A sus 91 años, sólo ellos y «una prueba» convertirán al país
Veterano de Iwo Jima, franciscano y 55 años misionero en Japón, fray Beda lo fía todo a los mártires
"Cumplí mi misión y tengo 91 años, así que es hora de retirarse": el padre Beda Fitzpatrick lleva 55 años en Japón como misionero franciscano, y ahora su deseo es regresar a Estados Unidos, de donde salió cuando norteamericanos y japoneses se disputaban la hegemonía en el mar durante la Segunda Guerra Mundial. Le espera una residencia para sacerdotes retirados en Nueva Jersey.
Los treinta dias de Iwo Jima
Nacido en 1922 en Ellicottville (Nueva York), estudió primero en la Universidad San Buenaventura, regentada por los franciscanos, y luego empezó literatura inglesa en la Universidad de Notre Dame. Llegó allí el 1 de septiembre, casi a la misma hora en la que tropas alemanas invadían Polonia (las soviéticas lo harían el 17). Y justo al concluir sus estudios, ya tras Pearl Harbour, en 1942 se enroló en la Marina y tras cuatro meses de formación fue destinado como oficial a la flota anfibia en el Pacífico.
Tras un nuevo periodo de capacitación en San Diego (California), le asignaron al buque USS Jupiter, un carguero de asalto con el que empezó a participar en desembarcos en Ulithi, Leyte, Luzón... y la legendaria Iwo Jima.
Fueron treinta días de batalla, y él estuvo al mando de una fuerza de desembarco: "Teníamos 19 lanchas, 77 hombres y 6 oficiales. Mi misión, una vez las lanchas estaban en el agua, era llevar las tropas y el material a la playa, dejarles y volver, no tenía que desembarcar . En cuanto bajaba el último, me marchaba. Todas las noches llevábamos munición junto al monte Suribachi y retirábamos los heridos hasta los barcos-hospital", recuerda el padre Beda en una entrevista concedida al ational Catholic Register.
La mitad de la fuerza atacante murió o resultó herida, por unas pérdidas japonesas de casi el cien por cien. Tras la batalla, el Jupiter trasladó los heridos a Hawai, y el Fitzpatrick fue trasladado al USS Custer, un boque similar con el que, en 1945, ya concluida la contienda, llegó a la base naval de Sasebo. Fue la primera vez que vio Japón.
"Recuerdo mi emoción, porque es adonde había llegado San Francisco Javier. Nos desembarcaron y fui a una pequeña iglesia de una única habitación y suelo de mimbre, que tenía un Via Crucis. Allí sólo había unos niños, a quienes dimos unas golosinas. Los adultos estaban en casa, asustados", continúa el padre Beda.
"Por San Francisco"
En 1946 dejó la Marina y, tras trabajar un tiempo en el negocio de fabricación de calzado de su padre, gradualmente fue tomando la decisión de hacerse religioso, aunque no tenía dudas de que sería en la orden franciscana: "Por San Francisco. Es un hombre a quien amo y admiro".
Tras un año como novicio en Washington y cinco años de formación, en 1955 le ordenó sacerdote el arzobispo Amleto Cicognani, quien había sido nuncio en Madrid, era a la sazón delegado apostólico de la Santa Sede en Estados Unidos y luego sería secretario de Estado de Juan XXIII.
"Yo quería ser misionero y había tres opciones en mi provincia: Bolivia, Brasil y Japón": y, con la experiencia de la guerra a sus espaldas, escogió el imperio del Sol Naciente, hacia donde partió en 1958 en un viaje por barco de dos semanas.
Los estragos de la anti-teología bíblica
Y hace una observación interesante sobre sus compañeros de viaje, doce exactamente: "La mayor parte eran misioneros protestantes. Hablé con algunos de ellos, y me sorprendió que su fe estaba alterada por los modernos métodos de interpretar la Escritura, y me llamaron también la atención sus dudas sobre ciertas cosas. Me extrañó porque era la primera vez que me tropezaba con algo así".
