El discurso de Ratisbona, uno de los actos pontificios más importantes del siglo
...Y las iras de musulmanes, fideístas e «ilustrados» se desataron de golpe contra Benedicto XVI
El 12 de septiembre de 2006, durante su viaje a Alemania cuando llevaba poco más de un año de pontificado, Benedicto XVI pronunció en la Universidad de Ratisbona (Regensburg) un discurso que tituló Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones y que inopinadamente desató una campaña mundial contra él. Por un lado, desde sectores musulmanes, que se sintieron aludidos por sus referencias históricas -que el Papa Ratzinger supo reconducir a la actualidad- al debate medieval sobre el islam entre el emperador bizantino Manuel II Paleólogo y un erudito persa. Por otro, por los fanáticos de la modernidad racionalista o de la postmodernidad irracionalista, que veían a un Papa reivindicar los vínculos entre la razón y la fe, que ellos desean ver rotos para desacreditar a una (los fideístas) o a otra (los "ilustrados").
Samuel Gregg ha recordado este momento histórico y explicado su trascendencia y actualidad en un reciente análisis publicado en The Public Discourse y titulado "Ratisbona, Ratzinger y nuestra crisis de la razón":
Samuel Gregg es director de Investigación del Instituto Acton.
Sospecho que quienes escriban la historia del siglo XXI incluirán un discurso pronunciado en una universidad alemana hace diez años como uno de los discursos más importantes de este siglo. En apenas cuatro mil palabras, el que es conocido como el Discurso de Ratisbona consiguió identificar la patología interna que corroe la mayor parte de este mundo, explicó cómo surgió esta malignidad y lo que se puede hacer para abordarla.
El hecho de que fuera el Romano Pontífice el que demostrara cómo el colapso de la fe, en concepciones significativas de la razón, es la causa de gran parte del desorden de nuestro mundo probablemente hizo que Voltaire se revolviera en su tumba. Pero el análisis de Benedicto XVI -que enfureció a muchos musulmanes y atrajo el desprecio de muchos progresistas seculares y religiosos- no surgía de la nada. La necesidad de defender una comprensión de la razón que fuera más allá de las ciencias naturales y sociales era, desde hacía mucho tiempo, una característica de los escritos de Joseph Ratzinger.
De hecho, Ratzinger cree que lo que está en juego es nada menos que la capacidad de la humanidad para conocer la verdad. Y si el hombre se define no sólo como aquel que cree, sino como el que cree que cree, cualquier vacilación en su confianza acerca de la capacidad de la razón humana de conocer la verdad de una manera superior al empirismo no sólo le lleva al callejón sin salida del fideísmo y del sentimentalismo, sino que suprime la peculiaridad que le es intrínseca.
El Discurso de Ratisbona es uno de los momentos cumbre del pontificado de Benedicto XVI.
Al mismo tiempo, recuperar esta confianza en la razón no ha significado nunca, para Ratzinger, hacer retroceder el reloj al mundo anterior a la era de la Ilustración. En muchos sentidos, se trata de salvar a la modernidad de sí misma mediante la apertura de su mente a la plena grandeur de la razón y, en última instancia, a la Causa Primera de la que todo procede.
Conocer la Ilustración
Dada su reputación como "conservador", muchos se sorprenden cuando saben que Ratzinger, en principio, nunca expresó hostilidad hacia la Ilustración. Ciertamente, Ratzinger acude a las fuentes pre-modernas, como las Escrituras. Sin embargo, su mente es, en muchos sentidos, profundamente moderna. Aunque su discurso de Ratisbona empieza analizando la correspondencia entre un emperador bizantino medieval y su interlocutor persa, la mayoría de los escritos de Ratzinger acerca de la crisis de la razón tienen como punto de partida las distintas "Ilustraciones".
En un ensayo de 1998 titulado La Fe, entre Razón y Sentimiento [contenido en el volumen Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (Sígueme)], Ratzinger empieza resumiendo una conversación de 1927 entre tres físicos, futuros premios Nobel: Werner Heisenberg, Wolfgang Pauli y Paul Dirac. El tema de su conversación era la concepción de Albert Einstein acerca de Dios y la convicción de otro físico premio Nobel, Max Planck, de que "no hay conflicto entre ciencia y religión".
