Sábado, 02 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Christopher Yuan

En la cárcel comenzó su redención tras años de vender droga y tener una vida sexual desenfrenada

En prisión encontró una Biblia y comenzó a leerla hasta darse cuenta que tenía que cambiar su manera de vivir si quería ser feliz.

Juan Antonio Ruiz LC / ReL

Christopher Yuan
Christopher Yuan

Christopher Yuan parecía tenerlo todo en la vida: dinero, sexo a placer –en ese entonces practicaba abiertamente un homosexualismo beligerante–, drogas que consumía y, sobre todo, distribuía. Nada parecía faltarle. Hasta que unos golpes en su puerta dieron un giro radical a su existencia: agentes federales entraron en su casa y lo arrestaron por posesión equivalente a 9,1 toneladas de marihuana. Pero aunque en ese momento el mundo parecía derrumbarse para Christopher, la sentencia a prisión resultó ser el primer paso de su redención.

Hijo de inmigrantes chinos, Christopher nació en los Estados Unidos; se educó en ese país. Sin embargo, desde muy niño nunca encontró un lugar entre quienes le rodeaban. De estatura siempre pequeña, obligado a usar lentes y de complexión débil, recibió muchos insultos en el colegio por tocar el piano y trabajar en el colegio con más esfuerzo que los demás.

A los nueve años, y mientras visitaba la casa de un amigo, Christopher se topó con una revista pornográfica, una experiencia que le cambió la vida. Así lo cuenta él mismo: «Esas imágenes despertaron en mí algo que no sabía que estaba ahí. Pero lo curioso fue descubrir que me sentía atraído hacia las imágenes tanto de hombres como de mujeres».

No obstante lo que sentía, Christopher no compartió con nadie sus tendencias, pensando que un día se irían. Pero eso nunca sucedió: «Todos estos sentimientos estaban burbujeando en mi interior y yo sentía que de alguna manera tenía que dejarlo salir», comenta Christopher.

Estilo de vida gay
Justo después del High School, cuando tenía alrededor de veinte años, empezó a visitar bares gay y comenzó a llevar un estilo de vida homosexual. Todo esto lo hacía a escondidas de sus padres y del resto de sus amigos.

Pero cuando llegó el momento de inscribirse a la universidad –concretamente a la escuela de odontología– decidió revelar a todos lo que llevaba ocultando desde hace tiempo. Pensaba que de esa manera podría expresar lo que realmente era, aquello que sentía en su interior.

Una familia rota
Para sus padres fue una notica devastadora. «No encuentro las palabras para describir cómo me sentí en ese momento. Me sentí avergonzada y traicionada, llena de dolor», dice Angela, su madre. Su padre Leon, por su parte, simplemente sintió «que ya no había esperanza». Ciegos en medio de su dolor, le dieron a escoger entre su estilo de vida y ellos. Christopher no dudó ni un minuto y se marchó de casa: «Creía que la homosexualidad estaba en el centro de lo que yo era».

Engullido por un mundo desenfrenado, Christopher comenzó pronto a consumir drogas y, por la noche, a venderlas. Llevaba una doble vida: estudiante por la mañana y traficante por la tarde. Y esta espiral pronto lo tragó: fue expulsado del colegio de dentistas sólo cuatro meses antes de la graduación.

Encuentros sexuales diarios
«Cuando me expulsaron –relata Christopher–, decidí consumir lo que quedaba de mí en la comunidad gay. Opté por hacer lo que mejor sabía en ese momento: vender drogas. Gané muchísimo dinero y tenía varios encuentros sexuales diarios. Me trataban como una super estrella y eso me hacía sentirme invencible; me hacía sentirme Dios».

Los padres encuentran a Cristo
Mientras tanto, y aunque Christopher no quería tener ningún contacto con ellos, sus padres se convirtieron al cristianismo y se empeñaron en rezar todos los días por él: «Cada mañana, al iniciar el día –comenta Angela–, elevaba a Dios una oración diciéndole: “Señor, ¡ten compasión de mi hijo!”». Unas oraciones que le llegaron a Christopher con los golpes en su puerta de la policía.

Una Biblia en la basura
Desolado y triste, la vida en prisión no se le presentaba fácil a Christopher. Pero tres días después de llegar, vio en un contenedor de basura de la cárcel un libro que le atrajo la atención. Se acercó y se dio cuenta que era una Biblia. No teniendo nada que perder, la abrió y comenzó a leer. Esa noche leyó entero el Evangelio según San Marcos: «Desde las primeras líneas que leí, me di cuenta que mi rebelión no era sólo contra la ley o contra los hombres, sino también contra Dios».

Infectado por el Sida
En medio de estos pensamientos, y pensando que su situación no podía caer más bajo, Christopher descubrió que sus acciones trajeron consecuencias: «Me llevaron a la oficina de la enfermera y al entrar me encontré con un papel con tres letras y un símbolo escritos en él. Decía: “VIH+”».

“Si estás aburrido, lee Jeremías 29, 11”
Regresó a su celda con la certeza de haber recibido una sentencia de muerte. Lloró por varios días. Pero una noche, acostado en su celda, repasaba los grafitis pintados en el techo, se topó con algo interesante: «Vi que uno había escrito “Si estás aburrido, lee Jeremías 29, 11”. Así lo hice y leí lo siguiente: “Sé qué planes tengo para vosotros, dice el Señor. Planes de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza”».

Leyó toda la Biblia en un año
Aferrándose a esto, y saliendo adelante día a día, Yuan devoró toda la Biblia en un año y las palabras comenzaron a penetrar su corazón hasta que se convenció de que no vivía de acuerdo a lo que Dios quería de él.

Cambio de vida...
Al pasar tan sólo tres años, permitieron a Christopher salir de la cárcel y él lo hizo dispuesto a vivir coherentemente. Dejó la actividad homosexual y las drogas, comenzó a estudiar, le dio sentido a su vida: «El hecho de tener SIDA contribuyó a darle un sentido de urgencia a mi actividad».

Hoy, Christopher enseña en el Instituto bíblico Moody en Chicago y viaja alrededor de todo Estados Unidos dando conferencias sobre su experiencia. Recientemente también coescribió un libro con su madre Angela, titulado Out of a Far Country.

La tentación no falta...
«Ser cristiano no es fácil –sentencia Christopher–. Sigo luchando, pero Dios me da su Gracia. Él ha vencido en la cruz. Y aunque sigo teniendo dificultades, no me siento atado por ellas. En cada tentación sigo poniendo delante los dos platos de la balanza: o escoger el estilo de vida según mis sentimientos y el mundo o vivir de acuerdo con lo que Dios quiere de mí. Según mi experiencia, la decisión es obvia: escojo a Dios».

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