Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

HISTORIA FRENTE A MEMORIA

Los exiliados frentepopulistas en la Segunda Guerra Mundial

Carlos Caballero Jurado

De creer a algunos libros y artículos publicados en España, casi 2.000 gudaris habrían desembarcado en Normandía el día 6 de junio de 1944, teniendo además el honor de ser los primeros en haber llegado a las playas, mientras que otros 3.500 exiliados republicanos habían desembarcado el mismo Día D formando parte de la 2ª División Blindada francesa (la División “Leclerc”, por el nombre de su jefe).
 
¿Cuál era el origen de la sorprendente afirmación sobre la presencia de gudaris en Normandía? Pues que en enero de 1942, un De Gaulle angustiosamente necesitado de efectivos había aceptado el ofrecimiento de los separatistas vascos de formar un batallón con efectivos de esa procedencia. Pero el citado batallón nunca reunió más de 90 hombres y fue disuelto en mayo de 1942.

La burda patraña de la participación de gudaris en aquella famosa batalla hace ya tiempo que nadie se atreve a repetirla, pero en cambio hay mucha gente que sigue convencida de la presencia de los no menos míticos 3.500 españoles de la División Leclerc en esa misma jornada, que en realidad nunca alcanzaron la cifra de 300… ¡y desembarcaron en Normandía dos meses después del Día D!


Republicanos españoles en los campos de concentración habilitados para ellos por el Frente Popular francés

La historia de los exiliados republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial ha sido falsificada hasta extremos que llegan a lo grotesco. Se ha hablado de hasta 180.000 combatientes (multiplicando por 10 la cifra máxima que puede ser establecida con un mínimo de fiabilidad, pero que en realidad puede ser menor). Se les ha hecho protagonizar la batalla de Narvik y la de Dunkerke, la defensa de Moscú, la batalla de Birk Hakeim o la liberación de Paris.

Los republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial: una exageración desmesurada

Por desgracia para quienes han defendido tamañas mistificaciones, el conocimiento de la Segunda Guerra Mundial es cada día más detallado, y cualquier lector que así lo desee puede verificar, mediante la bibliografía publicada, que lo que se ha afirmado sobre la importancia numérica, el papel desarrollado y la significación histórica de los republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial es –en el mejor de los casos- una exageración desmesurada, y en el peor, una burda mentira.

En realidad, lo contrario hubiera sido incomprensible. El Frente Popular fue derrotado en España en buena medida debido a los feroces y sangrientos enfrentamientos internos entre sus tendencias. Y el eco de esas luchas continuó durante la Segunda Guerra Mundial. En ningún momento los exiliados fueron capaces de articular algo similar a un “gobierno en el exilio” que fuera mínimamente creíble a ojos de los Aliados. Por ello, mientras esos Aliados reconocían a una multitud de gobiernos en el exilio como representantes de las naciones ocupadas por Alemania, nada similar ocurrió en el caso español. El corolario de esta situación es que mientras que hubo unidades militares polacas, francesas, checas, belgas, etc. formadas por exiliados de esas nacionalidades, pero reconocidas como auténtica expresión de sus respectivas fuerzas armadas nacionales, e integradas en el dispositivo militar de los Aliados, jamás existió en esos mismos Ejércitos Aliados ni la más mínima unidad militar etiquetada oficialmente como “española”.

Una aportación individual y dudosamente voluntaria

Y es que la aportación de los exiliados republicanos españoles a los ejércitos aliados fue siempre a título individual… y casi siempre dudosamente voluntaria. La primera incorporación significativa de esos exiliados, en el periodo de 19391940 (bajo la III República), y en el seno del Ejército Francés, se divide entre dos contingentes: el de los alistados en la Legión, por medio de presiones de todo tipo, como nadie se atreve ya a negar; y el de los alistados en las llamadas Compañías de Trabajadores Extranjeros, pura y simplemente forzosos. Entre 1940 y 1942 son otros muchos los exiliados españoles que se alistan en la Legión Extranjera… ¡entonces a las órdenes de Pétain! En realidad, y como ya había ocurrido en 19391940, estos alistamientos fueron semiforzosos, o en todo caso provocados por la difícil situación personal (desarraigo, paro, etc.) en que vivían los exiliados.