Según Ratzinger, Heisenberg creía que la falta de conflicto derivaba de la convicción de que la ciencia se preocupaba de "lo que era verdad y lo que era falso". La religión, en cambio, se preocupaba "acerca de lo que era bueno y lo que era malo". La ciencia era "objetiva". La religión "subjetiva", una cuestión de "gusto", tal como expresó el padre prusiano del cristianismo liberal, Friedrich Schleiermacher.
Paul Dirac (19021984), Werner Heisenberg (19011976) y Wolfgang Pauli (19001958), tres de los padres de la física cuántica.
Sin embargo, observa Ratzinger, Heisenberg expresó dudas acerca de si la humanidad puede sobrevivir a esta división entre "conocimiento y fe". En otras palabras, el científico -la figura de la Ilustración por excelencia- reconocía que si la "fe" concierne fundamentalmente a las experiencias subjetivas y si el "conocimiento" se reduce a lo que es empíricamente verificable, tenemos un gran problema. Aquí, observa Ratzinger, Wolfgang Pauli intervino diciendo que dicha división significaba que "sucederán cosas que son más espantosas de lo que nos podamos imaginar". Con el tono de quien lo ha vivido, Ratzinger comenta que unos años más tarde "empezaron los desastrosos doce años" [de Hitler].
En ningún momento del análisis Ratzinger reduce el método empírico o cuestiona la nobleza de la iniciativa científica. "La razón", declara, "que actúa en áreas especializadas gana muchísimo, efectivamente, en fortaleza y capacidad". Ahora bien, Ratzinger utiliza las reflexiones de los hombres ilustrados y civilizados para ilustrar que una vez que hemos reducido la razón a estos parámetros, la fe -pero también la filosofía y la política- se hunde en la emotividad y la insensatez. Bienvenidos a la locura pseudo-religiosa del nacionalsocialismo y el marxismo. Del mismo modo, la ciencia deja de estar guiada por lo que es razonable. Bienvenidos a la eficiente destrucción de los judíos europeos, a los experimentos médicos llevados a cabo sobre sacerdotes católicos en Dachau y al uso sistemático del terror, por parte de los regímenes comunistas, para destruir a sus opositores.
Restablecer la fe en la razón
Según Ratzinger, parte del problema es que muchos pensadores de la Ilustración no tenían suficiente fe en la razón. Ciertamente, el conocimiento técnico es importante. Las ciencias naturales y sociales progresaron mucho a lo largo del siglo XVIII, lo que ha ayudado a las generaciones posteriores a vivir mejor y mucho más tiempo. Gracias en parte a Adam Smith, millones de personas siguen siendo liberadas, también hoy, de la pobreza material.
El problema, afirma Ratzinger, es que muchos de los que se sienten orgullosos por su capacidad de razonar "no son capaces de ofrecer ninguna perspectiva acerca de las cuestiones fundamentales para la humanidad". ¿Por qué? El razonamiento científico y económico no puede explicar, por sí solo, por qué, por ejemplo, deseamos curar la enfermedad o reducir la pobreza.
La misma crítica, añade Ratzinger, puede aplicarse a algunas personas de fe. Al haber aceptado reducir la razón a lo empírico, "buscan una nueva esfera para la religión". "Esto", afirma Ratzinger, "explica por qué 'el sentimiento' le ha sido asignado [a la religión] como si fuera su propio dominio en la existencia humana". Esto nos recuerda la respuesta de Fausto a la pregunta que le plantea Gretchen acerca de la naturaleza de la religión: "El sentimiento lo es todo. El resto es sólo humo y espejos".
Los efectos de este cambio han sido desastrosos para el cristianismo, que durante mucho tiempo había valorado la razón. En algunos casos, ha reducido la fe religiosa al fideísmo, que Ratzinger una vez definió como "la voluntad de creer contra la razón". Muchos cristianos ya no consideran necesario estar "dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os lo pida de la razón de vuestra esperanza" (1 Pedro 3, 15). ¡Sólo hay que sentir y creer!
