CONTRA LA ANSIEDAD, AMOR DE MADRE
Se prueba científicamente que el amor maternal es un escudo frente a los problemas y enfermedades
Según los expertos, las madres que inundan a sus hijos de cariño los preparan frente a los problemas.
Que un niño reciba más o menos cariño de su madre en las primeras etapas de la vida no sólo determina que sea un niño más feliz sino que sea un adulto más sano treinta años más tarde. La ciencia ha conseguido probar por primera vez lo que hasta ahora sólo se suponía: que el amor de madre es un escudo frente al fracaso escolar y social y las enfermedades. Sobre todo las mentales.
No hay que ser un lince para pensar esto. Pero una cosa bien distinta es encontrar evidencia científica de ello. Hasta ahora todos los estudios del amor maternal se basaban en lejanísimas memorias de la relación madre-hijo. Por primera vez esta ha podido ser testada en vivo y en directo.
¿Cómo? Pues gracias a la participación hace muchos años de 482 personas en un proyecto de colaboración prenatal en Rhode Island, Estados Unidos, cuyos datos han podido ser aprovechados e interpretados por un equipo de la Duke University en Carolina del Norte, dirigido por la investigadora Joanna Maselko. Los resultados se publican esta semana en la prestigiosa Revista de Epidemiología y Salud Comunitaria.
El gran interés suscitado por este estudio se debe sobre todo a su novedad metodológica. Madres e hijos de ocho meses interactuaron en los años 70 ante psicólogos que testaban en directo si la transmisión de afecto maternal era baja, normal, alta o incluso extravagante.
Se da el dato curioso de que algunos casos en que el psicólogo estimó que un niño había recibido un nivel de afecto bajo, el niño en cuestión, interrogado al llegar a adulto, aseguraba haberlo recibido no alto pero sí normal. Esto puede deberse a varios factores, por ejemplo al hecho de que ninguna madre verdaderamente abusiva aceptara participar en un experimento así.
En declaraciones a ABC, Joanna Maselko admite que este factor limita la lectura literal del estudio pero no su alcance, ya que existe bien poca duda de que los niños criados en hogares fuertemente disfuncionales tienen todas las posibilidades de acabar siendo adultos disfuncionales. De lo que se trataba aquí era de precisar la delicada pauta por la que un déficit de amor en la infancia se transforma en un futuro déficit cuantificable, es decir, previsible y tratable de salud pública.
Por ejemplo: la resistencia a la ansiedad puede llegar a variar hasta 7 puntos entre los niveles de afecto más altos y más bajos. Las variaciones en la tendencia a la hostilidad pueden ser de 3 puntos y en la propensión al malestar general (timidez, retraimiento, falta de autoestima y de competencia social) el desnivel habitual ronda los 5 puntos.
Joanna Maselko insiste en que estos estudios pretenden abrir caminos, no cerrar puertas a nadie. Un niño que no haya recibido suficiente afecto en los primeros meses queda indudablemente marcado; pero nadie ha dicho que eso ya tenga que ser para siempre. No hay nada en este estudio que permita afirmar que el daño causado no pueda tener remedio más adelante, concluye, enfática.
También enfatiza que a título personal ella no tiene ninguna duda de que si en lugar de con madres este estudio se hubiera hecho con padres, o mezclando progenitores y cuidadores de los dos sexos, el resultado seguramente será el mismo. Si sólo se ha hecho con madres es porque se depende de datos recabados hace treinta años, cuando a nadie se le ocurrió investigar el amor padre-hijo. Todo llegará.
No hay que ser un lince para pensar esto. Pero una cosa bien distinta es encontrar evidencia científica de ello. Hasta ahora todos los estudios del amor maternal se basaban en lejanísimas memorias de la relación madre-hijo. Por primera vez esta ha podido ser testada en vivo y en directo.
¿Cómo? Pues gracias a la participación hace muchos años de 482 personas en un proyecto de colaboración prenatal en Rhode Island, Estados Unidos, cuyos datos han podido ser aprovechados e interpretados por un equipo de la Duke University en Carolina del Norte, dirigido por la investigadora Joanna Maselko. Los resultados se publican esta semana en la prestigiosa Revista de Epidemiología y Salud Comunitaria.
El gran interés suscitado por este estudio se debe sobre todo a su novedad metodológica. Madres e hijos de ocho meses interactuaron en los años 70 ante psicólogos que testaban en directo si la transmisión de afecto maternal era baja, normal, alta o incluso extravagante.
Se da el dato curioso de que algunos casos en que el psicólogo estimó que un niño había recibido un nivel de afecto bajo, el niño en cuestión, interrogado al llegar a adulto, aseguraba haberlo recibido no alto pero sí normal. Esto puede deberse a varios factores, por ejemplo al hecho de que ninguna madre verdaderamente abusiva aceptara participar en un experimento así.
En declaraciones a ABC, Joanna Maselko admite que este factor limita la lectura literal del estudio pero no su alcance, ya que existe bien poca duda de que los niños criados en hogares fuertemente disfuncionales tienen todas las posibilidades de acabar siendo adultos disfuncionales. De lo que se trataba aquí era de precisar la delicada pauta por la que un déficit de amor en la infancia se transforma en un futuro déficit cuantificable, es decir, previsible y tratable de salud pública.
Por ejemplo: la resistencia a la ansiedad puede llegar a variar hasta 7 puntos entre los niveles de afecto más altos y más bajos. Las variaciones en la tendencia a la hostilidad pueden ser de 3 puntos y en la propensión al malestar general (timidez, retraimiento, falta de autoestima y de competencia social) el desnivel habitual ronda los 5 puntos.
Joanna Maselko insiste en que estos estudios pretenden abrir caminos, no cerrar puertas a nadie. Un niño que no haya recibido suficiente afecto en los primeros meses queda indudablemente marcado; pero nadie ha dicho que eso ya tenga que ser para siempre. No hay nada en este estudio que permita afirmar que el daño causado no pueda tener remedio más adelante, concluye, enfática.
También enfatiza que a título personal ella no tiene ninguna duda de que si en lugar de con madres este estudio se hubiera hecho con padres, o mezclando progenitores y cuidadores de los dos sexos, el resultado seguramente será el mismo. Si sólo se ha hecho con madres es porque se depende de datos recabados hace treinta años, cuando a nadie se le ocurrió investigar el amor padre-hijo. Todo llegará.
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