Desde 1943 y hasta 1945, finalmente, habrá también presencia de soldados españoles en las fuerzas de la llamada Francia Libre, pero siempre como parte de un cuerpo mercenario, como es la Legión Extranjera, sin formar una unidad nacional.

La Guerra con la Unión Soviética

Cuando en junio de 1941 la Wehrmacht atacó a la Unión Soviética, la situación de los exiliados españoles registró un cambio radical. Hasta entonces los comunistas españoles, obedientes a los dictados de Stalin –aliado de facto con Hitler desde agosto de 1939- se habían abstenido totalmente de luchar contra los nazis.

En Francia, por ejemplo, trataron de impedir por todos los medios que ningún exiliado español se alistara en las fuerzas armadas francesas (sus compañeros del Partido Comunista Francés iban más allá: incitaban a la deserción). Ahora que había sido atacado el “Paraíso Soviético”, había que defender a toda costa la llamada “Patria de todos los obreros”. En la URSS, desafortunados miembros de la colonia de “niños de la guerra” allí retenidos tras el fin de la Guerra Civil española, los residentes en Leningrado, fueron integrados en unidades de milicias para contribuir a la defensa de la ciudad. Aunque fueron desmovilizados en diciembre de 1941, antes de esa fecha habían sufrido graves pérdidas (en proporción a su número, muy pequeño por otra parte).

En Moscú, y según los testimonios explícitos y contundentes de Jesús Hernández, Enrique Castro y Manuel Tagüeña, los exiliados propiamente dichos, militantes comunistas, fueron alistados en una unidad… ¡para que pudieran escapar del horrible trabajo en las fábricas y comer! Pero no lo fueron en una unidad militar, sino en una unidad de las Tropas del Comisariado del Pueblo de Asuntos Interiores (el NKVD, heredero de la tristemente famosa Cheka). Nunca llegaron a combatir en la batalla de Moscú y si fueron desplegados en torno al Kremlin entre octubre y noviembre de 1941, fue para que aplastaran cualquier intento de insurrección popular contra Stalin. Más adelante, otros exiliados se integraron en unidades guerrilleras soviéticas. En todo caso, de los pocos centenares de españoles que sirvieron en las tropas de Stalin, una buena parte jamás entró en combate y desde mediados de 1943 empezaron a ser desmovilizados. Al puñado de mandos militares del Ejército Republicano español a quienes se admitió en la Academia Militar “Frunze” del Ejército Rojo, no se le dio durante toda la contienda ningún mando operacional sobre unidades. Se pasaron toda la guerra deambulando por los pasillos de la Academia. Tres de ellos llegaría a ser ascendidos a general por el Ejército Rojo. Como comentaba con ironía Tagüeña, eran los tres únicos generales del Ejército Rojo que no lucían en sus uniformes ni la más humilde condecoración. En realidad, aquel ascenso lo fue para premiar su fidelidad a La Pasionaria, vencedora finalmente en la dura lucha por el poder dentro del PCE que le enfrentó a Jesús Hernández.

Donde más numerosos eran los comunistas españoles era en Francia. No empezaron a actuar hasta que los alemanes atacaron a la URSS, pero incluso tras esa fecha raramente se enfrentaron con los germanos, puesto que la mayor parte de ellos residían en la llamada “Francia de Vichy”, no ocupada por tropas alemanas hasta noviembre de 1942. En 1943 empezaron a ser más notorios, pero la escasez de armamento disponible y su corto número hizo que su acción fuera en definitiva irrelevante.

