Valle de los Caídos: ven, quédate, vuelve y cuéntalo
Una vez que has encajado que el eterno retorno de las estaciones no es algo que gira alrededor de tu ombligo, es entonces que empiezan a suceder en tu interior cosas asombrosas.
por Gonzalo Altozano
Es un error, un inmenso error. Y no me refiero, no, a la elección de Adolfo Suárez por Juan Carlos como gran timonel de la Transición. Me refiero al hecho de contarle a un periodista algo que no quieres que se sepa. Y, más torpe todavía, a un periodista amigo. Y, por rizar el rizo, a un periodista amigo con mando en plaza en algún medio. Por ejemplo, X (llamémosle así). Por ejemplo, ReL. Y no, precisamente, porque tu confianza vaya a verse defraudada (en un ejercicio de ambientación histórica, uno se imagina a X en el papel de cristiano viejo, de caballero español, de cruzado de la causa, pero no, jamás, nunca, ¡imposible!, en el de felón).
De rabiosa actualidad
El error, abreviemos, es contar el lunes a la hora del primer café tu fin de semana al amigo periodista y que este -y aquí viene la inmensidad del error- te pida que le escribas una pieza. Pero no por ser tú quien eres (un primo lejano, un pariente pobre de Juan Nadie), sino por estar tu destino de fin de semana de rabiosa -qué oportunamente puesto el adjetivo, caray- actualidad: el Valle de los Caídos.
Y de los Grandes Expresos Europeos
Vaya por delante que mi resistencia a desvelar mi estancia de viernes por la tarde a lunes por la mañana en la hospedería interna de la Abadía de la Santa Cruz no es por un prurito maricomplejil de que me tachen de nostálgico del franquismo. El hecho incontestablemente biológico de haber nacido en 1976 me hace del todo incompatible con semejante trampantojo sentimental de la memoria -la nostalgia- al tiempo que también convertiría en papel mojado mi ficha de afiliación a la Falange Española de las Jons y de los Grandes Expresos Europeos con fecha de 1 de abril de 1939.
Aquellas dictaduras de entonces
O sea, todo lo contrario que muchos de aquellos que, a la muerte de Franco, ni un día antes, echaron a rodar la mentira antifranquista, después de cuarenta años, ni un día después, ejerciendo, entusiastas, el noble oficio de bulto en las manifestaciones de adhesión inquebrantable al caudillo. En cualquier caso, puestos a sentir nostalgia de un periodo histórico no vivido, me quedo con la dictadura de Primo de Rivera, don Miguel. Y no sé, X, si, en lugar de arreglarlo, lo estoy estropeando del todo. Empiezo a sospechar que lo mío tiene difícil solución.
Patrimonio y nacional
Pero volvamos al Valle. Al Valle de los Caídos. A la hospedería benedictina del Valle de los Caídos. Decía, o lo intentaba, que la ocultación de mi estancia en la parada y fonda de Cuelgamuros no es por complejo ni nada que se le asimile. Con todo, y para no escurrir el bulto de la polémica, diré que los que pretenden volar el Valle de los Caídos no es porque allí reposen los restos de Franco y José Antonio, que también, claro que también, sino, además, por lo que el monumento tiene de patrimonio y de nacional, dos conceptos que soliviantan a la izquierda rufianesca como el agua bendita a los demonios.
Lo que de verdad importa
No. Mi temor a escribir sobre el Valle de los Caídos es el de echar a andar la croniquilla esta por los caminos de la literatura de las agencias de viaje: que si escápate, que si un marco incomparable, que si ven y cuéntalo… O peor todavía: por apuntarme a la moda coñazo del periodismo de datos -afluencia de visitantes, índices de ocupación, comparativa con otros años-, en lugar de escribir sobre lo que de verdad importa, al menos a mí, sobre esas pequeñas cosas que te hacen volver, acogerte a sagrado, aunque sea cada cinco años. O diez.
