El sacerdote misionero en Paraguay dice que no lo olvidará nunca
Amada y Nadia, madre e hija: su historia hizo llorar a Aldo Trento y celebró un funeral desgarrador
Cuando el 11 de julio de 2015, durante su visita apostólica a Paraguay, Francisco visitó la Fundación San Rafael, puso en el centro de la atención mundial a su director, el sacerdote italiano Aldo Trento.
La visita de Francisco a la Fundación San Rafael fue un reconocimiento al trabajo de Aldo Trento durante años al servicio de los más necesitados.
En los años 70, ya siendo sacerdote, se volcó con la ideología marxista, hasta que conoció el movimiento Comunión y Liberación fundado por Luigi Giussani (1922-2005) y su fe se salvó. Hoy entrega su vida en el país suramericano acogiendo en la Fundación San Rafael a los niños y enfermos a quienes nadie quiere, entre ellos quienes tienen sida. A todos considera sus "hijos", y entre ellos una madre y su hija cuya historia, tan triste que solo en Cristo encuentra explicación -como él mismo interpreta-, contó recientemente en Tempi:
Una historia que permanecerá esculpida para siempre en mi memoria. Eran las 7.30 de la mañana del martes 14 de febrero y Amada se estaba muriendo en nuestra clínica. Junto a ella, su hija de 14 años le cantaba una canción que a menudo oímos en la iglesia: "No sé si la iglesia subió o si el cielo bajó…". Antes de que finalizara la canción, su madre había muerto. ¡Qué pena, qué drama y qué belleza!
"No sé si la iglesia subió o si el cielo bajó" es uno de los versos de la canción Ángeles de Dios (también conocida como Hay ángeles volando en este lugar), interpretada por numerosos artistas católicos.
Cuando era joven, Amada tuvo una hija de un hombre -uno de los cientos que llenan Paraguay y que en el lugar del cerebro tienen los genitales- que tras un inútil intento de convencerla para que abortara, decidió abandonarla. Amada se vio sola, en la calle, desesperada. ¿Qué iba a hacer? ¿Abortar? Su decisión fue irreversible: "Nunca cometeré un homicidio". Hija de campesinos pobres, esperó en su cabaña el nacimiento de su hija. Pero las dificultades la obligaron a confiar a su hija Nadia a la madre de ese hombre cínico. No tenía alternativas y esa señora le garantizaría un futuro a su hija. El dolor que sintió cuando tuvo que desprenderse de su hija, lo más valioso que tiene una madre, fue inconmensurable. Una vez hecho el gesto, cogió el autobus y, como muchos connacionales, se fue a trabajar a Buenos Aires, donde sufrió un gran soledad y fue explotada.
Pasaron los años y un día Nadia supo que su madre había vuelto a Paraguay. Una vuelta desesperada, marcada por la decepción y los sueños fracasados. Amada había vuelto destrozada, casi irreconocible, acompañada por el sida. Cuando llegó a la clínica estaba prácticamente inconsciente, con el rostro pálido y el cuerpo esquelético. Pero aún se podía vislumbrar la antigua belleza, que el sida estaba corroyendo.
Los enfermos de sida en situación terminal han tenido siempre un hogar junto al padre Aldo Trento.
El cielo y la Iglesia
Cuando la vi envuelta en las sábanas blancas, con su hija Nadia a su lado, se me formó un nudo en la garganta. Nadia me contó su historia, que custodiaré para siempre en mi corazón: una historia injusta, absurda, violenta, sin sentido e incomprensible si no existiera Cristo. No es posible que una chica de 14 años haya vivido tanto dolor. Su hermosísimo rostro, su sonrisa, sus ojos eran un terrible contraste con el dolor que destrozaba su corazón. "Padre, he sufrido mucho, no he tenido el afecto de una madre… Mi padre me rechazó y sigue ignorándome. Desde que volvió mi madre he dejado el colegio, no he hecho caso a mi abuela, que no estaba de acuerdo con mi decisión. Me he quedado día y noche con mi madre. Hace dos meses que vivo en esta clínica. No quiero que mi madre no tenga el afecto que no ha podido darme. Ella me trajo al mundo aunque mi 'padre' no quería, le estoy agradecida por el don de la vida".
