Rebecca estaba retirada cuando una carrera lo cambió todo... llegó a ganar un Mundial
Esquiadora de éxito, renunció a todo para ser madre... y el beato Frassati la convirtió en olímpica
"Yo puedo poco, muy poco, pero con Dios todo es posible, ahí está el secreto", dice siempre la siguiente protagonista. Rebecca Dussault es de Colorado (EE.UU.) y de joven era una mujer muy deportista. Una apasionada del esquí nórdico, especialmente del Cross Country. Desde que tenía quince años participaba con éxito en competiciones que se organizaban en el estado, en el país y en todo el mundo.
Talento y esfuerzo eran sus principales señas de identidad. Tenía unas cualidades especiales para las duras carreras del esquí de fondo: fuerza en las piernas, y una gran capacidad de aguante para el sacrificio. Le gustaba entrenar duro, sabía que cuanto más entrenase, más "suerte" tendría. El libro Dios es deportista (Eunsa), de Javier Trigo, recoge este impresionante testimonio de fe y superación personal.
Una carrera cambió todo
Pero, cuando tenía 20 años, la prometedora carrera de Rebecca se "truncó" o, mejor dicho, cogió otra dimensión mucho más importante. La joven sorprendió a todos al anunciar que abandonaba el mundo del deporte para centrarse en su familia. Fue una decisión meditada, compartida con su marido, con el que se había casado un año antes, y, sobre todo, llevada a la oración. A Rebecca le gustaba rezar y tenía una profunda fe en Dios.
Pasaba el tiempo, y a Sharbel, su marido y compañero del instituto, le gustaba recordar siempre los éxitos deportivos de Rebecca y animarla a retomar las competiciones. Ella tenía claro que debía centrarse en el cuidado de su pequeño Tabor y en poner las bases de un hogar cristiano. "Esta es mi vocación", le gustaba decir a sus amigos.
Un día, al regresar a casa su marido, Rebecca le comentó que la Universidad Estatal estaba organizando una carrera de esquí de 10 km, en Crested Bute, un pueblo cercano a Colorado. Sharbel le propuso que se apuntara. Ella puso reparos, llevaba tres años sin coger los esquís, su forma física ya no era la misma y no quería decepcionar. Su marido insistió: al ser una carrera menor, podía hacer un buen papel.
Cuando tenía 20 años, la prometedora carrera de Rebecca se "truncó" o, mejor dicho, cogió otra dimensión mucho más importante. La joven sorprendió a todos cuando anunció que abandonaba el mundo del deporte para centrarse en su familia.
Y, entonces, aceptó: "Como gane, vuelvo a entrenar para ir a los mundiales, os vais a enterar de quien es Rebeca Quinn". Volvió a coger sus tablas de esquí, el mono azul oscuro que le daba suerte, las gafas, el gorro y los guantes, y se presentó en la línea de salida. Habían pasado tres años sin competir, sin entrenar. Solamente había esquiado algunos días, por el placer de tomar contacto con la nieve y pasar un rato haciendo deporte con su marido y con algunos amigos.
Vivir al máximo
En aquella salida se encontró con muchas caras conocidas. Rostros de otras corredoras con las que había competido años atrás. De pronto, descubrió a una corredora a la que conocía bien. "¿Cómo va a participar en esta prueba menor, Katrin Smigun? Ella forma parte del equipo olímpico americano", se dijo. Katrin se acercó a Rebecca para saludarla, y se desearon suerte mutuamente. Smigun había participado en dos Juegos Olímpicos de Invierno y era ganadora de todos los circuitos universitarios.
Ya en carrera, muy poco tiempo después de que diera comienzo, Rebecca y Katrin se habían escapado, nadie podía creerlo. Cuando una tiraba, la otra aguantaba, las dos querían ganar. Después de 25 minutos de adelantarse una a la otra llegaron a la meta y tuvo que utilizarse el foto finish. Nunca se supo quién ganó, pero después de aquello Rebecca había decidido volver a competir.
La familia de Rebecca celebró aquella "pequeña gesta" como se merecía. La joven volvió a enfrentarse a Katrin dos veces más y logró vencerla en una carrera de 5 km. Aquella victoria era una señal de Dios.
"Él me ha dado un talento y ahora me ha dado otra oportunidad. Aquí estoy de vuelta con mis esquís, demostrándome a mí misma y al mundo que se puede vivir la vida al máximo: ser madre, ayudar a dirigir un negocio y perseverar en los altibajos. Todo depende de las gracias que me da Dios, que me ayudan a priorizar y a programar mi vida para que pueda cumplir todos mis objetivos", comentó.
