Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Paride Tabán, obispo de Sudán del Sur

«Con la ayuda del Espíritu Santo, tal vez ha llegado por fin la hora de un Papa africano»

Paride Tabán, obispo de Sudán del Sur
Paride Tabán, obispo de Sudán del Sur

Alfonso Armada / Abc

La revista «Mundo Negro» entrega, en el marco del 25º encuentro de Antropología y Misión, el Premio a la Fraternidad 2012 al valiente y bienhumorado obispo de Sudán del Sur Paride Tabán (Opari, 1936), por «una vida dedicada a construir puentes de encuentro, diálogo y reconciliación».

Aunque su nombre significa «cansado» en árabe, Tabán no ha dejado de trabajar jamás. Durante la larga y cruenta guerra con el gobierno árabe de Jartum no dejó de prestar apoyo moral y material a su pueblo, y de jugarse la vida. Aunque cauteloso (invoca siempre al Espíritu Santo), admite que «tal vez ha llegado por fin la hora de un Papa africano».

Desde que en 2004, a los 68 años, presentara su renuncia como obispo de la diócesis de Torit, que le fue aceptada por el Papa Juan Pablo II, este recién propuesto candidato al premio Nobel de la Paz se ha empeñado en un nuevo proyecto: el Poblado de la Paz del río Kurón. No le cabe duda de que «el futuro de la Iglesia católica está en África». En 1994 recibió el primer Premio a la Fraternidad. Acaba de anunciarse su candidatura al Nobel de la Paz. A pesar de sus 77 años, el obispo se sigue levantando a las cinco de la mañana, dando mil pasos y haciendo 20 flexiones. Todos los días. No aparenta los años que tiene, se le ve vigoroso, y, como siempre, bienhumorado y ágil.

Nos conocimos hace 18 años, cuando Tabán tenía 59 años. Nos volvimos a encontrar ayer en Madrid, muy lejos de Narus, 50 kilómetros al norte de la frontera con Kenia, en la provincia de Equatoria Oriental, entonces en disputa en un Sudán en plena guerra civil, ahora parte del más joven país del mundo, Sudán del Sur (alcanzó la ansiada independencia en 2011, tras un referéndum en el que ganó el sí de forma abrumadora). En aquella época solía recorrer 5.000 kilómetros al mes en coche, atendiendo a las 600.000 almas de la diócesis de Torit, que tiene tres veces la superficie de un país como Burundi. Le conocían como el obispo errante. Los Antonov del Norte solían lanzar bombas sobre poblados sudaneses del sur que servían de refugio a la guerrilla del Ejército Popular de Liberación de Sudán del Sur, aunque el propio obispo estaba entre los objetivos de la aviación norteña.

—¿Son sus relaciones con el Vactiano mejores que la primera vez que nos encontramos, en Narus, en el sur de Sudán, en plena guerra?
—Cuando celebré mi 75 cumpleaños recibí una felicitación de Roma. Pensé que me habían olvidado, pero al ver que me felicitaban me di cuenta de que no me habían olvidado del todo [dice con socarronería mientras ríe con ganas]. Y además estoy recibiendo mis 4.000 dólares de retiro cada año. Mi pensión llega puntualmente y eso tal vez quiera decir algo. Y estoy seguro de que me enviarán una felicitación el año que viene por mis 50 años de sacerdocio.

—¿Ve que hay una nueva sensibilidad hacia África desde Roma o sigue estando muy lejos de entender su día a día?
—Roma es la sede de la Iglesia católica, nuestra madre, y siempre miramos hacia ella no en un sentido material, sino espiritual. Si miráramos hacia ella desde un punto de vista material podríamos pensar que nos han olvidado, pero como miembros de la Iglesia vemos que el Santo Padre reza por nosotros. El Vaticano tal vez debería pensar más en África, porque la Iglesia está floreciendo en este continente, donde hay muchas vocaciones. Puede que la Iglesia católica esté muriendo en otros sitios, pero su futuro está en nuestro continente. Aquí hay esperanza.

—¿Entonces está llegando el momento de un Papa africano?
—Creo que ese es trabajo del Espíritu Santo, no del ser humano. Durante años solo los italianos podían ser Papas. Nuestro modo de pensar no está presente actualmente en Roma. Pero es trabajo del Espíritu Santo. La hora llegará.

