Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Fallece a los 95 años el evangelizador español del Japón de la posguerra premiado por el emperador

Fidel Herráez Vegas y Cremencio Manso.
Fidel Herráez Vegas, arzobispo emérito de Burgos, visitando al misionero fallecido, Cremencio Manso.

José María Carrera

En 1953, con un Japón que luchaba por la reconstrucción tras ser arrasado durante la  Segunda Guerra Mundial y a pocos meses de que concluyese la ocupación oficial del país por los Estados Unidos, el pueblo católico necesitaba fe, pero también esperanza y caridad.

En el aspecto demográfico, las bombas de Hiroshima y Nagasaki se habían llevado por delante a una buena parte de la iglesia nipona, y la pobreza en los primeros años de posguerra fue atroz. Se calcula que en 1945, antes de la bomba, había unos 12.000 católicos en Urakami. Tras el estallido, su catedral se hizo famosa por permanecer en pie, pero la comunidad perdió a unos 8.500 fieles.

Ocho años después, los cristianos no superaban las 185.000 personas, y la bomba atómica tuvo mucho que ver. En 1929 había unos 94.096 católicos nipones, de los cuales 63.698 residía en Nagasaki: la bomba eliminó a más de dos tercios de la Iglesia en Japón.

En este contexto, la labor de asistencial y de reconstrucción aportada por la Iglesia fue crucial. Uno de los misioneros de "primera hora" en el Japón de la posguerra fue el burgalés Cremencio Manso, llegado al país en 1953 y fallecido este 3 de abril. Allí permaneció durante 63 años, ejerciendo una labor que le mereció importantes condecoraciones, como fue la recepción de la Medalla de Honor de manos del mismo emperador Akihito.

Cremencio Manso.

Don Cremencio, el sacerdote y misionero burgalés que dedicó su vida llevando la caridad y el Evangelio al Japón de la posguerra. 

Nacido en Villasandino en 1928, Manso fue ordenado sacerdote en 1951, a los 23 años. Poco después de ser ordenado fue uno de los impulsores e iniciadores del Instituto Español de Misiones Extranjeras. Tras ser enviado durante seis meses a Estados Unidos para aprender inglés, asistió al convenió de colaboración entreel entonces arzobispo de Burgos, Mons. Pérez Platero y el de Osaka, Pablo Taguchi, para potenciar la misión en las ciudades de Marugame y Sakaide, cerca de la devastada Hiroshima.

El  5 de enero de 1953, Manso desembarcó en el puerto de Yokohama, donde le esperaban otros dos sacerdotes madrileños, y pocos días después llegaron a la ciudad de Marugame, junto con el sacerdote japonés Takana.

Reconstruyendo y evangelizando Japón

Comenzó así un periodo de misión y reconstrucción para el misionero que se alargaría durante 50 años, en plena escasez alimenticia, textil y económica -la renta per cápita no superaba los 172 dólares, más de un millón de personas vivía sin hogar-.

La labor a la que se enfrentó el misionero español a su llegada fue extenuante. Solo un año después de su llegada, los misioneros se hicieron cargo de 400 parroquias y en 1955 obtuvieron autorización para crear un parvulario. No tardaron en ver como la misión crecía y cada vez más japoneses pasaban a formar parte de la renovada Iglesia, viendo llegar unos 12.000 nuevos conversos cada año.

En 1957, a la ayuda de Manso se sumó la de otro burgalés, Kobe David Tellez, de 27 años, encargándose los dos sacerdotes de abrir la primera escuela de Primaria con 25 alumnos.

Desde entonces, la misión se consolidó y la llegada de las primeras religiosas para apoyar la labor sanitaria y educativa se materializó desde 1958, coincidiendo con el devastador terremoto que devastó nuevamente al país con ocho misioneros y cuatro misiones.

En los siguientes años crecieron las escuelas, los hospitales, e incluso, pudieron comprar dos coches para la misión. Diez años después de su llegada a Japón, existía ya un buen equipo de misioneros en cuatro ciudades: Kanonji, Zentsuji, Marugame y Sakaide.

Entre su extensa labor educativa desarrollada durante aquellos 50 años, Manso destacó como director de parvularios en las ciudades de Zentsuji, Marugame y desde 1970 en Kanoji, donde recogía a los mismos niños en autobús. Durante su trayectoria misionera y educativa en el país nipón, más de 3.000 niños han pasado por las escuelas a él encomendadas, lo que en 2006 le mereció el reconocimiento por el mismo emperador de Japón con la Medalla de Honor de la Orden del Tesoro Sagrado por su contribución al bienestar de la nación, cuando  contaba con 78 años.

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