El filósofo Henri Hude apunta por elevación a las causas de los disturbios de julio
¿Qué pasó en Francia? Los jóvenes sí están integrados, pero «en una cultura de libertad arbitraria»
El pasado 27 de junio, un policía disparó a un joven de 17 años que huía de un control de policía en Nanterre, cerca de París. A este hecho se suceden 9 días de desórdenes públicos con 6.058 vehículos quemados, 1.105 edificios incendiados o destrozados, el ataque a 209 comisarias de policía y 800 agentes heridos. El resultado es el arresto de 3.651 personas, entre las cuales 1.124 menores. Es la segunda revuelta de los suburbios, después de la que incendió Francia en el otoño de 2005.
En el número de agosto de 2023 de Tempi, Rodolfo Casadei ha hablado de todo ello con el filósofo Henri Hude.
-¿Cuál es la causa de la revuelta juvenil que ha arrasado Francia tras la muerte del joven Nahel Merzouk? ¿La brutalidad de la policía francesa? ¿La desigualdad social y la falta de oportunidades de los jóvenes de las periferias? ¿La "fractura identitaria" producida por una inmigración masiva que no se puede integrar estructuralmente? ¿Una política de integración equivocada incapaz de ofrecer valores sólidos? ¿Cuál de estas respuestas le convence más?
-Las cuatro hipótesis que usted formula no se excluyen mutuamente.
»En cuanto a la brutalidad policial, hay que distinguir la brutalidad objetiva de los sentimientos subjetivos de brutalidad. Objetivamente, la policía francesa ha sido mucho más brutal con los chalecos amarillos que con los jóvenes de las periferias. Si nos preguntamos: "¿Cuántas personas han perdido un ojo en una semana de disturbios?", la respuesta es "cero". La media, en el momento álgido de las manifestaciones de los chalecos amarillos, fue de 1,5 al día, aunque la violencia de estos fue incomparablemente menor. Si, por tanto, la brutalidad hubiera sido objetivamente la misma, habríamos tenido decenas de ojos dañados.
»Subjetivamente, es diferente. Los chalecos amarillos no cuestionaban la legitimidad del Estado y de la policía. La fuerza pública, incluso excesiva y desproporcionada, seguía siendo esencialmente una fuerza legítima, a la que solo se culpaba de los abusos. En las periferias, la fuerza se percibe inmediatamente como violencia, porque el Estado ha perdido su legitimidad. De ahí la hipersensibilidad ante el menor uso de la fuerza, o la simple petición de documentos.
»En cuanto a la desigualdad y la falta de perspectivas, la hipótesis es válida, pero no concreta. Explicaría tanto el movimiento de los chalecos amarillos como la protesta contra la reforma de las pensiones o los disturbios en las periferias. No son solo los jóvenes hijos de inmigrantes, sino la juventud en su conjunto la que comparte de algún modo el mismo sentimiento, basado en una realidad: el pacto social se ha roto por la globalización de la economía y es imposible restablecerlo o sustituirlo por otra cosa. El marasmo actual no es sostenible, pero se ajusta perfectamente a los principios de la cultura posmoderna dominante.
»La desigualdad es menor en Francia que en el Reino Unido o Estados Unidos, países en los que nos inspiramos y con los que nos alineamos sistemáticamente. Francia vive muy por encima de sus posibilidades, endeudándose sin cesar. De momento podemos seguir gastando sin hacer cuentas. Cuando el sistema se estanque y tengamos que volver a la realidad, habrá una revolución. Lo que tenemos hoy no es más que las "guerras de la harina" que precedieron a la Revolución de 1789.
»En lo que atañe a las políticas de integración, creo que estos jóvenes están, por desgracia, mucho más integrados en la cultura francesa actual de lo que se dice. Están integrados en la cultura de la libertad arbitraria del individuo divinizado gracias a una política de integración que funciona perfectamente. Oímos al ministro de Justicia reprochar a los padres que no ejerzan su autoridad, ¡cuando toda la política ha organizado durante décadas la destrucción de la autoridad y de la familia! Con la familia fuera de juego, queda la escuela que, bajo la hegemonía del izquierdismo pedagógico, se ha convertido en un modelo de sociedad ideal: sin autoridad, sin poder, sin disciplina, sin tradición. Ha cumplido perfectamente su misión de imponer y transmitir una cultura cuyo resultado es una completa anarquía intelectual y moral.
