ASÍ SE ESCRIBE LA HISTORIA
Breve historia del Corporativismo católico
Durante más de medio siglo, la Doctrina Social Católica inspiró, cuando no contuvo, un modelo propio de corporativización de la Política Social. Actualizando la “teoría orgánica de la sociedad” ante los efectos individualistas impulsados por el industrialismo (en lo económico) y el régimen demo-liberal (en lo político), el magisterio católico alumbró distintas propuestas que situaban a la Corporación como el instrumento más adecuado para cumplir los fines (materiales y formales) de una Política Social surgida, en el siglo XIX, de la mano de los “socialistas de cátedra” germanos.
Se alumbró pues, desde el humanismo integral consustancial a la Doctrina Social, la posibilidad de un orden social corporativo como “mediación” entre las exigencias de lo político y lo económico (esencia de la Política Social), para hacer frente a las fracturas sociales nacidas de la dialéctica capital-trabajo, fruto del acelerado proceso de industrialización, y popularizadas bajo la llamada “lucha de clases”.
Pero esta propuesta, pese a ser defenestrada por su parcial vinculación con distintos regímenes autoritarios en la época de entreguerras, sigue mostrando la necesidad de su ingrediente esencial ante los retos que el siglo XXI parece imponer a las sociedades actuales: la solidaridad, la subsidiariedad y la comunidad.
El magisterio católico ante la Política Social: el organicismo social
En puridad, el magisterio social católico no supone una modalidad de la Política Social. En cambio, sí constituye una doctrina integral y globalizadora capaz de determinar el contenido de los fines (formal o material) y medios (institucionales y jurídicos) de la acción político-social, no sólo en los países de arraigada tradición o presencia, sino en el mismo núcleo del Estado social contemporáneo. Asimismo, fundamenta y orienta distintas instituciones asistenciales que completan o suplen la misma acción de la Administración social pública, desde el principio de subsidiariedad y la realidad caritativa.
En la época de vigencia del corporativismo católico, el organicismo social se convirtió en el paradigma de referencia. Así, el fundamento último de la Política Social, a la luz de los principios básicos del magisterio social católico, remite a la “teoría de la sociedad orgánica”. Un paradigma ausente de las grandes monografías sociológicas actuales, pero que mostraba, para Fernández de la Mora, una peculiar vigencia en la constitución social de las naciones occidentales, tal como reflejaban las políticas de concertación socio-laboral.
Este autor definía el organicismo social, de manera general, como “una teoría racional con fundamento en los datos empíricos”, que pretendía dar explicación a una realidad ordenadora presente en la historia de las comunidades humanas: “la sociedad orgánica”, y a su mecanismo de aplicación política y social: “la técnica corporativa de representación”.
La Doctrina Social marcaba, en este sentido, con sus principios fundamentales, el devenir de la Política social desde un significado profundamente moral, al remitir a los fundamentos últimos del orden orgánico de la vida social: el desarrollo integral de una vida digna del hombre. Una exigencia moral que determinaba, así, los grandes principios sociales, y por ello, el actuar personal de los individuos (primeros e insustituibles sujetos responsables de la vida social), y de las instituciones, representadas por leyes, normas de costumbre y estructuras civiles (por su capacidad de influir y condicionar las opciones):
- El Bien común
- El Destino universal de los bienes
- La subsidiariedad
- La Participación
- La solidaridad
- Los valores fundamentales de la vida social
- La vía de la Caridad
La historia del corporativismo católico comienza, como símbolo doctrinal, con la primera Encíclica social y obrera de la Iglesia Católica, Rerum Novarum, promulgada por el papa León XIII el viernes 15 de mayo de 1891. Tres grandes acontecimientos determinarán dicho nacimiento:
1. La ruptura del orden social estamental-gremial por la naciente democracia liberal (con la Ley Le Chapelier de 1791 como referente). La sanción del indivuidualismo político conllevará la desaparición de los cuerpos sociales intermedios como referente político (y por ende de la vieja Comunidad, o Gemainschaft).
