«Cada domingo era para mí un sufrir, un hambre de ir a comulgar… ya no quería estar en pecado»
Graciela dejó a los mormones cuando, gracias a su marido, descubrió que Dios está en la Eucaristía
Aunque fue bautizada en la Iglesia católica, con solo 8 años Graciela sus padres se convirtieron en mormones y con ellos toda la familia. Vivió muchos años en aquella iglesia hasta que su corazón la llevó de regreso al encuentro con Jesús Sacramentado. Su historia la cuenta la periodista Ana María Ibarra, en el periódico mexicano Presencia, de Ciudad Juárez.
Después de haber vivido varios años dentro de las creencias mormonas, María Graciela Molina regresó al catolicismo movida por el deseo de comulgar. A través de la Eucaristía recibió la llamada para “regresar a casa”, y con ella, sus padres y hermanos también vivieron su conversión a la Iglesia Católica.
Una invitación
Nacida en una familia católica, devota de la Virgen de Guadalupe, a la edad de 8 años, Graciela fue llevada junto con sus hermanos a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos días, los mormones.
“Estaba tomando el curso de catecismo cuando mis papás conocieron la iglesia mormona. Mi papá creía mucho en la Virgen de Guadalupe, pero sus familiares se convirtieron a la Iglesia mormona. Platicaron con él, me sacó de la doctrina y ya no hice la primera Comunión. A esa edad me bautizaron en la iglesia mormona”, explica Graciela.
Desde esa edad y en su juventud Graciela se desenvolvió con gran arraigo en esa religión. Pero tiempo después, Graciela empezó a conocer la Iglesia Católica por su hoy esposo, quien también fue bautizado en la iglesia mormona, pero nunca se integró: “Conocí a mi esposo en la maquiladora y nos hicimos novios. Él me platicaba de la Iglesia Católica y me invitaba. Nos casamos por el civil y en ese mismo tiempo una de mis hermanas fue a un retiro de evangelización y recibió la efusión del Espíritu Santo”, recordó.
Añadió que su hermana le compartió que aquello que tanto les hablaron en la iglesia mormona, del fuego del Espíritu Santo, en la Iglesia Católica se hacía real. “Siempre había ansiado sentir ese fuego, oraba para que me llegara esa unción, y mi hermana me dijo que en la Iglesia Católica se sentía real. Me invitó a un retiro de evangelización, pero no sentí nada en ese momento”.
Inicia la conversión
Aunque en ese retiro Graciela no sintió lo que esperaba, comenzó a asistir a las asambleas de oración carismática, y cuando escuchó hablar en lenguas se asustó.
“Empecé a estudiar mucho a la Iglesia Católica, como en la iglesia mormona nos tenían acostumbrados a estudiar la Biblia, sé dónde están los libros, las escrituras. Los mormones tienen muy bien entrenados a sus seguidores, desde pequeños los niños entran al catecismo, podríamos decirlo así. Tenía una buena formación mormona”, reconoció la entrevistada. Graciela agregó que al ir adentrándose al catolicismo empezó a preguntar y a estudiar a la Iglesia desde su inicio: “Empecé a estudiar desde el primer papa que fue Pedro, tomé clases de Biblia. Anduve como una loquita estudiando todo lo de la Iglesia Católica y participando en sus grupos”.
Sin embargo, fue a través de las homilías de los sacerdotes José Solís y Aristeo Baca en las que comenzó a sentir un llamado fuerte: “En aquel entonces iba a misa con mi esposo a la Natividad del Señor. Cuando el padre Solís empezaba a hablar no quería poner atención porque yo era mormona, pero sus homilías me llegaban. También acudía a San Lorenzo y me encantaba como hablaba, y como habla, el padre Aristeo Baca”.
Graciela dijo estar convencida que fue Jesús quien le habló a través de las homilías de estos dos sacerdotes, quienes sin conocerla y sin saberlo, fueron parte de su conversión.
Cristo en la Eucaristía le llamaba
Graciela compartió que al acudir continuamente a misa, a pesar de resistirse a participar, en el momento de la consagración ella procuraba mirar a otro lado, sin embargo, algo o alguien la obligaba a levantar el rostro para observar lo que estaba pasando en el altar: “En esos momentos mi corazón empezaba a palpitar tan fuerte que sentía que se salía de mí. Era ese fuego del Espíritu Santo”, reconoció Graciela.
“Dichosos los invitados a la mesa del Señor”, fueron las palabras que se quedaron grabadas en su mente y al mirar a la gente pasar a recibir la Comunión, se cuestionaba si esa invitación era para ella.
“Mi esposo me explicaba que la Comunión es tomar el cuerpo de Cristo, y cada vez que pasaba junto a mí una persona que acababa de comulgar sentía una emoción que embargaba mi alma y me preguntaba qué era eso que sentía… podía sentir en las personas un palpitar que llegaba hasta mí”.
La inquietud de su corazón la impulsó a desear probar lo que los demás probaban en la hostia consagrada, pero su esposo le explicó que no podían, porque estaban en pecado ya que no estaban casados por la Iglesia.