El último a los rezos, el primero a las comidas
Por ejemplo, la sobriedad de las celdas, en contraste con tantas casas de retiro decoradas con tan buena intención como pésimo gusto. O eres el Hilton o no lo eres. Pero no lo intentes. Sé tú mismo. Que es lo que hacen, siendo fieles a la regla, los benedictinos de la Santa Cruz. Y es saludable que así sea porque no pasa nada por no sentirse, al menos un fin de semana, un solo fin de semana, ¡un único fin de semana!, como un cliente, y sí como un peregrino. Conque vete despidiendo, chaval, de hojas de reclamaciones, desayuno con buffet y teléfono en la mesilla donde, si marcas el 9, te ponen con recepción. Ah, y si esperas que, solo por ser periodista y venir de la gran ciudad, los monjes vayan a darte la bienvenida arremolinándose a tu alrededor, como pobrecitos de Dios sedientos de noticias, tal cosa no va a suceder; aquí, lo sentimos, no eres el centro de atención. A cambio, consuélate: ninguno te mirará raro si llegas el último a los rezos y el primero a las comidas; se llama, creo, dicen, caridad.
Un gran silencio atronador
Bueno, y una vez que has encajado que el eterno retorno de las estaciones no es algo que gira alrededor de tu ombligo, es entonces que empiezan a suceder en tu interior cosas asombrosas. Pensar, por ejemplo, que todo un mes de vacaciones en un fin de semana cabe. Darle a las cosas su auténtica dimensión (así, las primarias del PSOE pasarán de ser un acontecimiento político de primera magnitud a un procedimiento abreviado para dirimir si el nuevo líder de la cosa encabeza sus discursos con un “todos y todas” o con un “todas y todos”, como tiene tuiteado el ingenioso hidalgo don Alonso de Mendoza). Más: subir al Valle con una pieza, con un texto atascado en la cabeza desde semanas atrás y, de pronto, en la soledad de tu celda, sentarte ante el portátil y ver los dedos aporrear el teclado como si hubiesen hecho un curso intensivo en una de aquellas academias de mecanografía del Madrid de los ochenta. Reencontrarte, gracias a la falta de wifi, con un amigo al que no veías desde antes de Google y al que ya echabas de menos: tu viejo cerebro. Y es ahora cuando toca resolver todo lo anterior con el reclamo de que nada de esto tiene precio. La cosa es que lo tiene. Y baratísimo: 35 euros la pensión completa*. Ya ven, el silencio, el silencio atronador, el gran silencio, al alcance de todas las fortunas.
*El artículo se refiere a la hospedería interna. Para tarifas de la hospedería externa, pincha en la página web del Valle de los Caídos.
De rabiosa actualidad
El error, abreviemos, es contar el lunes a la hora del primer café tu fin de semana al amigo periodista y que este -y aquí viene la inmensidad del error- te pida que le escribas una pieza. Pero no por ser tú quien eres (un primo lejano, un pariente pobre de Juan Nadie), sino por estar tu destino de fin de semana de rabiosa -qué oportunamente puesto el adjetivo, caray- actualidad: el Valle de los Caídos.
Y de los Grandes Expresos Europeos
Vaya por delante que mi resistencia a desvelar mi estancia de viernes por la tarde a lunes por la mañana en la hospedería interna de la Abadía de la Santa Cruz no es por un prurito maricomplejil de que me tachen de nostálgico del franquismo. El hecho incontestablemente biológico de haber nacido en 1976 me hace del todo incompatible con semejante trampantojo sentimental de la memoria -la nostalgia- al tiempo que también convertiría en papel mojado mi ficha de afiliación a la Falange Española de las Jons y de los Grandes Expresos Europeos con fecha de 1 de abril de 1939.
Aquellas dictaduras de entonces
O sea, todo lo contrario que muchos de aquellos que, a la muerte de Franco, ni un día antes, echaron a rodar la mentira antifranquista, después de cuarenta años, ni un día después, ejerciendo, entusiastas, el noble oficio de bulto en las manifestaciones de adhesión inquebrantable al caudillo. En cualquier caso, puestos a sentir nostalgia de un periodo histórico no vivido, me quedo con la dictadura de Primo de Rivera, don Miguel. Y no sé, X, si, en lugar de arreglarlo, lo estoy estropeando del todo. Empiezo a sospechar que lo mío tiene difícil solución.