En los últimos años se ha comprendido la tragedia que ha sido para el cristianismo descuidar la apologética (dar razón de la fe). La fe cristiana explicada, de Scott Hahn, es un extraordinario instrumento para conocer y justificar la fe.
Pero al haber dejado de proponer la razonabilidad de la fe cristiana, algunos creyentes empiezan a cometer errores básicos en lo que concierne la lógica y la metodología.
El estudio histórico-crítico de la Biblia, por ejemplo, empieza a aceptarse como el modo verdaderamente científico de comprender estos textos. Sin embargo, este método descarta, a priori, la noción de lo razonable que es creer en la verdad de los milagros presentes en los Evangelios si reconocemos que un Dios razonable y lleno de amor, que se implica en los asuntos humanos, quizá tenga buenas razones para excluir las leyes de la naturaleza con el fin de dar testimonio de la verdad. Al no tomar en consideración esta razonable suposición, los milagros de Cristo son rápidamente interpretados como "metáforas" a pesar de la insistencia de los Evangelios de que esos fueron acontecimientos reales, presenciados por personas de carne y hueso de verdad y que, por lo tanto, no deben ser entendidos como algo parecido a la mitología griega.
Verdadera razón, verdadero conocimiento
Esto nos lleva al tercer aspecto del pensamiento de Ratzinger en esta cuestión. ¿Cómo podemos reafirmar la totalidad de la razón en el campo de la ciencia y la religión en una época en la que las emociones y la investigación empírica son vistas por la mayoría como los puntos de referencia principales para el debate?
La primera sugerencia de Ratzinger es que debemos restaurar la razón en el mundo transmitido por la Ilustración. Quienes trabajan en el campo de las ciencias naturales, por ejemplo, deben recordar que sus disciplinas tienen un fundamento filosófico. "Todas nuestras ideas acerca de las ciencias naturales y todas las aplicaciones prácticas", escribe Ratzinger, "están basadas en el supuesto de que el mundo está ordenado según unas leyes racionales y espirituales, y que está embebido por una racionalidad que puede ser localizada y copiada por nuestra razón". Sin este supuesto la labor científica nunca se habría puesto en marcha.
El mismo razonable supuesto plantea la cuestión de la procedencia primera de esta racionalidad. Responder a esta cuestión probablemente no nos llevará inmediatamente al ámbito de las Escrituras, pero nos llevará a la teología natural. Como planteó Ratzinger en una ponencia de 1999 en la Sorbona: "¿Puede la razón renunciar realmente a reclamar su prioridad sobre lo irracional, a reclamar que el Logos es el origen último de las cosas, sin abolirse a sí misma?".
Esta atención a Dios como el Logos es crucial en la segunda recomendación de Ratzinger. Las religiones que en el pasado se tomaron muy en serio la razón necesitan hacerlo de nuevo. En cierta manera, esto se traduce en un llamamiento a renovar el razonamiento de la ley natural dentro de estas comunidades religiosas.
Sin embargo, no es aquí donde cae todo el peso del énfasis de Ratzinger, que dedica, en cambio, más atención a insistir sobre la necesidad del cristianismo de demostrar que es la fe razonable la que proporciona acceso al pleno conocimiento de la verdad. De nuevo, Ratzinger no prescinde del énfasis de la Ilustración acerca de la razón. Al contrario, responde al desafío clásico planteado por la Edad de la Razón: someter la afirmación de la verdad al examen crítico de la razón.
Respondiendo a este desafío, los escritos de Ratzinger nos conducen a través de las Escrituras y los Padres de la Iglesia para demostrar que el Dios que se revela a Abraham y que los cristianos creen que se reveló plenamente en la figura de Cristo, es verdaderamente el Logos. Aquí Ratzinger cita sus dos fuentes favoritas. "Según Agustín y la tradición bíblica", escribe, "el cristianismo no se basa en imágenes míticas y nociones vagas que, en última instancia, están justificadas por su utilidad política; al contrario, se relaciona con esa presencia divina que puede ser percibida por el análisis racional de la realidad". Esto es lo que los primeros partidarios del cristianismo en el imperio romano querían decir cuando proclamaban que su fe era la religio vera: la religión de la verdad, primero revelada a los judíos, pero luego hecha universal para todos como un conocimiento seguro y liberador. Por esto Ratzinger dice: "En el cristianismo, la ilustración se ha convertido en parte de la religión y ya no es su opositora".
