Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Momentos sobrecogedores en «Los gritos del silencio»

La «tribu» que sueña Anna Gabriel ya existió y la plasmó una histórica escena cinematográfica

En los campos de reeducación de los jemeres rojos, el adoctrinamiento no excluía el asesinato posterior.
En los campos de reeducación de los jemeres rojos, el adoctrinamiento no excluía el asesinato posterior.

P.J.G. / ReL

Tener hijos en familia hace a los padres muy "conservadores", dijo Anna Gabriel. Le habría bastado utilizar la palabra "contrarrevolucionarios" para que no sólo el contenido, sino también el lenguaje se aproximase al de los jemeres rojos camboyanos.

La diputada autonómica catalana de la CUP (Candidatura de Unidad Popular) afirmó en declaraciones a Catalunya Ràdio que, de tener hijos, preferiría hacerlo formando parte de un grupo de personas "que decidiesen tener hijos e hijas en común, en colectivo", con la idea, que cree ver en "muchas otras culturas", de que "quien educa es la tribu", y no una maternidad o paternidad "individualizadas".

Y todo porque el sentido de pertenencia de los hijos a los padres le parece "pobre", y su ideal es que sean "tan hijos tuyos los hijos o hijas que has tenido tú como los que ha tenido el resto". El modelo de familia "tiende a convertir las personas que tienen niños y niñas en muy conservadoras, es una lógica perversa".

La Utopía asesina
Entre 1975 y 1979, los jemeres rojos camboyanos de Pol Pot intentaron hacer ese sueño realidad, en aplicación estricta, por otro lado, de la aversión comunista a la institución familiar en cuanto "alienante" y "burguesa".

El Libro Negro del Comunismo, editado en 1997 por Stéphane Courtois, director de investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), aborda en particular cómo eran las relaciones familiares en la Camboya comunista de Pol Pot y su partido, el Angkar. 




Muchos datos y descripciones los obtiene del libro-testimonio de Pin Yathay L´Utopie meurtriére: un rescapé du génocide cambodgien témoigne [La Utopía asesina: el testimonio de un huido del genocidio camboyano], (Bruselas, Complexe, 1989). Esto es lo que explica, un texto en el que podemos encontrar incluso dónde ha aprendido Anna Gabriel las acusaciones de "individualismo".

"Pol Pot, desaparecido en la guerrilla desde 1963, no hizo nada para reanudar el contacto con su familia, ni siquiera con posterioridad al 17 de abril. Así pues, sus dos hermanos y su cuñada fueron deportados con el resto, y uno de ellos murió enseguida. Los dos supervivientes, al descubrir más tarde, gracias a un retrato oficial, la identidad real del dictador, pensaron (sin duda con motivo) que lo mejor era no hacer públicas sus relaciones con él.

»El régimen hizo todo lo posible para aflojar o romper los lazos familiares. Comprendió que constituían una escollera de resistencia espontánea frente al proyecto totalitario de una dependencia exclusiva de cada individuo en relación con el Angkar. La unidad de trabajo disponía con frecuencia de sus propios «locales» (a menudo simples esteras, o hamacas), incluso a poca distancia del pueblo. Era muy difícil conseguir autorización para dejarla: debido a ello, los maridos se veían muchas veces alejados de sus esposas durante varias semanas; los niños eran apartados de sus padres mayores; los adolescentes podían pasar seis meses sin autorización para ver a su familia, sin noticias, para terminar encontrándose en ocasiones, cuando volvían, con que todos habían muerto.

»También en este punto el modelo procedía de arriba: las parejas dirigentes vivían frecuentemente separadas. Estaba mal visto que una madre dedicase demasiado tiempo a su hijo, incluso pequeño.

»Se anuló la autoridad de los maridos sobre sus mujeres y de los padres sobre su descendencia. Uno podía ser ejecutado por haber abofeteado a la esposa, ser denunciado por los hijos por haberles pegado, verse obligado a la autocrítica por una injuria o una disputa.

»En un contexto muy poco humanista, es preciso ver que la voluntad del poder se arrogó el monopolio de la violencia legítima, y disolvió todas las relaciones de autoridad que escapaban a su control. El mayor desprecio era el dispensado a los sentimientos familiares: podían encontrarse separados unos de otros, con frecuencia definitivamente, por no haber conseguido embarcar en el mismo camión, o porque dos carretas que iban en un convoy tenían orden de no tomar la misma ruta de deportación. Poco les importaba a los mandos que viejos o niños se encontrasen entonces aislados: «No os preocupéis. El Angkar cuidará [de ellos]. ¿O es que no tenéis confianza en el Angkar?» — esa era la respuesta tipo que se daba a quienes suplicaban reunirse con sus allegados.


Fotograma de la película Killing Fields (Los Gritos del Silencio)

»Con la sustitución del enterramiento por la cremación de los muertos (salvo excepciones, que exigían suplicar, y topar con un mando humano), se asestó un nuevo golpe a la solidaridad familiar: para un jemer, dejar a un familiar en el frío, en el barro, sin ritos funerarios (para este caso no hay nada previsto), es faltarle al respeto más elemental, es comprometer su reencarnación y eventualmente obligarle a una existencia de fantasma.

»Disponer de unas pocas cenizas resultaba particularmente valorado en ese período de frecuentes desplazamientos. De hecho se trataba de una de las piedras angulares del ataque sistemático contra la rica cultura tradicional de Camboya, sea budista o prebudista (las ceremonias «primitivas» de los jemeres Loeu no resultaron mejor preservadas que los ritos derivados del imperio ankoriano), popular (cantos de amor, chanzas) o culta (danzas de corte, pinturas de templo, esculturas...).

