Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Los amoríos e infidelidades de Hollande, ¿un asunto sólo privado? Responde Rafael Navarro-Valls

Rafael Navarro-Valls / Zenit

Hollande, el presidente que ha redefinido el matrimonio de los franceses, con su ex, Valerie, aunque no es su ex porque no estaban casados
Hollande, el presidente que ha redefinido el matrimonio de los franceses, con su ex, Valerie, aunque no es su ex porque no estaban casados
Rafael Navarro-Valls, catedrático y académico secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (en España), ha publicado un análisis del efecto comunicativo y político en Europa de la situación sentimental del presidente de Francia. La tomamos de Agencia Zenit. Este es el texto:


El efecto de la "cuestión sentimental" de Hollande

Fuentes cercanas a la Presidencia de la República francesa aseguran que François Hollande afronta el Closergate con “la frialdad propia de quien encara más un problema político que un problema sentimental”.

Tiene razón el inquilino del Elíseo. Una cuestión sentimental -el vodevil del piso de la rue du Cirque (curiosa coincidencia lingüística)- se está convirtiendo en un problema político. Por estas razones.

Impacto social de las políticas de la confianza
La primera, por lo que se ha llamado el impacto social de las “políticas de la confianza”.

John B. Thompson, sociólogo de la Universidad de Cambridge, publicó no hace mucho un buen tratado sobre el fenómeno del escándalo político. En él analiza lo que enseñan los escándalos, ya sean sexuales, financieros o de abuso de poder, acerca de la fragilidad del poder mismo, y también de la triste posibilidad de convertirse en serias tragedias personales para los políticos atrapados en ellos.

De ahí que los escándalos -también los sexuales- impliquen una incidencia “profundamente corrosiva sobre aquellos aspectos de la confianza social que sostienen las relaciones interindividuales de cooperación”.

El declive gradual de la política ideológica y el auge de las “políticas de la confianza”, hacen que ésta última y la reputación sigan siendo las bases de la acción política.

Hoy -concluye Thompson- parece importar menos la ideología que la credibilidad. Cuando deficiencias de carácter se hacen públicas, erosionando la credibilidad, es inevitable una inicial crisis de confianza en el electorado.

Sobre este punto, Le Canard enchaîné, publicación satírica, pero normalmente bien informada, reveló la reacción de Manuel Valls, el popular ministro del Interior, al ver la foto de Hollande con el casco de motero entrando en el apartamento de la calle du Cirque, situado a 100 metros escasos del Elíseo: “Se comporta como un adolescente retardado”. Me temo que bastantes franceses opinen lo mismo, no obstante su tradicional tolerancia con estas cuestiones



Vida privada y política pública
La segunda razón de la transmutación en político del escándalo triangular y sentimental Hollande/Trierweiler/Gayet, radica en las reacciones sociales que suelen provocar conductas privadas que contradicen políticas que se defienden en público.

En este sentido -como ha dicho el sociólogo Eric Fassin y reproduce El País- “la gran ironía es que Hollande llegó al Elíseo prometiendo que sería ejemplar en su vida pública y privada, y que acabaría con la mezcla de géneros que tan bien manejaba Sarkozy, el presidente que movió las fronteras de lo íntimo y lo político”.

Esta reacción ha sido especialmente evidente en escándalos sexuales producidos en el área angloamericana.

Basten estos ejemplos. Eliot Spitzer, gobernador de Nueva York, se había proclamado en su política electoral como adalid “contra la corrupción”. Sin embargo The New York Times desveló que estaba siendo investigado por el FBI por el uso de un servicio de prostitución.

La reacción de Spitzer fue: “En mi vida pública, siempre he exigido que la gente asuma la responsabilidad de su conducta. No puedo pedir menos, ni lo haré, a mí mismo. Por ello, presento mi dimisión del puesto de gobernador”.

Cuando Gary Hart tuvo que retirarse en la carrera hacia la Casa Blanca o cuando Bill Clinton erosionó su credibilidad con el affaire Lewinsky, la reacción de una parte importante de los media americanos fue desconfiar de un político que, además de ser infiel a su esposa, miente.

Los analistas de las campañas electorales estadounidenses todavía recuerdan cuando el propio The New York Times intervino sorpresivamente en la carrera a la Casa Blanca, convirtiendo una posible infidelidad matrimonial de John McCain en un ingrediente de la batalla electoral.

En aquella ocasión, la periodista Katie Couric de CBS le recordó al candidato McCain la frase -en mi opinión, no siempre generalizable- del ex presidente Harry Truman: “Un hombre no honorable en sus relaciones maritales, normalmente tampoco lo es en otras relaciones de confianza”.

Precisamente esto llevó al director de la CIA, David Petraeus, a dimitir de su cargo al frente de la CIA cuando salió a la luz su relación sentimental con su biógrafa.