Tras dos años y medio estudiando japonés junto con otros 119 misioneros y misioneras procedentes de doce provincias franciscanas del mundo, en 1961 comenzó su trabajo apostólico con un grupo de franciscanos expulsados de la China comunista.
Una tierra difícil de evangelizar
En las décadas posteriores recorrió varios destinos, siendo superior en algunos de ellos, hasta que en 2008 volvió a la capilla franciscana central, descorazonado -él mismo lo confiesa- por el lento progreso del Evangelio entre los japoneses.
"Justo después de la guerra, las iglesias se abarrotaban y había muchos bautismos", que ahora, explica, se han reducido hasta un 10% de los que había entonces. Una vez le dijo a una religiosa que aquello iba muy despacio: "Padre", le respondió, "no se preocupe. Piense en los mártires, en los grandes mártires de Japón. Ellos triunfarán". "Y creo que es verdad", corrobora fray Beda: "He querido mantener esa actitud todo el tiempo que he estado aquí".
La decadencia moral nipona
Añade que en su opinión, Japán no se convertirá al catolicismo sin una gran "prueba" de alguna clase. Porque, si bien personas de gran rigor espiritual entre otros credos ("no estás de acuerdo con ellas, no celebras culto con ellos, pero les respetas"), la moral se ha diluido, y acusa a las escuelas de un cambio radical: "Antes, los jóvenes eran realmente buenos. Tenían un sentido moral. Estudiaban y se interesaban por las cosas ajenas, y el poder del Evangelio podía conducirles a la fe. Todo eso se esfumó ya. Antes enseñaban en la escuela la ética de Confucio. Ya no lo hacen, ahora reparten condones".
El padre Fitzpatrick recuerda su última conversación con un compañero en Tokio, el padre Campion. "Fuimos hasta una librería, y la mitad era pornografía. Le dije a Campion: ´Tú y yo no podemos convertir este país´. Aquí la pornografía es terrible. La tienen los chicos. Y tienen la peor pornografía infantil del mundo. Japón se ha vuelto tan secular, que están rechazando sus propias religiones".
Balance de gratitud
Ahora, ya pensando en el regreso, hace balance: "Un misionero va, instruye al pueblo, se vuelca con ellos, y luego cambia de lugar. Es la vida misionera. Es lo que he hecho. He sido 55 años misionero, y doy gracias a Dios, a la orden y al pueblo japonés. Cumplí mi misión y tengo 91 años, así que es hora de retirarse".
Los treinta dias de Iwo Jima
Nacido en 1922 en Ellicottville (Nueva York), estudió primero en la Universidad San Buenaventura, regentada por los franciscanos, y luego empezó literatura inglesa en la Universidad de Notre Dame. Llegó allí el 1 de septiembre, casi a la misma hora en la que tropas alemanas invadían Polonia (las soviéticas lo harían el 17). Y justo al concluir sus estudios, ya tras Pearl Harbour, en 1942 se enroló en la Marina y tras cuatro meses de formación fue destinado como oficial a la flota anfibia en el Pacífico.
Tras un nuevo periodo de capacitación en San Diego (California), le asignaron al buque USS Jupiter, un carguero de asalto con el que empezó a participar en desembarcos en Ulithi, Leyte, Luzón... y la legendaria Iwo Jima.
Fueron treinta días de batalla, y él estuvo al mando de una fuerza de desembarco: "Teníamos 19 lanchas, 77 hombres y 6 oficiales. Mi misión, una vez las lanchas estaban en el agua, era llevar las tropas y el material a la playa, dejarles y volver, no tenía que desembarcar . En cuanto bajaba el último, me marchaba. Todas las noches llevábamos munición junto al monte Suribachi y retirábamos los heridos hasta los barcos-hospital", recuerda el padre Beda en una entrevista concedida al ational Catholic Register.
La mitad de la fuerza atacante murió o resultó herida, por unas pérdidas japonesas de casi el cien por cien. Tras la batalla, el Jupiter trasladó los heridos a Hawai, y el Fitzpatrick fue trasladado al USS Custer, un boque similar con el que, en 1945, ya concluida la contienda, llegó a la base naval de Sasebo. Fue la primera vez que vio Japón.