»Esta cultura posmoderna tiene una función ideológica perfectamente clara: justifica la arbitrariedad económica de las élites neoliberales y las protege inyectando en el pueblo una impotencia para actuar racionalmente, organizarse y decidir. La alta burguesía se beneficia de los absurdos, sobre todo pedagógicos, inventados por una izquierda "social-traidora" que, habiendo cerrado cualquier horizonte histórico de emancipación fuera de extravagancias sexuales cada vez más monstruosas, se repliega en su neurosis y pretende replegar al pueblo en ella.
»Hablar de fractura identitaria nos acerca a la cuestión más importante, pero hay que comprenderlo bien. Toda sociedad necesita una cultura sustancial común a fin de tomar decisiones firmes en aras del interés general. En Francia había dos, el catolicismo y la Ilustración. Chocaban, pero ambas eran serias y universalistas. Y ambas han sido marginadas en favor de la arbitrariedad libertaria neoliberal. La "fractura identitaria" está aquí, entre dos culturas fuertes, serias, probadas, y el gran absurdo, la gran nada del individuo irracional que vive en su burbuja, inmoral y moralista.
El filósofo francés Henri Hude (n. 1954) es editor de las obras de Henri Bergson (trabajo premiado por la Academia Francesa) y ex profesor en el Instituto Juan Pablo II. En la imagen, durante una entrevista en Radio Notre Dame.
»A falta de una cultura sustancial común, necesitamos una cultura política común que permita un modus vivendi entre las culturas sustanciales. La laicidad quería ser algo así. Pero en Francia fue más bien una forma de establecer la Ilustración como religión de Estado de la República, en detrimento del catolicismo. Existió cierta acomodación, pero al haberse convertido en posmoderna, la laicidad ya no se contiene, como solía tener la decencia de hacer antes. Una pretendida cultura formalista y procedimental se ha convertido en una cultura sustancial intolerante. Y esta cultura es un nihilismo dogmático. Tiene, en forma de caricatura, todos los defectos que la Ilustración echaba en cara a las religiones: dogmatismo, intolerancia, persecución, supersticiones absurdas, etcétera.
»Así que la verdadera división está aquí: entre los autoproclamados superhombres à la Emmanuel Macron, y los infrahombres, los "deplorables", los "salvajes", etc. No me sorprende que los infrahombres odien a los superhombres que los desprecian. Se ha dicho que los jóvenes no reivindican nada: es cierto. Practican un rito bárbaro que aprendieron en la escuela. Expresan su arbitrio y pura violencia: esta es su libertad.
»Lo que gente como Macron no ha entendido es que la desregulación libertaria posmoderna no puede limitarse a la economía y al sexo. Los nazis, que eran posmodernos, lo sabían bien: la desregulación libertaria debe liberar la violencia de la bestia que se ahoga en la jaula de la civilización. Entonces el sexo es el descanso del guerrero, la ley es la del más fuerte, que construye imperios mientras sacia la sed de cruel transgresión y destrucción.
»Así pues, si quisiéramos reducir la brecha identitaria, necesitaríamos nada menos que una nueva cultura. Si conservamos la que actualmente nos domina, moriremos. Benedicto XVI dijo: "Necesitamos una nueva síntesis humanista".
-La magnitud de los disturbios que siguieron a la muerte del joven Nahel sugiere la expectativa generalizada de un pretexto para desencadenar una revuelta a gran escala. ¿Estamos ante un malestar genérico de la juventud de los suburbios o tienen estos disturbios un significado político? ¿Hay una dirección política, hay actores políticos moviendo los hilos de estos disturbios?
