¿Cuál fue la primera obra escrita en latín por un cristiano?
Para las numerosas citas bíblicas presentes en los escritos tertulianos la hipótesis más verosímil es que se trate de traducciones extemporáneas de la de los Setenta del proprio Tertuliano, que había compuesto obras también en griego
El Apologeticum inaugura la literatura cristiana en lengua latina: aunque de hecho se discuta sobre la existencia de versiones latinas parciales de la Biblia anteriores a Tertuliano, tal vez de origen judaico, ello no parece probable; mientras que para las numerosas citas bíblicas presentes en los escritos tertulianos la hipótesis más verosímil es que se trate de traducciones extemporáneas de la de los Setenta del proprio Tertuliano, que había compuesto obras también en griego.
La obra de Tertuliano presenta algunos problemas relativos precisamente a la posibilidad de que se trate verdaderamente de la primera obra escrita en latín por un cristiano. El más debatido es su estrecha relación literaria con el Octavius de Minucio Felice, indudable pero tal que no se puede concluir cuál de las dos obras es precedente y por lo tanto fuente de la otra.
Otra cuestión se refiere a la relación del Apologeticum con la obra tertuliana Ad nationes, también del 197, que podría representar su primer esbozo. Del Apologeticum se discute también la posibilidad de que hayan circulado del texto dos redacciones: de estas la segunda (llamada fuldense) estaría probada por un manuscrito procedente del monasterio alemán de Fulda —perdido, pero sus variantes a finales del siglo XVI fueron transcritas por un filólogo y por lo tanto publicadas por otros algún año después— y por un fragmento de otro códice suizo. La hipótesis, fundada en un material más bien escaso, se refuerza en cambio por un hecho. Para su Adversus Marcionem Tertuliano certifica la existencia de tres ediciones: tras la primera redacción preparó una segunda más amplia, que le fue sustraída —antes de la difusión de un número suficiente de copias— por un cristiano después apóstata que se sirvió de ello sin escrúpulo alguno, haciendo así necesaria una tercera edición con adiciones que permitieran distinguirla como auténtica.
Para reforzar la hipótesis de dos ediciones del Apologeticum existe además la propia praxis editorial antigua. Esta comprendía el dictado de la obra a taquígrafos, su transcripción por copistas y de ahí la copia definitiva encomendada a calígrafos (las copias naturalmente eran más de una), con revisiones del autor, quien podía sucesivamente modificar la obra y hacer así que circulara más de una edición.
© L’Osservatore Romano
La obra de Tertuliano presenta algunos problemas relativos precisamente a la posibilidad de que se trate verdaderamente de la primera obra escrita en latín por un cristiano. El más debatido es su estrecha relación literaria con el Octavius de Minucio Felice, indudable pero tal que no se puede concluir cuál de las dos obras es precedente y por lo tanto fuente de la otra.
Otra cuestión se refiere a la relación del Apologeticum con la obra tertuliana Ad nationes, también del 197, que podría representar su primer esbozo. Del Apologeticum se discute también la posibilidad de que hayan circulado del texto dos redacciones: de estas la segunda (llamada fuldense) estaría probada por un manuscrito procedente del monasterio alemán de Fulda —perdido, pero sus variantes a finales del siglo XVI fueron transcritas por un filólogo y por lo tanto publicadas por otros algún año después— y por un fragmento de otro códice suizo. La hipótesis, fundada en un material más bien escaso, se refuerza en cambio por un hecho. Para su Adversus Marcionem Tertuliano certifica la existencia de tres ediciones: tras la primera redacción preparó una segunda más amplia, que le fue sustraída —antes de la difusión de un número suficiente de copias— por un cristiano después apóstata que se sirvió de ello sin escrúpulo alguno, haciendo así necesaria una tercera edición con adiciones que permitieran distinguirla como auténtica.
Para reforzar la hipótesis de dos ediciones del Apologeticum existe además la propia praxis editorial antigua. Esta comprendía el dictado de la obra a taquígrafos, su transcripción por copistas y de ahí la copia definitiva encomendada a calígrafos (las copias naturalmente eran más de una), con revisiones del autor, quien podía sucesivamente modificar la obra y hacer así que circulara más de una edición.
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