Intellego ut Credam
En uno de sus últimos discursos públicos, en medio del caos que envolvió su papado en los últimos meses, Ratzinger volvió sobre estos temas. Aunque visiblemente cansado y sintiendo claramente el peso de los años, Ratzinger declaró que quería "reflexionar acerca de la razonabilidad de la fe en Dios".
No sólo reiteró la necesidad de rechazar el fideísmo, el tipo de fe que nos lleva a hacer estallar aviones dentro de edificios o a cortarle el cuello a un anciano sacerdote. También recalcó que la razón confirma lo que la revelación nos dice que es verdad acerca de Dios. Haciéndose eco de la Carta a los Romanos de Pablo, Ratzinger aclaró que "la razón es capaz de saber con certeza que Dios existe a través de la creación". Es esta confianza, dice Ratzinger, la que "despliega los horizontes" al descubrimiento científico.
Nada de esto le resta importancia a la magnitud del desafío que Joseph Ratzinger identificó tan dramáticamente hace diez años en Ratisbona. Significa volver a unir firmemente un mundo en el que la razón apunte a la verdadera fe. Significa también ayudar a las ciencias naturales y sociales, tan estimuladas por las distintas "Ilustraciones", a que reconozcan su necesidad de fundamentarse en esas verdades que les proporcionan su verdadera lógica, evitando así que se enfrenten al propio hombre.
Sería fácil, incluso comprensible, dejar esta tarea en manos de otra generación -tal vez menos permeada de humanitarismo sentimental y menos silencioso ante el violento fideísmo que invade actualmente el planeta. Desde luego, éste no era el modo de actuar de Ratzinger. Con el fin de identificar las patologías de la fe y la razón que caracterizan al mundo islámico y a Occidente, estuvo dispuesto a pagar un precio muy alto en términos de ira por parte de los fideístas y de desprecio por parte de quienes se consideran los ilustrados.
La pregunta que nos debemos hacer es: ¿estamos dispuestos a hacer lo mismo?
Pincha aquí para leer el Discurso de Ratisbona de Benedicto XVI en 2006.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
Samuel Gregg ha recordado este momento histórico y explicado su trascendencia y actualidad en un reciente análisis publicado en The Public Discourse y titulado "Ratisbona, Ratzinger y nuestra crisis de la razón":
Samuel Gregg es director de Investigación del Instituto Acton.
Sospecho que quienes escriban la historia del siglo XXI incluirán un discurso pronunciado en una universidad alemana hace diez años como uno de los discursos más importantes de este siglo. En apenas cuatro mil palabras, el que es conocido como el Discurso de Ratisbona consiguió identificar la patología interna que corroe la mayor parte de este mundo, explicó cómo surgió esta malignidad y lo que se puede hacer para abordarla.
El hecho de que fuera el Romano Pontífice el que demostrara cómo el colapso de la fe, en concepciones significativas de la razón, es la causa de gran parte del desorden de nuestro mundo probablemente hizo que Voltaire se revolviera en su tumba. Pero el análisis de Benedicto XVI -que enfureció a muchos musulmanes y atrajo el desprecio de muchos progresistas seculares y religiosos- no surgía de la nada. La necesidad de defender una comprensión de la razón que fuera más allá de las ciencias naturales y sociales era, desde hacía mucho tiempo, una característica de los escritos de Joseph Ratzinger.
De hecho, Ratzinger cree que lo que está en juego es nada menos que la capacidad de la humanidad para conocer la verdad. Y si el hombre se define no sólo como aquel que cree, sino como el que cree que cree, cualquier vacilación en su confianza acerca de la capacidad de la razón humana de conocer la verdad de una manera superior al empirismo no sólo le lleva al callejón sin salida del fideísmo y del sentimentalismo, sino que suprime la peculiaridad que le es intrínseca.
