Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Festividad de San Sebastián

En plena tormenta Pujol, Bárcenas, Armstrong... Munilla ofrece a la sociedad diagnóstico y terapia

El obispo de San Sebastián denuncia la corrupción en la vida pública como uno de los principales males morales de nuestros días.

C.L. / ReL

José Ignacio Munilla.
José Ignacio Munilla.
La familia que ha gobernado Cataluña durante un cuarto de siglo, la tesorería del partido en el Gobierno, el ciclista con mejor palmarés en la historia en el Tour de Francia... En apenas unos días, un hervidero de noticias parece mostrar lo peor de la condición humana en todos los ámbitos de la vida pública, y esto no lo ha pasado por alto al obispo de San Sebastián este domingo.

En la homilía de la festividad del patrono de su diócesis y ciudad, pronunciada en la basílica de Santa María durante una misa que contó con la participación del Orfeón Donostiarra y de los niños de la tamborrada Euskal Billera, José Ignacio Munilla afirmó que "en nuestra sociedad las tentaciones de cansancio, de pesimismo y de desconfianza son grandes".
 
"De una forma especial", continuó, "las continuas noticias de corrupción en la vida pública se suceden en los medios de comunicación, hasta el punto de generar la sensación de que nadie escapa a la tentación de enriquecerse ilícitamente. Incluso sobre el mismo deporte, se cierne la sospecha del engaño y del fraude… ¿Terminaremos deduciendo que aquellos deportistas que hemos admirado y aplaudido, resulta que estaban dopados o artificialmente estimulados, como parece concluirse tras las noticias de estos días?".
 
Monseñor Munilla lamenta que "el clima de sospecha generalizado": "Digámoslo claramente: la corrupción en la vida pública es uno de los principales males morales de nuestros días, y se hace necesario arbitrar medidas de estricto control que puedan devolver la confianza a los ciudadanos".
 
Ese mal moral podría traer otro como consecuencia: "Una desconfianza generalizada, que nos lleve a aislarnos y ausentarnos de la vida pública y política", arrastrados "por el escepticismo, e incluso por el cinismo".

"Más aún", advirtió el prelado: "De la pérdida de la fe en el hombre puede derivarse la propia pérdida de la fe en Dios. Sin embargo, si confiamos plenamente en Dios, entonces aprendemos a no desesperar de nadie. Lo cual no quiere decir, ciertamente, que no tengamos que ser conscientes de la debilidad del ser humano; pero sin dejar de creer en su capacidad de honradez y honestidad".

La conciencia, la mejor almohada
Hecho el diagnóstico, monseñor Munilla ofreció la terapia: "A la fe en Jesucristo es importante añadir la virtud de la humildad. En efecto, todos tenemos que realizar un profundo examen de conciencia: ´El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra´. No sería justo limitarnos a hablar de la corrupción en tercera persona del plural, como si los corruptos fuesen siempre los demás: ´ellos´, ´los políticos´, ´los ciclistas´… Sinceramente, ¿somos nosotros honestos en nuestra relación con el dinero, a nuestro nivel y en nuestras circunstancias?".

Y evocando el ejemplo del mártir San Sebastián, quien perdió todo (el estatus social primero, la vida después) por fidelidad a Cristo, pidió al patrono "que nos ayude a educar y a escuchar nuestra conciencia, sin acallarla ni manipularla. La recta conciencia es la mejor almohada; mientras que la conciencia errónea y falsa es, a medio plazo -cuando no a corto plazo-, fuente de sufrimientos y de desequilibrios… ¡Dejémosle a Dios hablarnos a través de la voz de nuestra conciencia!".

Un mensaje de esperanza coherente con las primeras palabras de su sermón cuando recordó que "no hay mayor pobreza que la carencia de sentido en la propia existencia. El vacío interior -que acompaña a la falta de sentido- es el mayor enemigo de la felicidad del ser humano… Pero gracias a Dios, tenemos razones para la alegría porque tenemos razones para la esperanza. Y tenemos razones para la esperanza, porque mantenemos nuestra fe en Dios Padre que no solo no nos defrauda, sino que cuida de nosotros -¡de cada uno de nosotros!- en su providencia amorosa... ¡No estamos huérfanos!".
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