En Sexólicos Anónimos ha encontrado la ayuda necesaria y ha vuelto a ver la luz
Un sacerdote adicto a la pornografía confiesa su lucha para superarlo :«¡Me estaba dejando morir!»
La adicción a la pornografía se está convirtiendo en un problema muy real con nefastas consecuencias en la persona. Actualmente, España ocupa el puesto número 12 en el ránking mundial de consumo de pornografía online. Según las estadísticas, el 80% de los varones consume pornografía, porcentaje que se queda en el 40% en el caso de las mujeres. Y la edad media del inicio del consumo se sitúa en los once años.
Esta plaga también afecta a los católicos. E incluso a sacerdotes. Existen religiosos con graves problemas de adicción a la pornografía. Elpidio (nombre ficticio) es uno de ellos. Esto sólo era la puerta a otros graves problemas internos que tenía. Pero tras mucha lucha este sacerdote está viendo la luz gracias a Sexólicos Anónimos. En un testimonio enviado a Religión en Libertad cuenta su experiencia de cómo sucumbió a esta adicción y cómo está logrando salir de ella:
Hay esperanza
“Me llamo Elpidio y soy sexólico”. Unas tres veces por semana me presento de esta manera en las reuniones de “sexólicos anónimos” (SA) a las que asisto hace ya casi 3 años. Las reuniones son presenciales y telefónicas. El resto de mis “compañeros” usan la misma fórmula. La adicción nos iguala, pero lo que nos une es buscar juntos la misma solución a nuestro problema. Yo la estoy encontrando y es más, mucho más de lo que esperaba: un verdadero “despertar espiritual”. Siento que nace en mí una criatura nueva, me están creciendo alas. Todo es obra de mi “Poder Superior” (en mi caso Dios) y de hacer mi parte: trabajar los pasos, reuniones, padrino, literatura, llamar para rendir, ayudar a otros, apadrinar, comunicar el mensaje… etc. Dios no hará nada sin mí.
Me llamo Elpidio y soy sexólico ¡en recuperación! y…, no lo había dicho, soy también sacerdote. Y gracias a Dios no soy el único, he conocido a algunos más dentro de esta fraternidad, y también a consagrados(as). ¡Cuánto me han transmitido! Está raro que lo diga pero, ¡me siento orgulloso de estar aquí! También me siento con un deber: ser misionero que ayude a otros a salir de su infierno de obsesión sexual y del daño tan destructor que causan “estas cosas”. Ojalá que te ayuden estas líneas.
Entré aquí por una amiga con la que estaba enrollado. Ambos sabíamos que estaba mal y que necesitábamos ayuda. Una mañana le escribí “buscándola”, y ella me dijo que había encontrado la salida para mi problema, al que llamó “lujuria” (¿Catequesis a mí?). También me pidió que no la volviera a “molestar”, que si lo hacía tendría que verse obligada a denunciarme. Y me dio el teléfono de sexólicos. Mientras llamé tenía a una vieja compañera delante de mí proporcionándome placer a tope: se llama “pantalla” ¿la conoces? Es mi ventana negra a miles de fantasías eróticas, a centenares de cuerpos desnudos, a tantas escenas porno tan variadas y tan de lo mismo, con las que sólo puedo detenerme unos minutos, a veces segundos, antes de pasar a la siguiente. Y al final siempre la misma sensación: vacío, frustración, y mi frase favorita, “!maldita vida!”. Después de consumir compulsivamente solo me dan ganas de maldecir. ¡Vaya contradicción para quien por oficio reparte bendiciones!
"¡Me estaba dejando morir!"
Cuando hablé con esa persona de SA por teléfono encontré por fin, ¡por fin!, alguien como yo. La empatía había estado ausente de tantos confesonarios y acompañantes. Todos daban consejos de rutina o no acababan de darle importancia: “Es normal”, “eres joven”, “lo superarás”… Pero esto iba a más. “Reza a la Virgen”, “medita en la Pasión”, “ora, ayuna…”. Remedios prefabricados e insuficientes. “No es para tanto” ¡Que no es para tanto! Dígaselo a uno como yo, ingresado en psiquiatría por un intento de suicidio (me había atiborrado de ansiolíticos con intención de despertar en el infierno, ¡al fin y al cabo ya vivía en él!). Este cáncer estaba haciendo metástasis y yo no encontraba sino aprendices de curandero entre los “maestros del espíritu”. Aquí la ignorancia no estaba siendo atrevida, ¡me estaba dejando morir!
Pero esa persona del otro lado del teléfono era distinta, era un enfermo como yo. Hablaba desde su experiencia personal, en el programa lo llamamos “EFE”: Experiencia, Fortaleza y Esperanza. Su tarjeta de presentación fue relatarme su pasado, mucho más negro que el mío, y luego me habló de su presente: 2 años sobrio y viviendo una vida transformada y de ayuda a otros adictos. No hacía falta que insistiera, yo sabía que hablaba con una especie de ángel. A todo esto, el programa era gratis, aunque el coste era mucho: compromiso y el “sufrimiento de la recuperación” (¡bendito dolor!).
Y ocurrió algo para mí determinante: por primera vez fui capaz de parar, de apagar el ordenador y dejar de consumir. ¿Puedo parar? ¡Pues este es mi sitio! Y es que tengo que parar esta carrera loca y desesperada de mi auto-destrucción y destrucción de lo que más amo.
Ahora que vivo sobrio, y en sobriedad positiva me recupero: estoy buceando en el fondo de mi problema, que es mucho más que la simple adicción al sexo. No sabía que estaba tan vacío, no sabía que me había perdido por el camino, que tenía etapas sin quemar. Viví muchos años reprimido, y en nombre de Dios, la religión y la santidad me alimentaron con una curiosa ensalada de cosas buenas mezcladas con otras muy dañinas.
La curación desde la raíz
Yo fui religioso desde los 15 años en una comunidad “nueva como las de antes”. Querían formar un ángel, se olvidaron de que era un hombre, una personita de carne. Me dijeron: “cuidado con el sentimiento, es muy engañoso”, y me dejaron solo con mi mundo emocional en conserva y mal cerrado, pudriéndose. Por eso, y más cosas, salió todo así con ese hedor de masturbación, de fantasías romántico-sexuales, de horas y horas pantalleando en el porno, de conexiones falsas con personas. Y cada vez, iba a más, y cada vez más impotente para salir.
El programa está yendo y curando de raíz. Y nadie lo hace por mí, yo mismo soy quien se hace cargo de mi propia recuperación. Por fin me enfrento a mi mismo, no huyo, me trabajo. También reparo por los daños que he hecho. Ahora no solo bendigo, ahora me siento bendecido, y estoy atisbando que un día seré, como muchos aquí, una bendición de persona.
Mucho más tendría qué decir pero, es suficiente para hablar con claridad sobre algo que mata en vida, que no puede despacharse sin más, ni obviarse, mucho menos callarse por pudor. Quizás conozcas a alguien o tú mismo sea una víctima. Por favor créeme, eso tan negro puede ser el comienzo de una novedad hasta ahora no conocida: ¡hay esperanza! Búscala.