El Discurso de Ratisbona es uno de los momentos cumbre del pontificado de Benedicto XVI.
Al mismo tiempo, recuperar esta confianza en la razón no ha significado nunca, para Ratzinger, hacer retroceder el reloj al mundo anterior a la era de la Ilustración. En muchos sentidos, se trata de salvar a la modernidad de sí misma mediante la apertura de su mente a la plena grandeur de la razón y, en última instancia, a la Causa Primera de la que todo procede.
Conocer la Ilustración
Dada su reputación como "conservador", muchos se sorprenden cuando saben que Ratzinger, en principio, nunca expresó hostilidad hacia la Ilustración. Ciertamente, Ratzinger acude a las fuentes pre-modernas, como las Escrituras. Sin embargo, su mente es, en muchos sentidos, profundamente moderna. Aunque su discurso de Ratisbona empieza analizando la correspondencia entre un emperador bizantino medieval y su interlocutor persa, la mayoría de los escritos de Ratzinger acerca de la crisis de la razón tienen como punto de partida las distintas "Ilustraciones".
En un ensayo de 1998 titulado La Fe, entre Razón y Sentimiento [contenido en el volumen Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (Sígueme)], Ratzinger empieza resumiendo una conversación de 1927 entre tres físicos, futuros premios Nobel: Werner Heisenberg, Wolfgang Pauli y Paul Dirac. El tema de su conversación era la concepción de Albert Einstein acerca de Dios y la convicción de otro físico premio Nobel, Max Planck, de que "no hay conflicto entre ciencia y religión".
Según Ratzinger, Heisenberg creía que la falta de conflicto derivaba de la convicción de que la ciencia se preocupaba de "lo que era verdad y lo que era falso". La religión, en cambio, se preocupaba "acerca de lo que era bueno y lo que era malo". La ciencia era "objetiva". La religión "subjetiva", una cuestión de "gusto", tal como expresó el padre prusiano del cristianismo liberal, Friedrich Schleiermacher.
Paul Dirac (19021984), Werner Heisenberg (19011976) y Wolfgang Pauli (19001958), tres de los padres de la física cuántica.
Sin embargo, observa Ratzinger, Heisenberg expresó dudas acerca de si la humanidad puede sobrevivir a esta división entre "conocimiento y fe". En otras palabras, el científico -la figura de la Ilustración por excelencia- reconocía que si la "fe" concierne fundamentalmente a las experiencias subjetivas y si el "conocimiento" se reduce a lo que es empíricamente verificable, tenemos un gran problema. Aquí, observa Ratzinger, Wolfgang Pauli intervino diciendo que dicha división significaba que "sucederán cosas que son más espantosas de lo que nos podamos imaginar". Con el tono de quien lo ha vivido, Ratzinger comenta que unos años más tarde "empezaron los desastrosos doce años" [de Hitler].
En ningún momento del análisis Ratzinger reduce el método empírico o cuestiona la nobleza de la iniciativa científica. "La razón", declara, "que actúa en áreas especializadas gana muchísimo, efectivamente, en fortaleza y capacidad". Ahora bien, Ratzinger utiliza las reflexiones de los hombres ilustrados y civilizados para ilustrar que una vez que hemos reducido la razón a estos parámetros, la fe -pero también la filosofía y la política- se hunde en la emotividad y la insensatez. Bienvenidos a la locura pseudo-religiosa del nacionalsocialismo y el marxismo. Del mismo modo, la ciencia deja de estar guiada por lo que es razonable. Bienvenidos a la eficiente destrucción de los judíos europeos, a los experimentos médicos llevados a cabo sobre sacerdotes católicos en Dachau y al uso sistemático del terror, por parte de los regímenes comunistas, para destruir a sus opositores.
