Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Miguel Delibes: «Me reconozco cristiano y católico»

Mar Velasco/La Razón

Miguel Delibes
Miguel Delibes

Discreto, sobrio, liberal y cristiano, Miguel Delibes nunca rehuyó mostrar su fe abiertamente. Enemigo del dogmatismo, la intolerancia, del escrúpulo que puede llegar a ser una losa para la fe,  de la injusticia y la explotación del hombre o la naturaleza, Delibes representa al escritor movido por inquietudes morales y sociales que, sin embargo, no renuncia su condición creadora y su amor por la literatura.

Convirtió su obra en una defensa de la dignidad humana y a través de ella luchó contra la reducción materialista del hombre y su desarraigo cultural. «Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida», reconocía.

Su defensa del no nacido

Ideológicamente, Delibes se caracterizó por un humanismo cristiano abierto, exigente, comprometido con los problemas de su tiempo.

«Opté por los más débiles», reconocía en una entrevista. Esta opción queda patente, de modo significativo, en su encendida defensa del no nacido: «Una cosa está clara –escribía Delibes–:  el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante en este dilema es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio», escribía.

En nombre de  esta defensa de los más débiles, Delibes reiteró  sus críticas a la sociedad burguesa, con su progreso técnico hecho a espaldas del hombre, un progreso que, según él, lejos de liberar, inventa nuevas formas de esclavitud. Por eso volvió sus ojos a la gente sencilla, a la naturaleza, donde encontró reductos no destruidos de dignidad humana: «El hecho de que yo me incline por el hombre humilde y por el hombre víctima revela, imagino, mi espíritu democrático, pero no menos mi espíritu cristiano», reconocía en otra ocasión. 

La muerte de su mujer, Ángeles, fue uno de los momentos críticos del escritor.  Se sumió en el dolor, pero supo salir adelante sin miedo a reconocer quién fue su apoyo más grande: «Cuando murió mi mujer, Dios me ayudó, sin duda. Tuve esta sensación durante varios años, hasta que logré salir del pozo. A veces, Dios ayuda. Ayuda a mucha gente que lo reconoce así. Los evangelios de Cristo son estimulantes a este respecto», explicaba en una entrevista.

La fe de Delibes –tan cercana en ocasiones a la del otro gran Miguel, Unamuno–  no fue una fe heredada ni resignada , sino vivida, luchada  y plasmada con coherencia en su literatura: «El tema religioso no lo he rehuido nunca», declaraba en cierta ocasión.  «Al rabino de Las ratas, por ejemplo, no le entra en la cabeza que un vecino con una cruz en el pecho haya asesinado a otro. En Madera de héroe hay dos curas que se confiesan mutuamente cuando estalla la guerra civil... Hay en algunos de mis libros, elemental o profundamente, una idea religiosa. Me eduqué en un colegio de hermanos cristianos, hermanos del “babero”, como les llamábamos. Luego me aparté de la religión como más o menos nos apartamos todos, pero nunca del todo. Me reconozco cristiano y católico aunque, desgraciadamente no libre de dudas que en ocasiones me torturan», reconocía. 

Y al fondo, Cristo, esperando al final del camino: «Espero que Cristo cumpla su palabra y ella nos traiga una paz y una justicia perdurables a los que tanto las hemos predicado. Para mí eso podía ser una forma de vida eterna».  Que así sea, don Miguel.

«Una imagen humana del todopoderoso»

En Señora de rojo sobre fondo gris, una de sus últimas novelas y en la que mejor se dibuja la silueta de su esposa, Ángeles de Castro, Delibes define de manera inmejorable la necesidad cristiana de un Dios persona, de un Dios hecho hombre, al que se puede encontrar en la Eucaristía: «Tu madre –escribe– conservó siempre viva la creencia. Antes de operarla confesó y comulgó. Su fe era sencilla pero estable. Nunca la basó en accesos místicos ni se planteó problemas teológicos. No era una mujer devota, pero sí leal a los principios: amaba y sabía colocarse en el lugar del otro. Era cristiana y acataba el misterio. Su imagen de Dios era Jesucristo. Necesitaba una imagen humana del Todopoderoso con la que poder entenderse. [...] Identificó a Dios con Jesús, y ni la vida, ni las lecturas, modificaron luego su pensamiento. Y el día que comulgó por primera vez tuvo conciencia de que había comido a Jesús, no a Dios Padre, ni al Espíritu Santo. Cristo era el cimiento. En particular el Cristo del sermón de la montaña. Era la suya una fe simple, ceñida a lo humano; un cristianismo lineal, sin concesiones», explicaba.

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