Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Gabriele y Giuseppina hablan de la adopción desde la fe

«Con nuestros hijos adoptivos hemos aprendido a ser padres»: historia de amor no exenta de dolor

Gabriele y Giuseppina, con sus hijos Andy y Mauricio
Gabriele y Giuseppina, con sus hijos Andy y Mauricio, adoptados en 1997 y 2005 / Vatican Media

ReL

El Papa Francisco realizó una catequesis este miércoles que dio la vuelta al mundo al hablar de la falta de hijos y cómo muchas parejas prefieren tener un perro o un gato antes que apostar por tener un hijo. Pero en esta audiencia donde habló de San José también profundizó en una realidad muy concreta: la adopción.

“No basta con traer al mundo a un hijo para decir que uno es padre o madre (…) Pienso de modo particular en todos aquellos que se abren a acoger la vida a través de la vía de la adopción, que es una actitud muy generosa y hermosa. José nos muestra que este tipo de vínculo no es secundario, no es una alternativa. Este tipo de elección está entre las formas más altas de amor y de paternidad y maternidad”, afirmaba el Papa este miércoles.

Precisamente, sobre la realidad concreta de la adopción publica un interesante testimonio Salvatore Cernuzio en la sección italiana de Vatican News. Se trata de la historia de Gabriele y Giuseppina Guarrera, un matrimonio del Camino Neocatecumenal que no podía tener hijos y que adoptó a dos niños de Colombia.

La suya es una historia que no siempre ha sido ideal, pues no ha estado exenta de grandes sufrimientos, tanto antes como después de la adopción. “La nuestra es una historia un tanto particular, pero sin duda valió la pena vivirla”, comenta la madre.

Además, Giuseppina explica que “la adopción es una elección a la que uno se siente llamado. Personalmente, no tuve dudas de que el Señor me llamó a vivir la maternidad a través de la adopción. Este don no se acaba una vez que crecemos, es una elección que se hace en libertad todos los días, incluso para darle una patada a todo. A veces te encuentras en un apuro, yo he vivido muchos de estos momentos, pero la percepción clara siempre ha sido la de ponerme del lado de mi hijo, incluso cuando él nos rechazó, incluso cuando se lastimó. Llevan ese vacío, ese agujero negro dentro del cual está todo el rechazo, la no aceptación, la no toma a cargo de los padres naturales. Y siempre lo llevarán consigo. Creo que, como padres, hay que sentirse llamado a tomarlo aunque no sea fácil”.

Andy y Mauricio

En realidad, la historia de la familia Guarrera comenzó con una operación quirúrgica de ella debido a un tumor y que la dejó estéril. Lo descubrieron años después ante la imposibilidad de concebir un hijo.

Inicialmente no representó un problema grave, pero luego la "carencia" se hizo fuerte: "Ante esta imposibilidad natural, nos orientamos hacia la adopción, también comparándonos con parejas de amigos que nos han traído maravillosas experiencias".

Gracias a un sacerdote perteneciente al Camino Neocatecumenal, del que la pareja forma parte desde hace cincuenta años, la mirada de este matrimonio se dirigió a Colombia: “un país vivo, joven, alegre, allí todo fue bastante rápido. Inmediatamente recibimos una carta del Tribunal de Menores que señalaba a un niño de Bogotá”, Jenderson, llamado Andy.

El encuentro con Andy

Los Guarrera llegaron a Bogotá tras un vuelo de unas quince horas. Allí se produjo el primer "encuentro" con Andy: primero virtual, con las fotos y la carta con los datos personales presentados por el Instituto de la Infancia, para luego vivir en una estructura llamada 'Mi segundo hogar', que acogió a huérfanos y niños de la calle.

Andy había sido dejado allí por su padre cuando tenía unos 3-4 años y en el momento de la adopción tenía 7: “El padre había tenido varios hijos con varias mujeres y la madre muy joven se había escapado de casa con todas las posesiones. El padre se encontraba solo y ya no se sentía capaz de cuiadarlo: desde cierto punto de vista era una asunción de responsabilidad. Era una persona desorganizada, trabajaba fuera de la ciudad en los cafetales de día y como vigilante de noche y no estaba presente con sus dos hijos. Además de Andy, había una hermana mayor que era como su madre y de la que todavía tenía recuerdos. También tuvo la oportunidad de reencontrarse con ella en varias ocasiones. En ese momento, el padre pensó, sin decir nada a su hija mayor, dejar a Andy en el orfanato. Este niño pasaba horas solo frente al televisor, en una choza construida por él mismo. Sin embargo, para él fue un trauma terrible ser trasladado porque, de un día para otro, se encontraba sin nada, en una institución que, aunque acogedora, no formaba parte de sus figuras de referencia”.

