Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La familia en la batalla cultural

Familia comiendo.
La familia es el lugar natural donde se crece en el amor y se despierta a la fe. Foto: National Cancer Institute / Unsplash.

por Pedro Trevijano

Opinión

La batalla cultural entre la ideología de género y la concepción cristiana seguramente alcanza su punto culminante en la diversa concepción de la familia.

Siempre he creído en el sentido común y desde luego, influido indudablemente por haber nacido y educado en una familia, pienso que lo mejor para un niño es precisamente eso: vivir en una familia, unida, estable y preferiblemente además cristiana, en la que el padre y la madre tienen un papel fundamental.

Nacemos y crecemos ordinariamente en el seno de una familia. Vivimos con nuestros padres, hermanos y, tal vez, algún otro familiar. Heredamos de nuestros padres algunas cosas, como los rasgos físicos y algunas características específicas de nuestro carácter. Pero también influyen en nosotros los factores ambientales y sociales, hasta el punto de que podemos decir que, aunque todos nacemos personas, nuestra personalidad se hace, porque el desarrollo del ser humano es un proceso complejo en el que los aspectos relacionales son predominantes y determinantes. Nuestra evolución no se refiere únicamente a nuestro desarrollo personal, sino también a nuestro saber, conocer y querer.

La familia es un conjunto de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre miembros de diversas generaciones. La familia está constituida por personas que se hallan ligadas entre sí por tres tipos de lazos: la alianza matrimonial, la consanguinidad de los hermanos y la relación paterno-filial. La familia tiene su origen y fundamento en el matrimonio.

La familia, fundada sobre el matrimonio contraído libremente, es la más íntima y profunda sociedad natural fundada sobre el amor. La unidad matrimonial de los esposos con sus derechos y obligaciones supone una tarea común, que se inicia desde el momento mismo de contraer matrimonio y que se va realizando en las cosas de cada día. La comunidad conyugal no existe, sin más, por el hecho de casarse, sino que se va construyendo día a día. Por ello el amor hay que cuidarlo para que se mantenga y desarrolle y no desaparezca. Supone en sí una convivencia estable, una residencia compartida, un reparto del trabajo y de los roles, relaciones sexuales abiertas a la procreación, ayuda mutua y educación de los hijos.

Tal como Dios la ha fundado, la familia es un patrimonio de la humanidad, la agrupación humana primordial, un modelo para todas las demás formas de convivencia humana, siendo un bien para la sociedad y una institución natural anterior a cualquier otra, incluida la del Estado.

El papel de la familia en nuestro desarrollo es fundamental. La familia es el lugar donde se recibe el don de la vida y donde uno es querido simplemente por ser miembro de ella. El hogar familiar es el ámbito de por sí más humano para la acogida de los hijos: el que más fácilmente presta una seguridad afectiva, el que garantiza mayor unidad y continuidad en el proceso de educación e integración social. Es también una escuela de humanización y de virtudes, pero sobre todo el lugar ideal para aprender lo que es el amor, porque lo estamos viviendo día a día. Lo más importante que los hijos recibimos de los padres es amor, que se expresa en ternura, demostraciones de afecto y cuidados materiales. Amar y sentirnos amados, es lo mejor que nos puede pasar en la vida.

En la familia encontramos el sustrato indispensable de soporte afectivo y estabilidad emocional para poder vivir con sentido, desarrollando las virtudes humanas: amor, responsabilidad, apoyo personal y emocional, respeto mutuo, amistad, confianza, sinceridad, compañerismo, intimidad, honestidad, solidaridad. Hay en ella unos derechos y obligaciones de cara al bien común, dirigidos fundamentalmente a los campos básicos del desarrollo humano: trabajo, cultura, descanso, comida.

Es corriente en ella ponerlo todo en común, compartiéndolo, siendo muy importante para el mantenimiento de los valores familiares tener, siempre que sea posible, comidas y cenas en familia, porque en ellas se dialoga y se transmiten tradiciones y valores, con las consiguientes consecuencias positivas en el comportamiento de los hijos. Por todo ello la familia es el núcleo central de la sociedad civil.

La familia cristiana surge del sacramento del matrimonio y es el espacio natural en el que la persona nace a la vida y a la fe. El Evangelio se transmite en ella de manera espontánea al hilo de los acontecimientos, así como allí tiene lugar el inicio de la oración y del despertar religioso, se desarrollan los sentimientos de amor, se vive la integración en la comunidad eclesial, y uno es orientado para vivir la vida con un sentido vocacional. Los esposos tienen entre sí un deber mutuo de santificación, de recíproca asistencia espiritual y de educación de los hijos, incluida especialmente la transmisión de la fe, lo que implica el buscar juntos a Dios. Todo ello hace del matrimonio y de la familia el lugar privilegiado donde más seres humanos realizan su encuentro con Dios y realizan su santificación personal.

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