Un encuentro que duró 35 minutos
Llamativa frialdad del Papa Francisco ante la visita de Hollande al Vaticano
El momento de más calor de la visita del presidente francés al Papa Francisco fue el abrazo del Santo padre al sacerdote Georges Vandenbeusch, liberado en Camerún después de un secuestro de más de 40 días en manos de militantes de Boko Haram. François Hollande comentó al Papa que la liberación, mediada por los servicios secretos franceses, “ha sido un milagro”. Hollande había incluido al sacerdote y a algunos intelectuales católicos en su sequito en el intento de caldear mínimamente la visita al Vaticano.
Cuando el presidente galo entró en la biblioteca privada del Papa parecía empequeñecido y triste por comparación a sus inmediatos predecesores, Nicolás Sarkozy, Jacques Chirac o François Mitterrand, en quienes se notaba alegría por reunirse con el líder de la Iglesia católica. Francisco recibió a Hollande con cortesía, pero sin la sonrisa y las bromas habituales a la llegada de otros mandatarios que cruzan la puerta claramente como amigos. Quizá el momento más afectuoso fue a la salida, cuando el presidente se despidió con un “Hasta pronto”.
Hollande llegó solo, es decir, sin la primera dama, y entró en la biblioteca del Papa como avergonzado por el peso del escándalo de su relación con la actriz Julie Gayet, que ha pasado de las páginas de crónica a las viñetas humorísticas. Otro elemento que abruma a un presidente con la popularidad en niveles mínimos es el rechazo de buena parte de los católicos franceses, cansados de su hostilidad.
El encuentro a puerta cerrada, con la presencia de un intérprete, duró 35 minutos, ligeramente más de lo habitual, y concluyó con el intercambio de regalos. El presidente galo obsequió al Papa el precioso libro “Saint-François d’Assise”, de Maurice Boutet de Monvel, decorado con grabados y publicado en papel especial.
Los desacuerdos sobre las recientes medidas de Hollande respecto al matrimonio homosexual, la simplificación del aborto y la apertura del camino a la eutanasia pesaban mucho en el ambiente. En búsqueda de puntos de encuentro, los comunicados de la presidencia de la República Francesa, insistían las áreas de sintonía y cooperación: la política exterior en África y Oriente Medio, la protección de los cristianos de Tierra Santa, el apoyo a los inmigrantes, la batalla contra la pobreza y la lucha contra el tráfico de seres humanos.
«Laicidad positiva»
Aunque la primera visita del presidente francés se retrasó debido a la renuncia de Benedicto XVI, la realidad es que Hollande ha dejado pasar mucho tiempo desde su llegada al cargo en 2012 y prefirió no asistir a la ceremonia de inauguración del pontificado de Francisco el pasado mes de marzo. A diferencia de su predecesor, Nicolás Sarkozy –quien acuño precisamente en la basílica romana de San Juan de Letrán su concepto de “laicidad positiva”-, Hollande no quiso ni siquiera tomar posesión de su cargo de canónigo honorario de esa basílica.
El clima de frialdad se notaba ya la víspera con la llegada de la carta abierta al Papa de más de cien mil franceses que deploran no sólo las últimas medidas legislativas del presidente sino el favorecimiento de un clima de desprestigio de la práctica de la religión que ha incluido profanación de iglesias. Durante la noche, la explosión de una bomba de fabricación casera, pero potente y con metralla, frente a la sede de una fundación de la embajada francesa ante el Vaticano no sólo dañó el edificio sino también cinco vehículos aparcados en esa calle del centro histórico, muy cerca del rio Tíber.
El comunicado del Vaticano, que no separa los temas tratados con el Papa de los tratados en el encuentro posterior de Hollande con el secretario de Estado Pietro Parolin, menciona que las conversaciones abordaron “la contribución de la religión al bien común” y el “empeño recíproco por mantener un dialogo regular entre el Estado y la Iglesia católica”. Son expresiones típicas de encuentros de mínimos.