»El plan de 1976, imitando sin duda a la Revolución Cultural china, no conocía más formas de expresión artística que los cantos y poemas revolucionarios.

»Pero, más allá, la degradación de las condiciones para los muertos se corresponde con la denegación de la humanidad para los vivos. "Yo no soy un ser humano, soy un animal", concluye en su confesión el antiguo dirigente y ministro Hu Nim.

»¿El hombre vale únicamente lo que vale la bestia? Se podía perder la vida por haber extraviado un buey, y ser torturado hasta la muerte por haberlo golpeado. Hubo hombres que fueron uncidos al arado y azotados sin piedad por no haberse mostrado a la altura de la vaca que iba delante de ellos. La vida humana tiene poco valor... "Tienes inclinaciones individualistas. (...) Debes (...) liberarte de tus sentimientos", replica un soldado jemer rojo a Pin Yathay, que pretendía conservar a su lado a su hijo herido.

»Cuando pocos días más tarde, muerto el niño, quiso ir a verle, Pin Yathay hubo de justificarse, para conseguir, a duras penas, la autorización de ir a ver el cuerpo de su hijo, porque, enfermo, podía "derrochar [sus] fuerzas en detrimento del Angkar". No tiene derecho a ver a su mujer en el hospital, más tarde, so pretexto de que "el Angkar se ocupa de eso".

»Por ir a ayudar a una vecina gravemente enferma y a sus dos niños pequeños, se ganó este comentario de un jemer rojo: "No es su deber ayudarla, al contrario, esto demuestra que todavía tiene usted piedad y sentimientos de amistad. Hay que renunciar a esos sentimientos y extirpar de su mente las inclinaciones individualistas. Y ahora, vuelva a su casa"".



El programa de formación de los jemeres
Toda esta realidad obedecía a un programa perfectamente definido. ¿Cómo era vivir "en la tribu", dejar que la "tribu" cuidase de tus hijos en los 4 años de experimento camboyano?

Denise Affonço, de padre francés y madre vietnamita, trabajaba en la embajada francesa en Phnom Penh, la capital de Camboya, cuando los jemeres rojos tomaron el poder en abril de 1975. Affonço y su familia fueron deportados al campo, como la mayoría de los habitantes de las ciudades camboyanas. En su libro autobiográfico El infierno de los jemeres rojos (Libros del Asteroide, Barcelona, 2010), Denise Affonço relata su experiencia durante aquellos años y para ello se basa en los cuadernos que escribió en 1979, pocos meses después de ser liberada, mientras preparaba su testimonio en el proceso contra Pol Pot, principal líder de los jemeres rojos.

«Cuando estuvimos reunidos todos los recién llegados, el señor Thiên nos inculcó, por primera vez, los diez mandamientos de Angkar, que debíamos aprender de memoria:

– Todo el mundo será reformado por el trabajo.
– No robaréis.
– Diréis siempre la verdad a Angkar.
– Obedeceréis a Angkar en cualquier circunstancia.
– Está prohibido expresar los sentimientos: alegría, tristeza.
– Está prohibido sentir nostalgia del pasado, el espíritu no debe extraviarse.
– Está prohibido pegar a los niños, porque de ahora en adelante son los niños de Angkar.
– Los niños serán educados por Angkar.
– Jamás os quejaréis de nada.
– Si cometéis un acto contrario a las directrices de Angkar, haréis autocrítica en público en las reuniones diarias de adoctrinamiento, que son obligatorias para todos. (…)

»A continuación, apunto las instrucciones sobre nuestra apariencia:

– No llevaréis ropa de colores
– Teñiréis de negro todas nuestras prendas, con la ayuda de un zumo de fruta llamada makhoeru que crece en la isla, para lo que debéis machacar las frutas para sacarles el zumo que luego herviréis con la ropa durante una hora aproximadamente.
– Las mujeres se cortarán las uñas y el pelo; ni hablar de uñas largas y manicura; el pelo se llevará corto, rapado.
– Iréis descalzos; ni zapatos ni sandalias.
– Las personas que tengan problemas de visión no tendrán derecho a utilizar cristales correctores; porque ya no serán necesarios.
– Cuando os sentéis en un banco o una silla, está prohibido cruzar la pierna por encima de la otra, porque es un signo externo de capitalismo.

»Después nos explicó nuestra nueva forma de vida (…):

Trabajaréis todos los días desde el amanecer al anochecer; los sábados, los domingos y los festivos quedan abolidos y el trabajo se repartirá de la forma siguiente: las mujeres irán a plantar maíz cuando sea la temporada; los hombres se encargarán de desbrozar los terrenos todavía invadidos por la maleza o árboles, donde se plantará caña de azúcar.
– No habrá más que dos comidas al día: mediodía y noche, para ayudar a que Angkar ahorre.
El comercio ya no existe; no hay nada que comprar ni que vender. Angkar os distribuirá vuestra ración de arroz cada día y una botella de leche concentrada por familia a la semana (cuyo color nunca vimos). Para lo demás ya os apañaréis vosotros solos".

Los gritos del silencio, los campos de la muerte
Toda esta realidad quedó plasmada en la sobrecogedora película británica Los gritos del silencio [The killing fieldes], dirigida en 1984 por Roland Joffé y ganadora de tres Oscar (mejor actor de reparto, mejor montaje y mejor fotografía) y nominada a otros cuatro, entre ellos mejor película y mejor director, en lo que era la opera prima de Joffé.

En el corte que incluimos a continuación puede verse, en el primer minuto y medio, el papel central del adoctrinamiento comunista sobre las mentes infantiles para separarlas de toda idea "individualista" y "conservadora" de familia.

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