El régimen de conciertos español se inspira en la ley Debré francesa de 1959
¿Sobrevive la educación católica a los acuerdos económicos con el Estado? El análisis de un experto
En diciembre se cumplirán sesenta años de la ley Debré, que en 1959 reglamentó la financiación por parte del Estado de los colegios privados, con la contrapartida de que cursasen el mismo currículum que los colegios públicos. Recibe su nombre de Michel Debré (1912-1996), entonces primer ministro bajo la presidencia de Charles de Gaulle. En este sistema, sin embargo, se inspiró el socialista Felipe González para establecer en España, tras un acuerdo con la Iglesia en muchos puntos similar, el régimen de los conciertos económicos de las administraciones públicas con los colegios de iniciativa social.
Tanto uno como otro han resistido el paso del tiempo y se pueden analizar ya sus efectos. El profesor Ferdinand Bellengier, experto en la ley Debré, publicó en mayo un libro en el que se centraba en un aspecto muy concreto: Los cambios en la enseñanza católica francesa en el siglo XX. Los efectos de la ley Debré y del Concilio Vaticano II.
Bellengier, profesor de Letras Clásicas, director de colegios privados y públicos en el norte de Francia y miembro de numerosos equipos negociadores con la administración, falleció en junio, a los 73 años de edad, poco después de que viese la luz esta obra. Su formación adicional como teólogo le permitió afrontar el examen de esa influencia desde los dos ámbitos: el legal y el eclesial.
"Cuando comenzamos nuestra investigación, nuestra hipótesis de trabajo era que la escuela católica no había podido permanecer fiel a la doctrina de la Iglesia sobre la educación cristiana al aceptar los conciertos con el Estado… Pero en el curso de nuestras lecturas, hemos descubierto una realidad compleja que nos ha conducido a respuestas más matizadas, debido a que en un siglo el pensamiento de la Iglesia sobre la educación ha cambiado, las escuelas católicas se han transformado profundamente bajo la influencia de los cambios sociales y la ley Debré misma ha conocido bastantes retoques desde 1959”, dice él mismo en la introducción.
Al presentar el libro en La Croix, su redactor jefe, Dominique Greiner -asuncionista, economista y teólogo, y profesor de teología moral política y social en Lille y París-, recuerda que la educación cristiana en las escuelas en la época en la que se promulgó la ley Debré hundía sus raíces en varias encíclicas de León XIII sobre educación, pero fundamentalmente en la encíclica Divini Illius Magistri de Pío XI (1929) sobre la educación cristiana de la juventud, el primer gran texto romano sobre la cuestión. Pío XII se limitaría a seguir esa línea de sus predecesores y enriquecerla.
¿En qué medida esta enseñanza magisterial se puso en práctica? El autor, a partir de los testimonios y las monografías disponibles, examina si, siguiendo a esos Papas, la escuela católica no separaba las materias profanas de la educación moral y religiosa, si intentaba formar al hombre en su totalidad, si contribuía a formar cristianos sólidos y si suscitaba vocaciones religiosas y sacerdotales. La conclusión es clara: “Nada es perfecto, pero globalmente la escuela católica antes de los años 60 parece en general aprobar el examen”, dice Greiner interpretando Bellengier.
A partir de 1959 hay dos acontecimientos importantes para la enseñanza católica, que son la ley Debré y el Concilio Vaticano II, que incluye un documento específico sobre el tema, la declaración Gravissimum Educationis sobre la educación cristiana.
La ley Debré había sido “una solución de equilibrio y de compromiso” para intentar resolver el problema educativo, que envenenaba el panorama político francés desde hacía décadas. Impuso a las escuelas privadas asociadas al Estado (concertadas) unos cambios importantes en su funcionamiento y en su organización, y, sobre todo, introdujo una ruptura profunda respecto a lo que eran hasta entonces. Hasta entonces, dice Bellengier, eran "escuelas dirigidas por la Iglesia que transmitían una educación cristiana a jóvenes bautizados, sin separar la instrucción profana de la formación moral y religiosa”. Poco a poco irían dejando de serlo.
Por un lado, el Concilio permitió a los obispos aceptar las obligaciones de la ley Debré: "Las dos condiciones principales planteadas en el artículo primero de la ley dejaron de ser un problema para la enseñanza católica a partir de 1965, al reconocer el Concilio la libertad de conciencia como un derecho inalienable del hombre, y al permitir que las escuelas católicas se abriesen a todos”, católicos y no católicos.
¿Qué ha pasado desde entonces? Que tras la Gravissimum educationis el discurso católico sobre la educación no ha cambiado mucho, que tras la ley Debré la legislación educativa francesa tampoco (al menos en lo que se refiere a la financiación), pero, "por el contrario, las escuelas católicas han evolucionado considerablemente. Se ha generalizado su carácter mixto. El profesorado se ha laicizado. La enseñanza de las disciplinas profanas se ha hecho autónoma en sus métodos y en sus contenidos y apenas se diferencia ya en nada de la que ofrecen las escuelas públicas. Los alumnos, los profesores y los trabajadores son ahora un reflejo de la sociedad francesa, esto es, diversos en sus convicciones, siendo muchos de ellos indiferentes a la cuestión religiosa. Por último, el descubrimiento de la fe cristiana solamente se propone a los alumnos o bien forma parte de una enseñanza más amplia de cultura religiosa”.
Parece entonces que ya no podría hablarse de enseñanza cristiana. Sin embargo, Bellangier relativiza la afirmación, en el sentido de que lo que ahora entiende la Iglesia por escuela cristiana ha cambiado. Y pone de modelo un colegio salesiano en Marruecos, dirigido por un sacerdote, donde los profesores son musulmanes y el programa (que incluye el estudio del islam) es el que impone el sistema educativo público. “Sin embargo, el colegio ofrece el testimonio de una auténtica presencia de la Iglesia en el mundo musulmán por la acogida, el respeto a las personas, la iniciación de los alumnos en la cultura, una forma cristiana de enseñar... El ejemplo de la escuela salesiana de Kenitra demuestra que, para la Iglesia, lo que ahora caracteriza esencialmente la escuela católica ya no es el número de los bautizados que cuenta en su seno, sino el testimonio que ofrece su comunidad educativa, llamada a interpelar a la sociedad poniendo el Evangelio en práctica en la vida escolar cotidiana”. El sacerdote responsable durante muchos años de la escuela salesiana de Kenitra fue el salesiano español Cristóbal López Romero, nombrado en 2017 por el Papa Francisco arzobispo de Rabat y, anunciado este domingo como futuro cardenal en el consistorio del 5 de octubre.
Por tanto, ya no se trata de saber si la escuela católica es conforme a lo que enseña la Iglesia, dice Bellengier, sino de saber si, “en el marco de la asociación con el Estado, las escuelas cristianas tienen aún posibilidad de ser fieles al Evangelio”. La respuesta queda en el aire, porque aunque el autor considera que hay que seguir dándole a la ley Debré una oportunidad, es consciente, por otro lado, que la cuestión de la identidad católica de la escuela es hoy un asunto que divide a los obispos franceses.