El comunicado señala también que “en el marco de la promoción de la dignidad de la persona humana, se pasó revista a algunos temas de actualidad como la familia, la bioética, el respeto a las comunidades religiosas y la protección de los lugares de culto”. En definitiva, menciona la lista de temas espinosos, pero sin dar detalles sobre lo tratado puesto que el desacuerdo en esos terrenos es evidente.
Cuando el presidente galo entró en la biblioteca privada del Papa parecía empequeñecido y triste por comparación a sus inmediatos predecesores, Nicolás Sarkozy, Jacques Chirac o François Mitterrand, en quienes se notaba alegría por reunirse con el líder de la Iglesia católica. Francisco recibió a Hollande con cortesía, pero sin la sonrisa y las bromas habituales a la llegada de otros mandatarios que cruzan la puerta claramente como amigos. Quizá el momento más afectuoso fue a la salida, cuando el presidente se despidió con un “Hasta pronto”.
Hollande llegó solo, es decir, sin la primera dama, y entró en la biblioteca del Papa como avergonzado por el peso del escándalo de su relación con la actriz Julie Gayet, que ha pasado de las páginas de crónica a las viñetas humorísticas. Otro elemento que abruma a un presidente con la popularidad en niveles mínimos es el rechazo de buena parte de los católicos franceses, cansados de su hostilidad.
El encuentro a puerta cerrada, con la presencia de un intérprete, duró 35 minutos, ligeramente más de lo habitual, y concluyó con el intercambio de regalos. El presidente galo obsequió al Papa el precioso libro “Saint-François d’Assise”, de Maurice Boutet de Monvel, decorado con grabados y publicado en papel especial.
Los desacuerdos sobre las recientes medidas de Hollande respecto al matrimonio homosexual, la simplificación del aborto y la apertura del camino a la eutanasia pesaban mucho en el ambiente. En búsqueda de puntos de encuentro, los comunicados de la presidencia de la República Francesa, insistían las áreas de sintonía y cooperación: la política exterior en África y Oriente Medio, la protección de los cristianos de Tierra Santa, el apoyo a los inmigrantes, la batalla contra la pobreza y la lucha contra el tráfico de seres humanos.
«Laicidad positiva»
Aunque la primera visita del presidente francés se retrasó debido a la renuncia de Benedicto XVI, la realidad es que Hollande ha dejado pasar mucho tiempo desde su llegada al cargo en 2012 y prefirió no asistir a la ceremonia de inauguración del pontificado de Francisco el pasado mes de marzo. A diferencia de su predecesor, Nicolás Sarkozy –quien acuño precisamente en la basílica romana de San Juan de Letrán su concepto de “laicidad positiva”-, Hollande no quiso ni siquiera tomar posesión de su cargo de canónigo honorario de esa basílica.
El clima de frialdad se notaba ya la víspera con la llegada de la carta abierta al Papa de más de cien mil franceses que deploran no sólo las últimas medidas legislativas del presidente sino el favorecimiento de un clima de desprestigio de la práctica de la religión que ha incluido profanación de iglesias. Durante la noche, la explosión de una bomba de fabricación casera, pero potente y con metralla, frente a la sede de una fundación de la embajada francesa ante el Vaticano no sólo dañó el edificio sino también cinco vehículos aparcados en esa calle del centro histórico, muy cerca del rio Tíber.
El comunicado del Vaticano, que no separa los temas tratados con el Papa de los tratados en el encuentro posterior de Hollande con el secretario de Estado Pietro Parolin, menciona que las conversaciones abordaron “la contribución de la religión al bien común” y el “empeño recíproco por mantener un dialogo regular entre el Estado y la Iglesia católica”. Son expresiones típicas de encuentros de mínimos.
El comunicado señala también que “en el marco de la promoción de la dignidad de la persona humana, se pasó revista a algunos temas de actualidad como la familia, la bioética, el respeto a las comunidades religiosas y la protección de los lugares de culto”. En definitiva, menciona la lista de temas espinosos, pero sin dar detalles sobre lo tratado puesto que el desacuerdo en esos terrenos es evidente.
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