La hermana benedictina Vivian Ivantic acaba de celebrar su 107 cumpleaños, 86 como monja
La benedictina más anciana del mundo: «Si eres religiosa, aceptas toda tarea, aunque sea difícil»
La hermana benedictina Vivian Ivantic acaba de celebrar su 107 cumpleaños en su convento de las Hermanas Benedictinas, en Chicago. El año pasado, como parte de la celebración de su 85º jubileo, se descubrió que ella es la religiosa benedictina viva más mayor del mundo con 86 años en este momento de servicio a la Iglesia... Su historia la cuenta la periodista Michelle Martin, en Chicago Catholic, una entrevista humana, con recuerdos de una vida y en la que tiene claro que “cuando estás en la vida religiosa, haces lo que te dicen que hagas”. Y ella, por la educación de generaciones en Estados Unidos “hice de todo”.
Una vocación temprana
La hermana benedictina Vivian Ivantic pensó por primera vez en la vida religiosa cuando estaba en primer grado en la Escuela Madre de Dios, en Waukegan, Illinois, hace poco más de 100 años, que se dice pronto.
“Me daba clases la hermana Adelaide”, comenta la hermana Vivian, “y entonces llegué a casa y le dije a mi madre que quería ser una monja como ella, y ya nunca cambié de opinión”.
Se cree que la hermana Vivian es la religiosa benedictina más antigua del mundo, algo que salió a la luz cuando su comunidad se preparaba para celebrar su 85 aniversario en 2019, según explica la hermana Siobhan O'Neill Meluso, que hace las funciones de responsable de comunicación de las Hermanas Benedictinas, en Chicago.
La clase de la hermana benedictina Vivian Ivantic en 1927, en su graducación de 8º curso
La hermana Vivian vive en el monasterio de St. Scholastica donde, comenta, “recibo la mejor atención posible, con mi propia habitación y tres comidas al día”, y más si ella quisiera…
Llegó por primera vez a Santa Escolástica como estudiante de primer año de secundaria, con otras dos graduadas de su clase en la escuela primaria de Madre de Dios. Las tres recibieron mucho apoyo y aliento para discernir sobre su posible vocación a la vida religiosa por su maestra de octavo grado, la hermana Theresa.
“La hermana Theresa era una maestra llena de talento, trabajadora, sabia... Simplemente no tengo suficientes adjetivos para explicar quién era ella”, explica la hermana Vivian.
Sus dos compañeras de clase, que se convirtieron en la hermana Georgine y la hermana Mary Alice, terminaron ingresando a las benedictinas de Chicago cuando estaban en el último año de la escuela secundaria, pero la hermana Vivian, entonces llamada por su nombre bautismal, Rose, no estaba lista todavía. Algo la retenía y necesitaba su atención.
“Mis padres tuvieron una nueva hija, ¡yo tenía una nueva hermanita!, y tuve que ir a casa y conocerla”, relata. La hermana Vivian era la tercera de nueve hijos y la segunda hija mayor. “Había aprendido a coser vestidos y ella era la niña mejor vestida del barrio. Era la época de la gran Depresión, y podía ir al centro y comprar un metro de tela en la tienda por 10 centavos y hacerle un vestido”.
Pero ese momento de disfrutar de su hermana llegó a término cuando Theresa, así se llamaba la pequeña, cumplió dos años: Vivian regresó a las benedictinas a cumplir su gran sueño de seguir a Cristo más de cerca.
Una formación para la misión
En sus 86 años de vida religiosa, asistió a clases en la Universidad de Loyola y obtuvo una licenciatura de la Universidad DePaul y una maestría en biblioteconomía en el Rosary College, ahora Universidad Dominicana. Enseñó en los grados tercero, quinto, sexto, séptimo y octavo en escuelas de Illinois, Colorado, y en Arizona; enseñó latín en la escuela secundaria; fue bibliotecaria de secundaria; e, incluso llegó a organizar los archivos de su comunidad.
La hermana benedictina Vivian Ivantic en 1960
Una vida para la misión
“Lo que sea, lo hice”, dijo la hermana Vivian con una sonrisa en los labios. “Cuando estás en la vida religiosa, haces lo que te dicen que hagas. Regresábamos a casa de la misión el viernes y revisabas el tablero de anuncios para saber a dónde ibas a ir a la escuela al día siguiente”.
Y continúa: “Eso significa estudiar lo que le dicen que estudies y aceptar las tareas asignadas, incluso cuando sean difíciles”.
“Fue difícil para mí enseñar latín en la escuela secundaria, porque no había pensado en latín durante años”, confiesa la hermana Vivian, quien hablaba esloveno en casa cuando era niña e inglés en la escuela, y además aprendió francés en la escuela secundaria y luego aprendió alemán y griego. “¿Habían pasado, cuánto, 18 años desde que abrí un libro en latín…?”.
Dos pandemias en su vida
Fue después de trabajar como bibliotecaria de St. Scholastica High School cuando comenzó a recopilar documentos para un archivo comunitario, creando un archivo para cada hermana en la comunidad.
“Quería un registro de todas las hermanas que murieron en la comunidad”, dijo. “Y, por supuesto, teníamos más información sobre los que aún vivían”.
La actual pandemia del COVID-19 la lleva bien, pero la hermana Vivian, que ha conocido a todos los cardenales de la Arquidiócesis de Chicago desde George Mundelein, dijo que no recuerda mucho sobre la pandemia de gripe española de 1918. “Tenía 5 años”, dijo. “Sabía mi nombre, y eso fue todo. Recuerdo que era difícil conseguir comida, pero siempre teníamos suficiente porque mi madre tenía un jardín. Era comida sencilla, nada caro ni de lujo. Ella horneaba todo el pan para la familia. Además teníamos pan de nueces para los días festivos, como Navidad y Pascua. No podíamos permitirnos nueces muy a menudo”.
Ahora que tiene tiempo, a la hermana Vivian le gusta alimentar a las ardillas en los terrenos del monasterio, y a la vez reflexiona sobre el legado de las benedictinas de Chicago y otras religiosas, especialmente en los Estados Unidos.
“¿Dónde estarían los hombres sin las mujeres?”, se pregunta. “¿Dónde estaría la Iglesia? Estados Unidos es un lugar donde las mujeres religiosas realmente hicieron posible la escuela católica. ¿Cuántos, no miles, sino millones de escolares católicos recibieron su educación en las escuelas parroquiales y conventuales?”, concluye la monja.