Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Beatificación en La Almudena

«No eran delincuentes; no habían hecho nada malo», dice Amato de los mártires de Paracuellos

Madrid se puso de gala para acoger a la primera beatificación que se celebra en su catedral.

ReL/Aciprensa

cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos
cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos
La Catedral de la Almudena vivió ayer un día muy especial: su primera beatificación, y la primera que se celebra en Madrid. Los 23 mártires oblatos fusilados en la Guerra Civil subieron a los altares en una ceremonia presidida por el cardenal Ángel Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Durante la ceremonia, el arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, recordó que los 22 religiosos y el seglar fueron fusilados entre el 24 de julio y el 28 de noviembre de 1936, tras haber sufrido la «persecución» religiosa del inicio de la contienda.

«Firmes en la fe»
Rouco subrayó el heroico testimonio de fe de los 23 nuevos beatos, que «permanecieron firmes en la fe hasta el momento del martirio, perdonando a sus perseguidores y rezando por ellos». Junto a estas declaraciones, uno de los momentos más emotivos se produjo cuando el delegado del Papa leyó en latín y en castellano la carta apostólica que proclamó beatos a los asesinados y acto seguido se descubrió la pintura de los nuevos beatos situada junto al altar mayor, en presencia de los emocionados familiares que se congregaron en la catedral madrileña y que recorrieron la nave central en procesión con palmas, el símbolo del martirio, para depositarlas a los pies del cuadro.

En la homilía, Amato recordó que fue en la Guerra Civil cuando se alcanzó el punto culminante a la persecución religiosa que «contaminó» gravemente a la sociedad. Acto seguido, citó los nombres de los 23 mártires que dieron testimonio de su amor a Dios y a la Iglesia: «No eran delincuentes, no habían hecho nada malo, sino que su único deseo era hacer el bien y anunciar a todos el Evangelio de Jesús, que es una noticia de paz, de gozo y de fraternidad», añadió Amato.

De los veintitrés mártires, ocho fueron asesinados al día siguiente de la detención y los otros quince soportaron "un vía crucis de terror, refugio clandestino, riesgo de ser descubiertos, arresto, cárcel, burlas, humillaciones, mutilaciones y muerte", ha precisado Amato.

"Es bueno no olvidar esta tragedia y la reacción de nuestros mártires, que a los gestos malvados de sus asesinos, respondieron con buenas palabras, rezando y perdonando a sus perseguidores", ha subrayado.

Tras resaltar que "la sociedad no tiene necesidad de odio, de violencia y de división, sino de amor, de perdón y de fraternidad", ha instado a los cristianos a imitar "la fortaleza de los mártires, la solidez de su fe, la inmensidad de su amor y la grandeza de su esperanza".

El superior general de la Congregación de los Misioneros Oblatos, Louis Lougen, agradeció la celebración de la beatificación en el año jubilar oblator, en el que se conmemora la muerte de su fundador, San Eugenio de Mazenod, así como el de los 200 años de su ordenación sacerdotal.

A la ceremonia han asistido el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; el Nuncio del Papa en España, Renzo Fratini, así como arzobispos y obispos de las diócesis de origen de los mártires.

El postulador de la causa, Joaquín Martínez Vega, cuenta en la edición para el 17 de diciembre del diario vaticano L’Osservatore Romano que los Oblatos abrieron un seminario en Pozuelo de Alarcón en 1929, lo que nunca fue bien visto por las filas anticlericales del lugar que "tenían como objetivo a los ‘frailes’".

En los primeros meses de 1936 la tensión era intensa y recuerda que "todos los fines de semana los jóvenes marxistas que se reunían en el lugar llamado Fuente de la salud, cerca al convento, gritaban en sus puertas: ¡muerte a los padres!".

El 22 de julio, a las 3:00 p.m. "un nutrido contingente de milicianos, armados con escopetas y pistolas, atacó el convento. La primera cosa que hicieron fue arrestar a los religiosos que eran 38, reduciéndolos en una sola sala para vigilarlos, con las armas apuntándoles. Luego los milicianos comenzaron a buscar en el convento para buscar armas".

La búsqueda, relata Martínez, fue infructuosa: "solo encontraron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sacros. El 24 de julio, hacia las 3 o 4 de la mañana, ocurrieron las primeras ejecuciones".
"Sin interrogatorios, sin acusaciones, sin juicios, sin defensa, llamaron a siete religiosos separándolos del resto del grupo", prosigue.

Ellos fueron Juan Antonio Pérez Mayo, Manuel Gutiérrez Martín, Cecilio Vega Domínguez, Juan Pedro Cotillo Fernández, Pascual Aláez Medina, Francisco Polvorinos Gómez, Juan González Lorente.

En este primer grupo fue fusilada también un laico, Cándido Castán San José, "conocido católico, padre de familia, casado y padre con dos hijos. Tenía 42 años".

El 25 de julio, los que quedaban fueron liberados. Sin embargo en octubre fueron arrestados todos y llevados a la cárcel Modelo. "Aquí sufrieron un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas, hasta que 15 de ellos sufrieron un cruel fin", añade.

El postulador de la causa relata luego que el 7 de noviembre fue fusilado en la localidad de Paracuellos de Jarama el sacerdote y formador del seminario, P. Jose Vega Riaño, de 31 años de edad, y Servillano Riaño Herrera, profeso temporal de 20 años de edad.
El 27 de noviembre fusilaron a 13 oblatos más: "el procedimiento fue el mismo para todos. No hubo acusación ni juicio, no hubo defensa ni explicaciones. Solo la proclamación de sus nombres por potentes altoparlantes".

Los oblatos asesinados ese día fueron el sacerdote y superior provincial, Francisco Esteban Lacal; Vicente Blanco Guadilla, superior del seminario; Gregorio Escobar García, Juan José Caballero Rodríguez, Publio Rodríguez Moslares, Justo Gil Pardo, Ángel Francisco Bocos Hernández, Marcelino Sánchez Fernández, José Guerra Andrés, Danile Gómez Lucas, Justo Fernández González, Clemente Rodríguez Tejerina y Eleuterio Prado Villarroel.

El postulador concluye el artículo señalando que los oblatos "murieron haciendo profesión de su fe (de la cual nunca renegaron) y perdonando a sus verdugos".
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