2. El nacimiento de la menesterosidad social, consecuencia de ciertos efectos del industrialismo, como la pobreza y opresión sobre ciertos grupos obreros, y en especial la génesis de la “anomía social” (o desestructuración social) señalada por Emile Durkheim [18591917].
3. La génesis de la llamada “Lucha de clases”, consecuencia del individualismo y el pauperismo social, y el consecuente crecimiento de sindicalismo revolucionario y de clase (que arrumbaba la posibilidad de una democracia social o del movimiento mutualista).
Ante esta situación, el magisterio social católico adaptó sus enseñanzas al nuevo tiempo, propugnado alcanzar un “orden social orgánico” armónico, a través del desarrollo de formas corporativas de organización social, laboral y económica. Así nacieron los “sindicales mixtos”, con pretensiones de reunir a trabajadores y empresarios en busca de Bien común; se recuperó la idea de profesión como núcleo de representación y participación política; se apostó por sistemas estatales de negociación laboral colectiva; o se propusieron, finalmente, regímenes político-sociales corporativos de naturaleza tradicionalista, de contexto autoritario o de urgencia antirrevolucionaria.
En un nivel más concreto, el corporativismo católico respondía, como modelo propio y alternativo, frente a una “cuestión social” monopolizada por las organizaciones obreras de clase, y frente a una “cuestión política” dominada por partidos demo-liberales que hacían suya la herencia de la legislación liberal-jacobina, que impedía la organización obrera católica en la Europa del siglo XIX.
A finales del siglo XIX se va configurando el ideal católico corporativo como reflejo humano e institucional del “orden divino”, y fórmula magistral para humanizar y armonizar la nueva sociedad industrial. Por ello se planteaba que la mejora material de los obreros se podría alcanzar mediante organismos que procediesen a desarrollar los principios de concordia entre los ofertantes de empleo y los asalariados. Los puntos básicos del primer corporativismo católico fueron la defensa de la libertad de asociación para los fines honestos, la familia y la asociación profesional como bases de la organización social, y la defensa de la organización y división del trabajo sobre bases profesionales.
Será entre 1870 y 1890 cuando empezó a tomar cuerpo el corporativismo católico, a medio camino de las reminiscencias estamentales del tradicionalismo y las preocupaciones “industriales” de la Doctrina social católica. Estas primeras experiencias, apenas diferenciables de otros comunitarismos y obrerismos basados en la “moralización de la economía y la sociedad”, introducían para Calvez la función organizativa y subsidiaria que se otorgaba al corporativismo católico como Política social:: limitación de la intervención de la Administración social del Estado, defensor de la justicia social y árbitro neutral entre los conflictos clasista, ante la realidad de la constitución orgánica de la sociedad.
León XIII
Importancia de la “Rerum Novarum”
La Encíclica Rerum Novarum (1891) marcó un punto de inflexión para la tradición corporativa católica. León XIII [18101903] hablaba abiertamente de un modelo corporativo católico, configurado doctrinalmente de manera precisa, y centrado en que “a la solución de la cuestión obrera pueden contribuir muchos los capitalistas y los obreros mismos, con instituciones ordenadas para ofrecer oportunos auxilios a las necesidades y para acercar y unir a las dos clases entre sí”. El orden social más justo y armónico posible partía de las “corporaciones de artes y oficios”, y se concretaba en las entidades interclasistas, ya que “vemos con placer formarse por doquier tales asociaciones mixtas de obreros y patrones”. Posteriores Encíclicas papales desarrollaron esta línea.