Restablecer la fe en la razón
Según Ratzinger, parte del problema es que muchos pensadores de la Ilustración no tenían suficiente fe en la razón. Ciertamente, el conocimiento técnico es importante. Las ciencias naturales y sociales progresaron mucho a lo largo del siglo XVIII, lo que ha ayudado a las generaciones posteriores a vivir mejor y mucho más tiempo. Gracias en parte a Adam Smith, millones de personas siguen siendo liberadas, también hoy, de la pobreza material.
El problema, afirma Ratzinger, es que muchos de los que se sienten orgullosos por su capacidad de razonar "no son capaces de ofrecer ninguna perspectiva acerca de las cuestiones fundamentales para la humanidad". ¿Por qué? El razonamiento científico y económico no puede explicar, por sí solo, por qué, por ejemplo, deseamos curar la enfermedad o reducir la pobreza.
La misma crítica, añade Ratzinger, puede aplicarse a algunas personas de fe. Al haber aceptado reducir la razón a lo empírico, "buscan una nueva esfera para la religión". "Esto", afirma Ratzinger, "explica por qué 'el sentimiento' le ha sido asignado [a la religión] como si fuera su propio dominio en la existencia humana". Esto nos recuerda la respuesta de Fausto a la pregunta que le plantea Gretchen acerca de la naturaleza de la religión: "El sentimiento lo es todo. El resto es sólo humo y espejos".
Los efectos de este cambio han sido desastrosos para el cristianismo, que durante mucho tiempo había valorado la razón. En algunos casos, ha reducido la fe religiosa al fideísmo, que Ratzinger una vez definió como "la voluntad de creer contra la razón". Muchos cristianos ya no consideran necesario estar "dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os lo pida de la razón de vuestra esperanza" (1 Pedro 3, 15). ¡Sólo hay que sentir y creer!
En los últimos años se ha comprendido la tragedia que ha sido para el cristianismo descuidar la apologética (dar razón de la fe). La fe cristiana explicada, de Scott Hahn, es un extraordinario instrumento para conocer y justificar la fe.
Pero al haber dejado de proponer la razonabilidad de la fe cristiana, algunos creyentes empiezan a cometer errores básicos en lo que concierne la lógica y la metodología.
El estudio histórico-crítico de la Biblia, por ejemplo, empieza a aceptarse como el modo verdaderamente científico de comprender estos textos. Sin embargo, este método descarta, a priori, la noción de lo razonable que es creer en la verdad de los milagros presentes en los Evangelios si reconocemos que un Dios razonable y lleno de amor, que se implica en los asuntos humanos, quizá tenga buenas razones para excluir las leyes de la naturaleza con el fin de dar testimonio de la verdad. Al no tomar en consideración esta razonable suposición, los milagros de Cristo son rápidamente interpretados como "metáforas" a pesar de la insistencia de los Evangelios de que esos fueron acontecimientos reales, presenciados por personas de carne y hueso de verdad y que, por lo tanto, no deben ser entendidos como algo parecido a la mitología griega.
Verdadera razón, verdadero conocimiento
Esto nos lleva al tercer aspecto del pensamiento de Ratzinger en esta cuestión. ¿Cómo podemos reafirmar la totalidad de la razón en el campo de la ciencia y la religión en una época en la que las emociones y la investigación empírica son vistas por la mayoría como los puntos de referencia principales para el debate?
La primera sugerencia de Ratzinger es que debemos restaurar la razón en el mundo transmitido por la Ilustración. Quienes trabajan en el campo de las ciencias naturales, por ejemplo, deben recordar que sus disciplinas tienen un fundamento filosófico. "Todas nuestras ideas acerca de las ciencias naturales y todas las aplicaciones prácticas", escribe Ratzinger, "están basadas en el supuesto de que el mundo está ordenado según unas leyes racionales y espirituales, y que está embebido por una racionalidad que puede ser localizada y copiada por nuestra razón". Sin este supuesto la labor científica nunca se habría puesto en marcha.
El mismo razonable supuesto plantea la cuestión de la procedencia primera de esta racionalidad. Responder a esta cuestión probablemente no nos llevará inmediatamente al ámbito de las Escrituras, pero nos llevará a la teología natural. Como planteó Ratzinger en una ponencia de 1999 en la Sorbona: "¿Puede la razón renunciar realmente a reclamar su prioridad sobre lo irracional, a reclamar que el Logos es el origen último de las cosas, sin abolirse a sí misma?".
