijos a menos de tres y, en muchos casos, a menos de dos.
¿Qué causó este descenso en la natalidad? ¿Acaso los cambios en el índice de mortalidad infantil y la esperanza de vida hicieron que los padres desearan tener menos hijos? ¿Acaso el aumento en el rendimiento del capital humano cambió la estrategia -óptima- de tener hijos? ¿Acaso el descenso fue causado por una exposición cada vez mayor a productos químicos tóxicos resultado de la industrialización?
Biólogos, economistas y sociólogos han propuesto, en distintas ocasiones, todas estas explicaciones, y muchas más. Pero aumentan los datos de las investigaciones económicas que ofrecen una explicación decididamente antropológica para la natalidad: tiene que ver con la cultura. La gente tiene los hijos que tiene no sólo debido a su búsqueda de la felicidad, a los beneficios económicos o a la mera biología, sino también por cómo los sistemas culturales y de valores han conformado su comportamiento.
Es fácil concretar los lazos entre cultura y natalidad en las culturas más "primitivas". Por ejemplo, en los distintos grupos étnicos chinos del mundo, los índices de natalidad aumentan en años que son más afortunados según el zodíaco chino, como los años del Dragón. En casi todos los países, la natalidad cae bruscamente alrededor de los días festivos principales. En Estados Unidos también cae bruscamente en días considerados de mal augurio, como el 1 de abril o el viernes 13. Pincha aquí para leer el artículo donde he catalogado estas y muchas otras interacciones entre cultura y natalidad.
Sin embargo, ¿pueden los factores culturales explicar los grandes cambios en la natalidad? Es indudable que un cambio en los valores culturales puede determinar en ocasiones el momento en el que una pareja decide tener un hijo, o que podemos modificar un poco la tendencia en los índices de natalidad. Pero ¿puede una sacudida arbitraria a los valores sociales desencadenar realmente un cambio histórico desde el punto de vista demográfico como el observado en la llamada "transición demográfica"? El nuevo estudio llevado a cabo por Brian Beach y W. Walker Hanlon nos dice que sí.
Indignación pública - educación pública
En 1877, un par de defensores de la anticoncepción llamados Charles Bradlaugh y Annie Besant publicaron un libro escrito por un defensor del control de la natalidad americano llamado Charles Knowlton, violando así las leyes de censura de la época en Gran Bretaña, que prohibían la difusión de información sobre la anticoncepción. Se convirtió en uno de los casos judiciales más notorios del siglo XIX. Un año después del juicio, el estable índice de natalidad de Gran Bretaña había empezado a caer.
Los autores del estudio demuestran que este descenso no era aleatorio: era más severo y empezó antes en los distritos ingleses en los que los periódicos prestaron más atención al juicio contra Bradlaugh-Besant. Más cobertura del juicio por parte de los medios de comunicación significó acelerar el descenso de la natalidad, a pesar del hecho de que prácticamente ninguno de los medios de comunicación incluía ningún debate sobre los métodos anticonceptivos. Además, los métodos principales de control de la natalidad publicitados por el folleto no tenían mucha validez científica. En otras palabras, el folleto no mejoró realmente la bibliografía existente sobre el control de la natalidad, sólo cambió las cosas sobre las que la gente quería hablar.
Annie Besant (1847-1933), fue feminista e impulsora del ocultismo y del yoga.
Al dar publicidad a la controversia, los medios de comunicación de la época convirtieron un tema que antes era "obsceno", en un tema normal de conversación. De repente, la gente podía hablar de control de la natalidad y de anticonceptivos. A pesar de que los métodos anticonceptivos que se estaban publicitando no funcionaban, la gente comprendió los mecanismos de cómo se concebían los niños y podía usar estrategias para evitar la concepción. Al mismo tiempo que se celebraba el juicio, se creó un grupo llamado la Sociedad Malthusiana: fue la primera organización pública de planificación familiar en Gran Bretaña y tenía la misión explícita de limitar el crecimiento de la población. Todo esto introdujo un cambio cultural enorme: antes del juicio Bradlaugh-Besant, el debate público en Gran Bretaña daba por sentado que las mujeres no podían ejercer control sobre su fertilidad. Sencillamente, era un fenómeno natural, ordenado por el Dios de la naturaleza.
Sin embargo, los autores no se limitaron a demostrar los efectos del juicio Bradlaugh-Besant sólo en Inglaterra. Fueron más allá. Demostraron que el juicio tenía efectos secundarios: entre los habitantes anglófonos de Canadá, que empezaron a tener índices de natalidad más bajos respecto a sus vecinos francófonos; entre los habitantes anglófonos de Sudáfrica, que empezaron a tener un gran descenso de la natalidad en comparación con sus vecinos Boer de lengua holandesa; entre los emigrantes británicos en Estados Unidos, que empezaron a tener grandes bajadas en el índice de natalidad respecto al resto del país; e incluso en Australia, donde los índices de natalidad empezaron a bajar repentinamente. De hecho, el juicio Bradlaugh-Besant tuvo consecuencias culturales allí donde fue un titular, lo que significaba básicamente en todo el imperio británico, ya que la gente leía los periódicos ingleses.