Todos los días se me llenaban los ojos de lágrimas al ver a la madre en la cama, que se iba apagando como una vela, con la hija a su lado. Una escena imposible de describir. Lo único que se podía hacer era observar y salir llorando de esa habitación, atormentados por las preguntas. ¡Cuántas veces he recordado las palabras de San Gregorio Nacianceno que don Giussani citaba siempre: "¡Si no existieras tú, oh mi Cristo, me sentiría criatura acabada!"
De vez en cuando Amada abría los ojos, miraba a su hija, me miraba a mí… y lloraba. Con los ojos, su único medio de comunicación, le transmitía a su hija su amor de madre, lleno de gratitud. Y un día llegó su hora, la hora en la que se manifiesta la gloria de Dios. Nadia le estaba cantando una hermosa canción que habla del cielo que desciende y de la Iglesia que se eleva. Es decir, del Misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. No acabó la canción porque los ojos de su madre se cerraron para siempre. Había muerto. Ahora Nadia está sola en el mundo. Hija no deseada por su cínico padre, deseada por su humilde madre, no tiene a nadie que le dé lo que sólo una madre puede dar. ¡Pobre hija mía!
El Santísimo, un último consuelo para los enfermos más graves.
Hija de Tus ojos
Celebré el funeral y Nadia quiso, con un amiga, cantar de nuevo esa canción. Fue una escena desgarradora. Mi mirada pasaba de la madre en el ataúd (que había recuperado sus rasgos originales, porque la muerte restituye la belleza que el dolor destruye), a la hija que le acariciaba el rostro. Ofrecí la Santa Misa por ambas, pero sobre todo por Nadia. "Señor, ahora está sola en el mundo; por favor, recuerda que Tú la has dibujado en la palma de Tus manos, recuerda que es la hija de Tus ojos. Te ruego, haz que sienta la belleza de Tu amor en la paciencia del tiempo y que su sonrisa no se apague nunca". Momentos dramáticos en los que la oración se convierte en oración auténtica porque se transforma en grito, súplica, abandono. Abandono al Único que, desde la cruz de este Viernes Santo, puede entender y responder totalmente al dolor de Nadia. ¡Cuán cierto es que si no existieras tú, oh mi Cristo, me sentiría criatura acabada!
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
La visita de Francisco a la Fundación San Rafael fue un reconocimiento al trabajo de Aldo Trento durante años al servicio de los más necesitados.
En los años 70, ya siendo sacerdote, se volcó con la ideología marxista, hasta que conoció el movimiento Comunión y Liberación fundado por Luigi Giussani (1922-2005) y su fe se salvó. Hoy entrega su vida en el país suramericano acogiendo en la Fundación San Rafael a los niños y enfermos a quienes nadie quiere, entre ellos quienes tienen sida. A todos considera sus "hijos", y entre ellos una madre y su hija cuya historia, tan triste que solo en Cristo encuentra explicación -como él mismo interpreta-, contó recientemente en Tempi:
Una historia que permanecerá esculpida para siempre en mi memoria. Eran las 7.30 de la mañana del martes 14 de febrero y Amada se estaba muriendo en nuestra clínica. Junto a ella, su hija de 14 años le cantaba una canción que a menudo oímos en la iglesia: "No sé si la iglesia subió o si el cielo bajó…". Antes de que finalizara la canción, su madre había muerto. ¡Qué pena, qué drama y qué belleza!
"No sé si la iglesia subió o si el cielo bajó" es uno de los versos de la canción Ángeles de Dios (también conocida como Hay ángeles volando en este lugar), interpretada por numerosos artistas católicos.
Cuando era joven, Amada tuvo una hija de un hombre -uno de los cientos que llenan Paraguay y que en el lugar del cerebro tienen los genitales- que tras un inútil intento de convencerla para que abortara, decidió abandonarla. Amada se vio sola, en la calle, desesperada. ¿Qué iba a hacer? ¿Abortar? Su decisión fue irreversible: "Nunca cometeré un homicidio". Hija de campesinos pobres, esperó en su cabaña el nacimiento de su hija. Pero las dificultades la obligaron a confiar a su hija Nadia a la madre de ese hombre cínico. No tenía alternativas y esa señora le garantizaría un futuro a su hija. El dolor que sintió cuando tuvo que desprenderse de su hija, lo más valioso que tiene una madre, fue inconmensurable. Una vez hecho el gesto, cogió el autobus y, como muchos connacionales, se fue a trabajar a Buenos Aires, donde sufrió un gran soledad y fue explotada.
