El papel del laico cristiano en el acompañamiento espiritual
por Pedro Trevijano
El Concilio de Trento declaró bajo anatema que no todos los fieles, sino sólo los obispos y sacerdotes tienen la potestad de atar y desatar (DS 1710; D 920). Por tanto, y dado que parece claro que se trata de una cuestión doctrinal y no disciplinar, es dogma de fe que los laicos no pueden absolver.
La confesión ante un laico no es mala y puede ser conveniente, como nos dice la Carta del Apóstol Santiago: "Por tanto, confesaos mutuamente los pecados y orad unos por otros para que os curéis: mucho puede la oración insistente del justo" (5,16). La liturgia cristiana, en particular al principio de la Misa, pone en práctica esta recomendación con las palabras de Confiteor: “Yo confieso, ante Dios todopoderoso, y ante vosotros hermanos, que he pecado...” La Edad Media conoce y emplea tipos de confesión a laicos que tienen su origen e inspiración en el uso monástico tradicional de la confesión de faltas a un monje que no es sacerdote pero da buen consejo y reza con el que viene a confesarse con él. Pero, sobre todo a partir del siglo X, también se da con relativa frecuencia la confesión a un laico en el caso extremo de peligro de muerte y cuando no es posible encontrar un sacerdote. El laico no le da la absolución, pero le permite liberar su conciencia, pues está haciendo lo que está a su alcance.
Lo que está claro es que la confesión ante el sacerdote sólo es necesaria en caso de pecado grave. En otros casos no es necesaria, si bien puede sernos muy útil, pues nadie más que el sacerdote puede ser el ministro del sacramento y en consecuencia dar a nuestros actos penitenciales una dimensión sobrenatural y eclesial, sin olvidar que le hemos de suponer una preparación específica, y mientras no se demuestre lo contrario, una competencia en el terreno de lo religioso.
Pero, aunque no puedan absolver, muchos laicos están realizando, especialmente en hospitales y centros psiquiátricos, una tarea de acompañamiento espiritual de los enfermos y sus familiares, interpelados por las cuestiones sobre la vida o la muerte, y por el pasado de cada uno. Con frecuencia estos laicos reciben confidencias que, aun sin llegar a un ministerio sacramental, son un primer paso hacia el perdón de Dios, aunque puede suceder que no haya ya tiempo o posibilidad de llamar a un sacerdote o que quienes se abren a ellos no acaben de entender la necesidad de la absolución sacramental. Por ello estos laicos han de intentar que su relación interpersonal, que ciertamente valoriza la dimensión fraterna y comunitaria, llegue a su plenitud eclesial y sacramental por su estrecha colaboración con los sacerdotes, pues ha sido su tarea la que ha iniciado el acercamiento a la Iglesia y la que puede hacer que la absolución sacramental pueda ser recibida.
En un mundo donde la precipitación, la falta de tiempo, la impaciencia hace que muchas personas tengan serios problemas de incomunicación, es necesario que la Iglesia ofrezca lugares, tiempos y personas, sacerdotes o laicos, que realicen tareas de acogida y diálogo, al servicio de la caridad y de la ayuda a los demás, donde pueda acudir quien lo desee, bien sea para desahogarse y encontrar un interlocutor, o para reflexionar sobre el sentido de la vida, e incluso una dirección espiritual, que le ayude a vivir en paz consigo mismo y a hacer la paz con los demás, aunque no suponga necesariamente ni confesarse ni recibir la absolución.
Otros artículos del autor
- Los conflictos matrimoniales y su superación
- Cielo, purgatorio, infierno
- Los hijos del diablo, según Jesucristo
- Iglesia, nacionalismo y bien común
- El Antiguo Testamento y la elección de Israel
- Creo en la Comunión de los Santos
- Familia, demonio y libertad
- Los días más especiales en una vida humana
- Sin Dios ni sentido común
- Conferencia episcopal e ideología de género