Su padre le dijo que si entraba en el seminario sería por encima de su cadáver
De joven escupía a los que iban a misa, unos amigos le invitaron a la Iglesia, y ahora es sacerdote
A san Pablo le hizo falta caerse del caballo para encontrar la fe. A Juan José, la insistencia de unos compañeros de instituto, que se atrevieron a invitar a un grupo de oración al chico que les escupía cuando iban a Misa. Aquello le descubrió el amor que Cristo le tiene… y su vocación. Nos lo cuenta Blanca Ruiz Antón, de la Revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Juan José fue el primer niño en la escuela de Carboneras, Almería, que nunca cursó la asignatura de Religión. Cuando llegó a 8º de EGB ya había convencido a toda su clase para que la dejaran y eligieran la alternativa a Religión que era Ética.
Juan José estaba seguro de que la Iglesia era “una secta, una especie de gran multinacional con sucursales en cada barrio que solo buscaba poder recaudar el dinero de los feligreses”, que eran “gente débil que creía en cualquier cosa”.
Sus padres no eran creyentes, pero, según afirma, nunca le educaron en la intolerancia. “No sé de dónde saqué todas esas ideas”, asegura. Ideas que, con 13 años, le llevaban los domingos a asomarse al balcón para escupir a sus compañeros que iban a Misa.
A pesar de su anticlericalismo radical, unos amigos del instituto decidieron invitarle a un grupo de oración en la parroquia. Juan José había pisado una iglesia en dos ocasiones: el día de su bautizo y el de su Primera Comunión, que había hecho por la presión de sus abuelos.
“Por supuesto, rechacé la invitación, pero insistieron durante más de un mes”, y finalmente accedió a ir para poder reírse de ellos.
Era un grupo de oración de la Renovación Carismática, y en él Juan José encontró a muchos compañeros de instituto que cantaban y rezaban, mirando “una caja dorada que había al fondo de la iglesia. Imaginé que era donde el sacerdote guardaba el dinero”, explica. Era el Sagrario.
Rompiendo prejuicios
A la semana siguiente, Juan José volvió al grupo para volver a sus burlas porque, “sinceramente, pensaba que estaban locos”. Sin embargo, lo que hizo tambalear sus prejuicios fue la actitud del párroco: un hombre sensato que ayudaba y acompañaba a la gente. “Bautizaba, casaba, enterraba… No veía que tuviera la actitud de un líder de secta”, recuerda.
Con 15 años, su gusto por la música hizo que aceptase una nueva invitación, esta vez a cantar en el coro parroquial, lo que suponía asistir a Misa los domingos. “En esos años en el coro, no sabía por qué, pero me encantaba estar ante el Sagrario”, dice. Y el amor de Dios fue calándole.
Aquel grupo le ayudó a entender que Dios no era un mito para débiles o tontos, “sino que existía, me apoyaba, me guiaba. Y quería algo de mí”.
Recién cumplidos los 17, Juan José intuyó que Jesús le llamaba al sacerdocio, y durante un tiempo dejó de rezar para no escuchar al Señor. Hasta que el día de su confirmación decidió rendirse: “Le dije al Señor: ‘soy tuyo para lo que necesites’”.
Oposición familiar
Al decir en casa que quería ser sacerdote, su padre respondió con un “por encima de mi cadáver”, y le ofreció pagarle la universidad en Estados Unidos. “Por dentro, yo rezaba la oración de santa Teresa: ‘Nada te turbe, nada te espante. Solo Dios basta’. Cuando terminó le di un beso, le dije que sabía que reaccionaría así, y que estaba convencido de que algún día lo entendería”, recuerda ahora.
Al día siguiente acudió a la parroquia, y encontró al párroco pálido: su padre había amenazado con denunciarle si se acercaba a Juan José.
Dios es más fuerte…
Esa presión hizo que inicialmente no entrase en el seminario y cursara la carrera de Magisterio. Cada día rezaba para que el Señor ablandara el corazón de su padre, porque “él iba a por todas, pero Dios es más fuerte”.
Un día, sin preaviso, su madre le dijo “que habían estado hablando y mi padre había accedido a que entrase al seminario. Comencé a llorar, fui corriendo a la parroquia y recuerdo el gran abrazo con el que el sacerdote me dijo: ‘Bienvenido’”.
