Treinta mil personas al año... y no todas son ancianos
Te mueres solo y nadie se entera: el fenómeno, símbolo de una época, que crece sin freno en Japón
Hasta treinta mil personas al año fallecen en Japón sin que nadie les eche de menos. Es el fenómeno del kodokushi o muerte solitaria, al que consagra Mario Vattani un reportaje en Tempi que señala, entre otras cosas, que no se trata solo de un fenómeno de ancianos:
No es fácil convertirse en un Buda, pero en Japón hay un atajo. El procedimiento se llama sokushinbutsu. Significa transformarse sobre la marcha en un Buda, en el propio cuerpo. Una vez dicho esto... conseguirlo no es fácil. La preparación dura tres mil días, durante los cuales se mantiene una dieta llamada mokujikigyo, que significa, literalmente, "comer madera". Está excluido cualquier tipo de cereal. Ni arroz, ni mijo, ni soja, nada. Sólo se permiten nueces, bayas, raíces, la corteza de algunos árboles y las agujas de pino. Si se sigue correctamente, esta dieta permite llegar a la muerte por inanición en unos diez años.
Cuando ya se está a punto de morir, hay que buscar un lugar adecuado para la tumba, posiblemente una cueva, o una fosa profunda. El monje Honmyokai, por ejemplo, eligió un punto en las montañas que había detrás de su templo. Era el 8 de mayo de 1681 cuando se sentó en un ataúd -en esos tiempos los ataúdes japoneses parecía toneles y el cuerpo reposaba agachado- y fue enterrado vivo por sus discípulos. La dieta a base de nueces favorece el proceso de momificación; de hecho, dos años después, cuando el cuerpo del monje fue desenterrado, ya estaba listo para que lo colocaran en el templo de Honmyo, donde aún hoy es venerado.
Templo de Honmyo, donde se conserva la momia de Homnyokai, la más antigua y mejor conservada de las seis sokushinbutsu de la región.
Muchos monjes japoneses de ese periodo quisieron ser enterrados vivos para convertirse en Budas vivientes, aunque momificados.
Las inquietantes automomificaciones de los monjes budistas.
En la tumba seguían meditando, acompañando la recitación de los sūtras con una campanilla. Sus discípulos velaban día y noche en la superficie, mientras el tintineo de la campanilla se hacía cada vez más débil, hasta extinguirse.
Kodokushi: morir y que nadie te eche de menos
Imaginarlo es estremecedor, pero a pesar de la oscuridad y la soledad, no se puede realmente considerar una muerte solitaria. La muerte solitaria es otra cosa. En japonés se llama kodokushi, pero se llama así sólo desde 2008, año en que el diccionario Kojien la registra oficialmente, definiéndola "muerte sin nadie al lado", de la que nadie se da cuenta durante días, semanas, meses.
Ese año, el 2008, el término kodokushi acabó en primera página por el impacto que causó el caso de la actriz Ai Iijima, personaje muy conocido, que había sido estrella del porno y que después de la publicación de su libro Platonic Sex se convirtió en comentarista televisiva.
El libro autobiográfico Platonic sex de Ai Iijima (1972-2008), donde describe el sórdido mundo del porno del que logró escapar, vendió dos millones de ejemplares en Japón en el año 2000. Éxito como actriz, éxito como escritora, éxito como presentadora de televisión. Pero...
La noche de Navidad de ese año, con solo 36 años, Ijima murió de pulmonía, sola, en su lujoso piso de la planta 21 de un rascacielos de Shibuya, y su cuerpo no fue hallado hasta una semana más tarde.
En realidad, dejando de lado éste y otros casos famosos, en un Japón en pleno envejecimiento de la población, en el que los matrimonios disminuyen (y cuando los hay, es sólo para crear otras familias nucleares que eliminan los contactos entre las generaciones), el Alzheimer borra la memoria de los ancianos y el smartphone se la borra a los jóvenes, las muertes solitarias son muchas, y siguen aumentando.
Treinta mil al año
Basta pensar que en 2003, sólo en 23 municipios de Tokio hubo 1.441 muertes, que en 2015 habían aumentado hasta casi 3.000. En 2014, el Centro de Medicina Legal Kansa Imuin de la capital, en el que se realizan las autopsias para los casos de kodokushi, tuvo que construir una nueva ala. A nivel nacional se calcula que cada año unos treinta mil japoneses mueren solos, sin que nadie los busque hasta que se ha cumplido el plazo de un pago trimestral o, peor, hasta que las quejas de los vecinos por el olor hacen sonar las alarmas y alguien interviene.
