IMRAN FIRASAT
«Si vuelvo a Paquistán me espera la pena de muerte por blasfemia»
«Más que una religión, el Islam es un castigo», sentencia Imran con fimeza. «Pero no toda la gente en Pakistán es mala, ni todos los musulmanes lo son».
España es su última esperanza y se está agotando. Imran y Jenny viven desde hace dos años en Santander, y aguardan sin éxito desde hace meses el permiso de residencia. Su pasaporte caduca el día 18 de mayo y si ese día no han recibido la autorización, tendrán que volver a sus países, por separado y sin sus hijos. Él, a Paquiistán, donde le espera la cárcel, la tortura y probablemente la muerte por blasfemo y apóstata. Ella a Indonesia, donde le aguarda una vida incierta. Desde que se conocieron, Imran Firasat (pakistaní ex-musulmán) y Jenny Setiawan (indonesia budista) viven un calvario que les ha llevado de un país a otro, sin poder quedarse en ninguno. Su pecado es haberse enamorado en un lugar, Paquistán, donde la implacable «sharia» no admite matrimonios mixtos, y mucho menos convivencia o hijos fuera del matrimonio.
«Más que una religión, el Islam es un castigo», sentencia Imran con fimeza. «Pero no toda la gente en Pakistán es mala, ni todos los musulmanes lo son. Mi padre, al que mataron por mi culpa, era un hombre bueno. Pero Pakistán lleva un retraso de doscientos años respecto al resto del mundo, es una sociedad islámica estricta donde nadie puede hacer nada libremente. Antes de comenzar algo, debemos pensar cuidadosamente en la reacción de la gente. Y mantener relaciones prematrimoniales supone un delito castigado con el apedreamiento hasta la muerte», explica. Imran pidió a Jenny que se convirtiera al islam para poder casarse con ella, tal y como dicta la ley islámica. Pero Jenny ha visto morir a sus padres y a su primer marido a manos de los musulmanes indonesios. Convertirse al islam era superior a sus fuerzas, así que comenzaron a vivir juntos en casa de Imran, en espera de una solución. Pero los vecinos no lo permitieron.
A Imran fueron a buscarlo a casa y lo llevaron a la comisaría, donde le pegaron y le cortaron el pulgar de la mano izquierda en señal de castigo. A Jenny la encerraron en una habitación y la violaron varios policías. «Me dijeron que si yo podía dormir con ella sin estar casados, por qué no iban ellos a poder acostarse con ella», recuerda. Mataron a su padre en represalia y a ellos les quemaron la casa. Se salvaron saltando, con su hijo pequeño en brazos, por la ventana trasera. «Reniego del islam -afirma-, reniego de una religión que coarta mi libertad y mis derechos, que no entiende lo que es el amor, y además es hipócrita. ¿Por qué Mahoma se pudo casar once veces, y una de ellas con una niña, y a mi no me permiten hacerlo una con mi amor verdadero, solo porque la mujer a la que adoro es budista?», se pregunta.
Amenazas. «Si vuelvo, me condenarán por blasfemo. Me dicen que insulto al Profeta porque digo que se le permitieron cosas que el Islam no permite. Eso no es insultar, eso es decir la verdad. Pero los islamistas no tienen capacidad para soportar la verdad», asegura. «Estoy recibiendo amenazas de muerte por las críticas al islam que hago en los medios de comunicación. Son llamadas telefónicas imposibles de localizar, porque las hacen desde cabinas. La última fue el pasado 3 de marzo», recuerda. «No tengo miedo por mí, sino por mi familia», afirma Imran. «Si tengo que volver a Paquistán, sé que estoy en la lista negra . Me detendrán en el aeropuerto e iré a la cárcel. Jenny tendría que ir a Indonesia; mi hijo ingresará en un centro para menores en España. Al menos para la niña hemos conseguido la nacionalidad española...».
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