Obviamente, fue sólo una de las muchas controversias que hubo sobre el control de la natalidad en el mundo en los siglos XIX y XX, con dinámicas que se repetían una y otra vez: activistas que empujan para cambiar las normas sobre la natalidad, el público que responde ultrajado; pero la ventana Overton de los discursos aceptables ha cambiado, y lo ha hecho en parte gracias a las reacciones de los conservadores.
En el caso británico parece estar bastante claro que la transición demográfica estuvo desencadenada por un hecho cultural específico: un notorio caso judicial que ponía en duda las normas culturales sobre si la gente tenía derecho a gestionar y controlar su deseo de tener hijos.
Una revolución de ideas
La economía no es el único motivo por el cual la gente desarrolla sus preferencias respecto a la natalidad. Otro estudio reciente de Guillaume Blanc y Romain Wacziarg abordó esta cuestión desde una perspectiva diferente. En lugar de centrarse en un único hecho específico, este estudio proporciona una detallada interpretación económica e histórica del pueblo francés Saint-Germain-d'Anxure.
Francia experimentó su transición demográfica mucho antes que el resto del mundo, una anomalía que ha atraído la atención de la investigación durante muchos años. Al examinar con detalle una sola comunidad con una gran cantidad de datos a disposición (gracias en parte a los certificados de nacimiento, matrimonio y muerte recopilados por la iglesia), podemos darnos cuenta de algunas cuestiones importantes. Por ejemplo, de 1730 a 1895, ¿qué causó el descenso de la natalidad en Saint-Germain-d'Anxure? ¿Fue causado por un cambio en el sistema económico, que pasó de la agricultura al mundo industrial? ¿O a un mayor acceso a la educación por parte de las mujeres? ¿A un cambio en los valores? Al mirar con detalle al modo como todos estos factores han cambiado a lo largo del tiempo, los autores pueden responder a estas preguntas.
La respuesta es asombrosa: el índice de natalidad cayó mucho antes de que cayera el índice de mortalidad infantil, antes de que aumentara la alfabetización, antes de que disminuyera el trabajo relacionado con el campo, antes de cualquier cambio en la movilidad económica se hubiera establecido. Ninguna de las explicaciones convencionales que se pueden dar para las causas del descenso de la natalidad explican el caso de Saint-Germain-d'Anxure. La explicación más plausible tiene relación con los valores culturales: el índice de fertilidad cayó en un hijo por mujer entre 1787 y 1815, por ejemplo. Antes de este periodo revolucionario, la natalidad había ido bajando gradualmente, aunque normalmente se mantuvo estable. Después de 1815, tuvo de nuevo una subida... hasta los movimientos revolucionarios de 1848 y el principio del Segundo Imperio bajo Napoleón III, cuando volvió a bajar.
Saint-Germain-d'Anxure (Mayenne), en la región francesa de los Países del Loira: sus oscilaciones en la natalidad son incomprensibles desde los factores económicos.
En otras palabras, las condiciones políticas, la difusión de algunas ideologías y los cambios en las costumbres sociales y culturales influyeron tanto o más que las condiciones económicas. Como en Gran Bretaña en 1877, así en Francia en los siglos XVIII y XIX. La llegada de la transición demográfica y el paso de un índice de natalidad alto a uno bajo se puede explicar mejor a través del cambio en los valores culturales y sociales que en las condiciones económicas.
Las preferencias en la natalidad, hoy
Por último, se han llevado a cabo bastantes investigaciones sobre cuáles son las preferencias en la natalidad hoy en día. Muchas encuestas miden las preferencias sobre natalidad de diferentes maneras: se pregunta a los hombres y las mujeres sobre sus intenciones, planes, deseos, preferencias, ideales, anhelos... todo tipo de términos diferentes. Pero según la investigación más detallada, la pregunta más habitual tiene que ver con los ideales. Preguntar a las personas sobre sus intenciones de tener hijos es muy volátil: la inestabilidad económica y los cambios de pareja pueden tener efectos importantes en las repuestas. Pero preguntar sobre los ideales da como resultado respuestas más coherentes, y llega a la esencia de los valores culturales.
