Judío y con prejuicios hacia la fe, pidió a Dios una señal: «Jesús es la respuesta, el que libera»
"Gracias por acogerme, espero ser digno de estar entre vosotros": con estas palabras, Javier celebraba a sus 44 años su entrada a la Iglesia y la recepción del bautismo, la confirmación y comunión en una ceremonia presidida por el cardenal José Cobo en la parroquia Nuestra Señora de Flor de Carmelo.
Hijo de madre alemana judía y padre malagueño católico, relata al portal de la Archidiócesis de Madrid que en su casa siempre hubo "un ambiente poco proclive a la religión" con "ciertos prejuicios hacia el catolicismo".
En 2010 conoció a Cristina, con quien se casó por la Iglesia porque "para ella la fe era importante".
Fue durante la preparación de la boda cuando aquellos prejuicios "se derribaron" por primera vez.
"Nunca había hablado con un sacerdote en mi vida y entonces me parecieron todos extraordinariamente amables", confiesa.
Un "abrazo", un cura que "aparece"... las "señales" de su conversión
Durante los últimos cuatro años admite haber tenido una vida rodeada de "señales" que le guiarían hasta su conversión.
Se refiere a la primera de ellas como "un abrazo".
"Estaba en la capilla de la iglesia y de repente me sentí abrazado, como cuando Cristina viene por sorpresa por detrás y me da uno", recuerda.
También Cristina tuvo algo semejante a una reconversión. Aunque siempre fue católica, recuerda que no iba nunca a la iglesia. Algo que se planteó cuando su hijo mayor, Gonzalo, tenía seis años.
"Si yo quiero que mi hijo crea como yo, tendré que llevarlo a Misa", pensó antes de dar el paso. Acto seguido, Javier comenzó a acompañarla, sin mayor pretensión que cuidar a su segundo hijo, César.
Otra de esas señales tuvo lugar mientras esperaba a Cristina sentado en un banco y le pedía a Dios luces para saber si judaísmo o cristianismo. "Señor, ¿qué hago? En ese mismo momento, salió del edificio de enfrente un cura y me saludó", relata.
Interpretó aquel episodio como una respuesta definitiva, pero no la única. Recuerda especialmente la del "abrazo", cuando empezó a acompañar a su mujer a la parroquia.
"No sé por qué me dio por entrar en la capilla", donde está el sagrario… Y así empezó a rezar.
"El verdadero explicador de la ley, el que te libera"
Javier empezó a levantarse antes que su mujer "un poco a escondidas" para rezar. Recuerda que en esos momentos sentía que "se elevaba". Pero "no para estar encima de nadie, sino para no dejarme atrapar" por lo que le ataba al mundo. Esas oraciones de cada mañana comenzaron a dirigirse a la Virgen María cuando Cristina llevó una imagen peregrina a casa. La Virgen, a la que en su judaísmo de nacimiento no había tenido en el radar, fue "reveladora; alguien con un amor infinito con quien puedes hablar".
Para entonces, Javier "estaba sintiendo ya algo más hacia el catolicismo" y de ser un simple "acompañante" pasó a aprender las oraciones. Hasta que un día sintió que se tenía que unir a la liturgia… "Y empecé a hablar. Sentía que ahí estaba el camino. Tomé la decisión".
Javier, con su esposa Cristina y sus hijos, el día de su bautismo.
A principios del año pasado, con la decisión tomada, se lo comunicó a un sacerdote, el padre Román, carmelita de la parroquia y su padrino en la ceremonia del domingo. Cristina fue su madrina.
Relata su conversión como haber hallado "la plenitud".
"Algo poderosísimo del catolicismo es que la promesa de la Resurrección se completa; el triunfo de la Resurrección de Cristo derriba barreras entre la vida y la muerte. El catolicismo es el gran consuelo frente a los grandes problemas: las cosas que haces mal y la muerte. Es la respuesta a qué hay después de la muerte y cómo se alcanza el perdón. Y Jesús, concluye, es "el verdadero explicador de la ley, el que te libera, el que no ha venido a abolir la ley, sino a dar plenitud; el mesías".