Solo tras el desembarco aliado en Normandía (junio de 1944) y en Provenza (agosto) se produjo un incremento espectacular de españoles en la Resistencia francesa, hasta una cifra de unos 10.000. Pero para entonces quienes estaban derrotando a los alemanes eran los Ejércitos regulares de los países Aliados y la eficacia militar de estos tardíos resistentes fue nula. Para referirse a estos numerosos resistentes que aparecieron como setas cuando sobre Francia ya operaban los Ejércitos que iban a derrotar a la Wehrmacht, los franceses han acuñado una irónica denominación: son los RMS, los Resistentes del Mes de Septiembre.
Sin embargo, convencidos de que eran ellos quienes habían puesto de rodillas a la Wehrmacht, en octubre de 1944 se lanzaron a la operación “Reconquista de España”, en la que fueron fácil y completamente derrotados por el Ejército español, demostrando así que su eficacia militar era nula.

El doble mito de la resistencia en Francia

La presencia de españoles en la Francia Libre de De Gaulle, y en la Resistencia, es un mito envuelto en otro mito. En realidad, entre 1940 y 1944, los franceses virtualmente no combatieron contra los alemanes, ni dentro ni fuera del país. Tras la victoria sobre el III Reich, Francia se ha inventado una historia llena de “franceses libres” y “resistentes”, para dar base a su pretensión de ser una gran potencia. Y los exiliados españoles, que en el único lugar donde alcanzan una cierta relevancia es en esas fuerzas de la Francia Libre, pero sobre todo en la Resistencia, se han aprovechando de ese mito y han creado otro en su seno: la de su gran aportación española a ambos fenómenos. Porque su aportación a las fuerzas soviéticas no alcanza más que a unos pocos centenares de hombres y por unos meses, y en el Ejército británico se limita a una modesta compañía de trabajos auxiliares en retaguardia entre 1940 y 1945.

Quienes conformaron la masa de esos exiliados españoles que actuaron como combatientes eran comunistas (al servicio de Stalin, en la URSS, o en Francia). Los mismos que no se habían opuesto al expansionismo nazi entre 1939 y 1941. Y de ellos, los más numerosos, los que formaron parte de la Resistencia francesa, difícilmente pueden ser computados como soldados. Sus métodos de lucha fueron en la mayor parte de los casos, los que usan las organizaciones terroristas.

Entre los exiliados no comunistas hubo una sorprendente cantidad de ellos dispuesta a trabajar para los alemanes. Como en el caso de quienes se alistaron en la Legión Francesa, no lo hicieron por ideas, en este caso por simpatía hacia el nazismo, sino para escapar a su triste condición de exiliados. Los alemanes ofrecían en Francia a todo el que quisiera trabajar para ellos excelentes sueldos y muy buenas condiciones laborales. Unos 15.000 exiliados españoles trabajaron voluntariamente para la Organización Todt, el cuerpo paramilitar alemán dedicado a construcciones de interés defensivo. Otra cifra no precisada, pero que supera al millar, colaboraron como confidentes e infiltrados al servicio de la policía alemana en la lucha contra la Resistencia: un eco de las luchas que habían enfrentado a los comunistas españoles y otras facciones del Frente Popular entre 1916 y 1939 en España. Hitler llegó a estar tan encantado con la colaboración que los alemanes encontraban entre muchos exiliados españoles en Francia que, como es público y notorio, llego a comentar con sus colaboradores que lo que debería hacer era echar del poder a Franco, apoyándose para ello en la División Azul… ¡y en los exiliados republicanos en Francia!


Tras la Liberación de Francia, los “maquis” comunistas españoles en Francia hicieron pagar a los exiliados que habían colaborado con los alemanes, o simplemente que se habían opuesto a ellos, un pesado tributo de sangre, en forma de asesinatos. Una página negra, de la que muy pocos se atreven a hablar, pero que es muy reveladora.

Una muestra muy elocuente de hasta qué punto los exiliados republicanos españoles que participaron en el bando aliado (¡y también de quienes lo hicieron en el bando alemán!) lo hicieron debido a su triste condición de exiliados desarraigados, y no por “ideales antifascistas”, la encontramos en el hecho de que entre los miles de exiliados que habían pasado a América, especialmente a México, no se produjo alistamiento alguno para luchar contra el Eje (aunque se formularon proyectos que quedaron en el papel). Ya disfrutaban de seguridad y en bastantes casos, de cierto bienestar y arraigo, así que nunca dieron ese paso, que sí dieron quienes en Francia o en Rusia se vieron forzados a ello por las circunstancias.

