Thierry, separado y con sus hijos crecidos, se replanteó su vida
El encuentro con Dios de un cuarentón «frágil»: Teresas cantadas, salmos, el tañir de una campana...
En la infancia y juventud de Thierry, Dios “no estuvo verdaderamente presente”, explica a Découvrir Dieu: “No era muy creyente. Iba a misa con mis padres pero no era una fe vivida”. En torno a los 24 o 25 años sufrió una “gran crisis” y lo mandó todo “a paseo”: “Estaba encolerizado contra mi familia, contra muchas cosas, una cólera muy fuerte también contra Dios”. Dejó de ir a la iglesia y se alejó totalmente de la religión.
Lo que pasó después lo cuenta de forma muy sintética. Tomó “otro camino”, tuvo dos hijos con su compañera, se le complicó la vida, se separaron, sus hijos crecieron y él se vio con cuarenta años y sintiéndose muy “frágil”.
Las Teresas y los salmos
Desde el punto de vista de la fe, “pasaban algunas cosas”: “Me sentía dividido entre un deseo de Dios y, al mismo tiempo, una vocecita en mi interior que me decía: ‘No hay lugar para ti, fíjate en tu vida, no estás en onda con el Señor’”.
Sin embargo, sí estaba en onda con dos Teresas: Santa Teresa de Jesús y Santa Teresita de Lisieux. “A escondidas”, solo en casa o conduciendo su vehículo, escuchaba textos de ambas carmelitas convertidos en música. En particular le impactaban los versos de la santa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante; / todo se pasa, Dios no se muda; / la paciencia todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene nada le falta. / Sólo Dios basta”.
Natasha St. Pier, quien ha grabado canciones con Miguel Bosé, logró un gran éxito en Francia con su álbum 'Aimer c'est tout donner [Amar es darlo todo]', poniendo música a textos de Santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux). Aquí la vemos en un concierto de 2018 en la iglesia de la Trinidad de París.
Alimentando esas inquietudes espirituales, Thierry empezó a abrir la Biblia que tenía en su biblioteca y leía los Salmos: “Eran como un puñetazo en el vientre, había algo en ellos que tenía que ver conmigo porque hablaban de dolor, de dirigirse a Dios, de la Creación… En aquel momento me afectaron mucho, los leía de día y de noche, porque sufría insomnio. No sé qué pasaba, pero ese deseo de Dios crecía”.
La campana
Tal era su estado de espíritu el primer domingo de Adviento de 2006. En la pequeña ciudad donde vivía, en un día normal de mercado, salió a recorrerlo para hacer la compra. Sonaron las campanas de la iglesia, que había escuchado mil veces, pero aquella vez tenían un significado diferente, las sintió como una llamada pero al mismo tiempo como “una decisión libre”, y cambió sus pasos para dirigirse al templo. No fue como otras veces que había entrado en una iglesia: “Aquel día me impactaron la asamblea congregada mirando al altar y su oración”.
Sobre todo, cuando toda la comunidad pronunció el Domine, non sum dignus: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (cfr. Mt 8, 8).
El testimonio de Thierry.
Aquellas palabras repercutieron en él. “Sentí algo en mí que me decía: ‘Te amo y hay un lugar para ti en esta iglesia, en esta asamblea, sea cual sea tu vida, te veas como te veas. ¡Yo te amo!’ Me puse a llorar, como si algo se hubiese derrumbado en mí, aunque en ese momento no comprendía nada”, recuerda.
La unidad del Antiguo y el Nuevo Testamento
Con “una gran alegría en el corazón”, empezó a ir a misa habitualmente y a leer la Biblia con otros ojos, no según el esquema de un Dios del Antiguo Testamento “vengador” y “muy duro” por oposición a un “Jesús más bien simpático”. No, descubrió que el Dios del Antiguo Testamento es también “un Dios de amor”, un Dios que expulsa a Adán y Eva del Paraíso pero les viste con túnicas de piel (Gén 3, 21), que castiga a Caín pero le protege de quien pretenda hacerle daño (Gén 4, 15)…
“El mensaje de amor de Jesús ya está en el Antiguo Testamento, solo hay que leerlo”, descubrió Thierry: “El Señor me concedió comprender ese amor. Antes, solo los salmos me llegaban al fondo. Ahora, toda la Palabra de Dios adquirió una gran importancia en mi vida”.
Comenzó a relacionarse con los fieles de la parroquia, que formaban una fraternidad informal, con reuniones en casa de unos y de otros donde charlaban, debatían, etc.: “Así pude hablar con otros sobre mi fe, me aconsejaron leer libros, tal o cual pasaje de la Biblia… Fui avanzando”.
Y cambiaron cosas importantes en su vida: “Uno de los frutos es que pude reconciliarme con mis padres, aunque nunca habíamos roto del todo. Eso me permite estar ahora con ello para acompañarles en su vejez. A pesar de nuestras limitaciones, suyas y mías, hemos reconstruido una relación de amor”.
La causa de todo ello, concluye, es el “Dios amor” a quien encontró: “Un Dios que me ama profundamente y me llama a seguirle y a amarle, con mis pobres medios, como Él nos ama a nosotros”.