Por un Bachilerato como Dios manda
"Que el Estado garantice que todos los alumnos puedan educarse libremente según sus aptitudes y sus preferencias, incluso aquellos que quieran leer a Virgilio en latín, saber quiénes eran Piero della Francesca y Turner"
Pero si hoy hablo de Max Mazin no es para glosar toda su apasionante biografía, sino para fijarme sólo en un aspecto clave: su formación. Dados los acontecimientos de su vida, Max Mazin sólo hizo sus estudios de Secundaria, que terminó con 16 años, y no fue nunca a ninguna universidad. Me decían sus hijos que, hasta los últimos años de su vida, les sorprendía de vez en cuando recitando de memoria largas tiradas de versos de Virgilio o de Horacio, que, les decía, había aprendido en un nada Escuela Secundaria de Vilna, la capital de Lituania, donde con 11 años le mandaron sus padres para que estudiara el bachillerato, viviendo en casa de unos tíos. Hoy no faltarán —más bien sobrarán— pedagogos que objetarán que para qué tiene que aprender latín un niño judío de 11 años, que tiene como lengua paterna el yiddish; como lengua materna, el ruso, y como lengua de la escuela primaria, de relación con sus amigos de la calle, el polaco. ¡Ah!, y que, además, en la sinagoga y en la piadosa lectura de
La respuesta a esa pregunta en los años treinta del siglo pasado, cuando Max Mazin hizo su secundaria, no ofrecía ninguna duda en ningún país de Europa. En aquellos años en los que no existía
Aquel bachillerato humanístico y clásico, que había nacido en
Sin embargo, ese bachillerato empezó a perderse en muchos países de Europa; incluido el nuestro, cuando, en los años sesenta, algunos políticos que confunden la igualdad de oportunidades con el igualitarismo en los resultados académicos y algunos pedagogos que creen que protegen a los alumnos si les evitan esforzarse decidieron que era mejor que
Es verdad que no todos están capacitados, para afrontar un bachillerato así, ni todos tienen las ganas de aprender y de estudiar que este bachillerato exige, pero más verdad es que, con él actual sistema muchísimos chicos que podrían aprovechar esos años de su vida para hacerse con un imponente bagaje cultural e intelectual están perdiendo el tiempo en las aulas. Es absurdo pensar que, si restauramos el bachillerato que las modas pedagógicas y las políticas de falso igualitarismo han eliminado, nuestros colegios e institutos se van a llenar de personalidades como Max Mazin, pero sé que con el sistema actual es muy difícil que aparezca siquiera uno como él.
Por eso, con el ejemplo del bachillerato de ese judío polaco educado en Lituania, me atrevo a pedir que se restaure en España el bachillerato clásico que fue la columna vertebral de la cultura europea. Para eso no hacen falta cambios de leyes educativas esos cambios que acaban mareando a padres, profesores y alumnos, basta con que se permita que algunos colegios e institutos ofrezcan unos planes de estudio acordes con el espíritu y la letra de lo que es un bachillerato como el que han sabido conservar los países de lengua alemana. La solución, como tantas veces, es la libertad. Que el Estado garantice que todos los alumnos puedan educarse libremente según sus aptitudes y sus preferencias, incluso aquellos que quieran leer a Virgilio en latín, saber quiénes eran Piero della Francesca y Turner, encontrar los límites de una función o escribir correctamente su lengua y otra lengua moderna. Que el ejemplo de Max Mazin sirva para que, al menos, se plantee esta resurrección del bachillerato perdido.