Y nada puede extrañarnos. Aunque aun hoy mucha gente crea ingenuamente que la Segunda Guerra Mundial fue una guerra de buenos contra malos, la realidad fue muy distinta. Cuando en la primavera de 1939 Francia y Gran Bretaña dieron garantías a una serie de países que se sentían amenazados por Alemania y sus aliados, Italia y Hungría, nos encontramos con que esos países eran Polonia, una dictadura militar (amenazada por Alemania); Rumania, bajo la dictadura del rey Carol (amenazada por Hungría); y Grecia, bajo el despótico gobierno del general Metaxas (amenazada por Italia). No la Segunda Guerra Mundial no fue nunca una guerra por la democracia… Fue una guerra entre grandes potencias por el reparto del poder mundial. Un tema que en realidad concernía muy poco a los exiliados españoles, salvo a aquellos que se identificaban con la URSS y su proyecto comunista mundial.


En el caso, más que dudoso, de que los exiliados españoles hubieran creído que durante la Guerra Civil española ellos habían luchado por la democracia (lo hacían en realidad por el comunismo libertario, por la dictadura del proletariado, etc.) ¿podían sentirse llamados a defender las singulares democracias de Polonia, Rumania o Grecia? Los exiliados frentepopulistas españoles que llegaron a blandir las armas contra el nazismo, mayoritariamente comunistas, nunca lucharon por la democracia, sino por defender el “paraíso soviético” y para implantar en España la “dictadura del proletariado.

Empecé este texto hablando de los míticos 2.000 gudaris vascos que desembarcaron en Normandía. ¿No hubo, entonces, ninguna representación de los abertzales en la lucha contra el nazismo? Si, la hubo. En enero de 1945 se decidió organizar la que debería ser una Brigada Vasca, integrada en las fuerzas de De Gaulle. Finalmente se la bautizó como Batallón “Guernika”, aunque sus efectivos nunca alcanzaron los dos centenares de hombres (por tanto, en realidad, una Compañía). Entraron en combate, contra una de las bolsas de resistencia alemanas en la costa del Atlántico, en la zona del Garona… ¡a mediados de abril de 1945! ¡solo faltaban dos semanas para que acabara la Segunda Guerra Mundial! Tras un minúsculo combate, en el que las bajas mortales de los gudaris se cuentan con los dedos de una única mano, la unidad fue disuelta. Se podrían poner otros muchos ejemplos de cómo la historia de estos exiliados combatientes contra el nazismo ha sido falseada, pero con este basta. La realidad, frente al mito.
Tras la derrota del Eje, esos exiliados españoles, comunistas y no comunistas, esperaban que los Aliados expulsaran a Franco del poder. Sabemos que no lo hicieron. Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia temían más a un régimen comunista en España que a Franco, por muy antipático que les resultase el general español.

Analizando las causas de la manipulación historiográfica

De la misma manera que la izquierda historiográfica ha construido una versión falsa de la Guerra Civil, en la que el Frente Popular fue derrotado por la “invasión” alemana e italiana, y por la “traición” de las democracias, se ha construido una versión falsa de la participación de los exiliados frentepopulistas en la Segunda Guerra Mundial. Según ella, esos exiliados habrían participado unitaria y masivamente en la lucha contra el nazismo. Pero tras vencer a este, los Aliados traicionaron a España, igual que la habían traicionado durante la Guerra Civil. Las democracias occidentales eran culpables, por dos veces, de haber abandonado a la democracia española.

La realidad es que fue el Frente Popular español quien abandonó la democracia como forma de gobierno ya desde febrero de 1936.

No es raro ver en las librerías libros sobre “los españoles que derrotaron a Hitler”, o en los kioskos de prensa revistas con análogos contenidos. Esos libros y artículos no resisten el más mínimo análisis histórico… pero son perfectamente coherentes con los postulados de la Ley de la Memoria Histórica. Y con el ambiente de mentira generalizada que se destila en cierta parte de la historiografía española empeñada en sustentar la dialéctica guerracivilista de la izquierda política y los separatismos.
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