Las relaciones sentimentales y el abuso de poder
El deslizamiento de las relaciones sentimentales hacia la vertiente pública es también inevitable cuando suponen, de algún modo, un abuso de poder.

Así sucedió con Paul Wolfowitz, que acabó presentando su dimisión como presidente del Banco Mundial tras las fuertes presiones que recibió desde que se hizo pública su influencia en el ascenso y alto salario de su novia en el propio banco.

Tal vez por ello, y ad cautelam, la supuesta amante del presidente francés, Julie Gayet, ha sido fulminantemente eliminada, por orden de la ministra de Cultura francesa, de un prestigioso jurado para el que había sido nombrada.

En mi opinión, y por esta vez, tiene razón The Sun -el tabloide sensacionalista inglés- cuando subraya que la insistencia de Hollande sobre “el respeto a su vida privada” en este affaire es una “técnica utilizada por las élites del mundo entero desde el alba de la democracia para dejarse ver como ellos quieren ser vistos y no como en realidad son”.

No hay que olvidar que Robert Greene (Las 48 leyes del Poder) identifica la reputación como la piedra angular del poder: una vez que se pierde, el político se vuelve especialmente vulnerable y blanco de ataques cruzados.

Y es curioso que, en esta regla, el discutido y prestigioso psicólogo de Los Ángeles no admite excepciones.

Cuando la máquina de rumores se dispara es imparable.

Ocurre con los escándalos, también los sexuales, lo que Bernard Nussbaum llamó (refiriéndose al escándalo Whitewater) “reflectores sin rumbo”. Los investigadores acaban encontrando aspectos llamativos que sólo colateralmente tienen que ver con el escándalo original, pero que perturban a la opinión pública.

Repárese que el Closergate ha levantado dudas:

-sobre la seguridad de un presidente de la República, de paquete en una moto y con un solo escolta;

- acerca de la lealtad de los servicios de seguridad, de los que se sospecha que filtraron las idas y venidas;

- de la existencia de supuestos complots políticos desastibilizadores del presidente, incluso supuestamente liderados por Nicolás Sarkozy;

- de los 20.000 euros mensuales que le cuesta al Estado el secretariado puesto a disposición de la first girlfriend, etc.

Como se ve, el problema creado en Francia por las idas y venidas de François Hollande entre el Elíseo y el cercano piso no era simplemente un problema de identificación entre la “primera” y “segunda” dama. cara a la cercana visita a Washington. Es mucho más : un problema de credibilidad política y de reputación pública-

Escándalos políticos y libertad de expresión
Naturalmente, la revelación del affaire plantea el problema de los límites de la libertad de expresión. Recuerdo el debate mediático-ético que siguió a la publicación del libro de Seymour Hersh, El lado oscuro de Camelot (1998). En él, Hersh -que en 1970 había obtenido el Pulitzer- desvela toda una serie de relaciones amorosas clandestinas, operaciones políticas encubiertas y discutibles actuaciones de los servicios secretos durante la Presidencia de Kennedy, cuyo 50.º aniversario acabamos de conmemorar.

Las críticas surgieron porque el autor reproduce un notable número de aventuras sentimentales del joven presidente, en la línea del affaire revelado por el semanario Closer sobre las andanzas amorosas de Hollande.

Fue acusado de hacer “periodismo amarillo”. La defensa del Pulitzer fue: “La vida privada de Kennedy y sus obsesiones personales -su carácter- afectaron a los problemas que tenía la nación, y su política exterior mucho más de lo que cualquiera ha sabido”.

Y añadía: “si informo sobre aspectos sexuales debatidos es porque éste determina el carácter de la persona, también el de Kennedy”.

Tenía parte de razón, pero no toda ella. No puede olvidarse que ocasionalmente la prensa puede convertirse en irresponsable, arrogante y estrepitosa cuando no cruel con personas atrapadas en una tormenta de publicidad dañina. Es lo que viene llamándose “la ceremonia caníbal” de la prensa.

Por ejemplo, cuando algún humorista americano, hablando de Valerie Trierweiler como una primera dama nunca casada con quien le transfiere el título, llega a decir que, trasladando el problema a 1998, “nuestra primera dama (la de los americanos) habría sido Monica Lewinsky”.

Sin embargo, a veces esa misma prensa, al revelar aspectos privados debatibles de personas públicas, constituye -como decía Walter Cronkite- “un sistema de alerta temprana tanto contra los perjuicios producidos por los excesos de la propia democracia como contra el acecho de la tiranía”.

Mientras tanto, el affaire estalla en todo el mundo y galvaniza las networks tras la búsqueda de nuevas primicias.

La última es la ruptura unilateral de Hollande de la “vida en común “con Trierweiler .La “visibilidad mediática” del inquilino del Eliseo se multiplica, pero su popularidad se estanca en un 22%.
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