Factor de cohesión social y paz (y IV)
Es necesario que en todos los países se abra paso a la libertad religiosa, también en los de mayoría de una determinada religión, como en los de otras mayorías religiosas en los que el resto de las religiones es respetado. Que se fortalezca el diálogo y el encuentro entre las religiones
En el conjunto de la reflexión personal que vengo haciendo sobre una cuestión de máxima actualidad, a lo largo ya de cuatro artículos, la semana pasada acababa haciendo referencia a la intolerancia, que no es algo que tenga que ver con la verdadera actitud religiosa, de fe,
de adoración. La intolerancia, en efecto, puede ser también fruto de un cierto fundamentalismo, que constituye una tentación frecuente, y es incompatible con la verdadera fe, con la adoración. «Para eliminar los efectos de la intolerancia, afirmaba san Juan Pablo II, ha de ser reconocido y garantizado el derecho insoslayable de seguir la propia conciencia y de profesar y practicar, solos o comunitariamente, la propia fe, con tal de que no sean violadas las exigencias del orden público». La libertad de conciencia, rectamente entendida, por su misma naturaleza está siempre ordenada a la verdad.
Por consiguiente, ella conduce no a la intolerancia, sino a la tolerancia y a la reconciliación. Esta tolerancia no es una virtud pasiva, pues tiene sus raíces en un amor operante y tiende a transformarse y convertirse en un esfuerzo positivo para asegurar la libertad y la paz a todos. Las tradiciones religiosas, todos cuantos profesamos la religión, vivimos de la fe y adoramos a Dios, particularmente, los líderes religiosos estamos llamados a colaborar estrechamente en este punto. Tras todo lo dicho, a lo largo de varias semanas, está esta convicción de la Iglesia: toda persona humana tiene una dignidad inviolable que nadie puede conculcar y que todos debemos respetar y promover, a la que corresponden unos derechos humanos fundamentales a cuyo logro todos hemos de prestar nuestra colaboración decidida y total. Uno de esos derechos es el de la libertad religiosa, que no es uno más entre los derechos sino el más fundamental, piedra angular en edificio de los derechos humanos.
Es necesario que en todos los países se abra paso a la libertad religiosa, también en los de mayoría de una determinada religión, como en los de otras mayorías religiosas en los que el resto de las religiones es respetado. Que se fortalezca el diálogo y el encuentro entre las religiones. Que nadie tema, ni vea menoscabo, ni amenaza para el hombre, la paz y la convivencia en el acercarse a Dios, porque cuando uno se aproxima de verdad a Él –no a una teoría ni, a una idea– uno se aproxima al Misterio, al Amor, a la grandeza del hombre, se aproxima al respeto, y se abre a la esperanza. Ni las religiones en su verdad, y menos aún Dios, amenazan la paz; al contrario, son apoyo y garantía ineludibles para la misma. La expresión más genuina de la religión, de la fe, es la adoración, la oración. Por eso mismo, la gran aportación y la gran responsabilidad que tenemos las religiones, los hombres de fe es cultivar y fortalecer el sentido de la oración, cultivar la adoración, donde se deja a Dios ser Dios, –amor, misericordia, perdón, reconciliación, vida, esperanza– para que el hombre, todo hombre, sea en su verdad, sea amado como Dios mismo, sea reconocido y respetado en su dignidad inviolable base para el bien común, base para la convivencia y la paz. Una Iglesia que sea profundamente orante y que tenga en el centro de cuanto es la adoración será un instrumento de paz, de cohesión social.
Un gran reto y desafío que la Iglesia tiene es el que nos está mostrando el Papa Francisco con estos gestos tan poderosamente llamativos e interpelantes, tan sencillos y, a la vez, tan exigentes al mismo tiempo, de orar, de orar insistentemente, de orar por la paz, de vivir en lo más hondo y vivo de la Iglesia la adoración, de interceder ante Dios, que es Amor y Misericordia sin límites, por la convivencia entre los hombres, por el respeto a la dignidad de todo ser humano, por el cese de toda violencia y de toda guerra y el encuentro entre todos, comenzando por el encuentro entre las religiones, que conduzcan a vivir cada día más intensamente el reconocimiento de Dios como Dios, Amor infinito, Misericordia y Perdón sin límites. Estoy seguro que si esto sucede, habrá un gran futuro lleno de luz y de paz para toda la tierra, una nueva etapa en la historia de los hombres; se abrirá un nuevo horizonte y un nuevo camino guiados por la luz de lo Alto que nos conduzca por los caminos de la paz; así se mostrará la verdad de que la religión, el reconocimiento de Dios es factor necesario de integración social y de paz.