Tanto el sindicalismo católico como el ideal de la corporación interclasista tuvieron escaso recorrido en los regímenes demo-liberales, pese a notables éxitos en áreas locales y agrarias, ante el sindicalismo de masas y de clase, y ante la progresiva institucionalización estatal del “hecho sindical”. Llegaba la hora de una rectificación corporativa, cuando no sustitución de la democracia liberal del siglo XIX; así lo propugnaron los movimientos estatistas o tradicionalistas de raíz católico-doctrinal. Por ello podemos citar a una larga nómina de pensadores corporativos católicos, reflejo del florecimiento doctrinal de la época, entre los que destacamos a Luigi Sturzo [18711959] en Italia, Severino Aznar [18701958] en España, António de Oliveira Salazar [18891979] en Portugal, o Engelbert Dollfuss [18921934] en Austria.
Antonio Oliveira Salazar
La “Quadragesimo Anno”: un cambio cualitativo
En este contexto, la publicación de la Encíclica Quadragesimo Anno (1931), bajo el papado de Pío XI [18571939], supuso un cambio cualitativo. Las corporaciones, sancionadas por la ley natural como “cuerpos sociales” intermedios, debían encontrar un lugar destacado en el ordenamiento jurídico-político de las naciones, dibujando una Política Social corporativa o corporativizada, capaz de hacer frente a los excesos del individualismo liberal y la amenaza del colectivismo socialista, y más allá del corporativismo de Estado de la Italia fascista.
Así, se postulaba una moralización de la vida económica (cristianización) capaz de superar la fractura de la “lucha de clases”, conciliando los intereses de trabajadores y patronos, de trabajo y capital desde la máxima de “unión y colaboración”. “Un camino intermedio” donde era necesario “que se conozcan y se lleven a la práctica los principios de la recta razón o de la filosofía social cristiana sobre el capital y el trabajo y su mutua coordinación”, y donde “las relaciones mutuas entre ambos deben ser reguladas conforme a las leyes de la más estricta justicia, llamada conmutativa, con la ayuda de la caridad cristiana”. Todo ello mediante la mutua colaboración entre las profesiones en un posible “régimen corporativo”.
Pío XI
La hiperideologización de la era de entreguerras, con su dialéctica real revolución-contrarrevolución, situó al corporativismo católico en el seno de regímenes autoritarios (Austria, España, Portugal, y en cierta medida Italia y Francia). Así, el devenir de la II Guerra mundial conllevó, a excepción de los países ibéricos e iberoamericanos (en especial el gremialismo chileno), conllevó el abandono del ideal de un Estado corporativo y cristiano, como atalaya frente al expansionismo soviético. Así lo recogió el magisterio social católico, que asumió la defensa del organicismo social en el seno de las nuevas democracias liberales occidentales, a las que aceptaba plenamente, propugnado formas de conciliación social y laboral en busca del Bien común.
Así, se postulaba una moralización de la vida económica (cristianización) capaz de superar la fractura de la “lucha de clases”, conciliando los intereses de trabajadores y patronos, de trabajo y capital desde la máxima de “unión y colaboración”. “Un camino intermedio” donde era necesario “que se conozcan y se lleven a la práctica los principios de la recta razón o de la filosofía social cristiana sobre el capital y el trabajo y su mutua coordinación”, y donde “las relaciones mutuas entre ambos deben ser reguladas conforme a las leyes de la más estricta justicia, llamada conmutativa, con la ayuda de la caridad cristiana”. Todo ello mediante la mutua colaboración entre las profesiones en un posible “régimen corporativo”.
Pío XI
La hiperideologización de la era de entreguerras, con su dialéctica real revolución-contrarrevolución, situó al corporativismo católico en el seno de regímenes autoritarios (Austria, España, Portugal, y en cierta medida Italia y Francia). Así, el devenir de la II Guerra mundial conllevó, a excepción de los países ibéricos e iberoamericanos (en especial el gremialismo chileno), conllevó el abandono del ideal de un Estado corporativo y cristiano, como atalaya frente al expansionismo soviético. Así lo recogió el magisterio social católico, que asumió la defensa del organicismo social en el seno de las nuevas democracias liberales occidentales, a las que aceptaba plenamente, propugnado formas de conciliación social y laboral en busca del Bien común.
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