-¿Un pretexto? Más bien una cerilla arrojada a un barril de pólvora. El malestar, lo que Freud llamaba "el malestar de la civilización", es cierto. No solo afecta a los jóvenes de los suburbios: es general.
»La cultura posmoderna hace enloquecer, porque la libertad individual ya no acepta la verdad objetiva. Destinada a liberar al individuo de todas las ataduras, esta cultura desarrolla en él, por el contrario, un conjunto fatal de frustraciones. La libertad individual absoluta, desvinculada de toda referencia al bien y a la verdad, a lo bello y a Dios, al Absoluto, a la naturaleza, a la razón, a la sociedad, mata el amor, mata la libertad. La ley sin Legislador divino mata.
»Por consiguiente, el bien consiste en sobrevivir a pesar de todo gracias a la transgresión, que se convierte en la única forma de libertad. El mundo virtual mata el sentido de lo real y sustituye a lo real. El arte de gobernar se convierte en el de administrar un manicomio. Pero los gobernantes también están locos. Así que es este mundo el que nos vuelve locos. Los jóvenes de los suburbios no hacen más que expresar a su manera una cultura radicalmente disfuncional, que enferma a toda la sociedad y que nos destruirá si no nos deshacemos de ella.
»¿Tiene el levantamiento un significado político? Sí, sin duda, pero a condición de que comprendamos el carácter paradójico del rechazo radical expresado por los jóvenes de las periferias. Están sometidos inconscientemente a la cultura posmoderna, pero a nivel consciente se consideran rebeldes y más o menos vinculados a la cultura musulmana; pero ¿qué hay de verdaderamente musulmán en este nihilismo destructivo e individualista?
En una de las píldoras filosóficas que Henri Hude ofrece para la diócesis de Mónaco, abordó la libertad entendida como autodeterminación. Si autodeterminación se entiende como independencia completa, es una ilusión, explica. Pretender autodeterminarse sin depender de nada ni nadie es creerse omnisciente. Nuestra propia naturaleza nos determina en buena medida, y aceptarlo también es autodeterminación, y es una buena razón para autodeterminarse a seguirla. Autodeterminarse es, pues, dejarse determinar por algo bueno.
»El fenómeno de la destrucción sin un objetivo político es de una transgresividad, irracionalidad y arbitrariedad típicamente posmodernas. Pero al mismo tiempo es también claramente una crítica y una autocrítica de esta misma posmodernidad. Objetivamente, lo que se expresa es una llamada a la reforma, o incluso una revolución cultural. Pero desde luego no una revolución salafista. Esta misma juventud no la apoyaría en el poder más de lo que los egipcios apoyaron al presidente Morsi. Se trata de romper decididamente con este sistema y definir esa nueva síntesis humanista de la que hablaba Benedicto XVI.
»También hay quienes ven en este movimiento una reserva de energía y querrían captarla para sus propios fines. Pero esta energía no es política, es cultural y espiritual. Y no creo que tengan éxito quienes quieren recuperarla sin responder a la necesidad precisa que la suscitó. Algunos que se imaginan que la dirigen en realidad no controlan nada. La mayoría del mundo político condena esta violencia. Una minoría, reunida en torno a La Francia Insumisa, el partido de Jean-Luc Mélenchon, y los trotskistas, les apoya. Mélenchon se benefició del voto musulmán en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022. Pero este éxito conlleva una cierta ambigüedad y, por tanto, una probable fragilidad, porque el partido es al mismo tiempo proinmigración, proinmigrantes y partidario de todas las transgresiones posmodernas. Pero los inmigrantes se oponen a ellas de forma abrumadora y muy enérgica.
-Todos los observadores están de acuerdo en que los jóvenes que han participado en los disturbios no se sienten franceses. Pero si no se sienten franceses, ¿es culpa suya o de Francia?
-No me sorprende que los jóvenes inmigrantes digan que no les gusta Francia, porque la Francia posmoderna es cualquier cosa menos amable. Si Francia fuera Francia, no se plantearía la cuestión: estarías orgulloso de ella, la amarías, te sentirías parte de ella. El problema es que Francia es invisible, sobre todo en las periferias. Es invisible porque está como apagada, dormida. A Francia, como a todos los demás países de la Europa continental, se le impide de manera tiránica expresar su propio genio cultural, político, económico.