Por lo tanto: ¿qué es lo que hace más factible que la gente quiera tener más hijos? Desde luego, la religiosidad es ciertamente un factor. Pero las diferencias étnicas no vinculadas directamente a la religión también son importantes. Crecer en una comunidad rodeada de familias numerosas y de gente que defiende el propio modo de vida parece que aumenta la natalidad. Estos hallazgos se han duplicado entre los gitanos de Europa del este, los inmigrantes en Francia, las minorías étnicas en Indonesia y los afroamericanos en Estados Unidos. Crecer en un ambiente que alienta los vínculos en las familias numerosas y un sentimiento de identidad étnica o cultural ayuda a transmitir los ideales, normas y comportamientos sobre la natalidad. En resumen, hay una firme evidencia empírica de que la gente "aprende" los ideales relacionados con la natalidad de sus familiares y comunidades cercanas.
Pero no son sólo las comunidades tradicionales. Los medios de comunicación modernos pueden tener tanta influencia como los periódicos la tenían en la Gran Bretaña del 1870. Los culebrones, en Brasil, y 16 and Pregnant [Embarazada a los 16], en Estados Unidos, han causado cambios notables en el comportamiento sobre la natalidad en años recientes. El ambiente cultural sigue influenciando la natalidad, ya sea a través de la identidad étnica, los lazos familiares o el consumo relacionado con los medios de comunicación. Obviamente, las normas culturales relacionadas con la edad en que las personas se casan y tienen hijos también son importantes.
Investigaciones recientes sugieren que parte de la recuperación de la natalidad en Europa del este puede deberse a una vuelta a la tradición de los valores. Básicamente, a medida que Europa del este se ha separado del camino que lleva progresivamente al secularismo y el individualismo, su índice de natalidad ha aumentado. Los comportamientos y los valores importan. En el caso de una gran parte de Europa del este, este cambio en los valores ha estado acompañado por cambios en las creencias y las prácticas religiosas, con la religión volviendo de manera pública después de décadas de represión soviética. El final de un secularismo de estado ha llevado directamente a creencias y expresiones más religiosas y, por ende, a valores más tradicionales. Gracias a esto, ha habido una recuperación de la natalidad.
Guerras culturales
Si bien esta cuestión puede parecer una pedantería histórica, resulta que hoy en día es políticamente significativa. Ricos donantes occidentales de Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos gastan miles de millones de dólares en las antiguas metrópolis coloniales en programas que tienen como objetivo el control demográfico en el mundo en vías de desarrollo. La idea de estos programas es que ellos llenan una "necesidad que falta" en lo que atañe a la anticoncepción en los países en vías de desarrollo. Es decir, se justifican manifestando que los cambios económicos llevan a una reducción de los deseos de natalidad en la población, y para ayudar a las mujeres a conseguir esos deseos, los donantes occidentales desembolsan cantidades ingentes de dinero para comprar preservativos, píldoras anticonceptivas y para que se puedan realizar abortos. No importa si los estudios demuestran claramente que las mujeres en los países en vías de desarrollo realmente desean tener muchos hijos: los donantes occidentales saben mejor que ellas lo que les conviene.
Pero si la transición demográfica sucede en su mayor parte por el choque con la cultura y los valores, y menos debido a factores de salud o económicos, entonces todos los argumentos que justifican estos programas dejan de ser válidos. Si, de hecho, el descenso en la natalidad no está causado sólo por un cambio en las condiciones económicas, sino por hechos culturales específicos que destruyen las normas culturales anteriores y establecen unas nuevas, entonces el conjunto del proyecto de planificación familiar financiado por Occidente no es más que colonialismo cultural. Es Francia exportando sus ideas revolucionarias a través de los viejos vínculos de la dependencia colonial; es Gran Bretaña exportando las controversias del juicio Bradlaugh-Besant a los países que dominó durante generaciones.
Dicho claramente: si la transición demográfica se debe, en gran parte, a un cambio en los valores, entonces se debe entender que es un proyecto cargado de valores básicamente políticos al que, tal vez, los países o los individuos estén interesados en oponerse, o apoyarlo. Si la natalidad baja porque la mortalidad infantil baja, entonces cualquier sistema moral animará a la mayoría de la gente a aceptar el trueque. Pero la natalidad baja porque los países occidentales promocionan un conjunto de interpretaciones culturales y dicen a las mujeres de África, Asia y Latinoamérica que los hijos son antitéticos a una vida feliz, que los modos de vida de sus comunidades nacionales son anticuados y retrógrados, y que la legitimidad cultural la proporciona la emulación de los modelos de familia de los occidentales blancos, por lo que habría grandes razones para rechazar el modelo.
En realidad, ambas fuerzas están en marcha. Hay una amplia investigación que demuestra que el descenso en la mortalidad infantil, junto a una modernización económica, efectivamente reduce la natalidad, incluso sin que haya cambios en la educación, religiosidad o democratización. Pero cuando los antiguos colonizadores intervienen en los países que solían dominar, deben recordar que el descenso de la natalidad no se debe sólo a estos bienes indiscutibles: es también, de una manera bastante significativa, un proyecto de revisión cultural al que los habitantes de dichos países pueden, justificadamente, ofrecer resistencia.
Traducción de Elena Faccia Serrano.