© La Razón
de adoración. La intolerancia, en efecto, puede ser también fruto de un cierto fundamentalismo, que constituye una tentación frecuente, y es incompatible con la verdadera fe, con la adoración. «Para eliminar los efectos de la intolerancia, afirmaba san Juan Pablo II, ha de ser reconocido y garantizado el derecho insoslayable de seguir la propia conciencia y de profesar y practicar, solos o comunitariamente, la propia fe, con tal de que no sean violadas las exigencias del orden público». La libertad de conciencia, rectamente entendida, por su misma naturaleza está siempre ordenada a la verdad.
Por consiguiente, ella conduce no a la intolerancia, sino a la tolerancia y a la reconciliación. Esta tolerancia no es una virtud pasiva, pues tiene sus raíces en un amor operante y tiende a transformarse y convertirse en un esfuerzo positivo para asegurar la libertad y la paz a todos. Las tradiciones religiosas, todos cuantos profesamos la religión, vivimos de la fe y adoramos a Dios, particularmente, los líderes religiosos estamos llamados a colaborar estrechamente en este punto. Tras todo lo dicho, a lo largo de varias semanas, está esta convicción de la Iglesia: toda persona humana tiene una dignidad inviolable que nadie puede conculcar y que todos debemos respetar y promover, a la que corresponden unos derechos humanos fundamentales a cuyo logro todos hemos de prestar nuestra colaboración decidida y total. Uno de esos derechos es el de la libertad religiosa, que no es uno más entre los derechos sino el más fundamental, piedra angular en edificio de los derechos humanos.
Es necesario que en todos los países se abra paso a la libertad religiosa, también en los de mayoría de una determinada religión, como en los de otras mayorías religiosas en los que el resto de las religiones es respetado. Que se fortalezca el diálogo y el encuentro entre las religiones. Que nadie tema, ni vea menoscabo, ni amenaza para el hombre, la paz y la convivencia en el acercarse a Dios, porque cuando uno se aproxima de verdad a Él –no a una teoría ni, a una idea– uno se aproxima al Misterio, al Amor, a la grandeza del hombre, se aproxima al respeto, y se abre a la esperanza. Ni las religiones en su verdad, y menos aún Dios, amenazan la paz; al contrario, son apoyo y garantía ineludibles para la misma. La expresión más genuina de la religión, de la fe, es la adoración, la oración. Por eso mismo, la gran aportación y la gran responsabilidad que tenemos las religiones, los hombres de fe es cultivar y fortalecer el sentido de la oración, cultivar la adoración, donde se deja a Dios ser Dios, –amor, misericordia, perdón, reconciliación, vida, esperanza– para que el hombre, todo hombre, sea en su verdad, sea amado como Dios mismo, sea reconocido y respetado en su dignidad inviolable base para el bien común, base para la convivencia y la paz. Una Iglesia que sea profundamente orante y que tenga en el centro de cuanto es la adoración será un instrumento de paz, de cohesión social.
Un gran reto y desafío que la Iglesia tiene es el que nos está mostrando el Papa Francisco con estos gestos tan poderosamente llamativos e interpelantes, tan sencillos y, a la vez, tan exigentes al mismo tiempo, de orar, de orar insistentemente, de orar por la paz, de vivir en lo más hondo y vivo de la Iglesia la adoración, de interceder ante Dios, que es Amor y Misericordia sin límites, por la convivencia entre los hombres, por el respeto a la dignidad de todo ser humano, por el cese de toda violencia y de toda guerra y el encuentro entre todos, comenzando por el encuentro entre las religiones, que conduzcan a vivir cada día más intensamente el reconocimiento de Dios como Dios, Amor infinito, Misericordia y Perdón sin límites. Estoy seguro que si esto sucede, habrá un gran futuro lleno de luz y de paz para toda la tierra, una nueva etapa en la historia de los hombres; se abrirá un nuevo horizonte y un nuevo camino guiados por la luz de lo Alto que nos conduzca por los caminos de la paz; así se mostrará la verdad de que la religión, el reconocimiento de Dios es factor necesario de integración social y de paz.
© La Razón
Comentarios
Otros artículos del autor
- El aborto sigue siendo un crimen
- Sobre la nueva regulación del aborto de Macron
- Don Justo Aznar, hombre de la cultura
- La evangelización de América, ¿opresión o libertad?
- ¡Por las víctimas! Indignación ante la ignominia de Parot
- Una imagen peregrina de la Inmaculada nos visita
- Cardenal Robert Sarah
- Puntualizaciones a cosas que se dicen
- Una gran barbaridad y una gran aberración
- Modelo para el hoy de la sociedad y de la universidad