Los creyentes deben reaccionar
por Carlos Astiz
Los medios de comunicación del Gobierno, que son casi todos, nos inundan de noticias, declaraciones y denuncias de los abusos a menores en la Iglesia católica española.
Por supuesto que hay que denunciar y perseguir a estos abusadores, pero también a los que en otras instancias -desde sindicatos a ONG, partidos u organismos oficiales, nacionales y extranjeros- los han cometido. Pero a esto último se han negado todos los partidos del gobierno de Pedro Sánchez y casi todos sus aliados. Porque, en realidad, no les importan esos abusos. Ahí tenemos ejemplos hasta aburrir, en Andalucía, Baleares, Valencia o Madrid, en los que han estado implicados personajes y hasta dirigentes de algunos de esos partidos.
Lo que les importa es ensuciar (llevan años haciéndolo) la imagen de la mayor institución religiosa organizada, del mundo y de España. Es parte de la campaña por erosionar y destruir la religión y la confianza de los creyentes. Una Iglesia debilitada que se pliega mansamente ante los caprichos gubernamentales no ofrece ninguna resistencia. Ediles, incapaces de mejorar en nada la vida de sus pueblos y ciudades, encuentran una manera fácil de señalarse en el odio entre los suyos, tirando cruces y cerrando o violentando, templos y lugares de culto.
No solamente se derriban cruces en España. Francia, Canadá, Estados Unidos, Argentina, México, Nicaragua, Chile, Bolivia... han sufrido toda una serie de ataques y destrucciones de iglesias y templos, en un intento de borrar la huella del cristianismo de la civilización occidental.
Todo ello no es casual. Forma parte de ese ciclo de la destrucción de individuos, familias, sociedades y naciones. Es parte de ese proyecto por el que los grandes globalitarios, los grandes magnates, quieren imponernos una sociedad en la que las naciones y las democracias no existan más que en pura fachada, bajo controles supranacionales, determinados por esos mismos poderes financieros que ya controlan una parte esencial de nuestro sistema económico, político y mediático.
Que no se engañen los miembros de otras confesiones. Van a por ellos también. Van a por los referentes morales de las personas para hacernos más débiles e indefensos.
No hace falta ser creyente para darse cuenta de que esto no es solo un ataque a las instituciones religiosas. Es, sobre todo, la eliminación de un referente moral que estructura y vertebra las vidas de los creyentes y las raíces históricas, morales y políticas de las naciones. Es debilitar a los individuos y debilitar las sociedades de las que forman parte. Limitar -y después eliminar- su presencia pública, su actividad y a sus miembros.
La lucha política, no lo olvidemos, es también una lucha por las conciencias y las mentes. Hay que reaccionar. Incluso si no se es creyente hay que defender la libertad de culto y su presencia pública como parte de nuestra historia, nuestra cultura y nuestra base moral.
Hay que decir: ¡Basta!
Y ponerse manos a la obra. Resistir y ganar. No hay otra alternativa salvo desaparecer.
En tiempos de sus primeras persecuciones, los cristianos se hacían ver, en la clandestinidad, pintando peces en las paredes. Es un momento clave para que vuelvan las cruces a los muros de barrios y pueblos, a que cada templo o congregación sea un faro público de sus símbolos y creencias. Y cada creyente y cada defensor de la libertad humana, sea creyente o no, tiene la obligación moral de denunciar esta persecución interesada y enfrentarla.
Carlos Astiz es periodista y escritor. Sus últimos libros son: El Proyecto Soros (2020) y Bill Gates: ¡Reset! (2021).