“Cada domingo era para mí un sufrir, sentía una necesidad, un hambre de ir a comulgar y le pregunté a mi marido qué teníamos que hacer para probar a Jesús, ya no quería estar en pecado, me sentía la más pecadora”.
Rumbo al sacramento
Con ese deseo, Graciela impulsó a su marido para comenzar todos los trámites para recibir el sacramento del matrimonio y, sin saber que estaba embarazada, decidió no tener intimidad con él hasta recibir el sacramento.
Graciela no quiso hacer fiesta, pues lo más importante para ella era recibir el sacramento: “No me preocupé por la fiesta, no quería distraerme en eso, solo me interesaba estar bien ante Dios, ni siquiera me compré vestido largo, ese día quería llegar pronto al altar. Nos casamos en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Al ir al altar sentí un gozo en mi corazón y lloré de emoción. Cuando tomé a Jesús, sentí algo hermoso y hasta la fecha”.
Conversión familiar
Si bien una de sus hermanas fue la primera en convertirse a la Iglesia Católica, Graciela, con su conversión y entusiasmo, motivó también a sus demás hermanos y a sus padres, quienes en un principio se molestaron con ella por haberse casado por la Iglesia Católica.
“Sólo mi hermana mayor, que en paz descanse, siguió en la iglesia mormona, ella nos decía que éramos hijas de perdición, pues siempre nos dijeron que la Iglesia Católica era la ‘ramera’ y el papa, la bestia. Los mormones nos decían que podíamos ir a cualquier iglesia, menos a la católica”, recordó.
A pesar de las ideas inculcadas, Graciela, se enamoró de la doctrina católica, de la Eucaristía y de la Virgen María, y tanto ella como su hermana contagiaron ese amor a su familia.
“Compartí con mis padres todo lo que Señor ha hecho en mí, me ha dado dones que no conocía. Cuando aprendí a rezar el Rosario, través de la Virgen María, empecé a conocer a Jesús. Después mi mamá y mi papá decidieron casarse por la Iglesia, ella vestida de novia y mi papá en su silla de ruedas. Les hicimos una boda en grande”, dijo entusiasmada.
Volver a casa
“El Señor me trajo de la iglesia mormona, donde también fui feliz, ahí empecé mi vida religiosa, me enseñaron cosas bonitas, ahí aprendí la biblia, no puedo hablar mal de ella, pero hoy tengo una felicidad extremadamente grande. En cada Comunión nazco en Jesús”, afirmó.
E invitó: “Cada vez que comulgamos Jesús nos dice en cada palpitar del corazón ‘soy Yo, Yo soy’. Escuchen esas palabras en su corazón y lo escucharan en sus oídos. Déjense invadir por Él. No hay nada que nos haga palpitar el corazón como el amor de Jesús. Cada Eucaristía es un ‘te amo’ de Jesús. Le doy gracias a Dios que me trajo nuevamente a casa”.
Después de haber vivido varios años dentro de las creencias mormonas, María Graciela Molina regresó al catolicismo movida por el deseo de comulgar. A través de la Eucaristía recibió la llamada para “regresar a casa”, y con ella, sus padres y hermanos también vivieron su conversión a la Iglesia Católica.
Una invitación
Nacida en una familia católica, devota de la Virgen de Guadalupe, a la edad de 8 años, Graciela fue llevada junto con sus hermanos a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos días, los mormones.
“Estaba tomando el curso de catecismo cuando mis papás conocieron la iglesia mormona. Mi papá creía mucho en la Virgen de Guadalupe, pero sus familiares se convirtieron a la Iglesia mormona. Platicaron con él, me sacó de la doctrina y ya no hice la primera Comunión. A esa edad me bautizaron en la iglesia mormona”, explica Graciela.
Desde esa edad y en su juventud Graciela se desenvolvió con gran arraigo en esa religión. Pero tiempo después, Graciela empezó a conocer la Iglesia Católica por su hoy esposo, quien también fue bautizado en la iglesia mormona, pero nunca se integró: “Conocí a mi esposo en la maquiladora y nos hicimos novios. Él me platicaba de la Iglesia Católica y me invitaba. Nos casamos por el civil y en ese mismo tiempo una de mis hermanas fue a un retiro de evangelización y recibió la efusión del Espíritu Santo”, recordó.
Añadió que su hermana le compartió que aquello que tanto les hablaron en la iglesia mormona, del fuego del Espíritu Santo, en la Iglesia Católica se hacía real. “Siempre había ansiado sentir ese fuego, oraba para que me llegara esa unción, y mi hermana me dijo que en la Iglesia Católica se sentía real. Me invitó a un retiro de evangelización, pero no sentí nada en ese momento”.
Inicia la conversión
Aunque en ese retiro Graciela no sintió lo que esperaba, comenzó a asistir a las asambleas de oración carismática, y cuando escuchó hablar en lenguas se asustó.