En el año 2000 entró en el seminario de Almería, y se ordenó en 2006. “Mi padre nunca deseó que fuera sacerdote, ¡él era anticlerical! Pero la felicidad de su hijo estaba por encima de su ideología”, dice. El padre de Juan José murió hace pocos años y, antes de morir, “pudo recibir la extremaunción, porque se la di yo mismo”, concluye.
Juan José fue el primer niño en la escuela de Carboneras, Almería, que nunca cursó la asignatura de Religión. Cuando llegó a 8º de EGB ya había convencido a toda su clase para que la dejaran y eligieran la alternativa a Religión que era Ética.
Juan José estaba seguro de que la Iglesia era “una secta, una especie de gran multinacional con sucursales en cada barrio que solo buscaba poder recaudar el dinero de los feligreses”, que eran “gente débil que creía en cualquier cosa”.
Sus padres no eran creyentes, pero, según afirma, nunca le educaron en la intolerancia. “No sé de dónde saqué todas esas ideas”, asegura. Ideas que, con 13 años, le llevaban los domingos a asomarse al balcón para escupir a sus compañeros que iban a Misa.
A pesar de su anticlericalismo radical, unos amigos del instituto decidieron invitarle a un grupo de oración en la parroquia. Juan José había pisado una iglesia en dos ocasiones: el día de su bautizo y el de su Primera Comunión, que había hecho por la presión de sus abuelos.
“Por supuesto, rechacé la invitación, pero insistieron durante más de un mes”, y finalmente accedió a ir para poder reírse de ellos.
Era un grupo de oración de la Renovación Carismática, y en él Juan José encontró a muchos compañeros de instituto que cantaban y rezaban, mirando “una caja dorada que había al fondo de la iglesia. Imaginé que era donde el sacerdote guardaba el dinero”, explica. Era el Sagrario.
Rompiendo prejuicios
A la semana siguiente, Juan José volvió al grupo para volver a sus burlas porque, “sinceramente, pensaba que estaban locos”. Sin embargo, lo que hizo tambalear sus prejuicios fue la actitud del párroco: un hombre sensato que ayudaba y acompañaba a la gente. “Bautizaba, casaba, enterraba… No veía que tuviera la actitud de un líder de secta”, recuerda.
Con 15 años, su gusto por la música hizo que aceptase una nueva invitación, esta vez a cantar en el coro parroquial, lo que suponía asistir a Misa los domingos. “En esos años en el coro, no sabía por qué, pero me encantaba estar ante el Sagrario”, dice. Y el amor de Dios fue calándole.
Aquel grupo le ayudó a entender que Dios no era un mito para débiles o tontos, “sino que existía, me apoyaba, me guiaba. Y quería algo de mí”.
Recién cumplidos los 17, Juan José intuyó que Jesús le llamaba al sacerdocio, y durante un tiempo dejó de rezar para no escuchar al Señor. Hasta que el día de su confirmación decidió rendirse: “Le dije al Señor: ‘soy tuyo para lo que necesites’”.
Oposición familiar
Al decir en casa que quería ser sacerdote, su padre respondió con un “por encima de mi cadáver”, y le ofreció pagarle la universidad en Estados Unidos. “Por dentro, yo rezaba la oración de santa Teresa: ‘Nada te turbe, nada te espante. Solo Dios basta’. Cuando terminó le di un beso, le dije que sabía que reaccionaría así, y que estaba convencido de que algún día lo entendería”, recuerda ahora.
Al día siguiente acudió a la parroquia, y encontró al párroco pálido: su padre había amenazado con denunciarle si se acercaba a Juan José.
Dios es más fuerte…
Esa presión hizo que inicialmente no entrase en el seminario y cursara la carrera de Magisterio. Cada día rezaba para que el Señor ablandara el corazón de su padre, porque “él iba a por todas, pero Dios es más fuerte”.
Un día, sin preaviso, su madre le dijo “que habían estado hablando y mi padre había accedido a que entrase al seminario. Comencé a llorar, fui corriendo a la parroquia y recuerdo el gran abrazo con el que el sacerdote me dijo: ‘Bienvenido’”.
En el año 2000 entró en el seminario de Almería, y se ordenó en 2006. “Mi padre nunca deseó que fuera sacerdote, ¡él era anticlerical! Pero la felicidad de su hijo estaba por encima de su ideología”, dice. El padre de Juan José murió hace pocos años y, antes de morir, “pudo recibir la extremaunción, porque se la di yo mismo”, concluye.
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