Su amigo beato
Pero, antes de volver a competir en serio, Rebecca le puso una condición a su marido: viajar siempre en familia a las carreras. A los 17 años ya competía por todo el mundo y le hacía ilusión representar a su país en unos Juegos. Sin embargo, a los 19 años le llegó lo que ella consideró un premio todavía mayor: su hijo Tabor. En ese momento vio con claridad que Dios quería que se volcase en esa criatura, en su marido y en construir una familia cristiana. Después de considerarlo decidió "colgar las botas" para trabajar en el negocio familiar.
Esta decidida actitud de priorizar siempre su fe, se remonta a cuando Rebecca tenía 12 años y comenzó a estudiar en una escuela católica, allí descubrió que lo más importante era la fe, hasta entonces solo iba a misa por cumplir. Durante la adolescencia y la juventud, Rebecca quedaría cautivada por la riqueza y belleza de la fe católica: los sacramentos, la oración, María y la vida de los Santos.
Como habían acordado, la familia al completo no se perdió en tres años ni una sola carrera de Rebecca. Más de 60 viajes por todo el mundo. Su marido se convirtió en su agente, mientras llevaba el negocio familiar de carpas. El pequeño Tabor era el mayor fan de su madre. Ya de vuelta a la competición, el objetivo era viajar a los Juegos Olímpicos de Invierno de Turin, en 2006. Rebecca quería visitar la tumba de un beato al que tenía mucha devoción: Pier Giorgio Frassati. Un joven aficionado al esquí que había dedicado su vida a los pobres y enfermos y que falleció a los 24 años.
Y, en febrero de 2006 se cumplió el sueño de Rebecca. Formaba parte del equipo olímpico de EE.UU. Su trabajo de los dos últimos años había dado fruto. La joven aprovechó la competición para grabarse en los esquís: "Beato Frassati". Cuando le preguntaron por qué lo hacía, ella dijo: "Era un tipo común, tenía 24 años cuando murió, como yo ahora. Es un regalo del cielo tener a esta persona extraordinaria en mi vida".
Familia numerosa
Durante aquellos días de competición todos rezaban al beato, aunque Rebecca sabía que no tenía opciones de ganar ninguna medalla. "Todos esperan el oro pero si consiguiera una medalla sería por la intercesión de Frassati. El beato necesita un milagro para su canonización así que este podría ser", dijo con gracia en una entrevista que le hicieron.
En febrero de 2006 se cumpliría el sueño de Rebecca. Formaba parte del equipo olímpico de EE.UU. Su trabajo de los dos últimos años había dado fruto. La joven aprovechó la competición para grabarse en los esquís: "Beato Frassati".
El periodista le contestó: "Entonces... juega con ventaja, dispone de ayuda sobrenatural". Y Rebecca dio testimonio de su fe: "Indudablemente, aunque esta ayuda no me da una ventaja competitiva. Para mí es una ayuda espiritual que necesito para esforzarme más. La fe te ayuda a sobrellevar el sufrimiento y el dolor. Te lleva a entender el sacrificio. Te saca de la pereza para que puedas sufrir y encontrar significado en lugares donde un atleta, sin fe, no puede explorar esas profundidades".
En aquel viaje, Rebecca cumplió otro sueño, casi tan importante como el de participar en los Juegos Olímpicos. Rezó delante de la tumba de Frassati, visitó la que fuera su casa y conoció a su hermana menor, Lucía, que tenía 102 años. La joven siguió compitiendo y en 2010 llegó el mayor éxito de su carrera: campeona del mundo en triatlón de invierno.
"Ahora tenemos cinco hijos y, aunque me encantaría seguir compitiendo y viajando por el mundo, me estoy centrando en mi familia. Estoy entusiasmada con Fit Catholic Mom (un programa de mantenimiento físico para madres católicas) y con tener una plataforma para compartir e inspirar sobre como priorizar, equilibrar y entrenar de una manera que glorifique al Señor", comenta la esquiadora.
El lema de Rebecca es "entrenar el cuerpo y alimentar el alma", y a ello dedica gran parte de su tiempo, al apostolado entre sus amigos deportistas, colaborando con la asociación CAC (Catholic Athletes for Christ) y hablando claro siempre que puede.
"Sería negligente si no compartiera mi verdadero amor por el Señor Jesucristo y por su Santa Iglesia Católica. La fe es lo más importante de mi vida. Es lo único de lo que no me separo y es lo que me da esperanza. Él es el amante de mi alma y mi escondite secreto", dijo en un encuentro con deportistas.