“Empecé a estudiar mucho a la Iglesia Católica, como en la iglesia mormona nos tenían acostumbrados a estudiar la Biblia, sé dónde están los libros, las escrituras. Los mormones tienen muy bien entrenados a sus seguidores, desde pequeños los niños entran al catecismo, podríamos decirlo así. Tenía una buena formación mormona”, reconoció la entrevistada. Graciela agregó que al ir adentrándose al catolicismo empezó a preguntar y a estudiar a la Iglesia desde su inicio: “Empecé a estudiar desde el primer papa que fue Pedro, tomé clases de Biblia. Anduve como una loquita estudiando todo lo de la Iglesia Católica y participando en sus grupos”.
Sin embargo, fue a través de las homilías de los sacerdotes José Solís y Aristeo Baca en las que comenzó a sentir un llamado fuerte: “En aquel entonces iba a misa con mi esposo a la Natividad del Señor. Cuando el padre Solís empezaba a hablar no quería poner atención porque yo era mormona, pero sus homilías me llegaban. También acudía a San Lorenzo y me encantaba como hablaba, y como habla, el padre Aristeo Baca”.
Graciela dijo estar convencida que fue Jesús quien le habló a través de las homilías de estos dos sacerdotes, quienes sin conocerla y sin saberlo, fueron parte de su conversión.
Cristo en la Eucaristía le llamaba
Graciela compartió que al acudir continuamente a misa, a pesar de resistirse a participar, en el momento de la consagración ella procuraba mirar a otro lado, sin embargo, algo o alguien la obligaba a levantar el rostro para observar lo que estaba pasando en el altar: “En esos momentos mi corazón empezaba a palpitar tan fuerte que sentía que se salía de mí. Era ese fuego del Espíritu Santo”, reconoció Graciela.
“Dichosos los invitados a la mesa del Señor”, fueron las palabras que se quedaron grabadas en su mente y al mirar a la gente pasar a recibir la Comunión, se cuestionaba si esa invitación era para ella.
“Mi esposo me explicaba que la Comunión es tomar el cuerpo de Cristo, y cada vez que pasaba junto a mí una persona que acababa de comulgar sentía una emoción que embargaba mi alma y me preguntaba qué era eso que sentía… podía sentir en las personas un palpitar que llegaba hasta mí”.
La inquietud de su corazón la impulsó a desear probar lo que los demás probaban en la hostia consagrada, pero su esposo le explicó que no podían, porque estaban en pecado ya que no estaban casados por la Iglesia.
“Cada domingo era para mí un sufrir, sentía una necesidad, un hambre de ir a comulgar y le pregunté a mi marido qué teníamos que hacer para probar a Jesús, ya no quería estar en pecado, me sentía la más pecadora”.
Rumbo al sacramento
Con ese deseo, Graciela impulsó a su marido para comenzar todos los trámites para recibir el sacramento del matrimonio y, sin saber que estaba embarazada, decidió no tener intimidad con él hasta recibir el sacramento.
Graciela no quiso hacer fiesta, pues lo más importante para ella era recibir el sacramento: “No me preocupé por la fiesta, no quería distraerme en eso, solo me interesaba estar bien ante Dios, ni siquiera me compré vestido largo, ese día quería llegar pronto al altar. Nos casamos en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Al ir al altar sentí un gozo en mi corazón y lloré de emoción. Cuando tomé a Jesús, sentí algo hermoso y hasta la fecha”.
Conversión familiar
Si bien una de sus hermanas fue la primera en convertirse a la Iglesia Católica, Graciela, con su conversión y entusiasmo, motivó también a sus demás hermanos y a sus padres, quienes en un principio se molestaron con ella por haberse casado por la Iglesia Católica.
“Sólo mi hermana mayor, que en paz descanse, siguió en la iglesia mormona, ella nos decía que éramos hijas de perdición, pues siempre nos dijeron que la Iglesia Católica era la ‘ramera’ y el papa, la bestia. Los mormones nos decían que podíamos ir a cualquier iglesia, menos a la católica”, recordó.
A pesar de las ideas inculcadas, Graciela, se enamoró de la doctrina católica, de la Eucaristía y de la Virgen María, y tanto ella como su hermana contagiaron ese amor a su familia.
“Compartí con mis padres todo lo que Señor ha hecho en mí, me ha dado dones que no conocía. Cuando aprendí a rezar el Rosario, través de la Virgen María, empecé a conocer a Jesús. Después mi mamá y mi papá decidieron casarse por la Iglesia, ella vestida de novia y mi papá en su silla de ruedas. Les hicimos una boda en grande”, dijo entusiasmada.
Volver a casa
“El Señor me trajo de la iglesia mormona, donde también fui feliz, ahí empecé mi vida religiosa, me enseñaron cosas bonitas, ahí aprendí la biblia, no puedo hablar mal de ella, pero hoy tengo una felicidad extremadamente grande. En cada Comunión nazco en Jesús”, afirmó.
E invitó: “Cada vez que comulgamos Jesús nos dice en cada palpitar del corazón ‘soy Yo, Yo soy’. Escuchen esas palabras en su corazón y lo escucharan en sus oídos. Déjense invadir por Él. No hay nada que nos haga palpitar el corazón como el amor de Jesús. Cada Eucaristía es un ‘te amo’ de Jesús. Le doy gracias a Dios que me trajo nuevamente a casa”.
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