Los motivos para este aumento exponencial se multiplican y se suceden: menos contratos indefinidos; la renuncia por parte de las grandes empresas al enfoque paternalista que tenían anteriormente respecto a sus empleados; el abandono del campo por parte de los jóvenes, por lo que los ancianos se quedan abandonados a sí mismos; el empeoramiento de las costumbres alimentarias y el consiguiente aumento de los casos de diabetes entre la población.
También los terremotos y las calamidades naturales tienen su efecto nefasto, porque las comunidades se dispersan y a las personas más o menos ancianas se les asignan alojamientos en centros de acogida temporal, donde no siempre los vecinos se conocen o se cuidan entre ellos como hacían en sus localidades de origen. Es reciente, de hace poco más de un mes, un caso de kodokushi en Kumamoto: un hombre de 61 años, evacuado tras el terremoto del año pasado.
El kodokushi no es un fenómeno solo de ancianos ni de personas empobrecidas. Tiene más que ver con la soledad vital y la caída de la natalidad.
El 80% de los casos de muerte solitaria es de hombres, pero no siempre son ancianos: el 25% tiene entre 40 y 50 años. Según el Ministerio de Bienestar nipón, podría haber una relación con el aumento de la población masculina que, a los 50 años, aún no está casada: actualmente los solteros cincuentones son el 23% de los hombres japoneses, pero se calcula que dentro de veinte años será el 30%. ¿Esto significa que estos hombres solos no saben alimentarse adecuadamente o mantenerse sanos? Tal vez se abandonan, no tienen una vida social, se deprimen, viven en el desorden, caen en el alcoholismo.
Empresas y servicios
Es un hecho que en la lengua japonesa la muerte solitaria no sucede: se "hace", en resumen, se lleva a cabo. Hay un elemento de responsabilidad que deriva del hecho que las muertes solitarias crean problemas. En un país donde crear problema a los otros es una culpa imperdonable, se corre el riesgo que un inquilino que "hace" kodokushi, a diferencia de los Budas vivientes, que son acompañados a la ultratumba por las oraciones afectuosas de sus discípulos, sea acompañado en cambio por alguna maldición. Ante todo por parte del propietario de la casa, que se verá obligado, una vez realizado el funeral, a poner todo en orden de nuevo. Y, por desgracia, sin querer ser macabros, hay que decir que ante la presencia de un cadáver abandonado durante semanas en una casa de madera con el pavimento recubierto de tatamis (las esteras de paja tradicionales), ni siquiera los efluvios de un vino peleón son suficientes para esconder el olor.
Los programas televisivos sobre este tema, y los documentales que rozan el horror, tal vez convenzan a algún soltero a contemplar la posibilidad de la vida de pareja, pero la tendencia sigue igual, y visto el número de casos de kodokushi, no sorprende que aumente también el número de empresas privadas especializadas en el "last cleaning", la última limpieza.
Las personas que las llevan a cabo, equipadas con monos protectores y mascarillas, pagadas por los familiares o el dueño de la casa, no sólo vacían por completo los pisos (a menudo en un estado desastroso) y los desinfectan, desmontan y destruyen los tatamis y sustituyen las partes del suelo de madera dañadas, sino que ordenan, en sustitución de las familias, las cartas, los documentos y los objetos de valor de estos muertos solitarios y olvidados.
La bandera amarilla y el i-Pot
Pueblo pragmático donde lo haya, los japoneses buscan siempre soluciones e inventan palabras nuevas. Una, por ejemplo, es shukatsu, es decir, la actividad de prepararse para el final. Por ello, últimamente se pueden encontrar en las librerías pequeñas y extrañas agendas llamadas "ending noto", cuaderno final. Ojeándolas, se observa que es necesario responder a preguntas importantes. No sólo del tipo "¿Qué funeral deseas?" y "¿A quién hay que dar tus pertenencias?", sino también: "¿Has ordenado la casa?". En la estantería de al lado, el libro Ashita shinde mo ii katazuke [Incluso si mueres mañana, está bien]. Pero, en el fondo, no es nada nuevo: el samurai está acostumbrado a vivir cada día como si fuera el último.
En el campo montado para las víctimas del terremoto de Kumamoto, tras la última muerte solitaria, los ancianos se han organizado solos. Todas las mañanas, cada uno cuelga fuera de su ventana una bandera amarilla y por la noche, la quita. Si por la noche una bandera se queda colgada fuera, es mejor ir a controlar.
Hace años, la más famosa empresa productora de hervidores de té, Zojirushi, inventó un aparato especial llamado i-Pot.
Cada vez que un anciano se prepara un té verde, sale un email dirigido a una serie de correos electrónicos; así, los familiares reciben información a diario, incluso más de una vez al día, de que todo va bien.
