En su autobiografía, El eco de los pasos, Juan García Oliver cualifica a Manuel Escorza del Val como a un «tullido de cuerpo y alma». Desde la antigua casa Cambó, Vía Layetana número 30, tejió un implacable y siniestro servicio de información y espionaje. Sabía todo de todo el mundo y nadie se escapaba de ser investigado por él, incluso llegó a investigar a Lluís Companys y a otros consellers de la Generalitat.