—¿Pero quizá deberían llamar la atención del Espíritu Santo?
—Rezaremos. Durante la celebración de un siglo de evangelización en el Sur de Sudán, en el año 2012, le dije al cardenal nigeriano John Onaiyekan: eres un joven cardenal, esperamos que tal vez lleguemos a ver en ti un Papa para África. ¿Nosotros, qué podemos hacer nosotros?, me respondió. Eso es cosa del Espíritu Santo. [Y vuelve a reír con ganas].

—¿Está Sudan por fin en paz?
—Sudán del Sur ya está en paz. Sudán todavía no, porque todavía hay guerra en Darfur, en el estado de Blue Nile, en la parte este del país. Es cierto que ha habido provocaciones para intentar volver a la guerra con Sudán del Sur. Pero nosotros les hemos dicho que ya basta. No queremos volver a la guerra nunca más. Hemos tenido suficiente a pesar de que ellos han bombardeado, han provocado. Pero no vamos a responder como ellos desean.

—¿Fue la separación del norte la única forma de resolver los problemas del mayor país africano?
—Sí, pero no fue una separación, fue un derecho. Porque en realidad incluso desde la época colonial el Sur de Sudán fue tratado como si fuera otro país. Cuando alguien del norte era enviado a trabajar al sur recibía un subsidio especial por tener que vivir allí, como si siguieran trabajando en el norte. Hace mucho tiempo que el Sur de Sudán era otro país esperando por el momento de declarar su independencia, que fue muy difícil. Durante muchos años los sureños eran llamados esclavos. Al menos, gracias a Dios, la libertad, teóricamente, se ha convertido en una realidad. Para África este ha sido siempre un país africano. ¡Que ridículo para un africano que algunos llamaran a nuestro propio país un país árabe! África se siente feliz de contar con un nuevo y fuerte país africano, donde viven no solo tradicionalistas, cristianos y musulmanes, sino que todos se consideran a sí mismos como africanos. A pesar de que la mayoría son cristianos, las otras religiones están reconocidas y cuentan con los mismos derechos.

—¿Fue la creación de Sudán del Sur como un nuevo e independiente país del mundo la consecución de su sueño personal?
—Sí, creo que la gente del sur logró por fin que su dignidad y sus derechos y su cultura fueran reconocidos y respetados, porque hasta entonces no estaban autorizados a practicar su propia cultura, incluso su lengua. Por eso ha sido una gran honor para las gentes del sur haber alcanzado su propia independencia. Ya no son ciudadanos de segunda con respecto a los habitantes del Norte, como ocurría antes. Son iguales. Fue una gran conquista. Y en África es uno de los países que llegó a la independencia sin violencia. Mucha gente pensó que habría conflicto, que habría guerra cuando se produjera la proclamación, y no ha sido así. Fue una celebración absolutamente pacífica a la que acudió gente de todas partes del mundo y no vio ninguna clase de incidente. Algunas ONGs abandonaron el país por temor, pero no ocurrió nada

—Sin embargo, el petróleo de Abiyei oil, los recursos, la confianza mutua... son todavía graves problemas dentro de Sudán y entre el Norte y el Sur?
—Por eso hablaba antes de provocaciones por parte del norte. Abiyei [región petrolífera situada en la nueva frontera trazada entre el norte y el sur, con yacimientos que se extienden a ambos lados de la linde] ha de celebrar todavía su propio referéndum, tomar su propia decisión. Fue la gente de Abiyei la que pidió ser administrada desde Kordofán del sur, por razones de suministro, porque era más fácil obtenerlos desde el norte. Fue el acuerdo de sus jefes. Pero si nos lo piden, nos retiraremos. Por eso Abiyei debe celebrar su propio referéndum. Ellos no son norteños, son sureños, y debían ser administrados desde su propio estado en Wau, en Bar el Gazal, en el sur, que es su propia tierra.

—¿Alguna razón para la esperanza este año y los siguientes para construir un verdadero camino hacia la paz entre ex compañeros de un viejo país? Todavía hay disputas sobre el trazado final de la frontera…
—Tenemos muchas relaciones. Hubo muchos matrimonios entre gente del Sur y del Norte, hay hermanos y sobrinos. Sería natural que tuviéramos relaciones mucho más estrechas con el Norte que con otros países alejados, como Alemania, Francia, España... En cierto modo ellos nos necesitan, como nosotros los necesitamos a ellos, a causa de su acceso al Mar Rojo, y otras cosas. Tenemos muchos recursos que compartir. Durante el tiempo de la colonia todas las industrias, todo estaba en el Norte, el dinero, todo fue al Norte. Hay cosas que nosotros necesitamos de ellos. Puede que continúen las diferencias, pero continuaremos las conversaciones, quizás con el régimen actual, tal vez con un nuevo régimen.