Gabriele, con Andy en Venecia

Un nuevo comienzo

A través de un abogado Gabriele y Giuseppina se pusieron en contacto con este centro y abrazaron a Andy quien de inmediato se mostró cariñoso y tierno, especialmente con su madre. “Vivimos en Colombia durante un mes para acompañar a nuestro hijo en esta 'segunda infancia'. Todo fue muy hermoso y alegre, gracias a los amigos hicimos un recorrido por el Caribe, las islas, los lagos interiores. Un nuevo comienzo para nosotros".

Ya con su nueva vida en Roma a la "gran dulzura" y la "gran necesidad de cariño" que mostraba continuamente, Andy alternaba momentos de “intolerancia": "Tenía arrebatos de ira que no entendíamos, rebeliones repentinas. Pero sobre todo extrañaba a otros niños”.

Este matrimonio explica que estaba abierto a otra adopción. “De hecho, ya estábamos listos para recibir a dos niños”, comenta Gabriele. Pero las sutilezas burocráticas y las brechas institucionales llevaron a un período muy largo: ocho años. Al contactar con algunas asociaciones, la pareja logró adoptar un segundo hijo, Mauricio en 2005. El niño tenía 11 años, aunque en realidad aparentaba siete puesto que tenía un retraso en el crecimiento tanto físico como cognitivo vinculado al sufrimiento que había experimentado por el abandono.

Mauricio vivía en un orfanato llamado “Casa de María y del Niño”. El niño ya estaba siendo seguido por un psicólogo desde que se identificaron varios problemas físicos y psicológicos. “Mauricio vino de un barrio pobre en la parte de atrás de una colina. Una tía lo llevó a la institución después de la muerte de su madre. El padre nunca supo quién era. Vivía un poco abandonado a sí mismo. En el mes que estuvimos allí nos contó su historia, por ejemplo que solía enganchar sus triciclos a carros para correr por la calle o que buscaba objetos interesantes en la basura para revenderlos”, cuentan sus padres.

El matrimonio, con Mauricio en Colombia

El matrimonio, con Mauricio en Colombia

En este centro, Mauricio era "el niño que nadie quería", como le dijo el director a Gabriele y Giuseppina. “Había estado esperando una familia desde los 5 años, mientras tanto tenía casi 12. Había crecido y mostraba algunas limitaciones.

Desde esta casa para niños no ocultaron a la pareja la carga de problemas que el niño traía consigo: "Nosotros también teníamos dudas, no lo niego", recuerda el padre, "rezamos mucho por eso y fue un importante ayuda". La familia decidió entonces dar este paso. “La adopción no fue para nosotros sino para ellos, estos niños pudieron así compartir la última parte de su infancia con sus padres", añade Giuseppina.

Poca ayuda de las instituciones

Gabriele pone también de manifiesto uno de los grandes problemas que experimentaron, y es la falta de ayuda y comprensión de las autoridades una vez ya en Italia. “Tuvimos que acudir a psicólogos privados durante la adolescencia de nuestros chicos… Algunos incluso nos dijeron: 'Quizás fuiste superficial' o que teníamos que 'amar más'. He notado en muchas ocasiones un descargo de responsabilidad y una inadecuación a la hora de afrontar determinados problemas”, comenta el padre.

Por su parte, la madre confirma que "se habla mucho de la adopción pero luego los padres adoptivos, después del primer momento bello y poético, se quedan solos. No se piensa sutilmente en todas las dificultades que se pueden encontrar".

“Yo, como todo padre”, explica Gabriele, “traté de conocer a mis hijos de todas las formas posibles, también aprendí cosas nuevas de ellos, especialmente en los momentos dolorosos de su crecimiento. También fue mi historia, una historia importante por la que todavía estoy pasando”.

Sin embargo, ni una sola vez la familia Guarrera ha sucumbido al desánimo. Y esta misma fe, esta esperanza, que los mantuvo parados en medio de la noche en momentos de miedo e inquietud, les gustaría compartir con otros padres adoptivos y especialmente con aquellas parejas asustadas por la adopción, asustadas por la idea de que “no será después de todo, un verdadero hijo".

“La consanguinidad nunca ha sido un problema. Consideraba a Andy y Mauricio mis hijos de principio a fin. Puede que no haya similitudes físicas, pero uno se sorprende por el crecimiento de estas personas. Todo es una aventura... Con nuestros hijos aprendemos a ser padres”, confirman estos padres.

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