Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Nueva beata catalana

Amato destaca como modelo a seguir cinco momentos de difícil humildad que vivió la Madre Janer

Cinco mil personas celebraron en La Seo de Urgel una vida consagrada a los necesitados en medio de «frecuentes y profundas humillaciones».

ReL

Emoción al descubrirse el cuadro de la nueva beata.
Emoción al descubrirse el cuadro de la nueva beata.
Cinco mil personas festejaron este sábado en La Seo de Urgel (Lérida) la beatificación de la Madre Anna María Janer (18001885), fundadora de las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel, institución expandida por numerosos países del mundo, donde regenta escuelas, hospitales y residencias de ancianos: España, Andorra, Italia, Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile, Colombia, México, Perú y Guinea Ecuatorial.

Cientos de personas de once países, entre ellos varios cardenales y obispos españoles y extranjeros, asistieron a la celebración litúrgica presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. El proceso de beatificación arrancó en 1951, y para su conclusión fue aprobado el milagro de la curación de una mujer de una poliartrosis degenerativa que la mantenía en silla de ruedas.

Tras desgranar el arzobispo de Urgel, Joan-Enric Vives, la vida y virtudes de la Madre Janer, la homilía del cardenal Amato glosó principalmente la humildad de la nueva beata, además de su dedicación a los más necesitados de cuidados y enseñanza.

Cinco espinas en el amor propio de una santa
En concreto, relató cinco momentos de su vida especialmente difíciles donde brilló esa cualidad de forma especial y sirven como modelo de vida cristiana.

En ella, dijo, "la gran virtud de la caridad iba acompañada por la humildad, virtud pequeña, pero indispensable para la práctica de la caridad auténtica. Viendo la necesidad de esta virtud en su apostolado cotidiano hacia los necesitados, nunca se cansaba de exhortar a sus Hermanas a ser humildes, piadosas, bondadosas, pacíficas, trabajadoras, dóciles, gentiles y atentas hacia los pobres enfermos, contentas de su labor de Marta. Las invitaba, además, a no buscar la aprobación y la estima de los demás y a considerar todas las labores y las ocupaciones como un servicio al mismo Señor Jesús, por cuyo amor y reverencia ejercían este ministerio. Estas enseñanzas sobre la humildad eran fruto de su experiencia personal, consolidada por profundas y frecuentes humillaciones".
 
Por ejemplo, en cierta ocasión quiso alejar a una religiosa del hospital donde se encontraba, pero "obedeció con prontitud cuando el superior religioso se opuso a tal decisión", dejándola en evidencia.
 
Posteriormente fue expulsada del hospital donde, durante la primera guerra carlista, "se había prodigado con todas sus fuerzas por atender valientemente a los enfermos de cólera". El rey Carlos V "la había llamado al servicio hospitalario para los heridos en el campo de batalla", y atendió por igual a unos y a otros a pesar de las persecuciones que su congregación, como tantas otras,  había sufrido por parte del bando liberal.

Más tarde llegó el peor momento: "La máxima expresión de su humildad se produjo cuando ella, fundadora y superiora general, fue relegada al anonimato y al silencio, quedando completamente olvidada. De sus labios no salió ninguna queja, ningún reproche, ninguna palabra de disgusto. Su actitud fue de esperanza y de abandono en Dios, dedicándose con mayor caridad al servicio de los pobres en el asilo de Sant Andreu de Palomar".

Cuando a los ochenta años "recibió su justa recompensa también terrenal a este silencio suyo de amor", y fue elegida superiora general tomó de nuevo "con humildad y sencillez la tarea del gobierno, es decir del servicio, la ayuda y la formación".

Por último, pasados tres años, al dejar el cargo, volvió  a dedicarse "a las tareas más humildes, como por ejemplo servir en el refectorio a las hermanas más jóvenes. Una hermana testifica emocionada: «Dos años vivió con nosotras la santa Madre, con gran ejemplaridad y submisión a la nueva superiora. Era muy edificante verla, a su edad, humilde, silenciosa, ocupada en las tareas domésticas de la casa -como la cocina, el servicio, y otras tareas- siempre sonriente, siempre difundiendo caridad»".

En resumen, la Madre Janer vivió cinco formas y momentos distintos de humillación, recibida de sus superiores, de sus iguales, de sus inferiores, y en todo momento se comportó con discreción y obediencia a la voluntad de Dios. Un mensaje que, junto con el de la caridad ardiente en auxilio de los más necesitados, queda como la gran lección de la nueva beata.
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