Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Primera evangelización

El becerro de oro y el hijo pródigo: lo primero que hay que explicar a los paganos

Estos dos fragmentos son los que predica el obispo español Juan José Aguirre en África, en lugares que nunca han escuchado el Evangelio

OMPress / ReL

Becerro de oro
Becerro de oro
¿Cómo empezar a explicar el Evangelio a un pueblo que jamás escuchó nada sobre Cristo o el cristianismo?

Para Juan José Aguirre, misionero comboniano cordobés y obispo de Bangassou, en República Centroafricana, lo primero es proclamar el capítulo del becerro de oro y después, la parábola del hijo pródigo. A continuación, es el momento de visitar a los enfermos, a las mujeres aisladas, a los que tienen como endemoniados y a los leprosos, dando consuelo y cariño.

Así lo explicó el obispo en su visita, a mitad de septiembre, a la parroquia cordobesa de Cristo Rey, donde hizo la primera comunión de niño y en la que muchos feligreses colaboran con su misión a través de colectas y de la Fundación Bangassou (www.fundacionbangassou.com).

En Bangassou, una zona rural que hace frontera con Congo, habitan unas 200.000 personas, de las que apenas unos 54.000 son católicas. Hay muchos lugares donde todavía nunca se ha predicado el Evangelio, con pueblos y aldeas muy distantes y repartidos por la selva.

Cuando el obispo Aguirre llega a una tribu en la que no han oído hablar nunca de Jesucristo y su palabra, el jefe de la tribu suele reunir a todos (por ejemplo, bajo un gran árbol que para algunas tribus simboliza el eje del mundo) y allí el obispo lee el texto de la Biblia del becerro de oro y la parábola del hijo pródigo, lecturas que considera que son las más idóneas para introducir la fe por su valor de bondad y amor. Después, visita a los enfermos, leprosos o supuestos endemoniados.

En un caso reciente, después de una de estas visitas, le llegó un mensaje del jefe del poblado diciéndole que querían volver a oírle hablar de Jesús. Volvió al pueblo, donde había unos pocos hombres bajo el gran árbol, y poco a poco fueron agregándose las mujeres y éstas trajeron a sus esposos. Así nació una comunidad.

Es un proceso que ha sucedido miles de veces en la historia de la Iglesia, en todos los continentes, y que aún hoy se da en las misiones, cuando el Evangelio llega a zonas que nunca lo escucharon.
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