"Recuerdo mi emoción, porque es adonde había llegado San Francisco Javier. Nos desembarcaron y fui a una pequeña iglesia de una única habitación y suelo de mimbre, que tenía un Via Crucis. Allí sólo había unos niños, a quienes dimos unas golosinas. Los adultos estaban en casa, asustados", continúa el padre Beda.
"Por San Francisco"
En 1946 dejó la Marina y, tras trabajar un tiempo en el negocio de fabricación de calzado de su padre, gradualmente fue tomando la decisión de hacerse religioso, aunque no tenía dudas de que sería en la orden franciscana: "Por San Francisco. Es un hombre a quien amo y admiro".
Tras un año como novicio en Washington y cinco años de formación, en 1955 le ordenó sacerdote el arzobispo Amleto Cicognani, quien había sido nuncio en Madrid, era a la sazón delegado apostólico de la Santa Sede en Estados Unidos y luego sería secretario de Estado de Juan XXIII.
"Yo quería ser misionero y había tres opciones en mi provincia: Bolivia, Brasil y Japón": y, con la experiencia de la guerra a sus espaldas, escogió el imperio del Sol Naciente, hacia donde partió en 1958 en un viaje por barco de dos semanas.
Los estragos de la anti-teología bíblica
Y hace una observación interesante sobre sus compañeros de viaje, doce exactamente: "La mayor parte eran misioneros protestantes. Hablé con algunos de ellos, y me sorprendió que su fe estaba alterada por los modernos métodos de interpretar la Escritura, y me llamaron también la atención sus dudas sobre ciertas cosas. Me extrañó porque era la primera vez que me tropezaba con algo así".
Tras dos años y medio estudiando japonés junto con otros 119 misioneros y misioneras procedentes de doce provincias franciscanas del mundo, en 1961 comenzó su trabajo apostólico con un grupo de franciscanos expulsados de la China comunista.
Una tierra difícil de evangelizar
En las décadas posteriores recorrió varios destinos, siendo superior en algunos de ellos, hasta que en 2008 volvió a la capilla franciscana central, descorazonado -él mismo lo confiesa- por el lento progreso del Evangelio entre los japoneses.
"Justo después de la guerra, las iglesias se abarrotaban y había muchos bautismos", que ahora, explica, se han reducido hasta un 10% de los que había entonces. Una vez le dijo a una religiosa que aquello iba muy despacio: "Padre", le respondió, "no se preocupe. Piense en los mártires, en los grandes mártires de Japón. Ellos triunfarán". "Y creo que es verdad", corrobora fray Beda: "He querido mantener esa actitud todo el tiempo que he estado aquí".
La decadencia moral nipona
Añade que en su opinión, Japán no se convertirá al catolicismo sin una gran "prueba" de alguna clase. Porque, si bien personas de gran rigor espiritual entre otros credos ("no estás de acuerdo con ellas, no celebras culto con ellos, pero les respetas"), la moral se ha diluido, y acusa a las escuelas de un cambio radical: "Antes, los jóvenes eran realmente buenos. Tenían un sentido moral. Estudiaban y se interesaban por las cosas ajenas, y el poder del Evangelio podía conducirles a la fe. Todo eso se esfumó ya. Antes enseñaban en la escuela la ética de Confucio. Ya no lo hacen, ahora reparten condones".
El padre Fitzpatrick recuerda su última conversación con un compañero en Tokio, el padre Campion. "Fuimos hasta una librería, y la mitad era pornografía. Le dije a Campion: ´Tú y yo no podemos convertir este país´. Aquí la pornografía es terrible. La tienen los chicos. Y tienen la peor pornografía infantil del mundo. Japón se ha vuelto tan secular, que están rechazando sus propias religiones".
Balance de gratitud
Ahora, ya pensando en el regreso, hace balance: "Un misionero va, instruye al pueblo, se vuelca con ellos, y luego cambia de lugar. Es la vida misionera. Es lo que he hecho. He sido 55 años misionero, y doy gracias a Dios, a la orden y al pueblo japonés. Cumplí mi misión y tengo 91 años, así que es hora de retirarse".
Comentarios