Para cerrar el círculo, tal vez se podría hacer de manera que, cuando llega al smartphone el email enviado por el i-Pot, no suene el banal y habitual "bip", sino el tintineo de una campanilla, como el que resuena, débil ya, en la profundidad de las montañas, a espaldas del templo de Honmyo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
No es fácil convertirse en un Buda, pero en Japón hay un atajo. El procedimiento se llama sokushinbutsu. Significa transformarse sobre la marcha en un Buda, en el propio cuerpo. Una vez dicho esto... conseguirlo no es fácil. La preparación dura tres mil días, durante los cuales se mantiene una dieta llamada mokujikigyo, que significa, literalmente, "comer madera". Está excluido cualquier tipo de cereal. Ni arroz, ni mijo, ni soja, nada. Sólo se permiten nueces, bayas, raíces, la corteza de algunos árboles y las agujas de pino. Si se sigue correctamente, esta dieta permite llegar a la muerte por inanición en unos diez años.
Cuando ya se está a punto de morir, hay que buscar un lugar adecuado para la tumba, posiblemente una cueva, o una fosa profunda. El monje Honmyokai, por ejemplo, eligió un punto en las montañas que había detrás de su templo. Era el 8 de mayo de 1681 cuando se sentó en un ataúd -en esos tiempos los ataúdes japoneses parecía toneles y el cuerpo reposaba agachado- y fue enterrado vivo por sus discípulos. La dieta a base de nueces favorece el proceso de momificación; de hecho, dos años después, cuando el cuerpo del monje fue desenterrado, ya estaba listo para que lo colocaran en el templo de Honmyo, donde aún hoy es venerado.
Templo de Honmyo, donde se conserva la momia de Homnyokai, la más antigua y mejor conservada de las seis sokushinbutsu de la región.
Muchos monjes japoneses de ese periodo quisieron ser enterrados vivos para convertirse en Budas vivientes, aunque momificados.
Las inquietantes automomificaciones de los monjes budistas.
En la tumba seguían meditando, acompañando la recitación de los sūtras con una campanilla. Sus discípulos velaban día y noche en la superficie, mientras el tintineo de la campanilla se hacía cada vez más débil, hasta extinguirse.
Kodokushi: morir y que nadie te eche de menos
Imaginarlo es estremecedor, pero a pesar de la oscuridad y la soledad, no se puede realmente considerar una muerte solitaria. La muerte solitaria es otra cosa. En japonés se llama kodokushi, pero se llama así sólo desde 2008, año en que el diccionario Kojien la registra oficialmente, definiéndola "muerte sin nadie al lado", de la que nadie se da cuenta durante días, semanas, meses.
Ese año, el 2008, el término kodokushi acabó en primera página por el impacto que causó el caso de la actriz Ai Iijima, personaje muy conocido, que había sido estrella del porno y que después de la publicación de su libro Platonic Sex se convirtió en comentarista televisiva.
El libro autobiográfico Platonic sex de Ai Iijima (1972-2008), donde describe el sórdido mundo del porno del que logró escapar, vendió dos millones de ejemplares en Japón en el año 2000. Éxito como actriz, éxito como escritora, éxito como presentadora de televisión. Pero...
La noche de Navidad de ese año, con solo 36 años, Ijima murió de pulmonía, sola, en su lujoso piso de la planta 21 de un rascacielos de Shibuya, y su cuerpo no fue hallado hasta una semana más tarde.
En realidad, dejando de lado éste y otros casos famosos, en un Japón en pleno envejecimiento de la población, en el que los matrimonios disminuyen (y cuando los hay, es sólo para crear otras familias nucleares que eliminan los contactos entre las generaciones), el Alzheimer borra la memoria de los ancianos y el smartphone se la borra a los jóvenes, las muertes solitarias son muchas, y siguen aumentando.
Treinta mil al año
Basta pensar que en 2003, sólo en 23 municipios de Tokio hubo 1.441 muertes, que en 2015 habían aumentado hasta casi 3.000. En 2014, el Centro de Medicina Legal Kansa Imuin de la capital, en el que se realizan las autopsias para los casos de kodokushi, tuvo que construir una nueva ala. A nivel nacional se calcula que cada año unos treinta mil japoneses mueren solos, sin que nadie los busque hasta que se ha cumplido el plazo de un pago trimestral o, peor, hasta que las quejas de los vecinos por el olor hacen sonar las alarmas y alguien interviene.
Los motivos para este aumento exponencial se multiplican y se suceden: menos contratos indefinidos; la renuncia por parte de las grandes empresas al enfoque paternalista que tenían anteriormente respecto a sus empleados; el abandono del campo por parte de los jóvenes, por lo que los ancianos se quedan abandonados a sí mismos; el empeoramiento de las costumbres alimentarias y el consiguiente aumento de los casos de diabetes entre la población.