Patrimonio y nacional
Pero volvamos al Valle. Al Valle de los Caídos. A la hospedería benedictina del Valle de los Caídos. Decía, o lo intentaba, que la ocultación de mi estancia en la parada y fonda de Cuelgamuros no es por complejo ni nada que se le asimile. Con todo, y para no escurrir el bulto de la polémica, diré que los que pretenden volar el Valle de los Caídos no es porque allí reposen los restos de Franco y José Antonio, que también, claro que también, sino, además, por lo que el monumento tiene de patrimonio y de nacional, dos conceptos que soliviantan a la izquierda rufianesca como el agua bendita a los demonios.
Lo que de verdad importa
No. Mi temor a escribir sobre el Valle de los Caídos es el de echar a andar la croniquilla esta por los caminos de la literatura de las agencias de viaje: que si escápate, que si un marco incomparable, que si ven y cuéntalo… O peor todavía: por apuntarme a la moda coñazo del periodismo de datos -afluencia de visitantes, índices de ocupación, comparativa con otros años-, en lugar de escribir sobre lo que de verdad importa, al menos a mí, sobre esas pequeñas cosas que te hacen volver, acogerte a sagrado, aunque sea cada cinco años. O diez.
El último a los rezos, el primero a las comidas
Por ejemplo, la sobriedad de las celdas, en contraste con tantas casas de retiro decoradas con tan buena intención como pésimo gusto. O eres el Hilton o no lo eres. Pero no lo intentes. Sé tú mismo. Que es lo que hacen, siendo fieles a la regla, los benedictinos de la Santa Cruz. Y es saludable que así sea porque no pasa nada por no sentirse, al menos un fin de semana, un solo fin de semana, ¡un único fin de semana!, como un cliente, y sí como un peregrino. Conque vete despidiendo, chaval, de hojas de reclamaciones, desayuno con buffet y teléfono en la mesilla donde, si marcas el 9, te ponen con recepción. Ah, y si esperas que, solo por ser periodista y venir de la gran ciudad, los monjes vayan a darte la bienvenida arremolinándose a tu alrededor, como pobrecitos de Dios sedientos de noticias, tal cosa no va a suceder; aquí, lo sentimos, no eres el centro de atención. A cambio, consuélate: ninguno te mirará raro si llegas el último a los rezos y el primero a las comidas; se llama, creo, dicen, caridad.
Un gran silencio atronador
Bueno, y una vez que has encajado que el eterno retorno de las estaciones no es algo que gira alrededor de tu ombligo, es entonces que empiezan a suceder en tu interior cosas asombrosas. Pensar, por ejemplo, que todo un mes de vacaciones en un fin de semana cabe. Darle a las cosas su auténtica dimensión (así, las primarias del PSOE pasarán de ser un acontecimiento político de primera magnitud a un procedimiento abreviado para dirimir si el nuevo líder de la cosa encabeza sus discursos con un “todos y todas” o con un “todas y todos”, como tiene tuiteado el ingenioso hidalgo don Alonso de Mendoza). Más: subir al Valle con una pieza, con un texto atascado en la cabeza desde semanas atrás y, de pronto, en la soledad de tu celda, sentarte ante el portátil y ver los dedos aporrear el teclado como si hubiesen hecho un curso intensivo en una de aquellas academias de mecanografía del Madrid de los ochenta. Reencontrarte, gracias a la falta de wifi, con un amigo al que no veías desde antes de Google y al que ya echabas de menos: tu viejo cerebro. Y es ahora cuando toca resolver todo lo anterior con el reclamo de que nada de esto tiene precio. La cosa es que lo tiene. Y baratísimo: 35 euros la pensión completa*. Ya ven, el silencio, el silencio atronador, el gran silencio, al alcance de todas las fortunas.
*El artículo se refiere a la hospedería interna. Para tarifas de la hospedería externa, pincha en la página web del Valle de los Caídos.
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