Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El latido de vida

Latido del corazón de un feto en el primer trimestre de embarazo.
Una ecografía 5D puede detectar el latido fetal a las cuatro semanas de la fecundación, y con mayor claridad a partir de las seis semanas y media o siete semanas. Foto: Baby World Ultrasound.

por Gonzalo Fernández Escribano

Opinión

Ha costado casi cuatro décadas, pero finalmente el aborto está en el debate público de este país. Y lo hace gracias a algo pequeño, simple y frágil como es un latido de corazón.

Se ha escrito mucho en estos últimos días acerca del anuncio por el gobierno de Castilla y León del ofrecimiento, no obligatorio, a las embarazadas de la posibilidad de escuchar el latido del corazón de su hijo en el vientre materno. El huracán que esta simple propuesta ha provocado ha puesto en boca de toda la población el siempre dramático aborto, manifestando opiniones de toda índole. Aquí nos vamos a centrar ahora en analizar por qué algo tan simple, sutil y débil como un latido ha podido generar tanto revuelo.

Desde el punto de vista de quien suscribe, la primera premisa para entender esta controversia está en lo que nos menciona Ef 6,12, esto es, que la batalla que se está librando no es una batalla de unos hombres frente a otros, no es batalla de carne y sangre, sino que es una batalla espiritual. Es la eterna batalla del mal contra el bien, de Satán contra Dios y su creación. Solo desde esta perspectiva podemos entender la incondicional ultra-defensa del aborto. Sólo cuando estorba la vida, el latido se vuelve un inconveniente.

La segunda premisa que adoptamos para este análisis es la revelación de Jesús en Juan 14,6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí“.

El latido, como canal de expresión del Espíritu Santo, desvela la vida, pone de manifiesto su existencia, que es la antítesis de la muerte. El latido revela que un acto de máxima generosidad de Dios se ha producido en una nueva criatura, que ya estaba concebida en su mente, que fue creada con amor y por medio de su amor, con independencia de las circunstancias materiales concretas de la concepción. El latido es el grito de Dios queriendo abrirse paso entre los hombres, pidiendo nuestra cooperación con su obra creadora, y deseando manifestarse a través de esa nueva criatura, cuyo potencial solo Él conoce. El latido, que es Vida, lleva estampado el sello con el que Dios marca la propiedad de todas las criaturas. En el latido, en definitiva está la vida, y está Cristo abriéndose camino en ella.

Siendo así, no es de extrañar que el demonio pretenda y busque la destrucción de la vida, urdiendo todas las artimañas, planes y justificaciones necesarios.

Esconder la existencia del latido obedece a un único interés: esconder la verdad. El latido por si mismo, como simple sonido, sin la significación de manifestar la existencia de vida, no tendría valor alguno. Escucharlo tampoco supone en sí mismo amenaza ni perjuicio alguno para la madre. Pero sí evita que la verdad, la vida, sea ocultada. Para que la mentira sea injertada en la mente de los hombres, necesita oscurecer la luz de la verdad, pues de lo contrario, aquella queda al descubierto, y lo descubierto es luz (Ef 5,11-14). De esta forma el latido transforma en luz la oscura perversión de la muerte, pone de manifiesto la verdad, y por esto tanto incomoda al que pretende imponer la aniquilación de la vida.

Por otra parte, escuchar el latido y atender las sugerencias que ese tenue ritmo cardíaco va inspirando en quienes lo escuchan, lleva necesariamente a atender a la propia conciencia, y por ella emprender un camino, consciente o inconsciente, de defensa de ese latido, de esa verdad, de esa vida. La propia conciencia entonces nos conduce a rechazar la propuesta de muerte, que aunque siempre sugerente, contiene en sí misma la mayor infelicidad.

La elección del camino nos sitúa en uno o en otro de los dos bandos definidos en Efesios 6. Si optamos por la verdad y la vida, estaremos en el bando de Dios; pero si consentimos la contaminación de las ideologías que atentan contra la antropología natural del hombre como criatura de Dios, seremos presos de una deformación de la realidad que no nos permitirá diferenciar la luz de la sombra, la verdad de la mentira, ni el bien del mal. ¡Cuidado!, porque este último camino nos lleva el resto de nuestra vida a un terreno resbaladizo, completamente cegados y sin referentes sólidos, transitando por la eterna infelicidad.

No quiero finalizar estas reflexiones sin hacer un llamamiento a todas aquellas personas que por su acción u omisión están colaborando de una u otra manera con los planes del maligno en la implantación de este reino de la mentira y de la muerte. Y no me refiero únicamente a los médicos y sanitarios que practican estos abortos, sino también a todos aquellos legisladores, políticos, magistrados, periodistas, agentes sociales y en general a todos y cada uno de nosotros, cuyas conciencias aún no hayan sido devoradas por el príncipe de las tinieblas, para que se sitúe en el bando correcto, pues aquí, como en toda batalla espiritual, no hay posiciones intermedias. Se trata de elegir entre Dios o el demonio, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Y hagámoslo sin miedo, Dios ya ha vencido.

La elección es nuestra.

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