También los terremotos y las calamidades naturales tienen su efecto nefasto, porque las comunidades se dispersan y a las personas más o menos ancianas se les asignan alojamientos en centros de acogida temporal, donde no siempre los vecinos se conocen o se cuidan entre ellos como hacían en sus localidades de origen. Es reciente, de hace poco más de un mes, un caso de kodokushi en Kumamoto: un hombre de 61 años, evacuado tras el terremoto del año pasado.
El kodokushi no es un fenómeno solo de ancianos ni de personas empobrecidas. Tiene más que ver con la soledad vital y la caída de la natalidad.
El 80% de los casos de muerte solitaria es de hombres, pero no siempre son ancianos: el 25% tiene entre 40 y 50 años. Según el Ministerio de Bienestar nipón, podría haber una relación con el aumento de la población masculina que, a los 50 años, aún no está casada: actualmente los solteros cincuentones son el 23% de los hombres japoneses, pero se calcula que dentro de veinte años será el 30%. ¿Esto significa que estos hombres solos no saben alimentarse adecuadamente o mantenerse sanos? Tal vez se abandonan, no tienen una vida social, se deprimen, viven en el desorden, caen en el alcoholismo.
Empresas y servicios
Es un hecho que en la lengua japonesa la muerte solitaria no sucede: se "hace", en resumen, se lleva a cabo. Hay un elemento de responsabilidad que deriva del hecho que las muertes solitarias crean problemas. En un país donde crear problema a los otros es una culpa imperdonable, se corre el riesgo que un inquilino que "hace" kodokushi, a diferencia de los Budas vivientes, que son acompañados a la ultratumba por las oraciones afectuosas de sus discípulos, sea acompañado en cambio por alguna maldición. Ante todo por parte del propietario de la casa, que se verá obligado, una vez realizado el funeral, a poner todo en orden de nuevo. Y, por desgracia, sin querer ser macabros, hay que decir que ante la presencia de un cadáver abandonado durante semanas en una casa de madera con el pavimento recubierto de tatamis (las esteras de paja tradicionales), ni siquiera los efluvios de un vino peleón son suficientes para esconder el olor.
Los programas televisivos sobre este tema, y los documentales que rozan el horror, tal vez convenzan a algún soltero a contemplar la posibilidad de la vida de pareja, pero la tendencia sigue igual, y visto el número de casos de kodokushi, no sorprende que aumente también el número de empresas privadas especializadas en el "last cleaning", la última limpieza.
Las personas que las llevan a cabo, equipadas con monos protectores y mascarillas, pagadas por los familiares o el dueño de la casa, no sólo vacían por completo los pisos (a menudo en un estado desastroso) y los desinfectan, desmontan y destruyen los tatamis y sustituyen las partes del suelo de madera dañadas, sino que ordenan, en sustitución de las familias, las cartas, los documentos y los objetos de valor de estos muertos solitarios y olvidados.
La bandera amarilla y el i-Pot
Pueblo pragmático donde lo haya, los japoneses buscan siempre soluciones e inventan palabras nuevas. Una, por ejemplo, es shukatsu, es decir, la actividad de prepararse para el final. Por ello, últimamente se pueden encontrar en las librerías pequeñas y extrañas agendas llamadas "ending noto", cuaderno final. Ojeándolas, se observa que es necesario responder a preguntas importantes. No sólo del tipo "¿Qué funeral deseas?" y "¿A quién hay que dar tus pertenencias?", sino también: "¿Has ordenado la casa?". En la estantería de al lado, el libro Ashita shinde mo ii katazuke [Incluso si mueres mañana, está bien]. Pero, en el fondo, no es nada nuevo: el samurai está acostumbrado a vivir cada día como si fuera el último.
En el campo montado para las víctimas del terremoto de Kumamoto, tras la última muerte solitaria, los ancianos se han organizado solos. Todas las mañanas, cada uno cuelga fuera de su ventana una bandera amarilla y por la noche, la quita. Si por la noche una bandera se queda colgada fuera, es mejor ir a controlar.
Hace años, la más famosa empresa productora de hervidores de té, Zojirushi, inventó un aparato especial llamado i-Pot.
Cada vez que un anciano se prepara un té verde, sale un email dirigido a una serie de correos electrónicos; así, los familiares reciben información a diario, incluso más de una vez al día, de que todo va bien.
Para cerrar el círculo, tal vez se podría hacer de manera que, cuando llega al smartphone el email enviado por el i-Pot, no suene el banal y habitual "bip", sino el tintineo de una campanilla, como el que resuena, débil ya, en la profundidad de las montañas, a espaldas del templo de Honmyo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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