—¿Qué piensa de la decisión del Tribunal Penal Internacional de perseguir al presidente sudanés?
—Prefiero no entrar en esa cuestión, sobre todo ahora que somos un país independiente. Prefiero no opinar sobre el presidente de otro país. Cuando hablamos de la justicia, desde el punto de vista de la Iglesia, no hablamos de diente por diente, ni de ojo por ojo. No es eso lo que la Biblia nos enseña. Esa justicia internacional es distinta de la que yo hablo. Aunque él hubiera hecho algo contra mí yo rezaría por él.

—Como un buen cristiano....

—[Se ríe] Como un buen cristiano.

—Durante muchos años fue conocido como el obispo errante, sin un verdadero techo bajo el que vivir para evitar los regalos que el Norte le enviaba a usted y a su gente en forma de bombas. ¿Se acabó para siempre? ¿Tiene ya un verdadero lugar donde vivir pr fin en paz?
—Bueno, paz no significa que no haya guerra, que no haya disputas, que no haya trabajo duro que hacer. Eso no significa que haya paz. Además de todo eso tú has de permanecer tranquilo y a gusto, eso significa paz para mí. En Kurón yo tengo un espacio para vivir que es más o menos como esta salita [en la sede de la revista «Mundo Negro» y los padres combonianos, donde reside durante su estancia en Madrid], con un baño pequeño y una cama. No necesito nada más.

—Pero ya ha dejado su vida errante...
—He dejado mi vida errante con la gente. Los noruegos me han preguntado qué ha pasado con nuestro cuartel general en Torit donde está la sede de la diócesis de la que Tabán era obispo hasta que se jubiló]. Les dije: están allí. Pero ellos, los de ayuda noruega, dijeron: siendo usted un hombre de Dios, ¿nos está diciendo la verdad? Porque tenemos fotos que muestran que han crecido árboles dentro de las casas. Sí, los árboles están allí, les dije. Pero cuando regresen a Torit verán que lo importante no son los edificios, es la gente. La gente es ahora la que se encarga de la administración de Torit, y del Sur. La gente que vosotros habéis formado. Esos son los nuevos edificios. Y cuando el año pasado celebramos 40 años de presencia en el sur de Sudán la gente bailó para ellos. No son los edificios los que bailarán con vosotros, será la gente. Y ellos admitiron al fin: está bien. No son los edificios. Es la gente.

—En 2004, fundó el Poblado de la Paz, donde intentó recrear Neve Shalom/Wahat as-Salaam (Oasis de paz, en hebreo y árabe), cerca de la carretera que une Tel Aviv con Israel, donde familias palestinas e israelíes tratan de vivir juntas a pesar del conflicto. ¿Qué es Kurón?

—Kurón es un oasis de paz en medio del desierto. Es una estrella caída del cielo en medio del desierto. Pero cuando llegas allí verás que hay luz. Tú puedes caminar quinientos kilómetros y no encontrar nada. Pero en un determinado momento encontrarás esta luz, este oasis de paz. No muchos edificios, pero sí tenemos un puente sobre el río, que une dos provincias y que tiene un gran significado. Antes de ese puente no podías caminar ni un kilómetro sin encontrarte con una tribu hostil.

—Los otros.
—Los otros. Tenías miedo. Cuando construimos el puente hubo gente que dijo que estábamos abriendo la puerta a los enemigos. Ahora, todos los que solían llamarse unos a otros enemigos se llaman hermanos, amigos. Creamos talleres, un campo piloto, un teatro en el que mostrábamos cómo vivían los pastores (cuando llovía, morían; ahora bailan; y al verlo lloran), un equipo de fútbol para fomentar la paz en el que juegan miembros de tribus que antes estaban enfrentadas. Hemos establecido lazos entre gentes de la frontera con Etiopía y de las regiones de Equatoria Oriental, en Sur Sudán, gentes de diferentes tribus de pastores: toposa, murle, jie, kachipo, buya, nyangatom, turkana, y muchos otros. Todos ellos se llaman ahora hermanos. Antes se llamaban nyemoi, enemigo, en toposa. Ahora se llaman dopai, amigo, hermano. Ahora hablan entre ellos. La gente ha creado su propia policía comunitaria, no hay ejército ni policía.