»Es la Francia encadenada por la cultura posmoderna y sometida al modelo anglosajón, transmitido ahora a través de Bruselas y la OTAN. Se puede amar a Francia o no, pero hay que entenderla. Está claro que Macron no la entiende. Se diría que no sabe lo que significa sentirse francés. Como si su patria fuera una clase social anglófona internacional. Charles De Gaulle había devuelto a Francia su constitución histórica y su independencia nacional. La Constitución de la V República es claramente incompatible con un régimen de desigualdad en el que las élites económicas y los intereses particulares gobiernan sin oposición. Un presidente que lleva a cabo una política así es visto como un tirano, y de hecho lo es.
-A menudo oímos que en los suburbios gobiernan dos grupos: los traficantes de droga y los islamistas radicales. Nunca oímos hablar de las "fuerzas del bien": profesores que piden ser destinados a barrios difíciles, trabajadores sociales motivados, voluntarios.
-Altos mandos de la gendarmería me han dicho que algunos prefectos tenían prohibido luchar contra el tráfico de drogas en las periferias. A menudo es la única actividad económica en estos lugares. Además, es un medio cínico de resolver subjetivamente problemas que, objetivamente, son insolubles, y de reducir ciertos riesgos debilitando a posibles alborotadores. Por otra parte, en cuanto al radicalismo islámico, creo que en los países occidentales es tanto una ideología antimoderna y posmoderna como una religión.
»Cuando los ideólogos operan codo con codo con los traficantes, como en Colombia o en el Sahel, los ideólogos acaban ocupando el lugar de los traficantes. Al final, utilizando el pretexto ideológico, los traficantes-ideólogos se convierten en traficantes sin más. Es muy probable que este proceso tienda a producirse en las periferias.
»En cuanto a las "fuerzas del bien", el Estado ha invertido mucho dinero en educación, y muchos profesores acuden a estos barrios como misioneros laicos. Pero como la pedagogía posmoderna contradice todos los fundamentos de una educación seria, y como el dogmatismo ateo y el wokismo escandalizan a los jóvenes musulmanes y a sus padres, falta confianza, hay tensiones y los resultados son escasos.
-Algunos políticos y observadores proponen retirar las prestaciones sociales a las familias de los menores que han participado en los disturbios. ¿Qué opina de esta propuesta?
-Creo que es el prototipo de medidas tecnocráticas que siempre se quedan trágicamente cortas ante el problema. Que depende de tres variables: educación, familia y trabajo. Las dos primeras son necesariamente defectuosas dentro del régimen cultural que padecemos. La tercera dependería de una recuperación de nuestra soberanía y emancipación del sistema anglosajón. Pero como no podemos hablar de lo esencial, discutimos de lo accesorio.
-¿Qué tendría que cambiar en Francia para reabsorber el malestar y la cólera que han llevado a los disturbios de los últimos días?
-Creo que los problemas de los inmigrantes son los mismos que los de toda la sociedad, de todos los jóvenes, y que entre los suburbios y todo lo demás solo hay una diferencia de grado, no de naturaleza.
»Lo que hace falta hoy es nada menos que una revolución cultural que se extienda a todas las esferas de la vida (pareja, familia, hogar, escuela, economía, salud, etc.) hasta el punto de provocar un cambio completo de civilización y exigir probablemente una refundación completa del régimen político. Inevitablemente tendremos que pasar por una época de caos, de la que surgirá otro poder. Pero incluso ese poder solo podrá remodelar el país si posee la indispensable visión cultural.
»La cultura posmoderna solo ofrece autoridad para deconstruir. Es necesario redescubrir lo absoluto, Dios, la razón, la naturaleza, etcétera. Y al verdadero hombre Dios, Cristo. Él ocupa el lugar que le corresponde, de pleno derecho, en una sociedad humanista.
Traducido por Verbum Caro.