«Los niños de Dios no están a la venta»
La película Sound of Freedom [Sonido de Libertad], que está siendo estrenada en Colombia en estos días, ha causado un gran revuelo en el mundo. A pesar de la negativa de los grandes comercializadores del cine, finalmente ha salido al público. Los gigantes mundiales, en fin de cuentas, son los que juzgan qué es lo que el mundo “quiere” o “no quiere” ver: son los que marcan las tendencias en muchos aspectos de la cultura y de la vida de nuestra sociedad.
En los últimos cien años el cine ha sido la industria que ha encabezado la imposición de las tendencias en la moda del vestir, de la música, en el lenguaje, en los comportamientos sociales, de los modelos de masculinidad y feminidad, llegando a ser capaz de difundir por todo el mundo hasta la aceptación de conductas morales, o inmorales, desde el concepto de familia hasta modelos políticos mundiales, el puesto de la religión o modelos diversos de espiritualidad o de materialismo. Podríamos seguir enumerando una larga lista de aspectos de la vida diaria y de la cultura, filosofías e ideologías que según sean propuestas por el cine como positivas o negativas van siendo asimiladas o rechazadas por el mundo.
Debido a esa poderosa influencia que tiene la industria del cine, los grandes productores seleccionan bien lo que les interesa imponer y lo que no quisieran mostrar. “Sonido de Libertad” pone al descubierto un negocio multimillonario internacional de comercio de niños, que involucra a nuestro país y demuestra la degradación social y familiar. A algunos no les conviene que se hable de este flagelo porque amenaza sus finanzas y se han encargado de desprestigiar esta película. Se ridiculiza el tema o se califica de fanáticos a sus productores. Lo cierto es que debemos agradecer a sus valientes realizadores, que, convencidos de la dignidad humana y con una profunda fe católica, se han atrevido a lanzar un grito: “Los niños de Dios no están a la venta”.
Con gran astucia y con mucha eficacia, desde hace unos años algunos medios de comunicación se han propuesto taparle la boca a la Iglesia católica en temas de abuso de menores, presentándola como la institución más corrupta en el trato con los pequeños. Pero los hechos demuestran con claridad cómo, por el contrario, tristemente la institución familiar es el ámbito donde ocurre el mayor número de hechos abusivos contra los menores de edad. La forzosa y larga cuarentena a causa de la pandemia fue el detonante para que las cifras de estos delitos subieran escandalosamente.
Para mí, como obispo de una diócesis fundamentalmente rural, me ha caído como baldado de agua fría –helada– saber que muchas de nuestras queridas familias campesinas ya no son modelo de vida sana, cristiana, de buenas costumbres y de fe. La gran mayoría de las vocaciones religiosas y sacerdotales tradicionalmente provienen del ambiente campesino, pero hoy en día esa realidad que nos acompañó por mucho tiempo ya no es tan prometedora. Y los males no vienen solos: los ambientes familiares irregulares donde viven “demasiado juntos” padrastros, hemanastros, hijastros y otras personas que viven bajo el mismo techo, conformando un extraño y artificioso núcleo familiar, son los que abundan hoy en día. Esta realidad, sumada a la proliferación descontrolada de pornografía y el empeño por promover la ideología de género en la escuela, hace de nuestros niños fáciles víctimas de abuso y corrupción.
Por todo esto, hemos querido ofrecer desde el Instituto Juan Pablo II para la formación de Laicos en asocio con la Escuela Superior de Administración Pública, el diplomado en Prevención y gestión de la violencia intrafamiliar con énfasis en la protección integral a los niños, niñas y adolescentes, desde el 8 de septiembre hasta el 28 de octubre, con el deseo de formar en este tema a nuestros agentes de pastoral familiar de las parroquias, sacerdotes, docentes, funcionarios de la alcaldía, el hospital y otras instituciones que tanto lo requieren. Luego, Dios mediante, lo haremos también con comunidades indígenas de Coyaima y Natagaima, ya que allí también, tristemente, es muy frecuente el abuso de menores en contexto intrafamiliar. Creo que esta es una de las maneras en que podemos combatir este doloroso flagelo que tradicionalmente se ha querido ocultar, porque “los niños de Dios no están a la venta”.
Publicado en el portal de la Conferencia Episcopal de Colombia.
Miguel Fernando González Mariño es obispo de El Espinal (Colombia).