—¿Les han enseñado a confiar unos en otros?
—Les hemos enseñado a confiar unos en otros y a resolver sus problemas. Ahora están trayendo a miembros de las tribus nuer, dinka y otros seis condados, diez de cada tribu, para ver cómo hacemos en el Poblado de la Paz de Kurón, en Sudán Meridional, Sudán de Sur. La ONU nos está ayudando a traerlos en helicóptero para que aprendan a hacer la paz entre ellos. Entre el 8 y el 10 de febrero habrá un encuentro con todos ellos para enseñarles a hacer la paz y trabajar juntos. Por eso tengo que estar allí para hablarles. Como había sido el obispo de todos ellos durante la guerra confían en mí. Doctor John dice, no hay que llevar a la gente a la ciudad, hay que llevar la ciudad a la gente.

—¿Está preocupado del avance del radicalismo islámico en países como Malí, Nigeria y Sudán hacia el sur de África?
—Me parece que estamos viendo una especie de cruzada, igual que hicimos nosotros, los cristianos, con las cruzadas. Pero una religión basada en la guerra no puede ser una verdadera religión, sería un monstruo. Una religión que intenta extenderse mediante la fuerza es un monstruo. Quienes hacen eso intentan utilizar a los jóvenes que no saben historia, deberían aprender del pasado, de la historia.

—¿Comparte la idea de que era necesaria una intervención militar en Malí, y con tropas francesas?

—No lo sé. Creo que si se trata de algo temporal, tal vez. Pero no lo sé. Si se puede encontrar un camino, mejor. A veces hemos vemos a quien golpea, pero no al que es golpeado. Tenemos que sentir piedad por ambos. Tenemos que encontrar la manera de arreglar las cosas, además de atender a los que sufren ver por qué son arrogantes los arrogantes. Hay una herida en esas personas, y debemos encontrar el camino para curarles. Hay heridas entre los fundamentalistas, como hay también heridas entre quienes son sometidos por ellos. Por eso tenemos que rezar a Dios para que nos ayude a encontrar el mejor camino.

—¿Ha sido su vida como imaginaba cuando ingresó en el Seminario Menor de Okaru para convertirse en sacerdote?
—No podía haber imaginado cómo iba a ser mi vida. Fue mucho mejor. Nunca pudimos pensar que las cosas iban a ser como fueron. De todos modos, nosotros hacemos nuestros planes, pero Dios tiene los suyos. Y los que prevalecen son los planes de Dios. Y cómo terminará, todavía no lo sé. Pero estoy satisfecho de que Dios me llamara a Okaru, sin que yo supiera muy bien qué buscaba. [En el libro «Mons. Paride Tabán, constructor de paz en Sudán», una suerte de autobiografía redactada por Alberto J. Eisman a partir de largas conversaciones con el obispo, que acaba de publicar la editorial Mundo Negro,se dice que lo primero que le atrajo fueron las elegantes sotanas blancas de los misioneros. Pero una vez en el seminario recibió la llamada del sacerdocio]. El año pasado cumpliré 50 años como sacerdote y volveré a Okaru, que fue la cuna de muchos sacerdotes. Y espero celebrar allí ese aniversario.

—¿Quién es Paride Tabán?
—Está sentado delante de usted. Es un instrumento de Dios para la gente, para su gente. Hubo un conflicto por la propiedad de la tierra entre los acholi y los madi [Tabán es madi]. Cuando, como obispo, me preguntaron de quién era la tierra, dije que había nacido en el lugar, que allí había crecido, que allí me había educado, me había hecho obispo, pero que no sabía de quién era la tierra. Y cuando huyeron a Uganda, les pregunté, quién te acompañó, quién te ayudó, quién te bautizó. Tú, tú, tú. Podríais hacerle la misma pregunta a Jesús. Él nació en Belén, pero no sabría decirte de quién es la tierra. Dios creó la tierra para la gente. Ahora vivo entre los toposa reconciliando a las diferente tribus. Y no sé quién soy. Soy el siervo de Dios, eso es todo lo que sé de mí mismo.
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