Pasaron los años y un día Nadia supo que su madre había vuelto a Paraguay. Una vuelta desesperada, marcada por la decepción y los sueños fracasados. Amada había vuelto destrozada, casi irreconocible, acompañada por el sida. Cuando llegó a la clínica estaba prácticamente inconsciente, con el rostro pálido y el cuerpo esquelético. Pero aún se podía vislumbrar la antigua belleza, que el sida estaba corroyendo.
Los enfermos de sida en situación terminal han tenido siempre un hogar junto al padre Aldo Trento.
El cielo y la Iglesia
Cuando la vi envuelta en las sábanas blancas, con su hija Nadia a su lado, se me formó un nudo en la garganta. Nadia me contó su historia, que custodiaré para siempre en mi corazón: una historia injusta, absurda, violenta, sin sentido e incomprensible si no existiera Cristo. No es posible que una chica de 14 años haya vivido tanto dolor. Su hermosísimo rostro, su sonrisa, sus ojos eran un terrible contraste con el dolor que destrozaba su corazón. "Padre, he sufrido mucho, no he tenido el afecto de una madre… Mi padre me rechazó y sigue ignorándome. Desde que volvió mi madre he dejado el colegio, no he hecho caso a mi abuela, que no estaba de acuerdo con mi decisión. Me he quedado día y noche con mi madre. Hace dos meses que vivo en esta clínica. No quiero que mi madre no tenga el afecto que no ha podido darme. Ella me trajo al mundo aunque mi 'padre' no quería, le estoy agradecida por el don de la vida".
Todos los días se me llenaban los ojos de lágrimas al ver a la madre en la cama, que se iba apagando como una vela, con la hija a su lado. Una escena imposible de describir. Lo único que se podía hacer era observar y salir llorando de esa habitación, atormentados por las preguntas. ¡Cuántas veces he recordado las palabras de San Gregorio Nacianceno que don Giussani citaba siempre: "¡Si no existieras tú, oh mi Cristo, me sentiría criatura acabada!"
De vez en cuando Amada abría los ojos, miraba a su hija, me miraba a mí… y lloraba. Con los ojos, su único medio de comunicación, le transmitía a su hija su amor de madre, lleno de gratitud. Y un día llegó su hora, la hora en la que se manifiesta la gloria de Dios. Nadia le estaba cantando una hermosa canción que habla del cielo que desciende y de la Iglesia que se eleva. Es decir, del Misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. No acabó la canción porque los ojos de su madre se cerraron para siempre. Había muerto. Ahora Nadia está sola en el mundo. Hija no deseada por su cínico padre, deseada por su humilde madre, no tiene a nadie que le dé lo que sólo una madre puede dar. ¡Pobre hija mía!
El Santísimo, un último consuelo para los enfermos más graves.
Hija de Tus ojos
Celebré el funeral y Nadia quiso, con un amiga, cantar de nuevo esa canción. Fue una escena desgarradora. Mi mirada pasaba de la madre en el ataúd (que había recuperado sus rasgos originales, porque la muerte restituye la belleza que el dolor destruye), a la hija que le acariciaba el rostro. Ofrecí la Santa Misa por ambas, pero sobre todo por Nadia. "Señor, ahora está sola en el mundo; por favor, recuerda que Tú la has dibujado en la palma de Tus manos, recuerda que es la hija de Tus ojos. Te ruego, haz que sienta la belleza de Tu amor en la paciencia del tiempo y que su sonrisa no se apague nunca". Momentos dramáticos en los que la oración se convierte en oración auténtica porque se transforma en grito, súplica, abandono. Abandono al Único que, desde la cruz de este Viernes Santo, puede entender y responder totalmente al dolor de Nadia. ¡Cuán cierto es que si no existieras tú, oh mi Cristo, me sentiría criatura acabada!
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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