La cancelación del pluralismo
Hace poco leía una frase dicha hace treinta años por quien era, en aquel momento, primer ministro del Reino Unido, John Major: “La sociedad necesita condenar un poco más y entender un poco menos”.
Esta expresión dura y tajante de John Major, de un modo u otro, sigue en el centro del debate público en buena parte del mundo a través de distintas interrogantes: ¿Cuáles son los límites de la tolerancia? ¿Cómo superar la cultura del victimismo? Y la que quisiera desarrollar en estas líneas: ¿cuál es el alcance de la pluralidad en una sociedad democrática?
La premisa base es que la democracia, para que sea democracia, debe ser plural, incluso debe estimular la pluralidad. Pienso que, en ese punto, la inmensa mayoría estaremos de acuerdo. La palabra pluralidad proviene del latín, significando multitud, diversidad, en oposición a lo singular, a lo uniforme.
Sin embargo, la pluralidad se convierte en problema cuando pasa de ser un hecho normal de la realidad, a mineralizarse en una ideología. Es decir, cuando pasa de pluralidad (algo bueno y enriquecedor de la realidad) a pluralismo: una ideología más, que trata de explicar la totalidad a través de un pedacito de verdad.
En la pluralidad, la diversidad es más que bienvenida. Pero tengamos en cuanta algo crucial: lo que hace posible la pluralidad es la existencia de una singularidad que le da sentido a esa pluralidad. Hay una pluralidad de miles y miles de colores y tonos, pero esos miles de miles de tonos y colores en una pluralidad sana están dentro de una unidad más grande: el concepto de color y el concepto de tono. Bajo el pluralismo cada tono y cada color existe en sí y para sí, sin tener nada que lo una.
En el caso del pluralismo, su terminación -ismo nos apunta a lo ideológico: marxismo, liberalismo, historicismo, materialismo. Ese -ismo que tienen las ideologías es la explicación total con un pedacito de verdad. La frase típica es: “La realidad no es más que” y a continuación pones tu pedazo de verdad favorito. La realidad no es más que pluralismo implica decir que la realidad entera es una multitud de cosas distintas sin ningún cemento que las una. De este modo, existe solo lo diferente, lo variable, lo distinto sin nada por encima que lo pueda unificar.
La palabra universo es un buen ejemplo de la diferencia entre pluralidad y pluralismo. El universo entero es, por supuesto, lo más plural y diverso. Sin embargo, el uni-verso funciona por reglas que gobiernan la materia y el movimiento en toda su vastedad. El universo no es un río de cosas diversas no conectadas, sino una delicada red donde cada punto influye sobre el otro: desde la célula hasta el elefante existen millones de especies diversas, pero toda son parte de una malla ecológica interrelacionada. Sin unidad y pluralidad, no habría uni-verso.
Desde la perspectiva humana, si todo es pluralismo, tampoco habría espacio para la persona y su relación con los demás. Si todo es pluralismo, el Yo que se abre a un Tú no podría tener comunión con el otro, no podría relacionarse con el otro. Si todo es pluralismo ideológico, no habría un “nosotros”. Porque el pluralismo como ideología ha convertido a la sociedad no en un lugar de encuentro, sino en un lugar para la diferencia, para el contraste, para la lucha de poder, para la lógica amigo-enemigo.
El pluralismo insiste en la diferencia como la única manera de entender a la realidad. Muchos dirán: pues muy bueno, que viva la libertad y el pluralismo. Sin embargo, el problema adicional es que el pluralismo, al convertirlo en una ideología, no permite, no admite visiones distintas al pluralismo. ¿Sobre qué base se debaten otras visiones del mundo si todo es plural, diverso, diferente y no hay nada que una a nada? Se trata en este caso de un pluralismo ideológico que en lugar de promover lo plural, termina siendo totalitario porque no admite la convivencia de lo plural y lo que une a lo plural, al mismo tiempo.
Por ello el pluralismo como ideología nos termina llevando, no a la libertad, sino al relativismo, donde se impone el más fuerte sobre el resto de la sociedad.
La democracia necesita tota la pluralidad posible, pero no la dictadura del pluralismo, que solo esconde, detrás de una supuesta libertad y diversidad, el dominio de unos pocos sobre la mayoría de la sociedad.
El pluralismo ideológico enfermo termina cancelando la pluralidad democrática sana.