Esta atención a Dios como el Logos es crucial en la segunda recomendación de Ratzinger. Las religiones que en el pasado se tomaron muy en serio la razón necesitan hacerlo de nuevo. En cierta manera, esto se traduce en un llamamiento a renovar el razonamiento de la ley natural dentro de estas comunidades religiosas.
Sin embargo, no es aquí donde cae todo el peso del énfasis de Ratzinger, que dedica, en cambio, más atención a insistir sobre la necesidad del cristianismo de demostrar que es la fe razonable la que proporciona acceso al pleno conocimiento de la verdad. De nuevo, Ratzinger no prescinde del énfasis de la Ilustración acerca de la razón. Al contrario, responde al desafío clásico planteado por la Edad de la Razón: someter la afirmación de la verdad al examen crítico de la razón.
Respondiendo a este desafío, los escritos de Ratzinger nos conducen a través de las Escrituras y los Padres de la Iglesia para demostrar que el Dios que se revela a Abraham y que los cristianos creen que se reveló plenamente en la figura de Cristo, es verdaderamente el Logos. Aquí Ratzinger cita sus dos fuentes favoritas. "Según Agustín y la tradición bíblica", escribe, "el cristianismo no se basa en imágenes míticas y nociones vagas que, en última instancia, están justificadas por su utilidad política; al contrario, se relaciona con esa presencia divina que puede ser percibida por el análisis racional de la realidad". Esto es lo que los primeros partidarios del cristianismo en el imperio romano querían decir cuando proclamaban que su fe era la religio vera: la religión de la verdad, primero revelada a los judíos, pero luego hecha universal para todos como un conocimiento seguro y liberador. Por esto Ratzinger dice: "En el cristianismo, la ilustración se ha convertido en parte de la religión y ya no es su opositora".
Intellego ut Credam
En uno de sus últimos discursos públicos, en medio del caos que envolvió su papado en los últimos meses, Ratzinger volvió sobre estos temas. Aunque visiblemente cansado y sintiendo claramente el peso de los años, Ratzinger declaró que quería "reflexionar acerca de la razonabilidad de la fe en Dios".
No sólo reiteró la necesidad de rechazar el fideísmo, el tipo de fe que nos lleva a hacer estallar aviones dentro de edificios o a cortarle el cuello a un anciano sacerdote. También recalcó que la razón confirma lo que la revelación nos dice que es verdad acerca de Dios. Haciéndose eco de la Carta a los Romanos de Pablo, Ratzinger aclaró que "la razón es capaz de saber con certeza que Dios existe a través de la creación". Es esta confianza, dice Ratzinger, la que "despliega los horizontes" al descubrimiento científico.
Nada de esto le resta importancia a la magnitud del desafío que Joseph Ratzinger identificó tan dramáticamente hace diez años en Ratisbona. Significa volver a unir firmemente un mundo en el que la razón apunte a la verdadera fe. Significa también ayudar a las ciencias naturales y sociales, tan estimuladas por las distintas "Ilustraciones", a que reconozcan su necesidad de fundamentarse en esas verdades que les proporcionan su verdadera lógica, evitando así que se enfrenten al propio hombre.
Sería fácil, incluso comprensible, dejar esta tarea en manos de otra generación -tal vez menos permeada de humanitarismo sentimental y menos silencioso ante el violento fideísmo que invade actualmente el planeta. Desde luego, éste no era el modo de actuar de Ratzinger. Con el fin de identificar las patologías de la fe y la razón que caracterizan al mundo islámico y a Occidente, estuvo dispuesto a pagar un precio muy alto en términos de ira por parte de los fideístas y de desprecio por parte de quienes se consideran los ilustrados.
La pregunta que nos debemos hacer es: ¿estamos dispuestos a hacer lo mismo?
Pincha aquí para leer el Discurso de Ratisbona de Benedicto XVI en 2006.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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